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miércoles, 5 de enero de 2011

¡AL SERVICIO SECRETO DE DIOS! (Josué 2)

1. Al llegar a los llanos de la ribera del Jordán, la misión de Moisés llegó a su fin.
2. Sabía que le había llegado la hora. Ya había transmitido sus últimas palabras y bendiciones a las doce tribus de Israel y "Josué, hijo Nun, fue lleno del espíritu de sabiduría cuando Moisés oró sobre él para que el Señor lo ungiera como nuevo dirigente de Su pueblo".
3. Moisés subió solo a la ventosa cima del monte Nebo que dominaba los llanos. Allí "el Señor le mostró toda la tierra del otro lado del Jordán, diciendo, `Esta es la tierra que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob que daría a su descendencia. He aquí, te he permitido verla con tus ojos, mas no entrarás en ella'." (Deuteronomio 34:1-10).
4. Allí murió Moisés, en un valle cercano, sin otra compañía que el Señor, Quien lo llamó a recibir su recompensa celestial.
5. Entretanto, abajo en las llanuras, el propio Señor dijo a Josué, "Mi siervo Moisés ha muerto. Ahora, pues, levántate y pasa el Jordán, tú y tu pueblo, a la Tierra Prometida." Y prometió el Señor a Josué, "Yo os entregaré, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie."
6. La historia de Josué demuestra claramente que Dios es fiel en cumplir Sus promesas. Había jurado una patria para Su pueblo, y en aquel momento se dirigían a tomar posesión de ella. Así y todo, no es que les fuera entregada en bandeja sin ningún esfuerzo por parte de ellos. Por el contrario, Dios dispuso que participaran activamente en verdaderos conflictos bélicos a fin de obtener lo que El les había concedido. Y cuando Israel emprendió sus campañas, Dios estuvo con ellos. Sobrenatural y milagrosamente los ayudó a acabar con una de las civilizaciones más perversas de la historia, la de los cananeos, ¡que eran perpetuos sodomitas!
7. Al llegar a oídos del pueblo la noticia de la muerte de Moisés, todo Israel "lloró treinta días". Fue además un momento de profunda oración y examen de conciencia, no solo para el pueblo, sino particularmente para Josué, que iba a tener que dirigir a Israel y cargar con el grave peso que había recaído sobre él. Esos primeros días en que ya no pudo apoyarse en Moisés y recurrir a él para obtener fuerzas y respuesta a sus muchas preguntas, fueron más que nunca días de aprendizaje, ya que a partir de entonces Josué tendría que depender íntegra y totalmente del Señor para recibir aquella ayuda y orientación que tan apremiantemente necesitaba.
8. No obstante, el Señor estaba con él, y transmitió a Su nuevo pastor de las ovejas maravillosas palabras de aliento y de promesa. Le habló así, "Como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente; no temas ni desmayes, porque el Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas." Ese era justamente el ánimo que le hacía falta. ¡Qué fortaleza significó para él saber que no estaba solo!
9. Antes de cruzar hacia Jericó, ciudad cananea situada al otro lado del Jordán, Josué eligió de entre sus filas a dos de sus hombres más confiables para que fueran a espiar las defensas de aquella gran ciudad amurallada. Toda información que pudiesen reunir sería vital para trazar los planes de la primera conquista de Canaán.
10. Al día siguiente, los dos exploradores, ataviados en ropas similares a las que usaban los ciudadanos de Jericó, cruzaron las enormes puertas de la ciudad. Una vez allí, encontraron una posada situado en el muro mismo de la ciudad, donde resolvieron pasar la noche. La ventera era una prostituta llamada Rahab.
11. Los dos exploradores hablaron con Rahab, quien demostró ser una valiosa informadora. De pronto, sin embargo, el diálogo se vio interrumpido por el sonido metálico de un grupo de hombres con escudos, yelmos y corazas que se aproximaban al hostal.
12. Sin que los exploradores lo supieran, alguien había avisado al rey de que dos israelitas habían entrado de noche a la ciudad para espiar la tierra. Por eso el rey había enviado decir a Rahab que sacara a los hombres de su casa para que se presentaran delante de él.
13. "¡Síganme! ¡De prisa!" dijo urgentemente Rahab a media voz. "Escóndanse aquí. ¡Es la guardia del rey!"
14. Recobrando la calma, Rahab respiró profundamente y fue a contestar a la puerta, que para entonces los soldados ya golpeaban insistentemente. Con una sonrisita tímida, les abrió. "¿Sí? ¿Qué se les ofrece, señores? ¿En qué puedo servirles?" preguntó Rahab.
15. Los soldados reclamaron, "¡Saca a los dos hombres que se alojan en tu casa! ¡Son israelitas que han venido a espiar nuestra ciudad a fin de conquistarla!"
16. Pero Rahab les dijo convincentemente, "Es verdad, señor, que hace un rato dos hombres estuvieron por aquí, pero yo no sabía de dónde eran. Al anochecer, cuando ya se iban a cerrar las puertas de la ciudad, se marcharon. ¡Síganlos aprisa y tal vez los alcanzarán!"
17. Tragándose el cuento y no queriendo perder un solo instante buscando en su casa, los soldados salieron corriendo de la ciudad por el camino que conduce al Jordán, empeñados en alcanzarlos.
18. Cuando se fueron los soldados, Rahab dio un suspiro de alivio, pero temblorosa aún se dirigió a avisar a los dos hombres, "Sé que el Señor les ha entregado a ustedes este país, y que todos los moradores de esta tierra han sentido pánico ante vuestra presencia. Porque hemos oído cómo, a vuestra salida de Egipto, el Señor hizo secar las aguas del Mar Rojo; y hemos sabido igualmente de vuestras hazañas al otro lado del Jordán. ¡No es de extrañarse, pues, que nosotros les tengamos miedo! ¡Al enterarse de esto, ya a nadie le queda ánimo para resistirles, pues el Dios de ustedes no es un dios cualquiera, sino el supremo Dios de los Cielos!
19. "Les ruego, pues," imploró Rahab, "que me juren por su Dios que como yo tuve misericordia de ustedes, ustedes la tendrán también de mi familia."
20. Los hombres le dieron su palabra: "Si tú no nos denuncias, te garantizamos que ni tú ni tu familia sufrirán daño alguno. Te defenderemos con nuestra vida."
21. Enseguida, puesto que su casa quedaba en el muro de la ciudad, los llevó a la ventana y, bajo el manto de la oscuridad, los descolgó con una cuerda escarlata que había atado a la estructura de la ventana.
22. "Huyan al monte," les dijo en voz baja. "Escóndanse allí tres días, hasta que vuelvan los que los buscan; y luego prosigan su camino."
23. Los hombres le dieron las gracias y se despidieron, no sin antes advertirle, "Deja atado este cordón escarlata a tu ventana; pero como algún miembro de tu familia no esté en tu casa, no nos responsabilizaremos de lo que le suceda."
24. Así, pues, Rahab recogió la cuerda, pero la dejó atada a la ventana a plena vista, para que se pudiera reconocer su casa desde afuera.
25. Por fin, los dos espías llegaron felizmente al otro lado del Jordán, y con gran júbilo le relataron todo lo acontecido a Josué. "De cierto el Señor ha entregado toda la tierra en nuestras manos," dijeron. "Todo el pueblo tiene pánico de nosotros."
26. Qué noticias tan alentadoras las que recibió Josué de sus dos fieles servidores, que arrostraron los peligros de Jericó cuando estuvieron a punto de ser descubiertos por el enemigo. A partir de ese momento, ya Josué sabía que era hora de avanzar: primero para cruzar el Jordán, ¡y luego rumbo a Jericó!
27. En sus primeros tiempos, cuando estaba al servicio de Moisés, Josué había demostrado su valía como comandante de hombres. No solamente había sido un fiel seguidor y un oficial leal y obediente, sino que también había sido un dedicado mensajero, de quien Moisés podía fiarse y depender sin lugar a dudas.
28. Harto conocía Josué el significado del proverbio que reza: "Depositar confianza en un hombre infiel en tiempo de angustia, es como diente roto y pie descoyuntado" (Proverbios 25:19). Qué grato fue para él saber que sus dos exploradores habían cumplido tan fiel y gallardamente su importantísima misión.
29. Actualmente sucede lo mismo: ¡la falta de hombres confiables, leales y fieles es más patente hoy que nunca!

30. Que Dios nos dé hombres capaces para esta época nuestra,
¡de pensamiento firme, gran corazón, fe auténtica y manos dispuestas!
Hombres que no se dejan vencer por la codicia,
hombres que por las ventajas de su oficio no se venden,
hombres con opinión, iniciativa y justicia,
que aman el honor, hombres que no mienten.

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