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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Autosacrificio por amor

Al momento de nacer, las crías de pulpo, miden solamente 3 mm, sus brazos tienen únicamente tres ventosas. Con ayuda de un microscopio y gracias a su transparencia se puede observar el movimiento conjunto de sus tres corazones bombeando sangre a su cuerpo gelatinoso.
La madre ha cuidado afanosamente de la puesta. Encerrada en una pequeña cueva de cuyo techo pendían los racimos de huevos, ha dedicado los últimos tres meses de su vida a limpiarlos y mantenerlos aireados. La hembra jamás abandonó la puesta, ni siquiera para ir en busca de alimento.
Muere por agotamiento al producirse la eclosión de los huevos. Pese a sus esfuerzos, solamente eclosionará un diez por ciento de los 100.000 huevos que conformaban la puesta. Al momento de la eclosión una nube de 10.000 diminutos pulpitos transparentes rodean el cuerpo de la hembra.
Los científicos coinciden en que los primeros alimentos de estas crías son, generalmente larvas de peces. Pero, ¿es casual que la madre muera al momento exacto de producirse la eclosión? ¿ni un minuto antes, ni un minuto después? Su vida agotada por el esfuerzo y la falta de alimento encontró el final justamente en ese exacto momento ¿sólo porque sí?. ¿Su cuerpo rico en proteínas será abandonado a los depredadores mientras que una nube de crías busca alimento desesperadamente?.
Aún se cree que es posible que el primer alimento de estos pequeños pulpos sea el cuerpo de su propia madre.
¿Es eso autosacrficio por amor?
La Biblia si habla de alguien quién murió por amor, para que nosotros tuviésemos el primer alimento espiritual. El pan de la vida. De la Vida Eterna. Jesús es el pan de la vida. Murió por tí y por mí. ¿Vives entonces para él?
Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de El.
Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por su vida. Romanos 5:8-10

viernes, 8 de julio de 2011

*No te rindas*

Hubo un momento en el que la noche parecía eterna y hoy todo eso parece tan
lejano.

Hubo un momento en el que nada de lo que hacías resultaba, cuando de pronto
apareció la respuesta.

Hubo un momento en el que dejaste de creer en el amor y de repente tu
corazón, con más intensidad que nunca, lo encontró de nuevo.

Hubo un momento en el que por el desierto se esparcían tus palabras y hoy
dan retoño sus semillas.

Hubo un momento en el que creíste que era lo peor que te podía pasar y hoy
agradeces tu destino.

Hubo un momento en el que jurabas que no podrías pasar esa prueba y hoy es
tan sólo un paso más.

Hubo un momento en el que creíste que no podías hacer algo y hoy te
sorprendes de lo bien que lo haces.

Hubo un momento en el que los monstruos y los ogros intimidaban tu vida y
hoy sonríes al ver cómo tus miedos engrandecían sus sombras.

Un día nací, un día moriré, y nada me llevaré aunque me haya pasado la vida
ahorrando. ¿Estoy realmente viviendo atesorando sin gastar para lo que me
gusta?

Una casa está hecha de roca y madera, y un hogar de amor y entrega. ¿Tienes
un hogar o solamente una casa?

Si lloras por haber perdido el sol, entonces no podrás ver las estrellas.
Cuando viene la noche el sol se va, pero las estrellas son visibles. ¿Estás
llorando por lo ya pasó no aprovechando la vista para ver lo que Dios
quieres que veas?

Si toda tu vida es de lamentos, entonces no tendrás tiempo para reír. ¿Estás
separando tiempo para reír y no estas malgastando todo el tiempo en lloros?

Nunca olvides que la vida es más grande que tus miedos, que tu fuerza es
mayor que tus dudas.

Aunque tu mente esté confundida, tu corazón siempre sabrá la respuesta, y
con el tiempo, lo que hoy es difícil, mañana será un tesoro.

Rendirse es muy común en el ser humano; existen ocasiones cuando deseamos
bajar los brazos y partir o descansar; no hacer más nada y dejarnos llevar
por la corriente.

*No rendirse significa luchar, no dejarse abatir por la lucha, seguir de pie
aunque estemos heridos y continuar hasta doblegar aquello que nos aflige en
el momento de la tentación de rendirse. Sobreponerse a un fracaso, a una
ingratitud, a una enfermedad o a cualquier adversidad, es duro, pero vale el
esfuerzo hacerlo, pues con ello nos damos cuenta que dentro de nosotros
existe un potencial que nos fue dado para que seamos vencedores, pero ahora
en Cristo este potencial ha sido maximizado de tal manera que somos más que
vencedores.*

No te rindas.


Y por más que ella lo acosaba día tras día para que se acostara con ella y
le hiciera compañía, José se mantuvo firme en su rechazo. Génesis 39:10

Pero Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes y ved la salvación que
el SEÑOR hará hoy por vosotros; porque los egipcios a quienes habéis visto
hoy, no los volveréis a ver jamás. Exodo 14:13
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jueves, 7 de julio de 2011

¡EL FARISEO Y EL PUBLICANO! (Lucas 18:19-14)

A lo largo de Su vida y de Su ministerio, Jesús enseñó muchas cosas en parábolas. Una de las más breves y a la vez mas profundas de todas fue la parábola del fariseo y el publicano. La Biblia nos relata que Jesús “dijo esta parábola a unos que confiaban en si mismos, teniéndose por justos, y despreciaban y miraban por encima del hombro a los demás” (Luc.18:9).
Antes de pasar a leer la parábola propiamente dicha, quizá convenga saber qué era exactamente un “fariseo” y qué era un “publicano”. Los fariseos constituían la más influyente de todas las sectas religiosas judaicas de la época de Jesús. La palabra “fariseo” significa textualmente “los separados, los separatistas”, definición que da a entender la naturaleza fundamental de sus creencias. Eran los más estrictos, legalistas de la época, y se comprometían a obedecer y observar toda la infinidad de reglas restrictivas, tradiciones y leyes ceremoniales del judaísmo ortodoxo. Se consideraban como los únicos seguidores auténticos de las leyes divinas, por lo que se creían mucho mejores y más santos que ninguna otra persona. De ahí que se separaban no solo de los no judíos -a quienes trataban con perfecto desdén y consideraban “perros gentiles” paganos-, sino que inclusive se ponían por encima y aparte de sus propios hermanos judíos.
¡Los publicanos, por otra parte, eran considerados por sus compatriotas judíos como gentes de la peor clase! Esto obedecía a que eran recaudadores de impuestos para las fuerzas extranjeras que ocupaban y regían Palestina: la Roma imperial. Sus hermanos los tenían por traidores por el hecho de que tenían autoridad para cobrar impuestos en nombre del César. Los romanos indicaban a los publicanos las sumas que debían cobrar al pueblo en forma de impuestos, y éstos podían recaudar lo que quisieran por encima de esa cantidad para sus propios ingresos. Generalmente eran, pues, unos desfalcadores, estafadores y ladrones de los judíos, por lo cual sus compatriotas los despreciaban muchísimo y los consideraban como la escoria de la sociedad.
De ahí que cuando Jesús narró esta parábola estableciendo el contraste entre un fariseo y un publicano, eligió a las dos figuras más diametralmente opuestas de toda la sociedad judía. Al uno se le tenía como el mejor, el más justo, el más religioso, el más santo y el mas piadoso de todos los hombres. ¡Mientras que el otro era visto como el peor, el más asqueroso y traicionero canalla que pudiera existir!
He aquí la parábola en las propias palabras de Jesús: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: ´Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, estafadores, injustos, malos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy fielmente diezmos, una décima parte de todo lo que gano´.”
“Mas el cobrador de impuestos se mantuvo lejos y ni se atrevía a alzar los ojos al Cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Dios, sé propicio a mí, pecador!”
“Entonces Jesús dijo a los que lo rodeaban: ´En verdad os digo que éste descendió a su casa justificado delante de Dios; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.” (Lucas 18:10-14)
Según Jesús, ¿cuál de estos hombres llegó a justificarse ante Dios? ¿El fariseo que aparentaba ser muy justo y santo, y que innegablemente se creía recto y bueno? ¿O el cobrador de impuestos, el pecador, al que otros desdeñaban y que según parece hasta se desdeñaba a sí mismo; aquel pecador que se sentía tan avergonzado que ni se atrevía a levantar los ojos al Cielo sino que, sin presunción alguna, imploraba misericordia y perdón a Dios?
¡El modo de ver Dios las cosas suele ser muy distinto del nuestro! Él dice: “¡Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos Mis caminos!” (Isaías 55:8,9) Si bien indudablemente eran muchos los pecados del publicano, gracias a que confesó y reconoció con humildad y sinceridad al hecho de que era pecador y que precisaba de ayuda divina, ¡Jesús dijo que éste fue el que abandonó aquel día el templo justificado, no el fariseo que se enorgullecía tanto de su propia bondad y rectitud, que a su modo de ver ni necesidad tenía de pedir ayuda a Dios! ¡Antes, probablemente creía que le estaba haciendo un favor a Dios al honrarle con sus oraciones!
Hay que aclarar, sin embargo, que a los ojos de Dios, el orgullo religioso santurrón como el manifestado por aquel fariseo, es el peor y más grande de los pecados, esa actitud hipócrita y beata de considerarse mejor que los demás, ¡y que lleva  los farisaicos a despreciar y a tener en menos a los demás por no considerarlos tan santos, puros, fieles o buenos como creen ser ellos! ¡A las personas así, los demás con frecuencia llegan a tenerlas por los seres más difíciles, intolerantes y de miras estrechas que hayan conocido jamás! ¡Ya que en vez de amar, perdonar y entender a los que los rodean, viven siempre criticando, juzgando y condenando a quienes no practican todos los “buenos actos” que hacen ellos!
Los Evangelios nos cuentan que “cuando los fariseos vieron a Jesús sentado a la mesa y que muchos publicanos y pecadores habían venido a sentarse y comer juntamente con Él, se encendieron de ira y preguntaron a Sus discípulos: ¿Cómo es que vuestro Amo come con los inmundos publicanos y pecadores? Pero Jesús les respondió: “Tienen que ir a aprender lo que significa: ¡Misericordia quiero, y no sacrificio!” (Mateo 9:10-13). Explicado de otro modo, Jesús les quiso decir: “!Preferiría que tuvieran más bien amor y misericordia, en lugar de limitarse a guardar la Ley y hacer toda una serie de sacrificios movidos por un rígido sentido del deber! ¡Preferiría que manifestasen amor a los demás en vez de ser tan santurrones y criticones!”
¡Seamos realistas, ninguno tenemos ni una pizca de bondad propia; si algo de bueno hay en nosotros se debe exclusivamente al Señor y Su bondad! ¡Dios es el Único que es que bueno! Su Palabra dice: “Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). ¡Todo el mundo es malo salvo los que tienen fe y poseen la bondad de Dios, el amor de Dios, la justicia de Dios! El propio San Pablo dijo: “!Yo se que en mi, en mi naturaleza, no mora cosa buena!” (Romanos 7:18)
¡Jesús se encolerizó tanto con la hipocresía santurrona y mojigata de los fariseos, que los catalogo de peores que los borrachos y las prostitutas, que los publicanos y los pecadores a quienes aquellos desdeñaban! ¡Y añadió que dichos pecadores tenían más posibilidades de llegar al Cielo que los fariseos!
Jesús les dijo en la cara: “¡De cierto les digo que los publicanos y las rameras van delante de ustedes al Reino de Dios!” (Mateo 21:31) Hasta llegó a decir a Sus propios discípulos: “!En verdad les digo que si su justicia no supera a las de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos!” (Mateo 5:20) Es decir, a menos que sean mejores que ellos, ¡jamás llegarán al Cielo! Y la única forma de ser mejores que ellos es tener la justicia de Cristo, porque los fariseos eran de los más buenos que pudiera haber en el plano natural.
Tanto detestaba Jesús la hipocresía de los fariseos que siempre simulaban ser tan justos y rectos, que en la más enconada denuncia que profirió jamás contra persona alguna, les declaró en público: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas, porque limpian lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro están llenos de estafas y de injusticia! ¡Fariseo ciego! ¡Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio!”
“¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera se muestran hermosos, más por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suerte de inmundicia! Así también, ¡por fuera se muestran justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía e iniquidad!” (Mateo 23:25-28)
¡Lo que hacía tan hipócritas y santurrones a los fariseos era su soberbia! Eran demasiado orgullosos para confesarse pecadores como todos los demás. Es más, no solo eran incapaces de confesar sus pecados, ¡sino que ni siquiera los veían! ¡Eran incapaces de admitir que pudiera existir algún mal en ellos, por lo que resultaban siendo “ciegos guías de ciegos”! (Mateo 15:14)
Es casi un alivio saber que uno es malo, admitir llanamente que uno no es bueno. ¡Al fin y al cabo, Dios ha dicho en Su Palabra que nadie es bueno! Por eso la peor clase de personas a los ojos de Dios son los que simulan ser buenos y miran a todo el mundo por encima del hombro. Su Palabra dice: ¡”No hay justo, ni aun uno! De ahí que por gracia somos salvos por medio de la fe; y esto no de nosotros, pues es don de Dios; no por nuestras propias obras ni bondad, para que ninguno nos gloriemos” (Romanos 3:10; Efesios 2:8, 9). Basta con que seamos sinceros y confesemos: “No soy bueno. Soy malo. Soy pecador. ¡Por supuesto que cometo errores! ¡Si, algo tengo de bueno es gracias a Jesús y nada más!”
El concepto que Dios tiene de la bondad y de la justicia no es el del perfeccionista que se cree inmaculado, ¡Sino el del pecador lastimoso, sin remedio, humilde y pecaminoso que sabe que necesita a Dios! ¡A éstos vino a salvar! “¡Porque no he venido a llamar a justo -dijo Jesús--, Sino a pecadores!” (Mateo 9:13) Así que para Dios la virtud consiste en depended de Él, el pecador que sabe necesita a Dios y que cuenta con Él para salvarse; ¡no el fariseo hipócrita y santurrón, convencido de que puede triunfar por sus propios esfuerzos y salvarse a base de su propia bondad!
¡El concepto divino de la santidad es el del pecador salvado por gracia, desprovisto de toda perfección y de toda justicia propia, que depende totalmente de la gracia, el amor y la misericordia de Dios! Y aunque parezca mentira, ¡esos son los únicos santos que existen! ¡No hay otros!
Total que ¿a cuál de los dos te pareces tú? ¿Al fariseo o al publicano?

ORACIÓN: Señor, Jesús, sabemos que la santurronería es orgullo, y que el orgullo es lo contrario del amor y la humildad. Te rogamos, pues, Señor, que no llenes hoy mismo de amor. Ayúdanos a no condenar a los demás, a ni siquiera pensar o rezar: “Oh Dios, te doy gracias que no soy como los otros hombres”. Cuando criticamos y nos ponemos orgullosos y nos alegramos de que no somos tan malos como los demás, ¡en realidad somos aún peores!
Tú dijiste: “Misericordia quiero y no sacrificio”. ¡Debemos pasar tiempo a solas contigo para aprender lo que esto significa! ¡Te rogamos, Señor, que nos ayudes a amar y perdonar los pecados ajenos así como Tú nos has perdonado a nosotros! Y ayúdanos a apiadarnos de los demás como Tú te has apiadado de nosotros. En el nombre de Jesús te lo pedimos, amén.

lunes, 27 de junio de 2011

LA SINCERIDAD

La Sinceridad es un valor que caracteriza a las personas por la actitud congruente que mantienen en todo momento, basada en la veracidad de sus palabras y acciones.

¿Alguna vez has sentido la desilusión de descubrir la verdad?, ¿esa verdad que descubre un engaño o una mentira?, seguramente si; la incomodidad que provoca el
 sentirnos defraudados, es una experiencia que nunca deseamos volver a vivir, y a veces, nos impide volver a confiar en las personas, aún sin ser las causantes de nuestra desilusión.

Pero la Sinceridad, como los demás valores, no es algo que debemos esperar de los demás, es un valor que debemos vivir para tener amigos, para ser dignos de confianza....

Para ser sinceros debemos procurar decir siempre la verdad, esto que parece tan sencillo, a veces es lo que más cuesta trabajo. Utilizamos las "mentiras piadosas" en circunstancias que calificamos como de baja importancia, donde no pasa nada: como el decir que estamos avanzados en el trabajo, cuando aún no hemos comenzado, por la suposición de que es fácil y en cualquier momento podemos estar al corriente. Obviamente, una pequeña mentira, llevará a otra más grande y así sucesivamente... hasta que nos sorprenden.

Al inventar defectos o hacerlos más grandes en una persona, ocultamos el enojo o la envidia que tenemos. Con aires de ser "franco" o "sincero", decimos con facilidad los errores que comenten los demás, mostrando lo ineptos o limitados que son.

No todo esta en la palabra, también se puede ver la Sinceridad en nuestras actitudes. Cuando aparentamos lo que no somos, (normalmente es según el propósito que se persiga: trabajo, amistad, negocios, círculo social...), se tiene la tendencia a mostrar una personalidad ficticia: inteligentes, simpáticos, educados, de buenas costumbres... En este momento viene a nuestra mente el viejo refrán que dice: "dime de que presumes... y te diré de que careces"; gran desilusión causa el descubrir a la persona como era en la realidad, alguna vez hemos dicho o escuchado: "no era como yo pensaba", "creí que era diferente", "si fuese sincero, otra cosa sería"...



Cabe enfatizar que "decir" la verdad es una parte de la Sinceridad, pero también "actuar" conforme a la verdad, es requisito indispensable.



El mostrarnos "como somos en la realidad", nos hace congruentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos, esto se logra con el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades y limitaciones.



En ocasiones faltamos a la Sinceridad por descuido, utilizando las típicas frases "creo que quiso decir esto...", "me pareció que con su actitud lo que realmente pensaba era que ..." ; tal vez y con buena intención, opinamos sobre una persona o un acontecimiento sin conocer los hechos. Ser sincero, exige responsabilidad en lo que decimos, evitando dar rienda suelta a la imaginación o haciendo suposiciones.



Para ser sincero también se requiere "tacto", esto no significa encubrir la verdad o ser vagos al decir las cosas. Cuando debemos decirle a una persona algo que particularmente puede incomodarla (pensemos en cosas como: su modo de vestir, mejorar su lenguaje, el trato con los demás o la manera de hacer y terminar mejor su trabajo), primeramente debemos ser conscientes que el propósito es "ayudar" o lo que es lo mismo, no hacerlo por disgusto, enojo o porque "nos cae mal"; enseguida encontrar el momento y lugar oportunos, esto último garantiza que la persona nos escuchará y descubrirá nuestra buena intención de ayudarle a mejorar.



En algún momento la Sinceridad requiere valor, nunca se justificará el dejar de decir las cosas para no perder una amistad o el buen concepto que se tiene de nuestra persona. Si por ejemplo, es evidente que un amigo trata mal a su esposa o a sus empleados, tenemos la obligación de decírselo, señalando las faltas en las que incurre y el daño que provoca, no solamente a las personas, sino a la buena convivencia que debe haber.



La persona sincera dice la verdad siempre, en todo momento, aunque le cueste, sin temor al qué dirán. Vernos sorprendidos en la mentira es más vergonzoso.



Al ser sinceros aseguramos la amistad, somos honestos con los demás y con nosotros mismos, convirtiéndonos en personas dignas de confianza por la veracidad que hay en nuestra conducta y nuestras palabras. A medida que pasa el tiempo, esta norma se debe convertir en una forma de vida, una manera de ser confiables en todo lugar y circunstancia.