A MI REY
Introducción
Todos sabemos que es de buena educación darle las gracias a quien nos hace un regalo. No obstante, con frecuencia olvidamos agradecerle a nuestro Padre celestial todo lo que nos obsequia cotidianamente. La Biblia nos aconseja que demos gracias en todo, porque esa es la voluntad de Dios (1 Tesalonicenses 5:18). Además, la Escritura nos exhorta: «Entrad por Sus puertas [a la presencia de Dios] con acción de gracias, por Sus atrios con alabanza» (Salmo 100:4).
¿Qué regalos nos ha dado Dios? ¡Todo! La vida, los amigos, el maravilloso mundo que nos rodea. Hasta la dicha más sencilla que experimentamos proviene de Él. Detenernos a reflexionar en todo lo que Dios nos ha obsequiado nos mueve a alabarlo y a ser más agradecidos con Él.
Surge, sin embargo, la pregunta: ¿De qué modo podemos darle las gracias? Quizá no sabes manifestar esa gratitud a Dios y a Su hijo Jesucristo, nuestro Salvador. A lo mejor consideras que te falta elocuencia. No te desanimes. Dios no espera que nuestras acciones de gracias sean modelos de fluidez, ni pretende que empleemos ciertas palabras en particular. Él se deleita en oír las sinceras expresiones de agradecimiento que nos brotan del alma, en lenguaje excelso o sencillo, con frases fluidas o entrecortadas, sean muchas o pocas nuestras palabras. Dios ve la alabanza que nos nace del corazón y la traduce en encantadoras melodías.
Así y todo, aunque a muchos nos gustaría expresar verbalmente nuestro agradecimiento, no encontramos las palabras idóneas. La presente selección de alabanzas, ya listas para ofrecer a Dios, te servirá de punto de partida. Con el paso del tiempo, te resultará más cómodo dar gracias a Jesús. Una vez que adquieras mayor soltura, te animarás a expresar tu gratitud con palabras propias. Bastará con que digas lo que te sale del alma. Al fin y al cabo, lo que más complace a Dios es tu deseo de ofrendarle alabanzas.
Imagínate: tienes la capacidad de hacer todos los días una ofrenda de gratitud a Jesús. Ruego que el presente libro de alabanzas te aliente a declarar, como el rey David: «Bendeciré al Señor en todo tiempo; Su alabanza estará de continuo en mi boca» (Salmo 34:1). Si lees las presentes alabanzas devocionales como si fuesen tus propias declaraciones, irás tomando cada vez mayor conciencia de las magníficas bendiciones —grandes y pequeñas— que el Señor te prodiga todos los días.
No es mi intención que la presente obra se convierta en un texto rígido para la práctica de un rito cotidiano. Más bien espero que estas páginas de adoración y alabanzas te inspiren a elevar tu corazón hacia el Cielo en cualquier momento del día. ¡Que Dios te bendiga y te motive a ofrecerle alabanzas de continuo!
Cuánto deseo estar contigo, Jesús, en Tu presencia, en Tu salón, mi gran Rey. Gracias por hacernos ver que para entrar por las puertas de Tus atrios tenemos que tocar las campanas, los carillones celestiales, mediante nuestras alabanzas. Cuando te damos gracias por Tu bondad, por Tu amor, por todo lo que haces, suenan las campanas. Cuanto más te damos gracias, más repican y emiten sonidos armoniosos, informando a los guardas que alguien está a las puertas del Cielo y solicita pasar. Estas alabanzas celestiales nos permiten la entrada.
Cuando te alabamos, somos conducidos a Tus atrios. En la alabanza está la contraseña que nos permite pasar a Tus majestuosos salones y acercarnos a Tu presencia. A través de la alabanza podemos entrar en Tus atrios de alegría.
Entramos a Tus atrios con alabanza y te amamos de todo corazón. Ahí te adoramos, te alabamos, te cantamos y alzamos los brazos a Ti. ¡Qué triunfos, qué protección, qué amor, qué paz y qué fuerzas nos proporcionan nuestras alabanzas a Ti! Y ¡cómo te gustan! Te satisfacen y te hacen sentir alegría, amor y felicidad. ¡Cuánto las agradeces! Y ¡cómo las necesitamos nosotros para acercarnos a Ti!
¡Cuánta falta nos hace entrar por Tus puertas, estar en Tus atrios, en Tu presencia, para amarte y llenarnos de Tu amor!
Te adoro, Jesús. Necesito Tu amor. Tiene un valor indecible para mí. Gracias por el maravilloso Espíritu que constituye Tu esencia, que nos abriga y nos proporciona esa cálida sensación de pertenencia, de que somos necesarios, de que somos parte de algo grande, parte de una existencia fascinante, parte de la vida. Por ello, te doy gracias. Gracias por la hermosa vida que nos has confiado y concedido. ¡Gracias! ¡Te amo y te ensalzo!
Jesús, te agradezco muchísimo que me entiendas y me ames. Te agradezco que me comprendas y tengas misericordia y compasión de mí aun cuando no sé qué decir para expresarte mi amor y gratitud. Tu misericordia es tan grande que es incomprensible e indescriptible, y me la renuevas cada mañana.
Cada día es todo nuevo. No te acuerdas de mis pecados anteriores; no recuerdas los errores que he cometido. Cada mañana es nueva, cada día está lleno de frescura, de tal modo que puedo volver a comenzar y seguir amándote.
Te agradezco que no tenga que preocuparme por lo que hice en otro tiempo, por las veces en que obré mal, me descarrié y no te amé como debía. Te agradezco que me perdones y que me baste con hacer hoy todo lo posible y amarte de todo corazón. Te agradezco que me lo hagas tan fácil y que sólo tenga que vivir cada día sin pensar ni en el pasado ni en el futuro. Ni siquiera tengo que preocuparme por la totalidad del día, sino que puedo vivir cada momento a medida que se presenta.
e adoro, Señor mi Dios, en mi corazón, mi mente y mi espíritu. Alzo a Ti mi alma en oración, alabanza y acción de gracias, pues eres el Dador de todas las cosas y lo eres todo para mí.
Eres mi Padre, mi Dios todopoderoso, el Dador de vida y fortaleza; Tú haces que se levante el sol, que resplandezca su luz y que caiga la noche. Eres el Creador de la vida, el Hacedor de todas las cosas. Eres también como una madre consoladora; me sostienes en Tus brazos, me consuelas cuando estoy triste, me abrigas con Tu amor y me nutres de con Tu seno. Asimismo, eres mi Señor, y me amas, me besas, me acaricias, me proteges y provees para mí. En conjunto, eres un solo Dios que lo engloba todo y me da cuanto necesito.
Te alabo y te doy gracias. Desnudo ante Ti mi corazón en alabanza, honra, gloria y acción de gracias. Pues soy como el polvo de la tierra, insignificante delante de Ti, que eres Dios de todas las cosas. Por Ti tengo vida y amor. Te debo toda mi existencia. Todo proviene de Tu mano: todo amor, toda paz, toda satisfacción, toda enseñanza. En Tu mano está lo que soy y lo que seré. Por eso te alabo y te honro.
Te quiero muchísimo y deseo disfrutar de Tu compañía. Quiero amarte y estar siempre contigo.
Jesús, gracias por manifestar Tu amor en nuestra vida de innumerables maneras. Sabes que todos los días tenemos batallas, que pasamos por altibajos y que nuestra vida no siempre es como una seda.
La vida está repleta de enseñanzas y nos queda mucho que aprender. Sin embargo, procuras enseñarnos a luchar y acudir a Ti y a Tu Palabra en busca de las soluciones y la orientación que necesitamos. Además, nuestros problemas no son nada comparados con los que sufren la desdicha de no conocerte.
Gracias porque disfruto de una vida rica, plena y gratificadora y no necesito recurrir a la bebida o a la droga ni ganar un montón de dinero para tener alegría y satisfacción. Gracias, un millón de gracias por sostenerme en Tus manos y cuidar de mí todos los días sin falta.
Jesús, cuando me siento débil, cuando la fatiga y el malestar me abruman, siempre estás a mi lado para envolverme con Tus brazos, consolarme y decirme que todo va a salir bien. Desciendes a mi nivel y me calmas los nervios, disipas mis preocupaciones y temores, y alejas la confusión que de otro modo me rodearía.
Te agradezco que me bendigas de tal forma. Tengo la enorme bendición de contar con Tu paz. Gracias por librarme de las preocupaciones de la vida. Gracias por la paz que sobrepasa todo entendimiento.
Te agradezco que no tenga que tomar pastillas para hallar sosiego en medio de un apretado horario. Me basta con tomarte a Ti. Te agradezco que no tenga más que sentarme unos momentos a Tu lado y sentir el alivio de Tus caricias, que me dan fuerzas para seguir adelante en los días febriles.
Gracias, mi espléndido y maravilloso Jesús, por Tus reconfortantes abrazos, que hacen desaparecer todas las montañas que simbolizan los obstáculos que se nos presentan en esta vida. Gracias también porque, aun cuando me siento bien, Tú haces que me sienta todavía mejor.
A Ti canto, mi Rey, mi Dios, mi Señor, mi Hacedor. Te canto con el corazón. ¡Te ensalzo con mis labios y levanto las manos en cántico, oración y alabanza a Ti, que me das vida, amor, alegría, paz y sabiduría, a Ti que todo me lo concedes! Te alabo, te honro y te glorifico, porque sólo Tú eres digno de ello.
Me entrego totalmente a Ti en cuerpo, alma, mente, corazón y espíritu. Tuya es toda mi existencia. Estoy por entero a tu disposición para que hagas conmigo como te plazca, ya que eres el Dios de todas las cosas. Mereces toda alabanza y gratitud. Eres el Dios de todo lo que existe y además mi Padre. Por ello te alabo, te reverencio y te enaltezco.
Gracias, Jesús, por este día radiante, por el sol y el azul del cielo y, sobre todo, por Tu amor. Eres tan paciente, tan amoroso y comprensivo. Nunca dejas de infundirme tranquilidad y levantarme el ánimo. Es prueba del gran amor que me tienes, pues pese a que me porto mal, nunca me tratas como me merezco.
Te doy gracias que no tenga que esperar a llegar allá para conocerte, sentirte y hacerte feliz. ¡Me das muchísimo cada día! Las bellezas de Tu Espíritu colman mi vida y me hacen desbordar por todos lados. Ciertamente renuevas Tus misericordias cada mañana, y mi copa rebosa de bondades. Es imposible más felicidad, más dicha, más bendiciones.
Te alabo, mi magnífico Señor, por darme paz interior, una calma enorme que me invade cuando me acurruco en Tus brazos. Te alabo por esa paz que siento aun cuando en todas partes hay tormenta. Te alabo, mi extraordinario Rey, y me inclino ante Ti en humilde entrega. Me agrada sentarme a Tus pies, contemplar Tu rostro y fijar la vista en Tus amorosos ojos.
Te agradezco que te volvieras como un mortal más y te pusieras el ropaje de la carne terrena a fin de experimentar las cosas que nos pasan y así ser un modelo para nosotros. Te entregaste sin medida. Cumpliste Tu destino. Al observar Tu ejemplo tomo conciencia de que no cejaste hasta lograr la victoria, y eso me anima y me infunde fe en que yo también puedo alcanzarla. Me inspiras confianza en que puedo hacerlo si camino cerca de Ti y sigo Tus pasos.
Gracias por mostrarme la vía. Gracias por ser una lumbrera delante de mí hacia la cual puedo encaminarme, un cálido fulgor hacia el que puedo correr y en el cual me deleito. Brinco de alegría sabiendo que puedo llenarme de Ti, Jesús. Agradezco poder embeberte y absorber Tu Espíritu.
Gracias por amarme, por enseñarme, por guardarme, por fortalecerme. Gracias por valerte de mí a pesar de como soy. Agradezco en el alma contar con la dicha de Tu amor, Tu comprensión y Tu apoyo. Te ruego que me ayudes a seguir haciendo todo lo posible por Ti, a seguir entregándote todo el corazón. Todo te lo doy, porque Tú me lo has dado todo. Te entregaste por mí sin reservas. Ayúdame a tener la determinación de servirte de la misma manera.
Muchísimas gracias. ¡Eres estupendo! Te quiero.
Tu amor no tiene medida. Tu misericordia rebasa los cielos en altura. Tu paciencia es más profunda que lo más hondo del mar.
Gracias por darme hoy un nuevo comenzar. Lo más importante que quiero hacer en este día es compartirlo contigo. Antes que nada, deseo sentarme a Tus pies y escuchar lo que quieras decirme. Si tienes algo para mí, aquí estoy, Señor. Te presto toda mi atención. Si tienes instrucciones, sugerencias, indicaciones, palabras de sabiduría —tal vez algunos consejos prácticos que puedan ayudarme a lo largo del día— o tiernas palabras de amor, aquí estoy. Te escucho.
Este es mi rato predilecto de cada día, estos instantes en la mañana en que hago a un lado los afanes de la vida a fin de escucharte y hallar las fuerzas que necesito para enfrentar la jornada. Te agradezco estos momentos. Sin ellos, no lograría salir adelante. Mis fuerzas radican en que sé que puedo sentarme aquí y escuchar Tu voz tranquilizadora.
Gracias por esta bendición. Gracias por este lugar tan preciado —este santuario de quietud y confianza, aquí, a Tus pies— en el que puedo dedicarte toda mi atención. Pero eso no eso todo: Tú también me entregas toda tu atención. Gracias, amado Jesús, por susurrarme al oído Tus instrucciones para hoy. Te quiero. Gracias por este nuevo día.
Te alabo, te enaltezco y te doy la gloria a Ti, Dios de toda la creación, autor de todas las cosas: de la belleza contenida en todo lo que veo, de la maravilla que entraña cada objeto, desde el más grande hasta el más pequeño. Todo es obra de Tu mano, tanto una partícula atómica como el universo. Tus prodigios sobrepasan toda imaginación
Eres el Dios de la gloria. El Dios de las profundidades, tan hondas que nadie las puede sondear. El Dios de las alturas, tan elevadas que nadie acierta a comprenderlas. El Dios de los espacios, tan amplios y extensos que nadie los puede llenar.
Te doy toda la gloria, la honra, la alabanza y la acción de gracias, pues eres un Dios tan grande, tan poderoso, tan inmenso, tan sabio, tan pleno y tan fuerte, que a Tu lado yo no soy nada. Sin embargo, te rebajas a amarme, cuidarme, anhelarme, desearme, salvarme y conducirme a Tu Reino para que viva contigo eternamente.
Oro para que siempre te diga que sí, sin importar lo que me depares hoy, mañana o el año entrante. No quiero perder la relación tan estrecha de que gozamos ahora. Jamás quisiera sentirme lejos de Ti.
Me llevas tiernamente de la mano por Tu palacio celestial, donde me muestras salones que no conocía y cosas que no había visto. No quiero soltarme de Tu mano. Procuraré deleitarme en los nuevos dones que me enseñes en cada salón, aunque me parezcan extraños o no entienda su funcionamiento.
¡Qué generoso eres, Jesús! ¡Qué manera de prodigarme regalos! Sé que nunca me darás nada que me haga daño o sea causa de desesperación. Aunque me cueste aceptar algunas de Tus dádivas, quiero cumplir con lo que me exijas, pues deseo lo que me quieras dar.
No quiero rechazar ninguno de Tus regalos. Quiero estudiar cada uno contigo. Quiero deleitarme en cada uno, aprender a estimarlo, a apreciarlo. De esa forma llegaré a conocerte con mayor profundidad. Llegaré a entender Tu corazón. Jesús, te deseo a Ti ante todo. Más que Tus bendiciones, más que Tus regalos, más incluso que la paz que siento cuando estoy a Tu lado.
¡Cómo te quiero! Me has demostrado una y otra vez el gran amor que me tienes. A pesar de que yo no era nada, viniste al mundo y moriste por mí para que siempre pudiera morar a Tu lado. Descendiste a las profundidades en pos de mí, y yo me aferré a Tu mano. Me alzaste hasta un lugar magnífico y continúas haciéndome ver día tras día los prodigios de Tu amor.
A veces me dejo agobiar tanto por los afanes de esta vida y las circunstancias que me olvido de dedicarte la atención y el amor que te mereces y deseas. Sin embargo, pese a que a veces me olvido y me enfrasco en lo que me rodea, Tú no dejas de comprenderme, de amarme y de animarme a acudir a Ti. Sigues recordándome que estás siempre a la espera de que me acerque a Ti, para recuperarme y renovar mis fuerzas.
Te quiero muchísimo. Me has dado una enormidad: abundante amor, esperanza y alegría, y numerosas emociones espirituales. Lo menos que puedo hacer es corresponder a ese amor, y deleitarte y complacerte en la medida de lo posible.
Jesús, todo mi amor te doy.
Haz que cada día, desde hoy,
viva como quieres Tú:
siendo un espejo de Tu luz.
Te entonaré cánticos desde el fondo de mi alma. Con mi postrer aliento aún te cantaré. Gloria y honra te corresponden en el Cielo, a lo largo y ancho de la Tierra y en el universo entero.
Jesús, mi vocabulario se queda corto para manifestar los sentimientos que abrigo por Ti. Cuando digo que te amo, en realidad no expreso a cabalidad lo que siento.
Me maravillo cuando pienso que el amor que me tienes es miles de veces mayor que el que siento yo por Ti. No logro comprender cómo me amas tanto. Pero sé que es así porque Tú lo has dicho, y creo en Tus Palabras y en Tu amor. Te tengo más cariño que a ninguna otra persona del Cielo o de la Tierra, y quiero seguir amándote más y más.
Cuán gloriosa es Tu misericordia. ¡Qué maravillosa es Tu bondad! Tu amor lo supera todo. Para siempre es Tu misericordia. Tu perdón es total: me lava el alma, me purifica, echa fuera de mí todo lo oscuro y sucio. Me presento ante Ti, Señor, que lo eres todo: mi Dios, mi Salvador. Me inclino humildemente en sumisión; porque yo nada soy, y Tú lo eres todo.
Nadie tiene la gloria, la fortaleza ni el amor que Tú posees. Te entrego todo lo que soy. Elevo a Ti mi voz, mi corazón y mi espíritu en alabanza, acción de gracias, honra, gratitud y gloria. Te entrego cuanto tengo, pues digno eres de ello.
Te agradezco que seas tan comprensivo y tranquilizador. Me transmites sosiego y me garantizas que todo va a salir bien porque está en Tus manos. Todo lo que te encomiendo, Tú lo resuelves. Ayúdame, pues, a encargártelo todo.
Te agradezco que no tenga que ganarme Tu amor. Te agradezco muchísimo que me lo brindes de forma gratuita. Me amas independientemente de lo que esté haciendo, de lo que haya hecho o de lo que vaya a hacer más adelante. Las circunstancias, la situación y los acontecimientos no alteran en modo alguno lo que sientes por mí. Los sentimientos que albergas por mí no dependen de nada de eso. El amor que me profesas es incondicional. Eso me hace amarte aún más.
Te ruego que me ayudes a no distraerme con los afanes de la vida y olvidarme de Ti. Que en todo momento tenga presente Tu gran amor, aunque no siempre lo sienta, lo vea o lo entienda. Ayúdame a tomar tiempo para amarte, cualesquiera que sean las circunstancias, de la misma manera que Tú siempre me amas y tienes tiempo para mí.
Jesús, Tu amor me ha abrazado y me ha inundado. Cuando mi cuerpo se fatiga y mi espíritu sucumbe al cansancio, Tu amor me refresca, Tu Espíritu me regenera.
Amado Señor mío, ¡qué alivio es apartarme de los problemas del día y desembarazarme de todas mis preocupaciones! Gracias por ocuparte de todo. Gracias por tenerlo todo en Tus manos. Cuanto más te encomiendo mis problemas e interrogantes, cuanto más acudo a Ti para amarte, más me ayudas y me das las soluciones que necesito.
Quiero amarte cada vez más. Me alegro mucho de poder acudir a Ti en cualquier momento del día o de la noche. No tengo que esperar a tener un problema grave. A veces simplemente quiero decirte lo mucho que te aprecio, cuánto te amo y cuánto te necesito. Me haces muchísima falta. No puedo hacer nada sin Ti.
Cuánto te estimo, mi gran Amor, más que la vida. Te elevo el alma con mi alabanza más sentida. Señor, te adoro con devoción apasionada:
Tú me has escogido aunque yo no valga nada.
¡Cuánto te aprecio, mi Amado, mi Rey, mi Señor!
Guíame en todo camino y cantaré Tu esplendor.
A Ti acudo, Tú que lo eres todo para mí.
Te anhelo, mi Vida. Me rindo por entero a Ti.
Ante Ti me postro en serena reverencia.
Pídeme lo que quieras: eres quien llena mi existencia.
Me haces falta, mi Amor. Rodéame con Tus brazos.
Me recuesto en Tu pecho y en Ti encuentro descanso.
Te agradezco, Jesús, que estés a mi lado mientras subo la montaña de la vida. Conforme recorro el sendero de Tu voluntad, siempre me llevas de la mano. Siempre estás cerca para consolarme. Siempre estás presente para indicarme el camino. Siempre estás a mi lado para guiarme, para ser mi consolador, mi amigo y mi compañero inseparable.
Te agradezco que aun cuando me abruman los afanes y trajines, y me encuentro con obstáculos en el camino, Tú me consuelas y me hablas de Tu amor. Siempre me animas a seguir luchando y avanzando.
Si no fuera por Ti, no sé cómo saldría adelante. Me das fuerzas para proseguir. Me das voluntad para continuar viviendo. Cuando me canso y me debilito tanto que no puedo dar un paso más, me alzas y me llevas en brazos. En los momentos de mayor debilidad y abatimiento, cuando me siento insignificante, me estrechas fuertemente y lo resuelves todo.
Gracias por Tu amor. Gracias por velar sin cesar por mí, por infundirme paz y seguridad. Gracias porque no tengo nada que temer. Sabiendo que me has protegido hasta ahora y que siempre estarás pronto a socorrerme, no tengo miedo del futuro. Ayúdame a permanecer a Tu lado en todo momento y a no alejarme nunca de Ti.
Lo eres todo para mí. Te amo hasta lo indecible. Te necesito, te alabo, te colmo de palabras de adoración y te ensalzo por Tu imponente majestad.
Te agradezco el amor tan intenso que me tienes. Es de incalculable valor. En un mundo en que los hombres aspiran al poder y a las riquezas, Tu amor es inapreciable. Sobrepasa con mucho todas las riquezas que puedan hallarse en este mundo. Te alabo por este admirable y espléndido amor, Tu ilimitado amor que va transformando mi vida.
Jesús, al recordar el tiempo que hemos pasado juntos, no puedo menos que maravillarme de las múltiples formas en que Tu mano me ha conducido. He pasado por sitios agradables y por lugares adversos. He subido montañas y descendido a valles. Me han embargado la dicha y la tristeza. En toda situación, Tú me has sacado adelante y me has ido convirtiendo en la persona que quieres que sea.
Me alegra mucho haber permitido que llegaras a formar parte de mi vida. No sé qué hubiera hecho sin Ti. No hay nada en este mundo que pudiera llenar el espacio que ocupas Tú en mi vida y en mi corazón.
Me enorgullece que me asocien contigo y que pueda acceder a Tu amor y Tus palabras.
Te alabo, buen Señor, por Tu amor incondicional. ¿En quién sino en Ti podría encontrar semejante amor?, un amor constante, infinito, sin medida.
Con mi mente finita no siempre alcanzo a comprender o descifrar cómo es que me amas tanto; pero sé que es así. Te agradezco que no necesite entenderlo. Basta con que extienda la mano y acepte lo que me das. Me lo pones todo tan fácil.
A veces cuando me siento impotente, presa del desaliento y la confusión, y cuando no encuentro palabras para expresar mis más íntimos secretos, permanezco en silencioso reposo, en la calma y confianza que sólo Tú eres capaz de inspirar. Con asombro descubro entonces que Tú entiendes. Alivias mis preocupaciones y temores, y con Tu cariño y Tus besos enjugas mis lágrimas.
Agradezco que puedo amarte de múltiples formas: obedeciendo Tus preceptos, sirviéndote con las manos y la lengua y dándote a conocer a los demás. Te agradezco que pueda amarte amando al prójimo... que pueda amarte exhibiendo un alegre semblante... que pueda amarte maravillándome de Tu creación y alabándote por ella... que pueda amarte gozando al máximo de la vida y dando ejemplo de lo felices que pueden ser los hijos de Dios.
Eres mi vida misma, mi aliento, la dicha de mi corazón. Haces brillar mis ojos, haces que mi sonrisa se ilumine y que de mis labios brote una canción. Te canto porque me haces feliz, ¡te canto porque soy libre! Te canto, mi Rey y Señor. Toda gloria y toda alabanza sean dadas a Ti.
Corro a Ti. Me aferro a Ti. Eres mi mayor deseo.
Jesús, lo eres todo para mí en la vida. Eres para mí el universo y mucho más. Gracias porque Tu amor no conoce límites. No te cansas de dar y de verter sobre mí. No sé cómo ni por qué, pero lo haces, y eso es lo único que me importa.
Cada vez que pienso en el alto honor que me has concedido —Tu gran amor e infinitas bendiciones—, me conmuevo. Me he propuesto corresponder a ese amor. Quiero darte todo lo que tengo, todo mi ser.
Te alabo por Tu gran amor. ¡Te tributo alabanzas porque siempre puedo contar contigo! Jamás me defraudas. Otros pueden fallar, el mundo entero puede fallar, pero Tú nunca fallas. ¡Qué gran bendición es tenerte!
Eres el inspector de mi alma. Cuando llevas a cabo una inspección y encuentras, como sucede a veces, que no todo está en orden, haces alarde de paciencia, gracia y comprensión. Me amas sea cual sea el estado en que me halle.
Gracias por Tus recordatorios, por Tu cuestionamiento de algunas cosas que encuentras en el curso de Tus inspecciones. Me ayudas a eliminar los desechos, a desembarazarme del viejo equipaje, a quitar las telarañas y a ventilar el aire viciado e impuro de los cuartos.
No te quedas observando mientras hago todo el trabajo, sino que te sitúas a mi lado, me guías, me instruyes y me ayudas a echar fuera el montón de afanes y pesares que de algún modo han ido a parar a los rincones y armarios de mi alma. Incluso sacas a relucir cosas olvidadas de hace mucho tiempo, de las que debí haberme desembarazado hace años, y otras que me habías dicho que desechara, pese a lo cual me aferré a ellas por si acaso las volvía a necesitar. Gracias por no enfadarte conmigo cuando descubres que no te he obedecido, que no me he librado de ciertos trastos con la presteza y celeridad con que Tú me indicaste que lo hiciera.
Gracias por ser benévolo conmigo en esos momentos de inspección, aunque yo a veces proteste y discuta contigo. Gracias por manifestarme un amor incondicional.
Gracias por amarme. Me amas pese a que no merezco Tu amor, pese a todas mis faltas, fracasos y errores. Me amas a pesar de todas las veces en que he errado el blanco. ¡Qué amor! ¡Qué amor tan dulce, tan hermoso, tan inapreciable! Gracias por sostenerme en Tus brazos. Aun cuando estoy débil y con ganas de rendirme, Tú me sostienes con gran compasión y te muestras muy comprensivo. Tomas mi cabeza, la recuestas sobre Tu pecho y me dices que simplemente descanse. Eres tan cariñoso y tan tierno.
No te importa que no logre expresar con palabras los pensamientos que abrigo muy dentro de mí. No es necesario que siempre los verbalice. Gracias porque puedo tener la plena confianza de que Tú me entiendes. Esa dulce comunión de que gozamos me da la tranquilidad de que comprendes los más hondos anhelos de mi corazón, los más profundos deseos de mi alma. Tú lo entiendes todo, nada te es oculto, y lo mejor es que de todas maneras me amas. Realmente te preocupas por mí.
Con sumo gusto te lo doy todo. Estoy feliz de confiar en Ti como confía una niñita en su padre.
Gracias por consolarme y reanimarme cuando me caigo. Siempre me tomas en brazos. Si me he lastimado, me ayudas a limpiarme la herida, y me enseñas a andar más en oración y a tomarme el daño con calma para poder recuperarme.
Gracias también por protegerme de las cosas verdaderamente malas de la vida. En tanto que no me aparte de Tu lado, no tengo nada de qué preocuparme.
Te quiero muchísimo. Te encanta hacerme feliz y darme muchas cosas, nada más por lo mucho que me quieres. A veces, hasta me consientes. No me merezco tantas maravillas como haces por mí. ¡Eres el mejor padre que pueda haber!
Sé que nunca me dejarás. Tengo la seguridad de que siempre estarás a mi lado y siempre me sostendrás. Ayúdame a permanecer siempre en Tus brazos, a no evadirme de Tu regazo. Haz que no me adelante ni me atrase demasiado. La verdad es que deseo estar aquí, quiero acurrucarme en Tus brazos y quedarme así siempre.
Tú eres mi ancla. Una cadena me une a Ti. No importa que los mares estén embravecidos y tormentosos: sé que Tú estás conmigo y que no me separaré de Ti. Nada de eso me impresiona ni me alarma. Te amo y te lo agradezco, mi adorado Señor.
Gracias por Tu comprensión. Gracias por estrecharme en Tus brazos, Jesús. Te adoro. Te necesito. Te deseo.
Haces que me sienta muy a gusto contigo. Nunca me rechazas. Eres más que un amigo. Sé que nunca me abandonarás. Tengo la certeza y la tranquilidad de que mi corazón está en Tus manos, y de que lo tratas con gran cuidado y ternura.
A veces tienes que estrujarlo para sacarle la dulzura, pero no me importa que me duela; sé que eso me volverá más como Tú. Nunca harías nada que me causara un daño o perjuicio permanente. Sólo me hace más fuerte y me pone en mejores condiciones para que te sirvas de mí. Incluso las pruebas que me pones en el camino son manifestaciones de Tu cariño. El hecho de que me dejes pasar por esos trances es señal de que me amas. Sé que te duele tener que ponerme a prueba, pero lo haces porque sabes que el resultado valdrá de sobra la pena.
Ayúdame a ver las cosas como Tú las ves, a no ocuparme tanto de los asuntos de este mundo que solo advierta los problemas y padecimientos del presente. Ayúdame a mirar más allá del presente. Cuando siento que me estrujas el corazón, recuérdame que Tú solamente lo amoldas de modo que sea más agradable a Tus ojos, más apto para amarte a Ti y a los demás.
Te ruego que no dejes de hacer lo que sea necesario para estrechar mi relación contigo y hacerme amarte más, pues no hay nada en el mundo que anhele más que amarte con todo lo que tengo dentro.
Tu amor me llega desde lo alto y me penetra el alma. Me aviva el espíritu y el cuerpo. ¡Me renueva! Cada día contigo se siente nuevo y radiante. Me hace tan feliz que esto nunca vaya a acabar, ya que fuera de Ti no hay nada para mí.
Gracias, Jesús, porque puedo serte agradable alabándote, derramando mi corazón ante Ti. Gracias por llenarlo de alabanza y gratitud... por los numerosos milagros que obras por mí cada día... por estar siempre presente y cubrir siempre mis necesidades.
Lo eres todo para mí. Haces que me rebose el corazón de alegría, alabanza y gratitud, y lo mueves a cantar. Te entrego mi corazón y te alzo los brazos en alabanza.
Gracias por Tu amor, por Tu dulce presencia. Gracias por Tu Espíritu, que me protege, me guarda, me cuida, provee para mí, me motiva a brindarme a los demás y refleja el poder de Tu amor, de Tu salvación, de Tu verdad.
Te agradezco que yo pueda menguar para que crezcas Tú en mí. Gracias por dejarme reflejar Tu luz. Ayúdame a hacerlo de la forma que Tú quieras. Gracias porque el amor que nos tienes a mí y a todos no conoce límite ni confín. Gracias por la fe, que nos permite contemplar Tu rostro, mirarte a los ojos, verte, reflejarte, renovarnos en Ti, llenarnos de Ti y recibir Tu amor.
Toda gloria y todo honor sean para Ti, Señor. A Ti te canto. Tú eres mi vida. Eres mi esperanza. Eres mi todo. Te adoro por encima de todas las cosas. Te cedo mi corazón. Lo dejo en Tus tiernas manos. Te agradezco la ternura, la dulzura y la suavidad con que cuidas mi corazón, lo amoldas y le das forma. Este pobre corazón mío a veces se sobrecarga y se fatiga por la tensión y los afanes de esta vida. Sé que no debería ser así, pero ocurre. Sin embargo, Tú lo tratas con tanta ternura, le prodigas cuidados y lo acercas de manera que quede bien pegadito a Tu seno.
¡Es un don divino que los dos estemos tan unidos! Este tierno y cálido amor no tiene precio. Lo eres todo para mí. Tu amor ha desentrañado el gran misterio de la vida. Tú eres el misterio de la vida. El mundo entero tiene sed de Ti.
Te debo la vida. Te debo el placer y la pasión de vivir. Te agradezco que pueda servirte, que pueda crecer en el conocimiento y la comprensión de Tu presencia y de Tu amor. Te agradezco que vivas en mí. Te alabo por los placeres de la vida, por poder respirar la pureza de Tu aire y comer los sabrosos alimentos que has creado. Te doy gracias por los retos que nos presenta la vida, que suponen la resolución de problemas... por los descubrimientos y por las invenciones... por la revitalización que obtengo del ejercicio diario, que infunde vigor a cada célula de mi cuerpo... por los abrazos y los besos y por los múltiples placeres que nos prodigas.
Te doy gracias por los sentimientos de piedad, compasión y pesar que añaden profundidad a mi vida y me acercan a Ti; por los reconfortantes abrazos y caricias que nos hacen sentirnos seguros y amados; por la risa, por las situaciones graciosas de la vida, y también por la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Gracias por el amor, en todas sus tiernas y diversas expresiones.
Te alzo las manos y te alabo de todo corazón por cada uno de los preciados dones que me has concedido.
A Ti sea toda la alabanza. ¡Quiero proclamar Tus alabanzas desde las azoteas! Quiero anunciar Tu espléndido amor y grandeza por toda la extensión del universo y más allá.
Gracias, Jesús, por Tu amor. Gracias por la belleza y frescura de Tu Espíritu. Cuando me detengo a pasar un tiempo contigo, soy como un pajarillo que despliega las alas al viento y se remonta a los cielos. Me alzas y puedo alejarme volando de todos los problemas y afanes que me abruman.
Es tan hermoso sobrevolarlo todo desde aquí arriba contigo y verlo como Tú lo ves. Todo es mucho más claro y cobra tanto más sentido cuando estoy contigo. Hasta puedo tener sosiego en situaciones que no entiendo. Sé que todas las cosas están en Tus manos y que Tú llevas las riendas. Adoro estos momentos que paso contigo, navegando en Tu brisa y recibiendo los besos de Tu viento. ¡Cómo me refrescan!
Tu amor es luz, calor, desvelo. Tu amor es compartir, creer, recibir. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Nunca causa temor, inquietud ni ansiedad. Nunca es sinónimo de presiones, problemas, dolor o preocupación. Tú no eres más que luz, vida, libertad y amor. El Tuyo es un amor sin medida, un amor que nunca defrauda, un amor que no conoce horas, un amor que siempre está presente, un amor que trasciende los vaivenes del tiempo.
Tu amor alcanza hasta la más lejana estrella y toca el lecho del más profundo océano. Tu amor no conoce días, noches ni horas. No deja de ser. Es interminable, infinito, eterno.
Gracias por cuidar de cada uno de nosotros, Tus pajarillos. Nos gusta cantar y alabarte. Nos encanta glorificarte con nuestras palabras. Disfrutamos diciéndote cuánto te amamos y lo impotentes que somos sin Ti, sin Tus cuidados, sin que nos alimentes y nos protejas. Ni siquiera podemos volar sin que Tu suave brisa nos sostenga y nos impulse. Gracias por habernos dado alas para volar hacia Ti y alejarnos del suelo, de la tierra, de los peligros que podría haber allí para nosotros. En cualquier momento del día no tenemos más que desplegar las alas, pues Tu brisa siempre sopla para alzarnos por encima de las dificultades. Te queremos, Jesús. Nos encanta volar contigo.
Tu amor sosiega mi corazón, impregna todo mi ser. Gracias, Jesús, por Tu amor, que sobrepasa mi entendimiento humano, mi comprensión carnal. Gracias por el amor.
Te amo por ser quien eres. Siempre estás dispuesto a ayudarme hasta en las cosas más insignificantes. Siempre te muestras cariñoso conmigo, y te lo puedo contar todo. Aun cuando me sumo en la desesperación, Tú siempre estás a mi lado. Me tomas de la mano y mucho más.
Siempre me ofreces Tu cálido y tierno amor. En todo lo que hago eres un apoyo para mí. Si me hace falta un abracito —o un abrazote—, ahí estás para dármelo. Cuando surgen problemas a lo largo del día, sé que estás a mi lado para ayudarme a resolverlos. Aun cuando se me presentan dificultades que no parecen importantes, te muestras deseoso de venir enseguida a ayudarme. Cuando estoy muy junto a Ti, los afanes de esta vida me parecen tan distantes y de muy poca trascendencia. Me encanta que me ayudes con las pequeñeces, con las cosas sencillas. Me toca el corazón ver cómo te preocupas por los detalles más insignificantes. Para Ti no hay nada tan pequeño que no precise Tu atención. Puede que algunos lo consideren pequeño; mas para Ti lo pequeño tiene gran importancia. Que te intereses y me ayudes en las decisiones que se suponen más intrascendentes es muestra perfecta de Tu amor inagotable.
Gracias, Jesús, por Tu amor tierno, maravilloso y milagroso. Te agradezco que pueda amarte, y que Tú me amaras a mí primero. Gracias por Tus afectuosas misericordias que se renuevan cada mañana.
No comprendo cómo me puedes tratar con tanto amor y clemencia. Me maravilla. Me llena de gratitud. Gracias por las fuerzas que me transmite Tu amor.
Estás siempre cerca de mí. Estás presente siempre que tengo una necesidad o que hay algo que no entiendo, cuando estoy en una situación crítica, cuando no estoy haciendo otra cosa que lo que tengo entre manos. Gracias porque puedo depositar plenamente mi confianza en Ti, apoyar todo mi peso en Ti y sincerarme del todo contigo.
Te agradezco la gran comprensión y paciencia que tienes para conmigo. Me aceptas y me animas a seguir adelante por Ti pase lo que pase. Cada vez que te miro y acudo a Ti, siempre estás a mi disposición. Vienes corriendo hacia mí con los brazos abiertos para volver a abrazarme, estrecharme fuertemente y ayudarme a seguir adelante. Eres extraordinario. Agradezco de corazón los inestimables cuidados que me prodigas, la ternura y el amor con que me cuidas, como si no tuvieras más hijos.
Estoy en deuda contigo, porque comprendes mis íntimos sentimientos. Te agradezco, Jesús, que no tenga que preocuparme pensando si me comprendes o no. Cuando me siento incapaz de explicarme debidamente y titubeo en lo que digo, o cuando no encuentro las palabras indicadas para expresarme, puedo simplemente recostarme aquí y descansar en Ti, con la seguridad de que Tú encuentras sentido a lo que digo. No siempre tengo que emplear palabras para comunicarme contigo. Tú comprendes todo lo que quiero decir cuando te desahogo mi corazón.
Me basta con hacer el esfuerzo de acercarme a Ti y tocarte. Entonces me llenas las manos de cosas bellísimas. Todo Tú eres hermoso. Todo lo que te rodea está lleno de encanto. Cuando te siento próximo a mí, tengo sosiego y solaz; sé que lo resolverás todo. Disipas mis preocupaciones con Tus Palabras apaciguadoras. Me das cuanto necesito. Es sencillamente asombrosa y sobrenatural la forma en que obras esos milagros en mi vida. A mí, que tiendo a preocuparme tanto, me infundes paz. Me induces a pensar cosas buenas teniendo yo tanta tendencia a pensar negativamente. Me llenas de satisfacción y felicidad aun en medio de las dificultades.
Eres lo que se dice prodigioso, Jesús. Sólo Tú eres capaz de hacer eso por mí. Lo agradezco en extremo. No puedo menos que darte gracias y alabarte por los muchos portentos que obras. Te quiero con todo el corazón.
Gracias por perdonarme cuando me descarrío. Es bueno saber que el amor, la misericordia y la paciencia que tienes conmigo no son como los que manifiesto yo a los demás.
Las veces en que no capté lo que querías hacerme entender, Tú aguardaste pacientemente. Esperaste, te mostraste paciente, nunca perdiste las esperanzas en mí. Tuviste fe en que tarde o temprano yo aprendería y progresaría. Y Tu fe en mí dio resultado.
Estoy en deuda contigo por la fe que tuviste en mí. Ayúdame a tener fe en los demás, como Tú la has tenido en mí. Te doy gracias, Señor, porque puedo confiar en Ti sean cuales sean las circunstancias. Sé que siempre me vas a sacar adelante. Aun cuando se me han agotado las fuerzas, Tú estás a mi lado para sostenerme y llevarme a buen puerto. Gracias por la espléndida manera en que me instruyes y me guías. Desde el Cielo extiendes Tu mano para asir la mía, y con paciencia me conduces.
Gracias por ser mi magnífico padre, mi fuerte proveedor y defensor. Soy tan insignificante, y Tú tan grande y tan fuerte. Al recordar eso, al darme cuenta de que no tengo que ser tan grande ni tan fuerte ni tan inteligente como para resolver los complejos problemas de la vida, me tranquilizo mucho. Lo único que tengo que hacer es acudir a Ti y contártelos, y Tú me das las soluciones. Si los problemas son demasiado complicados para mí, Tú te haces cargo de ellos y los resuelves Tú mismo. Yo no tengo que hacer nada. No tengo más que encomendártelos y confiar en que Tú sabes lo que más me conviene.
Me quieres tanto y me cuidas tan bien. Aun cuando me pongo de mal humor y me porto como un niño al que se le ha roto un juguete, simplemente te lo traigo y Tú lo arreglas.
Gracias porque puedo confiar en Ti. Aun cuando escucho Tu voz que me pide que no haga algo que tengo muchos deseos de hacer o que te devuelva algo que ansío tener, puedo obedecerte, porque Tú sabes qué es lo mejor. Puedo dejar el asunto enteramente en Tus manos, con la plena confianza de que me darás algo mejor que me hará muy feliz.
Alabado seas, Señor, por sosegar todas mis inquietudes y preocupaciones. Si alguna vez me inclino a pensar que llevo a cuestas demasiadas cargas u obligaciones, puedo envolverlas todas y entregártelas a Ti. Te agradezco que Tus hombros sean tan anchos como para llevar cualquier carga.
Gracias por convertirme en la nueva criatura que quieres que sea. Gracias por hacer que aquella persona que una vez fui vaya menguando y que la nueva vaya creciendo, asemejándose más a Ti.
Te agradezco que pueda acudir a Ti. Te ensalzo por el resplandor de la luz que me pones delante, la cual puedo seguir paso a paso, por fe. Ayúdame a seguirla de cerca, Jesús. Gracias por hacer que me resulte tan fácil. Es todo obra Tuya, Jesús. Ningún mérito mío.
Te agradezco que me hayas ayudado a tomar la decisión acertada de aferrarme a Ti, de vivir para Ti.
Heme aquí, Señor. Quiero estar junto a Ti. Gracias por este plácido lugar donde puedo sentarme y reposar a Tus pies. Me encanta sentarme aquí y aprender de Ti. Me fascina contemplar Tu rostro, tan cariñoso y tierno. Gracias por esta oportunidad de aprender de Ti, sentándome a Tus pies.
Evoco el pasado y me cuesta imaginarme cómo era cuando no conocía esta estrecha relación que ahora mantengo contigo. No sé cómo lograba pasar los días sin esa intimidad que hoy disfrutamos los dos. Lo curioso es que Tú siempre estuviste a mi lado. Desde siempre pude haber tenido esta relación tan hermosa que disfruto contigo, pero mis afanes me impedían darme cuenta de ello. Ahora, sin embargo, voy a continuar sentándome aquí mismo a Tus pies, mi lugar favorito, mi rincón sereno, en grata y reposada devoción a Ti.
Gracias por el honor de poder sentarme a Tus pies y aprender de Ti, ser partícipe de Tus Palabras, oír nítidamente Tu voz. Me encantan Tus Palabras. Las bebo con ansiedad. Me hacen falta Tus aguas refrescantes para apagar Mi sed y lavarme interiormente. Aquí, en mi rincón predilecto, capto Tus señales con gran claridad, sintonizo con Tu infinito Espíritu de amor y me lleno de Él.
Gracias por animarme, por el aliento con que me llenas el corazón, hasta tal punto que rebosa sobre los demás, levantándoles a ellos el ánimo, ayudándolos y apoyándolos en su momento de necesidad. Gracias por darme ejemplo, y porque al seguir yo ese ejemplo —viendo lo que hiciste Tú— sé qué hacer y cómo actuar para ser un apoyo y una bendición para los demás.
Gracias por Tu verdad. Gracias porque puedo aprender de Ti y obtener Tus respuestas. Gracias por iluminarme, Señor. Gracias por darme la respuesta a cada pregunta y la solución a cada problema que se me pueda presentar en la vida. Están a mi entera disposición. Basta con que te lo pida, con que pare a escucharte y a aprender. A partir de ahí no tengo que hacer otra cosa que llevar a la práctica el consejo que me des. Gracias. Aligeras increíblemente mi carga. Te alabo, mi Señor y Rey.
Doy saltos de alegría en Tu presencia. Agradezco poder entrar en Tus atrios con alabanza y con acción de gracias. Te enaltezco por ser mi Rey poderoso, por serlo todo, por tenerme entre Tus brazos y alzarme en espíritu por encima de las tribulaciones, los pesares y las dificultades. Gracias por cuidar de mí, por echar sobre Ti mismo mis penas y afanes, por Tus anchos y fuertes hombros que me sostienen. Reconozco que puedes resolverlo todo, cualquier situación, cualquier complicación, cualquier problema. Gracias por ser el hombre de las soluciones.
Obras portentos, prodigiosos milagros que afectan mi vida, inspiran mi espíritu, me hacen crecer en fe y amor y me llevan a acercarme a Ti, a Tu luz, a la Fuente.
Gracias por alzarme, por inspirarme, por amarme, por conferirle a la vida un sentido tan maravilloso, por darme un propósito por el que vivir cada jornada, por el gozo de ver un nuevo día, encomendártelo a Ti y seguir avanzando por Ti.
Gracias por hacer realidad mis sueños, por elevarme hasta los cielos, donde el aire es puro, fresco y limpio. Gracias por infundirme fuerzas.
Me entrego a Ti, para que en Tu benevolencia y entendimiento, en Tu clarividencia y en la profundidad, anchura y altura de Tu conocimiento, me modeles y hagas de mí la vasija que Tú quieres que sea. Me someto a Ti. Me rindo a Ti, puesto que eres Dios de todas las cosas. Amóldame y conviérteme en la vasija que Tú creas conveniente.
Te deseo más que a nadie. Te prometo mi amor y devoción en humilde servicio a Ti, mi Rey, mi Señor y Salvador, mi Amo y mi Amigo.
¡Qué alegría me da buscarte en la mañana! Tu infinito amor es mejor que la vida misma. Alzo mis manos a Ti en alabanza. Te glorifico en todas las cosas, sean grandes o pequeñas. Este es el día que Tú has creado; me gozo y me alegro en él.
Te dedico este día, mi maravilloso Rey y Salvador. Guíame hoy. Dirige mis pensamientos, cada uno de ellos, cada acto que realice y cada palabra que brote de mis labios.
Haces tanto por mí, Jesús. ¡Eres tan maravilloso, magnífico y deslumbrante! Me proporcionas una enorme ayuda espiritual. Lo único que tengo que hacer es extender la mano y recibirla. Me siento aquí, delante de Tu trono, contemplo Tu rostro y recibo los tesoros espirituales más hermosos que se puedan pedir. Nunca te cansas de dar, y yo tampoco me canso de escuchar Tu voz.
Acudo a Ti una y otra vez con mis interrogantes y problemas, y con interrogantes y problemas ajenos. Al oírlos, me hablas paciente y calmadamente y te ocupas de cada uno de ellos. Este es mi lugar predilecto, bien junto a Ti, hablándote y escuchándote. Eres mi mejor amigo.
Un día en Tus atrios de alabanza es mejor que mil fuera de ellos. Un día me basta para saber que es aquí donde quiero pasarme el resto de la vida: en el santuario de Tu amor. En Tu presencia hay misericordias eternas.
Aunque sé que a veces te contrarío, siempre te muestras tierno y amoroso. No me merezco Tu amor. Jamás podría ganármelo. Por eso lo necesito. Por eso te necesito a Ti: sin Ti nada puedo. Pero contigo —con Tu amor, Tu Palabra, Tu poder— lo puedo todo.
Divino Señor, sin Ti no puedo dar siquiera un paso. Sin Ti la jornada sería muy dura. Me apoyo por completo en Ti. Guíame en todo aspecto. No quiero que hoy me venga nada a la memoria que no provenga de Ti. No quiero que hoy penetre nada en mi corazón o en mi ser que no provenga de Ti.
Gracias por Tus palabras. Haz que continúen ardiendo en mi corazón a lo largo de este día, de modo que alumbren mi camino. Sin Ti me extraviaría. Te doy gracias por cuidarme tan bien. Sin Ti, de seguro me perdería.
Eres digno de alabanza. Eres fenomenal, eres todopoderoso, y al mismo tiempo estás tan íntimamente unido a mí y te desvelas tanto por mí.
Te agradezco mucho que me hayas encontrado y me hayas dado una vida nueva, una vida hermosa. Me has concedido una bella familia, ¡una familia muy unida, a la que amo entrañablemente! Tengo buenos amigos, gente muy considerada y amorosa que me apoya siempre.
Los niños tan cariñosos que me has dado siempre saben hacerme sonreír cuando tengo ganas de llorar o estoy al borde del enojo. Hasta tenemos un lindo animalito doméstico con el que pueden jugar. Nos hacemos unos platos deliciosos con los alimentos que nos provees, y aunque a veces la vida no es fácil, nunca dejas de atender nuestras necesidades. Así podría seguir enumerando sin parar las múltiples bendiciones que me has otorgado, eso sin contar la buena salud de que gozo gracias a Ti.
Pero para mí, lo más importante de todo es tenerte a Ti y Tu Espíritu. Aunque disfrute de muchas cosas materiales, sin Tu Espíritu no sería igual. Estaría todo vacío.
Te amo, te adoro infinitamente.Mi luz, mi vida, mi todo.
Eres mis ojos; por Ti veo.
Eres mi aliento; por Ti respiro.
Eres mi don; por Ti doy.
Eres mi vida; por Ti vivo.
Eres mi sol, mi luna, mis estrellas…
Rompiste los barrotes que me apresaban.
Cuando vagaba sin rumbo y en soledad,
me alzaste y me llevaste a casa.
Toda alabanza por siempre te prodigaré.
Te bendigo, pues lo eres todo para mí.
Me sacaste de mi abatimiento.
Me diste esperanzas. Tu tierno amor
me infunde fuerzas para coronar cada jornada.
Te ensalzo, mi Señor, mi Rey.
Tus alabanzas cantaré por siempre.
Gracias, Señor mío, por rescatarme.
Proclamaré que te mereces toda la gloria.
Te amo; no me canso de repetirlo.
Siempre estás a mi lado en la adversidad.
Adorado Señor, mi Amo, mi Rey,
por siempre jamás te cantaré loores.
Alabo el poder de Tu Espíritu. Te alabo cuando se alzan mis brazos, cuando invoco Tu nombre, cuando te digo: ¡Jesús!
Te alabo al pedirte que te valgas de mí aunque soy débil. Sírvete de mí tal como soy, para Tu gloria. Haz que mis faltas y defectos exalten Tu grandeza, por cuanto demuestran que te puedes valer de un ser tan insignificante como yo. ¿Qué mayor testimonio hay de Tu poder que no sólo te puedas servir de mí, sino aun de las piedras y del polvo para alabar Tu nombre! Toda la creación es prueba de Tu existencia y proclama lo grande y maravilloso que eres.
Tu amor demuestra Tu existencia. Tu amor que se inclina para salvar, para sanar, para tocarnos, para perdonarnos, demuestra la magnitud de Tu grandeza. El amor que emana de Ti glorifica Tu existencia, tanto para quienes te conocen como para quienes no te conocen.
Gracias porque puedo pasar el día cerca de Ti, Jesús. En todo lugar, haga lo que haga, siento Tu presencia a mi lado. Tu benevolencia y Tus misericordias me levantan y me dan el incentivo que necesito para seguir adelante.
Tu amor me está cambiando. Está haciendo lo imposible en mi vida: está transformando mi corazón, mis pensamientos y mis deseos, mi propia naturaleza. Tu amor me da esperanzas, me motiva nuevamente. Gracias por Tu gran amor, que me está reanimando. Te has inclinado para levantarme. Tu amor ha puesto mis pies sobre una roca, y me equilibra, me sostiene, impide que me caiga y me da algo a qué aferrarme.
Que todo lo que haga yo dé testimonio de Ti. Que cuanto haga sea fruto de Ti y se convierta en alabanza a Ti, de modo que los demás vean claramente que estás vivo, que te interesas por nosotros, que eres extraordinario y que estás siempre atento a nosotros.
Que Tu nombre, Jesús, esté presente en mis labios, en mi corazón y en mis pensamientos. Que Tus alabanzas broten eternamente de mi boca.
Me conoces más profundamente que nadie. Es más, en ciertos aspectos hasta mejor de lo que yo me conozco. Señor, Tú sabes que a veces mi corazón se angustia con pesares, dolores y quebrantos, cuando ni siquiera hallo palabras para expresar cómo me siento. Pero Tú tomas esos «gemidos indecibles» [Romanos 8:26] y los reemplazas por el bálsamo sanador y el consuelo de Tu amor.
Soy consciente de que no puedo ocultarte nada. Bien sabes que en ocasiones lo intento: postergo la hora de acudir a Ti y desnudarme en Tu presencia, porque me avergüenzo de mí y no me siento en condiciones de presentarme ante Ti. De todos modos, sé que Tú conoces todo lo que me aqueja, y me esperas paciente y amorosamente; nunca me obligas. Gracias por ser tan paciente y considerado.
Eres Amo de todo, y Tu gloria se extiende más allá de los cielos. Eres Rey de reyes y Señor de señores, mi querido salvador, mi compasivo pastor, aquel a quien yo más quiero. Te deseo más que todo lo que hay en la tierra y en los cielos. Quiero servirte humildemente. Te adoro y te tributo devoción y alabanza.
Has sido fuente de fortaleza para mí cuando me he sentido débil. Me has cobijado de los vientos huracanados del Maligno. Has sido mi consuelo y has alzado mi cabeza en mis momentos de abatimiento y necesidad.
Me aferro a Ti como a la vida misma, pues Tú eres mi vida y mi fortaleza, mi consuelo y mi libertador, mi canción y mi danza, mi gozo y el deleite de mi alma. Quiero servirte humildemente y ansío cumplir Tu más mínimo deseo. Te amo y te alabo con todo mi corazón.
Jesús, mi vida te pertenece. Haz de ella lo que te plazca. Mientras pueda continuar amándote y permanecer cerca de Ti, seré feliz. Tus deseos son órdenes para mí. Ansío agradarte y obedecerte.
Ah, ¡me encanta escuchar Tus Palabras, sentir Tu presencia, contemplarte! ¡Cuánto deseo que todos te conozcan como te he llegado a conocer, y que te vean tal como eres!
Eres mi tierno pastor. Conduces bondadosamente a este corderito por el camino que debe seguir y lo guardas del peligro. Te muestras paciente conmigo cada vez que me descarrío. Tu amor es firme y benévolo a la vez.
Has sido un fiel amigo que jamás me ha abandonado, que me ha atendido, cuidado y amado tiernamente a pesar de mis faltas, de las veces en que me he distanciado de Ti y de las cosas terrenales que a veces he antepuesto a Ti.
Has sido para mí un padre estupendo, que me ha amparado y conducido por el buen camino, indicándome la senda que he de seguir.
Has sido mi maestro. Me has guiado y me has instruido en los caminos de la vida. Me has podado para convertirme en una rama más fructífera de Tu vid.
Eres quien sana las heridas de mi cuerpo y de mi espíritu. Una y otra vez has vertido sobre mí el bálsamo de Tu amor, de Tu ternura y de Tu misericordia.
Gracias, Señor, por este nuevo día, que se presenta con nuevos retos, metas y objetivos. Cada día contigo es un nuevo comenzar, una hoja en blanco. Cada día se renuevan Tus misericordias. Maravilloso Señor, quiero cantarte alabanzas por este nuevo día.
Gracias, Jesús, por este nuevo día, este día radiante que hiciste especialmente para nosotros. Para Ti cada nuevo día es importante. Además, has dicho en Tu Palabra que todos los días nos renuevas Tus misericordias.
Te agradezco este don tan sublime, esta renovación que obras en mí cada día, esa misericordia Tuya que se renueva a diario. Si bien no lo comprendo, Jesús, te lo agradezco inmensamente y reconozco que lo necesito.
Fallo tanto. Cometo tantos desaciertos. Hay momentos en que no me amoldo a Tu voluntad como debería, en que obro mal, en que no me mantengo en estrecha comunicación contigo, en que no actúo con amor, lo cual es mi deber. Tú, sin embargo, me manifiestas un perdón y una misericordia que se renuevan cada mañana.
Gracias por Tu espléndido perdón. No me lo merezco ni me lo puedo ganar. Es un regalo Tuyo, y te lo agradezco. Gracias por el amor tan excepcional que sientes por cada uno de nosotros.
Gracias por amarme. Me resulta incomprensible, no acierto a entender por qué lo haces; pero te amo simplemente porque Tú me amaste primero. Te quiero ofrendar mi amor en señal de gratitud por haberme amado Tú a mí. Gracias.
Eres la alegría y el gozo de mi corazón, el sol de mi alma, la luz de mi vida. Gracias por aventurarte en las profundidades de mi alma, por abrir las ventanas de los Cielos y permitir que penetrase Tu luz a raudales en mi vida. Cuando te pedí que entraras en mi corazón, se produjo en mí un cosquilleo de gozo, de emoción. Mi alma y mi espíritu se estremecieron de alegría, como cuando un ciego, que no conoce sino las tinieblas, de golpe se ve impulsado hacia una luz brillante y gloriosa.
Quiero conservar esa alegría de alma y espíritu y no dejar que los afanes de la vida —las preocupaciones, las dificultades, los pesares— eclipsen o arrinconen esa gloriosa y formidable luz con que has iluminado mi corazón. Deseo mantener siempre la mirada fija en Ti, para que el poder de Tu amor resplandezca más y más en mí, y las cosas del mundo se vayan desvaneciendo. Eres la luz de mi vida.
Quiero honrarte y glorificarte. Estos ratos que paso contigo son muy especiales. Los dedico a enaltecerte, a ser una bendición para Ti y demostrarte mi amor. Gracias, Jesús, por el amor que me manifiestas. Mil gracias por los numerosos regalos que me concedes. Te agradezco los muchos dones espirituales que poseo, todos ellos fruto de que te conozco, de que conozco Tu amor, Tu Palabra y Tu verdad. Es para mí un gran honor, una bendición increíble. Muchas gracias por todos Tus favores.
Gracias por estar cerca de mí. Gracias por ser mi amigo. Gracias por ser más que un amigo para mí. Gracias por la proximidad que me has dado contigo.
Gracias por bendecirme. Soy una persona sumamente favorecida. Me colmas de bendiciones. Me es imposible expresártelas todas, pero con el tiempo, si me esfuerzo, si sigo alabándote y trayendo a la memoria todo lo que haces, sí podré. Gracias por todas las bendiciones que me concedes.
Te quiero por ser quien eres: mi salvador y la estrella resplandeciente de la mañana. Te quiero por lo que eres: la luz del mundo y la esperanza de mi vida. Te quiero por habitar donde habitas: conmigo, en mi corazón.
Me encanta cómo hablas: de un modo tan tranquilizador, con gran amor y libertad. Me gusta mucho Tu forma de escuchar: con interés, poniendo mucha atención, tomando nota de cada uno de mis pensamientos y deseos. Me encanta la manera en que me cuidas: provees para cada una de mis necesidades y me das todo lo que es bueno para mí.
Me encanta cómo miras en mi corazón y ves mis deseos más íntimos, mis anhelos secretos, mis sueños ocultos, y los haces realidad. Ves las aspiraciones de mi espíritu, algunas de las cuales satisfaces antes que me lleguen siquiera al corazón o a los pensamientos, pues Tú sabes mejor que yo lo que necesito y lo que es bueno para mí. Además, cuando tengo el corazón abrumado por pesares, Tus consuelos me deleitan el alma.
Te agradezco que pueda alzar los brazos, alabarte y glorificar Tu nombre. Gracias por Tu nombre todopoderoso.
Gracias por Tu insuperable don de salvación, por acudir a rescatarme. Estoy muy lejos de comprender por qué o de qué manera obra Tu salvación. Podría compararla con una bombilla eléctrica: basta con accionar el interruptor para que se encienda. Sólo sé que me he salvado porque Tú me lo aseguraste. Contigo he hallado la vida eterna. ¡Qué obsequio tan fabuloso! Gracias por la vida eterna, Jesús.
Te doy gracias por las innumerables bendiciones de que disfruto. Gracias por darme una razón de ser y por conferir un profundo significado a mi vida. Gracias por encomendarme una misión a la que puedo entregarme con toda el alma, con todas mis energías: la de amarte y servirte. Gracias por indicarme el camino.
¡Oh Señor, cuántas riquezas poseo! ¡Cuánto te lo agradezco! Te doy las gracias de todo corazón. Alabo Tu magnífico nombre.
Jesús, al ver el gran amor con que velas por mí, me entran ganas de ser igual con los demás, de manifestarles el mismo amor que Tú me has demostrado, de compartir con ellos la alegría que me has brindado, de tratarlos con la misma compasión que Tú has tenido conmigo.
Resbalo y caigo muchas veces, y no te reflejo tan bien como debiera. Te ruego que me ayudes a reflejar Tu amor para los demás. Me has manifestado muchísimo amor, gran misericordia y suma comprensión. Ayúdame a hacer lo mismo con los que me rodean.
Te agradezco que estés siempre tan próximo a mí y que seas mi constante amigo y compañero. ¡Te amo! Disfruto mucho hablando contigo. Me agrada inmensamente oír Tu voz. Me fascina Tu presencia.
Te doy gracias por el caudal de palabras que me has comunicado, formidables aguas del Espíritu en las que puedo nadar, refrescarme y bañarme.
Gracias por Tu amor viviente, por Tu Palabra y Tu verdad vivientes, y gracias porque a medida que vivo ese amor lo llego a comprender más y me conmueve más.
Más que nada doy gracias por Ti, maravilloso Jesús. Te doy gracias porque puedo abrazarte y entregarte mi corazón, mis pensamientos, mi espíritu... todo mi ser. Gracias porque puedo compartir Tu parecer, Tus sentimientos, tener la mente de Cristo. Gracias porque Tu amor me constriñe a demostrar amor a otras personas como me lo demuestras Tú a mí.
racias, Jesús, por mi espléndida familia. Gracias por la amistad que tengo con otros. Te agradezco que podamos estar unidos y ayudarnos, animarnos y atendernos mutuamente.
Gracias por la alegría de vivir.
Te agradezco la multitud de detalles que tienes conmigo. Gracias por todos los materiales que me has proporcionado y por cuidar de mí en todo aspecto.
Es asombroso que siempre sepas qué hay que hacer. Me conoces tan bien, auscultas hasta los más pequeños detalles de mi vida, cada pensamiento mío, cada deseo, cada anhelo. Me conoces al derecho y al revés. No es de extrañar que siempre sepas exactamente lo que necesito. El solo hecho de oír Tus susurros tan suaves, tan tiernos y amorosos, me ayuda a seguir adelante.
Gracias por amarme, consolarme, darme alivio y tranquilizarme. Te ocupas de todas mis necesidades, deseos y anhelos. Sabes resolver todos los dilemas que se me presentan. Gracias por estar presente cuando te necesito. Aun en las ocasiones en que me olvido o no hallo el momento de abstraerme y pasar un rato a solas contigo, Tú vienes a recogerme y me llevas a Tu presencia. Sabes aún mejor que yo lo que me hace falta.
¡Qué amor tan increíble! Es un milagro. Pensar que lo sabes todo de mí, y aun así me amas. Simplemente me aceptas tal como soy. Todavía me recibes en Tu brazos y me amas una y otra vez. Nunca te cansas de mí. Nunca te das por vencido conmigo. Siempre albergas esperanzas para mí. ¡Qué milagro de amor! Te quiero, Jesús.
Mi espíritu te anhela. Quiero que sepas cómo me consuelan Tus palabras, cómo me tranquilizas con Tus suaves susurros cuando tengo la mente turbada, cómo renuevas mi espíritu con Tu música divina, cómo me das reposo en mi trajinar.
Anhelo revelarte los secretos más recónditos de mi corazón, esas cosas que no salen a la luz tan fácilmente. Quiero contártelas porque te amo. No quiero ocultarte nada.
Quiero hacer Tu voluntad. Quiero complacerte. Me presento ante Ti deseando cumplir Tu más mínimo deseo. Estoy a Tus órdenes: puedo marcharme o puedo quedarme; como Tú quieras. Dime qué debo hacer para llevar a cabo Tu voluntad. Me dispongo a acceder a Tu presencia y renovarme por medio de Tu Espíritu.
Jesús, ¡cómo me alegro de conocerte! ¿Por qué? Porque contigo lo imposible se vuelve factible, las personas sin atractivo también disfrutan de amor, lo que está fuera de nuestro alcance se vuelve asequible, las montañas se convierten en valles, los desiertos se transforman en prados de color esmeralda, lo invisible se hace visible, los lisiados se curan, y los trozos de las vasijas quebradas vuelven a unirse.
La fatiga se torna en energía. Las cargas y preocupaciones se convierten en trampolines que me impulsan hacia nuevas alturas. Las expresiones adustas se tornan en sonrisas. Los cielos borrascosos se despejan dando paso a la luz del sol. Las alacenas vacías se llenan hasta rebosar. Los anegamientos se evaporan ante Tus ojos. La muerte trae consigo nueva vida.
No hay nada que Tú no puedas hacer. No hay nadie a quien no ames. No existe pensamiento que desconozcas ni palabra que no hayas oído. No hay nada que no hayas visto ni emoción que no hayas sentido. No hay pesar que no puedas aliviar ni dolencia que no puedas sanar.
¡Qué maravilloso que seas capaz de todo eso! ¡Qué increíble, qué fascinante, qué amoroso! Lo más notable de todo es que Tú —que puedes hacer todo eso, el Creador de todas las cosas— me quieres, velas por mí y haces todo eso solamente por mí, por la sencilla razón de que me amas.
Eres más para mí que un amigo. Eres más para mí que un consejero. Significas todo para mí. Eres Rey de reyes y Señor de señores, estás por encima de todos. Por tanto, te cantaré. Te entonaré alabanzas y daré testimonio de Tu grandeza.
Mi vida, mi espíritu y mi cuerpo te pertenecen. Mis manos, mis pies, mi corazón... todo te lo doy.
Un lazo me une a Ti. No deseo romper ese vínculo, pues eres mucho más hermoso que nadie. Como Tú no hay otro. No hay mayor amor que el que Tú me concedes. Es insuperable. Así pues, mi corazón rebosa de amor por Ti. Ansío responder a Tu llamado, cantar Tus alabanzas, anunciar Tu bondad, amarte con todo el corazón, oír Tus dulces susurros y recibir Tu Espíritu que me da vida y Tu maravilloso amor.
Disfruto mucho de Tu compañía, Jesús. Me encanta estar junto a Ti y hablar contigo. Gracias por Tu amor, por Tu paciencia y por la devoción constante que me tienes, siendo yo tan insignificante. Sé que no valgo nada y no soy nadie. Sé que otras personas tienen mayores aptitudes y más talento que yo; pero también sé que me amas tal como soy.
Me encanta tomar tiempo para alabarte y amarte con mis propias palabras, aunque mi vocabulario no sea muy extenso ni elocuente. Me siento muy feliz cuando te alabo porque sé que te hago dichoso y te complazco.
Gracias por indicarme que tengo que tomar tiempo para alabarte. Sé que esas pausas que hago a lo largo del día para honrarte y elevarte el corazón son momentos bien especiales. Hago a un lado todo mi trabajo, las presiones, los afanes y las preocupaciones, digo: «Voy a alabar al Señor ahora mismo», y alzo los brazos hacia Ti. Eso me proporciona un vínculo maravilloso contigo.
La alabanza me ayuda a despojarme de las cargas que agobian mi corazón. Hace descender sobre mí Tu paz y Tu espíritu de fe. Me infunde confianza en que lo vas a resolver todo, en que vas a responder mis preguntas y vas a continuar dándome las soluciones que me hacen falta. Te quiero y te necesito, Jesús. Eres fenomenal.
Mi Señor, mi Dios, el amor de mi vida, te alabo por el intenso cariño que me has manifestado. Te agradezco la infinita paciencia que has tenido conmigo. Tu amor y Tu misericordia no conocen límites. Cuando me siento distante, me tomas y me acercas a Ti. Aun cuando estoy impaciente, me demuestras inagotable paciencia. Gracias por prometerme que no me dejarás ni me desampararás.
Busco maneras de expresarte el amor que albergo por Ti. Me despierto en la mañana pensando en Ti. Por la noche me duermo suspirando por estar en Tu presencia. Me fascina pasar tiempo contigo.
En los ratos de comunión que pasamos por la mañana, Tú y yo nos fundimos en uno. Te alabo y te doy gracias por esos momentos a lo largo del día en que puedo hacer una pausa y dirigir todo mi amor y mi atención hacia Ti, mi salvador, mi libertador, mi vida. Lo eres todo para mí.
Sin Ti, no podría hacer frente al día de hoy. Ni siquiera podría encarar la próxima hora, ni el próximo minuto. No puedo vivir sin Ti. Me das el aliento de vida, me das un propósito y una razón de ser.
Gracias, por las formas en que me manifiestas amor. Te amo entrañablemente, ahora y para siempre.
Dios del universo, mi eterno salvador,
lava hoy mi alma con Tu Espíritu.
Anhelo oír Tu voz y Tus divinas palabras.
Incomparable Jesús, ¡eres mío!
Con Tu Espíritu de paz renuevas mis fuerzas.
Ansío Tus caricias, que aplacan mis dolores.
Gran Dios del universo, amor de mi alma,
me colmas de favores, me devuelves la salud.
Me recreo en Tu sol y a la sombra de Tus árboles.
Allí oigo Tus susurros, suaves como las brisas.
Tu tierno amor y Tus cálidos brazos me envuelven.
Te ensalzo y te adoro. A Ti alzo mi rostro.
En dulces estribillos te entono alabanzas.
Acude mi corazón a bendecir Tu bello nombre.
Cuando me detengo a mirar por la ventana y veo en la distancia las delicadas nubes que creaste, pienso en Ti. Cuando veo la muchedumbre de árboles y flores, mi alma se renueva por medio de Tu creación.
El amor que atesoro por Ti se rejuvenece cuando veo majestuosas aves surcar los cielos con las alas desplegadas, flotando a Tu amparo, confiadas en que Tú las resguardas.
Señor, ¿cómo es que me amas tanto? No lo entiendo, no alcanzo a comprenderlo, pero te lo agradezco. Necesito Tu amor. Te adoro porque comprendes mis más íntimos pensamientos. Comprendes mis adversidades y las situaciones difíciles a las que me enfrento. Te preocupas por mí. Eso me consuela y me infunde fe. Alzo mis manos hacia Ti, y Tú me llevas contigo y me alejas de los afanes y las cargas que me hacen apartar la vista de Ti.
De mi corazón brotan lágrimas de desbordante alegría y felicidad por la libertad que disfruto cuando estoy cerca de Ti. Me faltan palabras para expresar cuánto te amo y la gratitud que embarga mi ser al pensar en Tu amor.
Pudiste haberme hecho sin defectos, Jesús, pero no lo hiciste. En cambio, me creaste tal como Tú querías que fuera. Dudar de eso es dudar de Tu amor. Asumirlo es hallar perfecta paz, sosiego y reposo en Tu amor. Tómame ahora, tal como soy, en Tu corazón, el más grande de todos.
Reposo plácidamente en Tus brazos y te pido que me estreches contra Tu pecho. Entonces me da una sensación de alegría y tranquilidad, porque has visto que deseo estar más cerca de Ti, amarte más y servirte mejor.
Contemplo Tus ojos tiernos y amables y percibo Tu amor incondicional. Gracias por Tu amor. Te alabo, te glorifico, te reverencio y te honro.
Constantemente me tocas con amor y viertes sobre mí Tu Espíritu de paz, de alegría y de consuelo. ¿Qué más podría pedir que la hermosa vida de servicio que me has dado?
¡Qué alegría estar contigo, Jesús! Estoy muy feliz de tenerte por amo y señor y de que seas mi mejor amigo, mi compañero constante. Siento Tu presencia a mi lado y sé que velas por mí, que de veras te interesas por mí y que me amas. Me lleno de felicidad. Soy consciente de que me bendices, me amas, me mimas y me consientes en impresionante medida.
Aunque yo no tenga muchas cosas que la gente del mundo considera importantes, todos los días me traes bendiciones y obsequios de mucho mayor valor. Me recompensas con los dones de Tu Espíritu. Eso es lo que quiero. Los dones de Tu amor me hacen muy feliz .
Te mereces mucho más de lo que te puedo dar, pero lo que tengo es todo tuyo: mi corazón, mi vida, mi tiempo. Te lo entrego todo, pues criatura Tuya soy, creada para amarte y adorarte. Cuando te alabo, te amo y canto Tu gloria, hallo gran placer y satisfacción.
Anhelo expresarte las cosas tan sorprendentes que has hecho por mí. Eres mi fortaleza, mi salud, mi salvación, mi todo.
Prodigioso Dios del amor, gran Dios del universo, gran Dios de todo, ¡cuánto te adoro! ¡Cuánto te aprecio!
Te amo porque Tú me amaste primero. Creaste para mí este bello mundo en que vivo. Al conocerte a Ti, mi Creador, he tenido ocasión de conocer el verdadero amor.
Sin Tu amor, todo se reduce a nada. No hay razón para vivir, no hay ilusión alguna, nada tiene sentido; porque Tú eres amor. Eres la personificación del amor.
Te agradezco el amor sobrenatural que has depositado en mi corazón. Te alabo por él. Creador mío, me concebiste para que te amara.
Te adoro. Adoro Tu reino. Adoro Tu Espíritu. Adoro los dones de Tu Espíritu. Te los agradezco todos. Te agradezco el amor, la paz, la dicha, la bondad, la paciencia, la suavidad, la ternura y el cariño que dan sentido a mi vida.
Me rodeas amorosamente con Tus brazos , y eso es muy reconfortante. Sé que puedo acudir corriendo a Ti en cualquier momento del día o de la noche, y siempre estás a mi disposición.
Perdóname, Señor, por no acercarme a Ti con la frecuencia con que te gustaría que lo hiciera. Eres tan paciente conmigo. En tu saludo no percibo nunca señales de desprecio, aunque me ataree tanto que no venga a Ti con la frecuencia que debiera. Siempre me recibes con los brazos abiertos y con gran deleite.
Gracias por el amor perenne e inagotable que me tienes. Ayúdame a corresponder a él con igual fervor.
Te doy gracias por el magnífico plan que concebiste para que la humanidad se sintiese atraída hacia Tu corazón henchido de amor. Todo ser humano debiera conocer la alegría, la satisfacción y el amor auténtico que sólo provienen de Ti, mi Creador, mi Dios, mi Señor, mi Rey.
Te alabo por el poder de Tu Espíritu, que me da ímpetu, amor y determinación para tender la mano a los demás, describiéndoles el amor que he hallado y ofreciéndoles el paraíso, del que ellos también pueden formar parte.
Gracias por sembrar en mi corazón este deseo de amar a los demás y de darles a conocer Tu amor y Tu fascinante reino.
Me encanta alabarte con todo el corazón, dulce Jesús, pues me lo has llenado de amor. Tengo mucho que agradecerte, en particular la gran alegría y felicidad que me has dado. Me gusta contarte cuánto te aprecio, cuánto te necesito y la gratitud que siento por las enormes bendiciones que recibo de Tu Espíritu.
Eres maravilloso, Jesús. Me faltan palabras para expresarlo. Así y todo, me encanta hacer lo posible por decirte cuánto te amo.
Te ensalzo y te glorifico por la perfección de Tu universo, en el que todo discurre con ritmo y poesía. Gracias por haberme infundido el deseo de cumplir Tu voluntad, de obedecer y seguir Tus enseñanzas, Tu orientación y Tus indicaciones, y de adherirme a Tu amor. Te quiero mucho.
Jesús mío, vengo ante Ti con profunda gratitud por el increíble milagro que has obrado en mi vida. Yo era pobre, andaba a la deriva y vivía en soledad. Sin embargo, me buscaste, me hallaste y me trajiste a Tu espléndido reino de amor. Te agradezco mucho que me hayas recibido en Tu morada. Ni siquiera merezco contarme entre Tus siervos, y ni siquiera me llamaste tal cosa, sino un amigo.
Me levantaste del polvo, de la tierra y del lodo, y me lavaste con Tu amor y Tus Palabras. Me vas limpiando de toda impureza, de todo lo que produce rechazo, y me vistes con un manto nuevo de humildad.
No era nada antes que me hallaras. Sin embargo, me rodeaste con los brazos y transformaste mi vida. Me diste un propósito para vivir, algo que amar, algo que estimar, algo que desear, algo por qué luchar.
Gracias por aceptarme, a pesar de mi indignidad, por recibirme como a uno de los Tuyos. Por ello te amo, por ello te honro, por ello te adoro.
Eres el Dios más maravilloso, el Dios del Cielo, el único Dios verdadero. ¡Por eso te tributo alabanzas! ¡Te glorifico! Alzo los brazos en señal de adoración y gratitud porque mi nombre está inscrito en Tu reino celestial, en Tu Libro de la Vida, y porque moraré contigo por la eternidad.
Mi mayor alegría es saber que estaré por siempre con mi Dios, que podré amarte, estimarte, adorarte y deleitarme en Tu cálido y amoroso Espíritu, en Tu bondad, Tu ternura, Tu misericordia, Tu verdad, Tu amor y Tu libertad.
Gracias por incluirme en Tu glorioso plan. Gracias porque puedo llamarte padre. Te agradezco que me hayas inspirado un ansia tan intensa de apreciarte, amarte y adorarte. ¡Ojalá que el profundo amor que ahora abrigo por Ti no mengüe jamás!
Quiero alabarte con mi pluma, con mi intelecto y con la inventiva de mi alma. Jesús, ayúdame a hacerlo. Ante todo, ayúdame a alabarte con todo mi ser, sometiéndote mi cuerpo, mi alma y mis pensamientos. Deseo alabarte con cada movimiento, con cada sonido que emita, con cada idea que se me cruce por la cabeza, con cada paso que dé. ¡Ojalá que mi propia existencia te alabe! Sólo por medio de Ti existo, respiro, me muevo, vivo, amo, aprendo, maduro, pienso, río y disfruto de la vida que me has dado.
Te quiero, amado Jesús. ¡De verdad que no hay nadie como Tú!
A veces mi alma se siente aprisionada, cual ave que ha caído bajo el peso de la duda, el pecado y la ansiedad. Hay muchos lastres que inmovilizan las alas de la fe; por ejemplo, el adoptar una actitud criticona o de impotencia. Pero te doy gracias, Jesús, por las bendiciones y la ayuda que me brindas y porque siempre me pones en libertad. Basta con que emita un leve murmullo de auxilio para que acudas presto a socorrerme. De un soplo apartas todos los lastres y liberas mi alma para que pueda remontar el vuelo en las alas de la fe y la alabanza.
Gracias, Señor, aun por mis penas, por esa sensación de que mi vida se deshace. Gracias por el vacío que siento, por las contrariedades, por la soledad, por los momentos en que no logro aplacar la acuciante sed de mi alma, pues todo ello me acerca a Ti.
Sé que si acudo a Ti, Tú me calmas los nervios y remiendas los jirones y descosidos. Me llenas y me brindas compañía en la soledad. Me amas y me das a beber de las aguas refrescantes de Tu Palabra.
Siempre sé que debo acudir a Ti: sólo Tú puedes hacer todo eso por mí. Eres el único que me puede dar la seguridad de que todo anda bien. Sólo Tú puedes apaciguar las agitadas aguas de mi alma. Anhelo oír Tu voz, suspiro por sentir Tu mano, me muero por escuchar las palabras que provienen de Tus labios. «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por Ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y me presentará delante de Ti?» [Salmo 42:1-2.]
Gracias porque puedo entrar al apacible jardín de Tu Palabra y descansar a la sombra de los árboles que en él se yerguen. Me refresco en su sombra, y su fruto me satisface.
Gracias, Jesús, por lo bien que conoces a cada uno de nosotros. Eres espléndido, maravilloso. Te mereces nuestra alabanza. Es un placer alabarte y darte gracias. Aun cuando la timidez y la vergüenza se apoderan de mí, o cuando mi pesar o mi tristeza son tan grandes que no tengo ganas de acudir a Ti, me seduces con Tus tiernos susurros y me alientas. Me haces comprender que lo único que quieres de mí es amor. Eso es todo lo que puedo darte. Aun así, sólo es posible porque Tú me amaste primero.
Gracias por aceptar mi amor. Gracias por amarme y velar por mí. Te quiero, y por Tu gracia me entrego por entero a Ti.
A veces no aprecio todas Tus bendiciones y las veo como lo más natural del mundo, o no me doy cuenta de que lo que parece una piedra es en realidad el pan que te estaba pidiendo. Sin embargo, me cuidas que da gusto, incluso cuando no lo aprecio debidamente. Lo eres todo para mí. Sin Ti no sería nada.
Gracias por los niños, esos solecitos radiantes que nos has regalado, esos pilluelos que no nos dejan un momento de respiro, esas criaturas que nos alegran la existencia todos los días, que nos despiertan sin saber que nos gustaría dormir un rato más, que en un dos por tres gastan los pantalones y se embarran la ropa, justo la que acababan de ponerse nueva y limpia. Gracias por todos nuestros niños, de cualquier edad. Gracias particularmente por el ejemplo de fe y confianza que nos dan. Ayúdanos a confiar en Ti del mismo modo que ellos confían en nosotros.
Te agradezco que me hayas amado todos estos años. No deja de sorprenderme, pues sé lo mal que me he portado. Sin embargo, dices que con todo y con eso me quieres y siempre me has querido.
Gracias por darme la oportunidad de acercarme y hablarte. No sólo tengo ocasión de conversar contigo, sino que has hecho posible que me una a Ti y descubra Tus sentimientos más íntimos. Gracias por hablarme y comunicarte conmigo. Gracias por estar siempre muy junto a mí, por el apoyo tan grande que me brindas y por interesarte en todo aspecto de mi vida.
Sin duda eres el amigo más increíble que podría tener. Te interesas sinceramente por mí. Lo sé, porque nunca te alejas de mí. Nunca te enfadas conmigo y decides dejarme. Me siento incapaz de hacer o decir nada para manifestar mi gratitud. Me asombra cuánto me amas y te preocupas por mí.
Te agradezco que estés tan dispuesto a ponerte a mi nivel a fin de que te entienda, te conozca y perciba Tu amor. Eres fenomenal, Jesús. Lo abarcas todo. Sin embargo, te rebajas para estar cerca de mí. Te adoro.
Siempre me consuelas, Jesús. No sólo me confortas el corazón y me deleitas el alma, sino que aplacas mis agobiados nervios. Cuando me altero, me calmas y me tranquilizas. No hay nada comparable con la paz que me brindas.
Cuando siento deseos de evadirme de todo lo que me rodea, cuando tengo uno de esos días nublados y tormentosos, lo que me ayuda a seguir adelante es la seguridad de que puedo retirarme a nuestro lugar secreto. En cualquier parte, en cualquier momento del día o de la noche, no tengo más que entrar a Tus aposentos privados. Tú entonces haces que todo marche a las mil maravillas.
Un millón de gracias por Tus palabras. Las necesito más que nada en la vida. ¡Cuánto me alegra contar con ellas! ¡Son tan sublimes y tan puras! Me iluminan y me dan fuerzas y esperanzas. ¡Son tan alentadoras, tan poderosas, tan ciertas y tan significativas!
Te alabo por Tus magníficas palabras. Te doy gracias por el efecto tan impresionante que tienen en mí. Me satisfacen profundamente. Son una inyección de alegría para mí.
Te doy gracias porque Tus palabras me están fortaleciendo. Me están transformando en la persona que Tú quieres que sea. Gracias por el misterioso poder con que Tus palabras obran en mi vida. Tus palabras son espíritu y son vida para mí.
Gracias por el tesoro que es la música hermosa, por los sonidos que me apasionan, me elevan y me alegran el corazón, por los instrumentos, las notas, las melodías y las letras, por esa forma de expresión del corazón y del alma. Es un medio de comunicación magnífico, un vehículo ideal para transmitir un mensaje y comprender lo que dice o siente otra persona.
Con la música nos has proporcionado un estupendo medio de comunicación. Nos la has dado en abundancia: melodías y letras celestiales, ungimiento sobrenatural, inspiración divina.
Las canciones que vienen directamente de Tu reserva celestial de música nos electrizan, nos arrebatan. Son arrobadoras, hermosas. Nos conmueven y nos incitan a bailar, cantar, amar, abrazar, besar y darte a conocer a los demás. Te damos muchísimas gracias por Tu música divina, por Tu plan celestial, por este tremendo regalo y tesoro que nos has concedido.
Te agradezco Tu colosal poder, Jesús. ¡Qué grande, qué poderoso eres! Todo lo puedes. Si me amoldo a Tu voluntad, puedes tomar mi vida y hacer de ella lo que desees. Puedes transformarla en algo hermoso. Me recuerda lo que dice una canción:
«¡Qué hermoso, qué bendición!
Comprendiste mi confusión.
Mi vida estaba deshecha,
mas Tú la llenaste de belleza.»
Sí, eres el único que podía hacer de mi vida algo bello. Lo has hecho, y te lo agradezco mucho.
Jesús, me encanta estar contigo. Me fascina retirarme a mi rincón secreto para hablarte, visualizarte y disfrutar de comunión contigo.
Me encanta que me abraces y me estreches contra Ti. Me encantan Tus palabras. Me encanta oír Tu voz. Me encanta que te interese todo lo que tiene que ver conmigo. Me hace feliz saber que me amas.
En la vida he conocido a nadie como Tú. Nadie podrá ocupar jamás Tu lugar en mi corazón. Te amo.
Me maravillas. Eres capaz de ayudar a cualquiera a ser mejor. Gracias por hacer que me resulte más fácil manifestar amor, bondad y consideración, las cualidades que con tanto afán anhelo cultivar.
Te amo, Jesús. Te amo por Tu magnificencia, por Tu grandeza. Ante Ti me veo insignificante; sin embargo, a pesar de lo grande y admirable que eres, puedo acercarme a Ti a cualquier hora del día o de la noche con la certeza de que estarás despierto y dispuesto a atenderme.
Te amo porque sin Ti no puedo vivir. Te amo porque Tú también me necesitas y deseas mi amor.
Te amo porque cuando me hundo en el desánimo, me mandas un milagrito, un pensamiento o una palabra que me alienta y me encamina de nuevo hacia la victoria. Te amo porque eres inmensamente poderoso. Te amo por ser quien eres.
Jesús, contigo es muy fácil obrar bien. Me basta con amarte, obedecerte, poner los ojos en Ti y no apartarme de Ti. Has prometido que te harías cargo de todo lo demás. Gracias por el poder de Tu Espíritu, que me fortalece y me transforma.
Jesús, gracias por el gozo de alabarte. Me deleito hondamente en Tu creación, y más que nada en Ti. Eres el Creador de todo placer imaginable, de toda delicia concebible, y te lo agradezco, te honro y te adoro. Considero un gran honor contarme entre los Tuyos. Me agrada saber que me deseas, que anhelas mi alabanza, mi adoración y mi atención.
Gracias porque puedo participar de la naturaleza divina en esos momentos sencillos en que me detengo a saborear la maravilla de todo lo que has hecho por mí y eres para mí. Siento dentro de mí un resplandor tibio, y un aura me envuelve. En instantes así me da la impresión de que tengo un vínculo casi palpable con el plano celestial, esa dimensión en la que cada pensamiento y cada acción alaban Tu omnipotencia y Tu gloria.
Es una maravilla gustar y disfrutar anticipadamente del Cielo estando aún en mi cuerpo terrenal de barro. ¡Cómo anhela mi corazón unirse a Ti, dejando atrás para siempre la fuerza de la gravedad, la debilidad de la carne y las limitaciones del espacio y del tiempo! No obstante, agradezco estas sujeciones terrenas; así aprenderé a alabarte en este cuerpo todos los días de mi vida.
Jesús, te amo desde la primera vez que supe de Ti, desde que te vi y percibí Tu ternura y Tu amor reflejados en las personas que me hablaron de Ti. Cuando te conocí, ¡fue amor a primera vista! Tu amor se me hizo patente ahí mismo. Gracias por hacerme sentir Tu mano. Llegaste a los rincones más hondos e inexplorados de mi corazón. Gracias por conocer mis sentimientos más íntimos: mi anhelo de Ti, mi deseo de conocer Tu verdad.
Jesús, me encanta alabarte. Me fascina saber que me escuchas y que te alegra oír cuanto te diga. Es muy alentador que te gusten mis palabras de amor y de alabanza. ¡Qué emocionante pensar que Tú, el gran Rey del universo, te detienes a embeber mis alabanzas! ¡Qué maravilla! ¡No sabes cómo me alegra hacerte feliz! Me conmueve abrirte el corazón para expresarte amor y saber que lo aprecias. Alabarte me deleita.
Te doy gracias por los seres queridos y los amigos que me has dado. Cuando no los tengo cerca, siento un vacío interior y cierta tristeza. Pero te agradezco que, cuando nos toca pasar un tiempo separados, Tú me ayudes a superar la nostalgia y a apreciar el amor y la intimidad con que nos has bendecido.
Gracias porque nunca nos dejas huérfanos y porque en los momentos de silencio nos diriges palabras de amor que nunca habíamos oído, las más hermosas palabras de aliento. Tú sabes muy bien lo que es estar solo y lejos de quien más se ama. Gracias por esta bendición.
Te agradezco igualmente la dicha que nos inunda en el reencuentro, en el dulce momento del abrazo, el beso y la contemplación mutua. Gracias por la felicidad con que nos compensas por el sacrificio que constituye dar el primer paso para ayudar al prójimo, aunque ello signifique que debamos separarnos unos de otros.
Enséñame a amarte. Quiero entregarme a Ti, ahora y siempre.
Quiero conocerte mejor para saber agradarte más. Quiero descubrir todos Tus anhelos y deseos para tener el gusto de cumplirlos lo mejor que pueda. Quiero tener el placer de oír Tus peticiones y decirte que sí una vez más.
Esta es la alabanza que te ofrezco: la confianza que deposito en Ti cada vez que Te digo que sí, aunque sea llorando, aunque sienta confusión o albergue dudas. Sé que a Tus ojos tiene aún más valor cuando digo que sí a pesar de esas emociones perturbadoras.
Por eso, Jesús, te lo repito: Sí. Sí. Sí. Haré lo que sea por Ti, a cualquier precio. Amaré a quien sea, renunciaré a cualquier cosa. Pongo mi voluntad en Tus manos. A veces vacilo a causa de mis debilidades humanas y mi tendencia natural a ser egoísta e inflexible. Sin embargo, sé que en cuanto digo la palabra mágica —sí—, algo sucede. Se obra una transformación milagrosa en mi interior, porque en ese momento te entrego mi voluntad, y Tú la aceptas gentil y tiernamente, agradecido.
Entonces me susurras secretos, las claves para obtener el poder, las fuerzas y el amor que necesito para llevar a cabo Tus deseos.
Muchas veces cada día siento el amor que me manifiestas por medio de las personas que me rodean. Veo Tu amor reflejado en los ojos de los bebés. Lo percibo en Tus suaves susurros. Llenas mi corazón de alegría, tanto que a veces me da la impresión de que va a estallar. No dejas de prodigarme Tu amor. Me lo manifiestas de múltiples formas. Cuando el sol toca cálidamente mi rostro, cuando contemplo los colores del cielo, las riquezas de la tierra y los árboles que levantan los brazos para alabarte, me conmuevo, vibro dentro de mí. En todo esto siento Tus caricias.
Me traes gozo. Me haces reír. La libertad que me da Tu Espíritu me eleva en alas del viento para que acuda a Ti, me una a Ti y disfrute contigo de una proximidad que jamás podría tener con nadie aquí en la Tierra.
Para mí, nuestro amor es más valioso que los diamantes o el oro, más que ninguna otra cosa de este mundo. ¡Te amo!
Eres el mejor amigo que se pueda tener. Aunque también a mis seres queridos les expreso mis sentimientos de amor y gratitud, no es lo mismo. Ellos no me comprenden tanto como Tú. Tú aceptas y entiendes cuanto te digo. ¡Qué maravilla, Jesús!
¡Qué pena me dan quienes no disfrutan de una relación contigo! Se deben de sentir muy solos y tristes. Espero con ansia el día en que te vea cara a cara, el día en que al fin llegue a Casa y repose en Tus amorosos brazos.
Gracias por estar siempre a mi disposición. Te hallas presente cuando necesito hablar contigo. Cuando me hace falta consuelo siento que Tus brazos me rodean. Cuando estamos juntos, todo lo demás se desvanece y no te veo sino a Ti. No logro describir la satisfacción que encuentro en esos momentos. Te amo, entrañable Jesús.
Gracias por darme tantas palabras Tuyas. Me deleito en ellas.
Tu inmenso amor se manifiesta en cada palabra que derramas.
Conocerte y vivir contigo me ha proporcionado un gozo inefable. ¡Me has concedido tanta libertad y gozo! Me encanta estar en Tu presencia. Me fascina fundirme contigo. Me encanta la sensación que me produce el haber pasado un rato contigo.
Es muy importante que te manifieste gratitud y te dirija palabras de alabanza. Sé cuánto significan para Ti los elogios, porque para mí significan mucho. Tú también me elogias por todas las cositas que hago que te complacen. Continuamente me diriges palabras de ánimo, me alientas y me ayudas. Me agrada escuchar Tus palabras de amor y aliento. Siempre pasas por alto mis faltas y debilidades y me animas diciéndome que voy bien.
Alabarte y manifestarte mi amor con palabras parece muy poca cosa, una tentativa a todas luces insuficiente de corresponder al amor que me has dado. Quiero dirigirte palabras de alabanza que expresen el amor que siento por Ti.
Lo hago con gusto, Jesús, feliz de alzar las manos al cielo, contemplar Tu hermoso rostro y lanzarte besos de alabanza. ¡Te mereces mucho más! Jamás podría pagarte. Todo lo que te dé no podría compararse con lo que me has dado Tú a mí.
Te agradezco, Jesús, no sólo las grandes alegrías que me proporcionas, sino también las lágrimas que a veces me haces derramar.
Gracias por las temporadas difíciles en las que busco Tus brazos, me aferro a Ti y Tú me consuelas. Me llevan a conocerte, a rendirte mi voluntad, mi vida y mi amor. Cuando me abrazo a Ti, Tú me sostienes, por muchos pesares y tormentas que vengan. Gracias por esta fe inquebrantable que me das, conforme a Tu promesa. Me dijiste que siempre podría contar contigo, y nunca me has defraudado. Te doy gracias, mi dulce Jesús.
Gracias, por todo lo que me has dado; no sólo Tu amor, sino además Tu vida. Te prodigo alabanzas y me regocijo de poder amarte tan enteramente, con cada partícula de mi ser. Con mi misma vida te puedo amar. Esta es la alabanza que te ofrendo: mi vida, que deposito en Tus manos. Me encanta que me moldees. ¡Cómo me place que me amoldes con Tus tiernos dedos! ¡Cuánto me alegra hacer Tu voluntad, Señor mío! Me regocijo en ello. Es para mí una dádiva de Tu amor. Al fundirme en Tu voluntad y en Tu amor, siento tal satisfacción que mi vida se vuelve toda alabanza a Ti.
Haz que nunca deje de admirarme ante la vida y ante los regalos de amor que sin cesar me haces. Es imposible darte las gracias en la medida que lo mereces, pero te ruego que me ayudes a no olvidarme de hacer pausas cada día para concentrarme en Ti, maravillarme con la obra de Tus manos y manifestarte gratitud.
Conserva mi juventud y mi vigor volviéndome consciente de que cada día puedo aprender de Ti algo nuevo acerca de Tu amor, Tus caminos, la vida que me has dado y hasta la vida por venir. Me quedan infinitos descubrimientos que hacer, pero más que nada deseo descubrirte a Ti, el maravilloso Ser origen de todo.
Al pasar tiempo contigo, quiero entender mejor Tu amor y el plan que tienes para mí. Ayúdame a apreciar esos gratos momentos que paso contigo y considerarlos sagrados, intocables, indispensables.
Cuánto te amo, mi buen Jesús. ¡Cómo me alegro de tenerte! Alzo el corazón a Ti en loores y agradecimiento. Te elevo mi espíritu en gratitud por todo lo que has hecho por mí.
Te has portado de maravilla conmigo. Gracias por Tu benignidad y fidelidad, y por la misericordia, la bondad y la ternura que me manifiestas.
Te alabo con toda el alma. Te exalto con todo mi ser. Hacia Ti alzo mis brazos. Elevo mi corazón. Levanto mi espíritu hacia Ti. Eres mi todo, y sin Ti nada soy.
Me concedes amor, me concedes vida, me concedes dicha y felicidad. Haces la vida increíblemente hermosa. Cuidas de mí. Te ocupas de todos mis detalles. Tanto me amas que a cambio quiero pagarte yo también con amor.
Eres digno de toda gloria y honra. Entono alabanzas a Tu nombre, a Tu magnífico y sublime nombre. Me encanta pronunciarlo. ¡Me fascina exclamarlo! Me complace tanto oírlo resonar en mis oídos. Te quiero mucho, Jesús, y te agradezco todo lo que haces por mí.
Sé que me has bendecido sobremanera. Tengo mucho, muchísimo más que la mayoría de la gente. Realmente me atiendes y me amas como a un hijo. Jesús, te amo con toda el alma. Te adoro y te necesito. Lo eres todo para mí.
Ay, Jesús, ¡cuánto te amo! Te amo con todo mi ser. Te venero. Con todo mi corazón te adoro. Te beso en señal de gratitud por el inmenso amor que me manifiestas y que no entiendo pero que agradezco desde el fondo de mi alma.
Te estrecho entre mis brazos. Derramo lágrimas de alegría. Te alabo por Tu amor, Tu ternura, Tus misericordias, Tu magnificencia. Aun siendo un Rey tan grande y poderoso, te dignas tomarme en Tus brazos, enjugar mis lágrimas y darme consuelo.
Tú tienes la respuesta a cada pregunta, das sentido a cada propósito, conviertes cada flaqueza mía en fortaleza. Eres los ojos y oídos, la esencia de la vida. Eres la luz resplandeciente del universo, la potencia que impulsa cada átomo, el ojo omnipresente que observa todo pensamiento, todo sentimiento y toda necesidad. Eres los brazos de Dios que nos llevan, eres el consuelo de Dios, eres el amor de Dios que nos salva.
Colmas mi corazón de toda cosa buena. Me llenas. Eres la felicidad. Eres lo máximo. Sin Ti no hay nada. Todo lo llenas de Tu Espíritu y Tu amor. Te lo debo todo. Quiero elogiar Tu nombre y exaltar Tu gloria con todo mi ser, por la eternidad.
Me conmueve hasta lo indecible la dicha y la alegría que te causan mis alabanzas. ¡Qué alegría pensar que Tú, que tienes tanto poder, gloria, belleza y esplendor, desees y esperes ansiosamente mis besos de alabanza!
¡Ojalá pudiera alabarte todo el día! ¡Ojalá más personas conocieran Tu amor y supieran lo adorable que eres! Entonces también su corazón prorrumpiría en alabanzas a Ti para honrarte y glorificarte, rendirte pleitesía y adorarte. Así se te daría un poco de la atención y adoración que mereces como verdadero Rey que eres.
Sabiendo cuánto significan para Ti mis palabras de alabanza, me dan ganas de dirigirte muchas más. Aunque soy indigente, no llevo más que harapos y no puedo ofrecerte nada de valor terrenal —sólo mi propio ser y mis sencillas muestras de alabanza—, te regocijas hasta tal punto que me siento importante. Me impresiona que estimes tanto mi amor.
Tu amor me llega desde lo alto. Me toca el alma. Me aviva el espíritu y el cuerpo. Me renueva. Cada día contigo es nuevo y radiante. Me alegras la vida.
De mis labios brotan alabanzas a Ti, mi Dios. Quiero cantarte continuamente melodías de gratitud, mi Señor. Quiero albergar en todo momento buenos pensamientos para contigo, mi Rey. Para siempre es Tu misericordia. Tu ternura y perdón son infinitos. Tu amor me envuelve cual suave y cálida brisa de verano. Me refresca el alma, me vivifica, me fortalece y me motiva.
Dios mío, en mi debilidad, en mi pecado, alzo los ojos a Ti. En Ti hallo fortaleza y perdón. Me hago cargo de que Tu amor es infinito. Sé que no lo merezco. No merezco semejante perdón, ni la atención tan tierna que me brindas. No obstante, el simple hecho de saber que velas por Mí me proporciona una paz, satisfacción y contentamiento enormes.
Cuanto tengo es Tuyo, Jesús, porque todo lo que poseo procede de Ti. Son obsequios que Tú mismo me has hecho en amor. Por esa razón vengo ante Ti con palabras de alabanza y gratitud.
Nada te niego, nada te oculto, Señor mío. Te lo entrego todo con alabanza, honra y gratitud por las innumerables bendiciones que he recibido de Ti: Tu amor, Tu ternura y Tu misericordia.
Sé que me cuidas como a un niño indefenso. Velas por mí en todo momento, me cuidas con diligencia. Nunca te duermes ni te adormeces. Eres mi Padre.
odo lo que pueda hacer o decir es poco para compensar un amor tan grande como el Tuyo. No podría pagarte, Señor y Dios mío. No encuentro palabras ni medios para darte lo que te mereces. A Tu lado soy tan poca cosa, tan débil y tan impotente. Carezco de amor, de buen sentido y de fortaleza. Sin Ti no soy nada. Me asemejo al polvo. De no ser por Tu Espíritu y Tu amor que me comunican vida, poder y fuerzas, sería yo impotente, inútil, incapaz. Tú lo eres todo, mi buen Señor, y yo ante Ti no soy nada. Estoy a Tu disposición. Anhelo complacerte, amarte y servirte.
Siempre eres considerado, amable y compasivo. Puedo descubrirte mi corazón, confesarte cada uno de mis pensamientos, confiártelo todo. Tú simplemente me escuchas con paciencia. Nunca te enojas, ni pierdes los estribos, ni me criticas, ni me censuras.
Gracias por enseñarme a ser más como Tú. Gracias por darme la paciencia que necesito, por infundirme amor y comprensión por los demás, por comunicarme sabiduría. No podría vivir sin Ti. No puedo imaginarme cómo sería un día sin Ti, Jesús. No sabría arreglármelas por mi cuenta. Soy muy débil y tengo muchos defectos y flaquezas humanas. Sé que me haces una falta bárbara.
Gracias, tierno Jesús, por estar siempre cerca de mí. Cada vez que te pido ayuda me das lo que preciso; no me fallas.
Jesús, Tus palabras reveladoras de misterios celestiales son apasionantes para mí; no quiero oír ni escuchar otra cosa que la voz de Tu Espíritu. Quiero que Tu amor vibre en mi corazón. Quiero que Tus pensamientos resuenen en mi mente. Quiero que mi motivación en la vida sea agradarte. Tu deseo es mi deseo, Señor mío. Tus anhelos, mis anhelos, Rey mío.
El deseo de mi corazón es poder ser arcilla blanda y modelable en Tus manos, ser lo que Tú quieres que sea, ir adonde Tú quieras que vaya, hacer lo que Tú quieras que haga, decir lo que Tú quieras que diga. Quiero glorificarte y poder ser así una vasija de Tu amor, Tu luz y Tu verdad.
Me inclino ante Ti, mi Salvador y Señor. Haz de mí lo que desees; haz conmigo lo que quieras. Soy Tu humilde servidor. No soy nada ante Ti. Te entrego todo mi ser, mi corazón, mi alma, mi pensamiento. Lo más querido para mí en la vida lo pongo a Tus pies, con docilidad, sumisión y entrega total. Te amo con un amor imperecedero, reflejo del amor que Tú me tienes, manifestación del hecho de que Tú me amaste primero.
Gracias por todas las bendiciones de servirte. Aunque en ocasiones me he encontrado en circunstancias difíciles y ha habido momentos en que no sabía si lograría salir adelante o si hallaría fuerzas para continuar, Tú nunca me has fallado. A pesar de esas dificultades, me infundiste fe y gracia para perseverar.
Teniendo en cuenta el desánimo y la desdicha que envuelve a quienes no te conocen, y lo trabajosa que se les hace la existencia cotidiana, Mi vida ha sido como un sueño, una celebración, un banquete continuo. Jesús, poseo tantas riquezas: amor, compañía, amistad, provisión para todas mis necesidades, protección, salud, niños cariñosos, trabajo satisfactorio y más que nada la gratificante verdad de Tu Palabra.
Gracias, Jesús, por el honor que representa caminar muy junto a Ti por fe. Gracias por la fe. Gracias por el poder de Tu Espíritu. Gracias por orientar a cada uno a lo largo de la vida. Gracias por amarnos de manera individual.
Te agradezco que pueda hablarte siempre que lo desee. Puedo desahogarte mi corazón sabiendo que Tú siempre estás presente. Gracias por tener respuesta a mis inquietudes y por hablarme cuando lo necesito.
Te agradezco que Tu Palabra me proporcione tantas soluciones. Gracias que por lo menos la conozco en parte y poco a poco voy afianzándome en ella. Gracias, Señor, que asisto a Tu escuela y puedo especializarme en Tu Palabra. Gracias por lo profunda y lo interminable que es. Te agradezco que puedo continuar aprendiendo, progresando y acercándome cada vez más a Ti.
Gracias por ponerme en libertad. Ahora soy libre para vivir por Ti, libre de las cadenas del temor. Tú has dicho que donde está Tu Espíritu hay libertad. Tengo la certeza de que es así. Lo he vivido y lo agradezco infinitamente.
A veces, si tengo mucho que hacer cuando me despierto por la mañana, enseguida las tensiones me empiezan a abrumar. Entonces me dices tiernamente: «Échamelo todo a Mí». Cuando me siento débil e incapaz, Tú sigues fuerte. Cuando ignoro cómo resolver los múltiples problemas que se presentan, Tú me muestras las soluciones una por una. Considero que no merezco Tu amor y desvelo.
Gracias por la eficacia de la oración. Te agradezco que pueda acudir a Ti en todo problema y situación que se presente con la plena confianza de que escucharás mis súplicas. Te agradezco también que pueda pedirte que cuides y protejas a mis padres, mis seres queridos, mis hijos, mis amigos y otras personas. Gracias, Señor, por concederme el don de ayudar a los demás por medio de la oración.
Te agradezco que veles por mí, me guardes y me guíes. Te agradezco que Tus ángeles custodios me protejan y me defiendan. Sé que a veces me proteges de tal manera que ni me entero de ello. Hay cosas que no llegan a suceder porque Tú las previenes. Te agradezco que me protejas y me guardes de muy diversos modos.
Gracias por ampararme. Tu dulzura y Tu misericordia significan tanto para mí. ¡Cuánto las aprecio! Gracias por el ejemplo que me has dado, por las respuestas a las incógnitas de la vida. Gracias por instruirme y por ayudarme a llevar una vida tan sana, feliz y maravillosa. ¡Cuántas bendiciones disfruto!
Toda la creación te alaba. ¡Cuánto más no debería hacerlo yo! Cuando contemplo todas las obras de Tus manos, veo Tu infinito amor por Tus hijos. Todo lo creaste para que lo disfrutáramos. Lo único que nos pides es que te lo agradezcamos.
Cuando miro la inmensidad del cielo, me recuerda Tu amor sin límites. Cuando veo un paisaje verde y exuberante que se extiende hasta donde alcanza la vista, pienso en cómo provees para Tus hijos. Todo lo que has hecho es una ilustración del amor que abrigas por nosotros.
Gracias, Jesús, por las cosas grandes y ocultas que me enseñas. Tú dijiste: «Clama a Mí, y Yo [...] te enseñaré cosas grandes y ocultas» [Jeremías 33:3]. Te alabo por el privilegio de conocer el futuro, porque me has revelado suficientes detalles acerca de él como para entusiasmarme y hacer que lo aguarde con ilusión. Gracias por las visiones del Cielo que me has dado, por las metas que con esfuerzo debo alcanzar. Te agradezco que con mi pasado hagas borrón y cuenta nueva. Me has dicho que puedo olvidarme del pasado y de lo que queda atrás, y extenderme a lo que está adelante, mirar el porvenir, fijar la vista en Ti y captar la visión celestial. Gracias por las visiones del futuro, las visiones del Espíritu.
Quiero seguirte. Quiero obedecerte. He decidido recorrer con felicidad y expresión alegre la vía que me has puesto por delante, y cuento con que me ayudarás. Te voy a seguir lo mejor que pueda. Voy a amarte y a compartir Tu amor con los demás tanto como pueda. Gracias por dar ligereza a mis pasos y comunicarme una alegría que no pasa inadvertida.
Quiero que la gente sepa cuánto agradezco poder llamarte Padre mío, que lo considero un gran honor. Tu amor no tiene igual. Vale más que todo lo que pudiera renunciar a cambio de él.
Gracias por decirme lo que tengo que hacer, por indicarme el camino. Con gran aprecio y agradecimiento, quiero recorrerlo con felicidad y alegría, poniendo todo el corazón.
Gracias, Señor,
por todo el bien logrado.
Gracias, Señor,
por las almas que hemos ganado.
Gracias, Señor,
por los niños y los bebés.
Gracias, Señor,
por el don de la fe.
Gracias, Señor,
por la difusión de Tu Palabra.
Gracias, Señor,
porque al mal vencemos en batalla.
Gracias, Señor,
porque nos amamos unos a otros.
Gracias, Señor,
porque hay unidad entre nosotros.
Gracias, Señor,
porque damos de comer al hambriento
y le llevamos la luz de Tu conocimiento.
Gracias, Señor,
porque siempre cerca estás.
Gracias, Señor,
por Tu amor fiel y veraz.
Gracias, Señor,
por nuestro futuro galardón.
Por todo esto y por mucho más,
te damos las gracias, Señor.
Cuando te alabo, comienzo a oír sonidos musicales. Son armoniosos y melódicos. Me envuelven, me penetran y hasta se convierten en parte de mi ser.
Cuando te alabo, me proyecto al futuro, donde me veo libre de todas mis cargas y me encuentro con que todos mis problemas han quedado solucionados. Eso me infunde fe para el presente. Los conflictos y las dificultades se empequeñecen cuando te alabo, porque adquiero la confianza de que Tú te encargarás de resolverlos todos.
Cuando te alabo, oigo descender suavemente Tus respuestas y soluciones, que derriten mis inquietudes como si fueran nieve. Oigo también que me agradeces que me tome unos minutos contigo. Aspiro Tu Espíritu, que me llena y me transmite vida. Pero lo más maravilloso es que, cuando te alabo, oigo Tu voz que me dice que Tú también me amas.
Gracias por los regalos materiales que me haces, en los cuales veo reflejado Tu amor cada día: las manzanas, las naranjas, los plátanos, las verduras, cada uno con su bello color. ¡Cuánta variedad y cuánto colorido creaste! Con cada delicioso bocado que pruebo experimento Tu amor, Tu desvelo y Tu provisión.
Miro el techo y las paredes y percibo Tu protección. Te agradezco el refugio que prometiste a Tus hijos. Gracias, Jesús, por la suave almohada en la que puedo recostar la cabeza, por el colchón en el que puedo reposar el cuerpo, por la cómoda silla en la que me puedo sentar y relajar.
Gracias por mi amorosa familia, por mis hermanos y mis hermanas. Cuando miro alrededor, veo y palpo el amor que me prodigas. Te doy gracias por Tu amor. ¡Penetra hasta lo más hondo de mi alma! Te lo agradezco.
Gracias por los espacios de reposo que me concedes. A veces siento sobre mí un peso enorme que me abruma. Me da la impresión de que no lograré salir adelante, de que no puedo dar ni un paso más. Pero después, en el momento preciso, Tú aligeras mi carga. Tomas en Tus manos el peso que llevo a cuestas, lo levantas y me concedes suave descanso y relajación; justo lo que me hace falta. Cuando no aguanto más, sólo Tú podrías saber que necesito una tregua. En esos momentos me dejas sentir Tu amor celestial.
Me das pausas entre una batalla y otra. Me infundes paz en medio de la tormenta. Me envías rayos de alegría aun en plena lluvia de tristeza, y me ofreces un abrigo de paz donde resguardarme de los vientos turbulentos. Todo lo que procede de Tu mano es perfecto: las alegrías y el amor, las dificultades y las pruebas. En cualquier caso, Tú, amorosamente, me concedes momentos de profunda paz y tranquilidad.
Sé que todo lo que sucede está planeado por Ti. Me dijiste que transitara por esta senda; que has dispuesto cada uno de mis pasos, de uno en uno; que portara fiel y diligentemente mi cruz. Me mandaste que reflejara Tu amor, que llevara Tu gozo en mi corazón y que tuviera una sonrisa dibujada en el rostro a la vista de todos. Gracias por mostrarme, no sólo qué camino tomar, sino también cómo debo proceder. Tus amorosas palabras me guían. Te amo, Jesús.
Ayúdame a agradecerte constantemente las muchas bendiciones que me concedes. ¡Jesús, Jesús, amo Tu nombre! ¡Lo alabo! Te necesito, mi buen Jesús.
Yo vagaba triste a la deriva, buscando un hogar, buscando amor. Anduve errante por muchos valles y largos túneles en busca de la luz que me llevara a casa. Entonces te encontré a Ti, mi hermoso, amado y maravilloso salvador. Me recogiste en Tus amorosos brazos y llevaste Mi espíritu hasta Tu palacio celestial. Al fin me encuentro en casa, donde moraré contigo y te amaré por siempre jamás.
Te amo, Jesús. Quiero que broten de mi corazón las más exquisitas alabanzas a Ti, las melodías y palabras más dulces. Quiero darte a Ti y sólo a Ti lo más estupendo que poseo, las flores más fragantes, mis mayores tesoros, por grandes o pequeños que sean. Deseo hacerlo porque eres quien más me ama.
Al despertar quiero pensar en Ti antes que en ninguna otra cosa. Que lo primero que haga en el día sea dedicarte una alabanza. Que las primeras palabras que salgan de mi boca antes de emprender la jornada sean para Ti. Quiero dedicarte lo mejor de cada día. Quiero estar contigo antes de pensar o hacer nada.
Ayúdame a hacer eso todos los días, todas las mañanas. A dedicarte los primeros momentos, pasándolos a solas contigo en silencio, porque te amo y deseo alabarte.
Quiero que mis primeros pensamientos sean los que Tú me des. Antes que nada quiero que me des Tu amor. Quiero manifestarte en todas las formas posibles que Tú tienes prioridad. Antes de hacer nada, quiero preguntarte qué quieres que haga. En todo y a lo largo del día, quiero poner primero los ojos en Ti. Quiero que seas Tú el primer ser con quien hable y darte el primer lugar en todo.
¡Eres mi primer amor!
Gracias por rodearme cada día de Tu infalible misericordia y Tu inextinguible amor. Aunque no lo merezco, me deleito en Tus placeres. Te amo ahora y te amaré por siempre.
Cuando mi espíritu está agobiado y mi alma angustiada, alzo mi corazón a Ti, Señor mío. Busco Tu Espíritu de sabiduría y amor, Tu voz refrescante y pura. Te llevas mis pensamientos mundanos con Tus palabras fuertes y seguras. Me encanta escuchar Tus susurros; me encanta sintonizarme con Tu Espíritu. Me anima. Me renueva. La certeza de que Tu amor es eterno me infunde una fe sin límites. Tu cántico jamás termina; das, y das y das.
¡Sigue cantando, Jesús mío! Mi espíritu se eleva a Tus brazos de amor. ¡Sigue cantando, Señor mío, elévame hasta los cielos! Tu voz, las palabras que me dices al oído, son para mí la música más sublime que hay. Nada puede igualársele; no hay siquiera comparación. Nadie alcanza a ser como Tú, mi Señor. Un momento a Tu lado es todo lo que preciso para renovar mi deseo de acudir a Ti una y otra vez. Mi salvador, mi tierno Jesús: mi deseo de Ti es insaciable.
Jesús, te amo muchísimo. ¡Qué inapreciable tesoro es estar en Tu presencia, solazarme en Tu amor! Lo más maravilloso es que te tengo cada instante del día. Te puedo llevar conmigo donde sea que vaya. Me has dado Tu corazón; no sólo una ínfima parte, sino todo él. Eres mío. Nadie podrá arrebatarte de mí. Eres mío para siempre, desde la más alta cumbre hasta el más profundo abismo.
Gracias, Jesús. ¿Quién como Tú? Nadie. Gracias por colmarme de bendiciones. Me has privilegiado con verdaderas riquezas. La sola idea de ello rebasa mi entendimiento. Es tan pasmoso que resulta inútil intentar aun comprenderlo.
No podría intentar siquiera entender el gran amor que albergas por mí. Es tan amplio, tan grandioso, tan colosal. Todo lo engloba. Eres incomparable, mi buen Señor.
Desvelo sin límite.
Depósito inconmensurable.
Tesoro inagotable de devoción infinita.
Afecto inextinguible, imperecedero.
Ternura perenne, calidez continua, invariable,
que envuelve y entrega cariño.
Valor eterno, inmutable,
que a todos abraza con un perdón que nunca expira.
Pasión celestial. Exquisito placer. Arrobamiento sin fin.
Luz radiante de divino éxtasis,
que embriaga, satisface
y fluye incesante.
Así es Tu amor inmortal.
Dulce, celestial, maravilloso e innovador Jesús, ¡te quiero tanto! Eres magnífico. Lo abarcas todo. Gracias por ser a cada instante justo lo que me hace falta. Cuando me veo en un aprieto, Tú siempre tienes la solución. Cuando necesito ayuda urgente, eres mi pronto auxilio.
Cuando necesito a alguien con quien hablar, me brindas un oído amoroso y eres mi paño de lágrimas. A veces me da vergüenza llorar en presencia de otras personas, sin embargo, contigo nunca me siento así. Puedo actuar con naturalidad, sabiendo que me aceptas y me quieres tal como soy. De hecho, te agrada más aún que en Tu presencia me conduzca con espontaneidad y te lo cuente todo.
Te deleitas en escucharme cuando te expongo mis más íntimos pensamientos, aunque me parezcan descabellados y no considere que valga la pena expresarlos. Cada vez que te descubro un rincón de mi corazón, me entregas una parte del Tuyo, un poco más de Tu amor, Tu paz y Tu felicidad, con lo que después de pasar unos momentos contigo me siento diferente, un poco más como Tú. Quiero tenerte por modelo.
Ahora que te he encontrado, comprendo lo que es ser el objeto de un amor total, profundo y sin límites. Nadie me había amado nunca de forma tan cabal, tan intensa. Me aceptas, me amas, me entiendes y me aprecias plenamente por todo lo que soy.
Me haces ver en qué aspectos te gustaría que cambiara y me ayudas a esforzarme por mejorar. En ningún momento percibo en Ti una actitud de condena o de crítica, sino sólo el amor más sublime.
No hace falta que disimule mis faltas o mis debilidades. Sé que Tú las ves con compasión. Las cubres con amor. Las aceptas a través de Tu perdón. Luego, me tomas de la mano y proseguimos juntos.
Por todas estas y muchísimas más preciosas razones, te amo, Jesús.
Gracias, Jesús, por la libertad que me das. Contigo puedo realizarme en lo que desee. No tengo por qué adaptarme a ningún molde. Me has liberado.
¡Me encanta la libertad! Me entusiasma zafarme del molde de las tradiciones y de lo convencional. A veces me gusta hacer cosas que algunos estiman insólitas. Para mí es importante ser diferente a veces. Quiero desembarazarme de las cadenas del conformismo.
Tú me entiendes, porque fuiste un rebelde. Encontraste la más noble de las causas, y por ella te rebelaste. Yo también he encontrado esa causa. Me rebelo contra el Diablo y el aluvión de mentiras con que me quiere anegar. Me has liberado para que lo derrote con la contundencia de Tu Palabra. ¡Cuánto poder me has conferido! Tu libertad es la fuerza más poderosa que existe.
Para Ti, Jesús, no hay nada difícil. Nada es pequeño ni grande en exceso. Nada carece de importancia. Nada es imposible. Nada que yo haga te sorprende. Nada puede poner fin al amor que albergas por mí. Nada que te pida te parece excesivo.
A Tus ojos, nadie carece de importancia. Nadie se pasa de alto, de bajo, de lento o de torpe. Nadie es feo para Ti. Nadie te aburre. Nadie se excede en maldad. Nadie queda fuera del alcance de Tu amor. Te ruego que me transformes para que sea más como Tú.
Tu voz es como el sonido de muchas aguas, transmisora de amor, de sabiduría, de alegría y de apoyo. Tu voz alivia el dolor, da gozo en la batalla, fuerzas en la enfermedad, y vigor y ánimo por siempre.
Sin yo merecerlo, has prometido amarme, alimentarme, consolarme, cuidarme y mantenerme siempre. Te has comprometido a hacerme feliz, a darme cuanto necesite y hasta lo que desee.
Yo, por mi parte, prometo amarte eternamente y hacer todo lo posible por complacerte. Nos unen fuertes lazos de amor. Existe entre nosotros un enlace, un nexo que une nuestro corazón y nuestro espíritu. Somos uno para siempre. Nada podrá matar o apagar nuestro amor.
Has conquistado mi corazón. Siempre te perteneceré. Nunca podré amar a nadie como te amo a Ti, pues nadie podrá amarme como Tú me has amado y sigues amándome: tan a fondo, tan completamente. Nadie más ha dado su vida, derramado su sangre y soportado dolor y torturas para rescatarme.
Eres verdaderamente mi amor eterno, un amante sin igual, un excelente amigo y consolador, el Salvador vivo, cuyo poder y fortaleza siempre me sostendrán y nunca me defraudarán.
Jesús, te honro, te doy gracias, te glorifico y te bendigo. A Ti rindo mi alma, mi corazón y mi mente, y con humildad te adoro. El amor que abrigo por Ti nace del fondo de mi corazón. Te alabo y te honro con todo mi ser. Me presento ante Ti, me postro a Tus pies y te glorifico, en gratitud por el irresistible amor, la compasión, la misericordia y la paciencia que me prodigas. Te doy gloria, te reverencio y te exalto por encima de cuanto hay en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra.
Eres mi vida. Eres mi alegría. Lo eres todo para mí. No sabes cuánto te necesito. Si digo que agradezco tenerte, en realidad no alcanzo a expresar lo que realmente siento por Ti. Para expresar en toda su extensión cuánto significas para mí necesitaría mucho más que idiomas humanos; me harían falta lenguas de ángeles.
Para mí lo eres todo. Sin Ti no soy nada ni puedo nada. Mi corazón te anhela con el mismo deseo de un amante por su amada. Mi alma suspira por Ti como con el ansia de un sediento en el desierto que se muere por un vaso de agua fría. Me tratas de maravilla. No merezco en modo alguno el amor que me tienes. No soy digno de las bendiciones que me prodigas ni de la misericordia de que continuamente me haces objeto. Por todo ello, estoy eternamente en deuda contigo. Te debo la vida. Gracias por amarme.
Nunca me has desamparado, Jesús. Me has amado, apoyado y sostenido año tras año, aun en tiempos turbulentos, en batallas y dificultades. Aunque he sido infiel, Tú has permanecido fiel; aunque he sido débil, Tú te has mostrado fuerte. Ahora entiendo que por medio de todas esas dificultades querías acercarme a Ti.
Me causa dicha que me hayas amparado en medio de tantas batallas. Cuando estaba muy débil, me enviaste socorro. Así me amaste, así me conquistaste.
Permíteme estar eternamente a Tu lado. Déjame aferrarme siempre a Ti. Sabes que te necesito, pero a veces me dejo llevar por mi espíritu y me inquieto, me afano y me consumo con el trajín del día. No toleres que me descarríe. Quiero estar continuamente a Tu lado. ¡Te amo!
Gracias, Jesús, por Tu bella creación, por el sol, la luna, las estrellas, los árboles, la hierba, las flores, las onduladas colinas, los prados, los ríos y los mares. Gracias por darnos todas esas cosas para nuestro deleite, por las aves que entonan trinos dulces y risueños, por la brisa refrescante, por la lluvia, que lo deja todo limpio. ¡Gracias por cada una de esas muestras de amor!
Tus más mínimos deseos son órdenes para mí, y Tu menor indicación me motiva. Quiero manifestarte en todo momento mi amor. No sólo con mis propias obras, sino haciendo Tus obras, las que Tú quieres llevar a cabo por medio de mí, no lo que yo tengo pensado o considero de más importancia.
Te amo con pasión. ¡Eres mi más valioso tesoro! Tu amor supera todos los demás. Eres primoroso, amable, bondadoso y, al mismo tiempo, estás investido de gran poder.
No me es necesario conocer nada; me basta con conocerte a Ti. Te doy gracias por ello. No tengo que ser nada; me basta con estar en Tu presencia. No hace falta que sepa adónde voy; con seguirte es suficiente. Gracias por mi debilidad, la cual hace posible que se manifieste Tu poder. Cuando no sé qué decir, puedes hablar Tú por mi boca. Cuando no sé qué hacer, me basta con pedirte orientación.
Gracias porque cuando me siento tan insignificante, cuando me parece que no sé nada ni soy capaz de hacer nada, cuando siento que no tengo nada dentro, Tú me llenas. Te agradezco que puedes tornar mis flaquezas en puntos fuertes, que me puedas transformar para Tu gloria.
Gracias porque me basta con entregarme a Ti y dejar que obres, actúes y hables Tú por medio de mí. De ese modo no tengo que preocuparme por lo que no pueda hacer. Has hecho que sea muy fácil dejar que nos ayudes a resolver las dificultades. A veces nos cuesta depositar toda nuestra confianza en Ti cuando las cosas van mal, pero es importantísimo que lo hagamos. Ayúdame a ser una vasija perfecta para Ti, receptiva en todo momento a cuanto tengas para mí.
Tú iluminas mi vida y me infundes esperanzas para seguir adelante. Cambiaste todo mi temor en perfecto amor. No hay nadie como Tú, Señor de señores, Rey de reyes. Gracias por Tu poder sobrenatural. Tu toque mágico está rompiendo las cadenas que me apresaban.
Te amo tanto, salvador mío, que es imposible expresarlo con meras palabras. Toma mi corazón y hazlo todo Tuyo, por entero. Haz conmigo lo que te plazca. Será un gran placer para mí seguirte adonde me lleves, obedecerte en todo lo que me pidas y hacer cualquier cosa que me mandes.
Me lo has dado todo. ¿Por qué habría yo de negarte algo? Mi vida, mi voluntad, mi mente, mi cuerpo, mi corazón y espíritu, mi tiempo, mi servicio y, ante todo, mi amor devoto, son todos Tuyos.
Cuán valioso y liberador es el conocimiento de que en Ti no hay condenación. Te agradezco que Tu amor y Tu misericordia sean desde la eternidad y hasta la eternidad. Ayúdame a ser más como Tú, a ver con ojos llenos de fe lo bueno, lo puro y lo amable que hay en el corazón de los demás, del mismo modo que Tú miras en mi corazón y eliges ver sólo lo bueno, lo puro y lo amable.
Aunque esté enterrado bajo muchos escombros, tapado por los afanes de la vida, Tú ves lo bueno y las posibilidades ocultas que nadie más advierte. Sabes que esas cualidades yacen allí. Tú mismo las pusiste en mi ser, ya que eres el autor de la vida, la fuente de toda dádiva buena y perfecta, el dador de bienes a todos Tus hijos. Bastaría eso para que te amara y te adorara, y no digamos todo lo demás que haces para manifestarme Tu amor. ¡Mi vida te pertenece por siempre jamás!
Jesús, Tú eres el primero al que acudo cuando tengo una pregunta o dificultad. Ahora se me hace mucho más fácil la vida. A Ti recurro, te quiero escuchar, a Tu lado deseo estar en todo momento.
Gracias, Jesús, por proveerme de cuanto necesito. Gracias por la felicidad. Gracias por la alegría. Gracias por el gozo.
Porque te amo, te pregunto: «¿Estoy obrando bien? ¿Te agrada esto? ¿Es lo que deseas que haga?» A veces me doy cuenta de que estoy sonriendo, y todo se debe a que te amo. ¡Es como haber revivido! Ruego que nunca se apague este ardor.
Espero con gran ilusión aprender nuevas maneras de expresarte mi amor. De igual manera que Tú deseas mi afecto y mis palabras de elogio, yo anhelo cultivar y perfeccionar el don de la alabanza a fin de demostrarte mejor cuánto te quiero. Quiero poder comunicarte una y otra vez, de maneras muy variadas, lo mucho que te adoro, cuánto te quiero, que siempre deseo entregarme a Ti, decirte que sí y deleitarte.
Mi espíritu en alabanza se eleva.
En los cielos alegre hacia Ti vuela.
Elogiándote tierna, humildemente,
alzo los brazos con deseo vehemente.
Sin ti, Jesús, estaría mi vida
encerrada, encadenada, impedida;
pero Tu magno poder y Tu gracia
tornan mi angustia y mi desdicha en danza.
Tu sabiduría firme y segura
no deja espacio en mí para la duda.
Una mirada a Tu faz placentera
me infunde fuerzas para la carrera.
Gracias por las posesiones materiales que me das, por atender a todas mis necesidades físicas, por el agua que bebo, por el aire puro que respiro, por el sol y por la salud y fortaleza que me das para servirte. Gracias por todo.
Nos has pedido que te demos gracias en todo. Ayúdame a tener siempre presente ese principio, a tener en todo momento un espíritu agradecido, a elevarte mi corazón en señal de gratitud.
Sé que nunca podré pagártelo, Señor. No obstante, por poco que parezca en comparación con lo que Tú has hecho por mí, te entrego mi vida, mi amor, todo lo que tengo. Tuyo es todo mi ser. Eternamente te prodigaré mi amor.
Gracias, Jesús, por mis seres queridos, con quienes puedo gozar de relaciones estrechas. También te doy gracias por las veces en que no tengo a nadie con quien compenetrarme. Aunque me resulta difícil, sé que esas ocasiones también forman parte de Tu plan.
Así, pues, te doy gracias por la soledad que experimento en estos momentos. A raíz de ello disfruto de este singular tiempo contigo. Gracias porque tomas mi corazón quebrantado y lo compones con palabras cariñosas y porque en Tu presencia hay plenitud de gozo.
¡Lo eres todo para mí! Gracias porque en los momentos de soledad y vacío, me llenas el corazón con Tu amor inmenso e impresionante, que se lleva mi dolor. Gracias porque me llenas tanto que el vacío desaparece.
Te alabo por el amor y el consuelo que nos brindas continuamente y sin condiciones. Tu amor y Tus palabras no dejan de descender sobre mí a raudales. Son una fuente inagotable.
Te amo. Siempre te amaré. Siempre quiero estar a Tu lado.
Me acurruco junto a Ti, Jesús. En Tus brazos siento gran dicha, consuelo y seguridad. Gracias por Tu sublime y cálido amor. ¡Cuánto te quiero! Te necesito intensamente. Lo eres todo para mí.
Gracias por este nuevo día, incluso por los pequeños dolores y lastimaduras que me ayudan a apreciar la salud de que generalmente disfruto. Te estoy agradecido por el cuerpo tan maravilloso que me has facilitado; por los brazos, las piernas, las manos, los pies, los ojos, los oídos y la boca. Jesús, te dedico mi cuerpo. Sólo quiero vivir para alabarte y glorificarte.
Cuando me detengo a pensarlo, me doy cuenta de que cada bocanada de aire que respiro y cada latido de mi corazón son una maravilla, un milagro. No necesito aparatos para que mi organismo funcione bien; solo tengo que cuidar de la fabulosa máquina que me has dado. Ayúdame a darle siempre un buen trato para que esté en forma, saludable y en condiciones de servirte y de servir al prójimo. Y si permites que sufra alguna pequeña avería, o si de vez en cuando necesita un ajuste, ayúdame a aprovechar para lubricarme a fondo con Tu precioso Espíritu Santo y dejar que Tus palabras me renueven.
Gracias porque, en la salud o en la enfermedad, siempre te puedo alabar acercándome a Ti o ayudando a alguien. Te amo mucho. No deseo otra cosa que agradarte.
Quise hacer una pausa para decirte que te amo y darte las gracias por todo. Estoy pasando un día excelente, y te lo agradezco. Gracias por el sol. Muchas gracias por mi familia. ¡Qué bien me tratas! Todavía me asombro de que te conozca y de que quieras ser mi dueño. Me llenas de dicha y colmas mis días de bendiciones: auténtica satisfacción en mi trabajo y además paz interior, pues sé que lo tienes todo en Tus manos. No me canso de agradecértelo. Me alegra en el alma que sepas la gratitud que siento y que seas consciente de que te amo. Aprecio todo lo que haces por mí.
Te doy gracias, Jesús, por ser mi gerente particular. Gracias por aclararme los pensamientos. A veces me parece que me he perdido en el bosque de mi diario transitar. No sé qué hacer ni qué tiene más prioridad, qué será lo más importante. Gracias porque ello me impulsa a buscarte y a solicitar consejo y ayuda de otras personas. Me ayuda a no ser tan independiente. Gracias también por bendecir después mis esfuerzos con ideas y planes muy claros, con indicaciones precisas en cuanto al rumbo que debo seguir y la velocidad a la que debo avanzar, y por darme paz mostrándome la meta y el programa general.
Gracias por estar siempre presente para ayudarme con lo que tengo que hacer. No es preciso que me preocupe de si me faltará sabiduría, conocimientos o experiencia: cuando acudo a Ti pones todo eso a mi alcance. Reconozco mi ineptitud y mi necesidad. Por eso, espero tus susurros. Siempre estás tan dispuesto a ayudarme y a obrar por medio de mí. Cuando tengo un problema, o no sé qué es lo primero que debo hacer o cómo programar las actividades del día, me basta con acudir a Ti para que me des consejos claros. Me dices cómo puedo sacar más partido de la jornada.
Lo maravilloso de acudir a Ti en busca de ayuda es que un día organizado por Ti siempre me brinda satisfacción.
Me has dado tanto. Me colmas. Tu lluvia no para nunca, Jesús. Tu arroyo nunca se seca. Tus aguas nunca se agotan. Siempre puedo contar con que seguirán corriendo y avanzando. Gracias porque yo también puedo avanzar. Tú siempre vas delante guiándome e indicándome el camino, y te puedo seguir. Gracias por ser lámpara a mis pies y lumbrera a mi camino, y por orientarme con Tu Palabra. Gracias por hablarme mediante la voz de Tu Palabra, mediante el silbo apacible de Tu voz, que me guía, me dirige y me indica lo que debo hacer.
Gracias por los grandiosos milagros que obras en mi vida. Gracias por bendecirme. No me lo merezco en absoluto. Eres tan generoso, amoroso y comprensivo conmigo y tienes tanta confianza en mí. Es maravilloso poder amarte por encima de todo, poder recurrir a Ti en todo. Eres mi dulce Jesús, mi entrañable y tierno amigo. Te amo, te adoro, pues me creaste para Ti. ¡Alabo Tu nombre!
Jesús, eres maravilloso, encantador, magnífico. Lo eres todo para mí: mi amor, mi palpitar, mi esperanza, mi sonrisa, mi ternura. Eres perfecto, insuperable.
Estoy en deuda contigo, porque repartes, añades y vuelves a añadir. Al sentir Tu amor, derramo lágrimas de alegría. No puedo más que darte las gracias y decirte cuánto te quiero. Espero que esta pequeña muestra de amor y gratitud te complazca. ¡Te amo! ¡Te alabo! Te honro y te ensalzo por siempre jamás.
Qué fuerte eres. ¡Qué grande, poderoso, tremendo y magnífico! ¡Impresionante! Si me envuelve Tu inmenso poder, no tengo que preocuparme en lo más mínimo de si tendré las fuerzas o la capacidad para afrontar las batallas y pesos de la vida. Cuento contigo, mi valeroso defensor, para que luches por mí. Cuento contigo, mi gran proveedor, para que tomes y sobrelleves cada carga.
No puedo apartarme jamás de Ti, pues sin Ti nada soy. Sin Ti me pierdo y estoy débil, sin fuerzas, sin fe y sin esperanza. En mí no hay fuerzas, belleza ni capacidad. Sin embargo, al permanecer en Ti puedo participar de Tus maravillosos y sublimes atributos y disfrutarlos como si fueran propios. ¡Qué grande eres! ¡Qué poderoso! ¡Qué bendición es tenerte! ¡Qué bendición es pertenecer a Ti!
Me agrada alabarte, dulce Señor. Me deleito en Tu alabanza de día y de noche, pues eres fascinante, magnífico. Lo eres todo para mí. Sin Ti, nada puedo hacer. Por eso te alabo y te doy gracias. ¡Gracias, Jesús! Alabado seas.
Temprano te buscaré con aleluyas, y durante el día Tu alabanza estará de continuo en mi boca. Sé que la alabanza es hermosa y que habitas entre los loores de Tu pueblo. Quiero que habites conmigo y en mí. Te engrandeceré y te daré gracias por las maravillas que has hecho por mí.
Sé que te encanta que te alaben y que anhelas mis alabanzas; así que te las prodigaré. Deseo que estén de continuo en mis labios, pues te amo y quiero buscarte día y noche. Sin Ti yo nada puedo.
No puedo vivir sin Ti. Eres mi sustento, lo que me mantiene con vida. El aire puro de Tu Espíritu es muy tonificante y me da fuerzas para seguir el itinerario de la jornada.
Tu Espíritu me levanta el ánimo como ninguna otra cosa. ¡Eres superestimulante! Te ruego que me llenes con la plenitud de Tu potencia. Redobla el flujo de Tu Espíritu en mí. No te contengas. Eres mi fuerza, mi fuente de energía. Gracias porque puedo respirarte tanto como quiera y renovar así todo mi ser. Me rejuveneces, me revitalizas, me revives. El aire puro de Tu Espíritu despierta la vida en mí. ¡Me reactivas! Reavivas mi fuego. Cada vez que aspiro hondo Tu espíritu es como si renaciera. Eres mi resurrección. Me has revivido. Gracias por la vitalidad de Tu Espíritu.
Ya tomé mi estimulante y me has renovado. Tu energía corre por mis venas. Ahora estoy en condiciones de afrontar el día.
Te amo, Señor mío. Me haces falta. Jesús, ¡eres deslumbrante, majestuoso! Tu nombre es admirable. Has hecho cosas maravillosas para mí.
Mi estimado Jesús, te doy gracias por Tu espléndido Espíritu y porque siempre estás a mi lado para ayudarme en todo. En cualquier momento puedo acudir a Ti para plantearte mis ideas, mis preocupaciones y mis dudas, con la certeza de que me escucharás. Percibo Tu amor y Tu desvelo.
Siento Tu luz, más radiante que el sol. Siento Tus aguas, más refrescantes que un límpido arroyo montañés, más puras que la nieve recién caída sobre las cumbres. Me elevo sobre todo lo creado y te abrazo en cuanto oigo que me llamas. Respondo cuando me requieres. Dejo atrás la carne y me remonto en Tu Espíritu a las alturas, donde me encuentro contigo, te saludo y te alabo.
Me gozo en Tu compañía, ya que supera la que pueden proporcionar amigos y amores. Tú eres mi compañero y mi Señor, un Señor revestido de majestuosidad, de victoria y de honra. Alabo la sola idea de Tu presencia. Tu gracia me ha salvado. Me inclino ante el grandioso, infinito y excelso Espíritu de Dios.
Toma mis palabras de alabanza y gozo, y deja que su ofrenda de gratitud te llene el corazón. Lo eres todo: mi día y mi noche; mi mañana, mediodía y tarde; mi alimento y mi agua; mi fuerza y mi vida. Aunque mis palabras son sencillas e insuficientes, llegan a Ti, mi Dios grande y poderoso. Te ruego que las aceptes en prenda de mi gratitud por todo lo que has hecho y has sido para mí.
Gracias por todo lo que has hecho por mí, por todo lo que me ha sucedido en la vida, por cada una de mis experiencias, hasta por los desengaños: sé que todo ello procedió de Ti. Aunque no fueras el causante de esas cosas, las permitiste para observar mi reacción, para enseñarme y para acercarme a Ti. Deseabas que adquiriera la habilidad de sobreponerme a situaciones difíciles y alabarte por ellas. Querías hacerme ver que en todas ellas Tú estabas presente. Las permitiste para poner a prueba mi fe, para ver si creía que de aparentes derrotas sacarías triunfos.
Gracias, Jesús, por las veces en que me he hallado entre la espada y la pared. Sé que se debió al amor que me tienes a mí en particular, un amor a mi medida. Gracias por todas las vivencias que he tenido, por los triunfos y por los aparentes fracasos. Te doy gracias por ellos. Te alabo por ellos. Exalto Tu glorioso nombre. Alabo el amor que abrigas por mí. Gracias.
Nadie me conoce tan bien como Tú, Jesús. Me das tanta dicha. Quiero que conozcas cada uno de mis pensamientos, deseos y secretos. Ni siquiera me molesta que sepas de mis faltas y debilidades: las miras con gran misericordia y comprensión. Sabes que esas mismas debilidades me recuerdan mi necesidad de Ti. Y aunque me conoces por dentro y por fuera, me amas, como siempre me has amado. Eso significa mucho para mí.
Cada día que pasa quiero que formes más y más parte de mi vida, que conozcas mis pensamientos y participes en mis decisiones. Quiero ser más como Tú. Quiero pensar lo mismo que Tú y ver las cosas como las ves Tú. Quiero que siempre seamos uno.
Mi buen Jesús, en todo sentido es un placer estar contigo. Eres un gozo que me embarga. Nunca deja de asombrarme que, aun cuando flaqueo, este gozo Tuyo no cese. Incluso cuando me asalta el desaliento y arrecian las batallas, este gozo Tuyo permanece puro e inalterable.
Hace ya muchos años que vivo esta alegría, y no deja de asombrarme lo irreversible y permanente que es. Siempre puedo contar contigo. ¡Siempre! Nunca has estado ausente; has tomado parte en todas las facetas y detalles de mi vida. Te alabo y te doy gracias por ello, mi inolvidable Señor. ¡Te adoro! Verdaderamente eres mi mejor amigo, mi mayor alegría. ¡Cuánta gratitud y cuánta felicidad me embargan por el amor que en todo momento viertes dentro de mi corazón!
Me has saciado de bendiciones. ¡Cuánto amor me has manifestado al bendecirme con una vida tan bella! No lo entiendo. Seguramente nunca conseguiré explicármelo. ¿Cómo ha podido pasarle eso a alguien tan insignificante como yo? A una persona como yo, con tantos defectos e idiosincrasias, ¡le has concedido tanto!
Eres una maravilla. No podría vivir sin Ti, ni quiero hacerlo. Te ruego que no dejes que me aparte de Tu presencia. Te agradezco todo lo que haces en mi vida —lo grande y lo pequeño— para motivarme a permanecer a Tu lado.
Antes los problemas y las dificultades se me hacían una montaña; ahora, en cambio, los veo como una bendición. Si no me topara con dificultades en la vida sería víctima del fariseísmo y el orgullo, y ni me acordaría de que te necesito. Mis muchas debilidades me hacen ver claramente que sin Ti no puedo salir adelante.
Agradezco en el alma el amor que me has demostrado, Tu inestimable amor. Con mis numerosos errores y las distintas ocasiones en que he caído en el desaliento o he andado fuera de onda me has hecho ver lo mucho que me amas. Haces llover sobre mí Tus bendiciones, Tu amor y todo cuanto necesito. Sin Ti no puedo dar un paso. ¡Cómo me alegra que tengas mi mano firmemente asida con la Tuya!
Soy como un ciego al que guías paso a paso. Continuamente me animas diciéndome que voy bien: «Sigue así, un paso más». Me enseñas a seguir Tus pasos de amor. Te lo agradezco.
¡Te amo intensamente! Aprecio mucho cuanto haces por mí, todo lo que me das y la forma en que me cuidas como a un hijo.
Gracias, Señor, porque nunca me decepcionas. Gracias por fijarte en un don nadie como yo y convertirme en una persona útil. Te doy gracias por las abundantes riquezas de Tu amor.
Gracias por las desilusiones, por los cambios de planes, por las cosas que no salen exactamente como pensábamos. Intentaste advertirme, Señor, pero no hice caso de Tus indicaciones. Ahora sé más que nunca que velas por mí: me mostraste con antelación qué pasaría. Me hiciste ver que no iba a ser tal como yo esperaba. Lo que pasó fue que no me di cuenta de que me lo estabas indicando Tú. Ahora, con esta decepción, he aprendido a reconocer mejor Tu voz. He visto con más claridad que puedo fiarme de la orientación que me brindas en susurros. Así distinguiré más pronto Tu voz la próxima vez que me adviertas lo que va a pasar.
Nunca me da la sensación de que te molesto. A lo largo del día prestas oídos a mis quejas, problemas y peticiones, y en todo momento estás dispuesto a tomar sobre Ti las pesadas cargas que llevo. Por eso quiero desentenderme de todo lo demás en estos momentos de alabanza y dedicarlos exclusivamente a halagarte, amarte y darte gracias.
Quiero amarte, enaltecerte, darte gracias por el prodigioso amor que me brindas pese a mis fallos y defectos. Gracias por las veces en que, aunque caigo, me recuerdas que no soy para Ti una molestia, y me dices que estás contento de que yo sea un conducto de Tu amor. Te agradezco que sólo veas en mí lo bueno, sólo tengas ojos para ver mis aptitudes, y me asegures que no hay nada en mí que no te guste o que no ames.
Jesús, no puedo ganarme Tu amor. Lo que sí puedo hacer —en señal de gratitud, entrega y adoración— es seguirte sin reservas, tal como necesitas y deseas que haga.
Te debo las gracias por hacer que me resulte tan fácil complacerte. ¡Ojalá las palabras de amor que te dedico se traduzcan en acciones cuando comunique ese amor a los demás!
Me encantan los momentos que puedo pasar contigo. Me fascina cerrar los ojos y descansar en Tus brazos sabiendo que cuando estoy contigo no tengo que preocuparme de nada, que todo está resuelto.
Me estrechas contra Ti y alejas de mí todo pensamiento que me distraiga. Me brindas serenidad, consuelo, amor y honda alegría. Me abres los ojos al mundo espiritual y me muestras increíbles delicias que jamás había visto ni imaginado. Luego me dices que no es más que un anticipo, una vislumbre, un breve vistazo de las realidades de la vida futura.
Sabes exactamente qué hacer para alegrarme y levantarme la moral cuando me he desanimado y ando algo triste o de capa caída. Sabes alentarme. Sabes ni más ni menos qué hacer para motivarme.
Eres mi mayor motivador. Vivo por Ti, amo por Ti. Todo lo que haga o dé me lo retribuyes con una fugaz mirada a Tus tiernos ojos, con una palabra de aliento. ¡Haces que mi vida valga la pena!
Jesús, ¡cuánto te amo! ¡Eres bello, eres un encanto, mi Señor! Te inclinas para hacer obsequios a Tus hijos, y me empapas de Tu amor. Me has dado más de lo que podría desear o pedir. Me has concedido placeres, dichas y alegrías inconmensurables. Eres la fuente de mi alegría, aquel a quien puedo acudir para aprender a llevar una vida fructífera y feliz.
Me amas tanto que has dispuesto para mí una vida de felicidad y de provecho. Me guías con paciencia en cada paso que doy y me sostienes cuando caigo. Eres el colmo de las maravillas. Me has traído a lugar espacioso y me has ungido con óleo de alegría. El bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en Tus atrios moraré por siempre.
Nunca me has abandonado, nunca me has desamparado. Antes, has velado por mí y me has ayudado paso a paso. Te amo por Tu continuo desvelo por mí. Te doy gracias por Tu constante generosidad. Te adoro por el gran amor que me prodigas. Te reverencio por Tu majestad y poder. Eres mío —mi Señor, mi amigo, mi salvador—, y yo siempre te perteneceré.
Me gustan mucho estos momentos tranquilos que pasamos juntos. Me encanta estar a solas contigo, hablarte, escucharte y sentir Tu tierna voz. Me gusta percibir Tu presencia. Todo en Ti me gusta, Jesús. Gracias por bendecir mi vida con tantas maravillas.
Gracias por dedicarme tiempo y atención. Gracias porque nunca estás muy ocupado para atenderme. En cualquier momento del día o de la noche puedo hacer una pausa y elevar a Ti mis pensamientos para que me transportes al plano espiritual. Si me afligen la soledad o la tristeza, me estrechas contra Ti. Entonces me invade una sensación de calidez, amor y seguridad que ahuyenta todos mis temores.
En los momentos de confusión y contrariedad, me aclaras los pensamientos. Cuando tengo necesidad de un amigo o de alguien que me haga compañía, gustoso me acompañas en mis actividades.
Te agradezco que en la dimensión espiritual se nos puedan conceder todos nuestros deseos y se puedan materializar todos nuestros sueños. ¡Contigo todo es posible! Gracias por deleitarme con cosas tan buenas.
Te alabo, oh Señor. Alábente también todos los pueblos. Has satisfecho mis deseos y puesto un cántico nuevo en mis labios, himnos de júbilo y de alabanza. Me has sacado del pozo en que me sumí cuando cometí el error de recriminarme, de menospreciarme, de rebajarme. Me has liberado de las cadenas del yo y me has demostrado que puedo remontarme por encima de los confines de mi razonamiento a fin de fundirme en gozosa unión contigo.
Eres maravilloso, Señor mío, y mi alma lo sabe muy bien. Conoces y mides cada uno de mis pasos. Me has guardado de caer. Sólo has permitido aquellos deslices y tropiezos que me iban a acercar a Ti. Oh Dios, te doy gracias por todos Tus mandamientos, que son rectos y verdaderos.
Te agradezco Tu amor sin límites, que nunca me ha decepcionado ni me ha abandonado. Te agradezco aun mis imperfecciones y debilidades, y los fallos que cometo, pues me hacen ver mis limitaciones y me impulsan a acudir a Ti. Te agradezco, Dios mío, todo lo que haces por mí, cada una de las maravillas que obras a mi favor. Mas que nada, te agradezco el cariño, la seguridad y la alegría que me transmite Tu presencia. Te agradezco que a cada paso que doy me acompañas y me sustentas con Tu poderosa diestra.
Gracias, Jesús, por la infinidad de detalles con que nos bendices. ¡Ojalá no se nos olvide darte las gracias por todas las cositas que haces a diario para manifestarnos Tu amor! De tan acostumbrados que estamos a Tus bendiciones, a veces ni nos fijamos en muchas de ellas. No vemos hasta qué punto esos detalles nos demuestran Tu amor.
Gracias por protegernos de tantos peligros y percances que se nos pasan inadvertidos. A veces ni sabemos que nos protegiste, porque no vemos lo que habría pasado de no haberlo evitado Tú. Te alabamos y te damos gracias por ello.
Ayúdanos a darte las gracias más a menudo por todos los detalles, por las pequeñas muestras de Tu amor, de Tu amparo y protección.
Te agradezco que vaya a pasar la eternidad contigo y con mis seres queridos. Te doy gracias porque jamás nos separaremos. Jamás estaremos solos. Cada día te conoceré mejor. Te veré con mayor claridad, te entenderé de manera más profunda.
Eres más dulce que la miel para mi alma. Ansío que llenes hasta el último rincón de mi corazón. Tú me conoces mejor que mis más íntimos amigos.
Tu amor es como las olas del mar. Me inunda, burbujea a mi alrededor, centellea, se arremolina, cambia y se mueve de distintas formas, así como las olas rompen contra las rocas y salpican. Embeberme en Tu amor es mi mayor deseo. Así descubriré que Tú eres todo lo que necesito.
Te alabo, magnífico y dulce Jesús. Me deleita estar contigo. Me agrada venir a Ti. Sé que puedo dirigirte las palabras que me salgan y que, aunque me exprese con dificultad y no sepa decirte las cosas, Tú de todos modos lo aprecias.
Te amo mucho. ¡No puedo ni quiero soltarte! Te abrazo. Me aferro a Ti. Permíteme quedarme a Tu lado. Está tan oscuro y tormentoso. No quiero despegarme de Ti. No me siento capaz de salir por mi cuenta. Déjame permanecer junto a Ti. Siempre te necesitaré. Eres y serás mío por siempre jamás.
Te quiero, Jesús. Eres perfecto. Eres todo lo que necesito. Me brindas seguridad y tranquilidad siempre que me hacen falta. Me llenas de energía y me levantas el ánimo cuando lo preciso. Cuando me hace falta un compañero y amigo, también lo encuentro en Ti.
Si me hace falta descansar, me dices que tengo que dormir; si tengo que trabajar, me avisas para que me levante. Me haces mucha falta. Gracias por poner orden en el lío mayúsculo que es mi vida. Gracias por crear armonía donde había caos y colocármelo todo en su sitio. Me das toda la ayuda que preciso.
Jesús, te alabo y te glorifico. ¡Te adoro! Agradezco mucho Tu amor. Te doy toda la gloria. Divino Señor, te doy toda la gloria y toda la honra. Agradezco Tu amor, Tu protección, Tu provisión. Te agradezco el ánimo que nos infundes y la misericordia que nos manifiestas. Te doy gracias por suministrar todo lo que necesitamos, por tener fe en mí y por ser tan paciente conmigo. Gracias por acogerme tal como soy y por amarme pese a mis muchas flaquezas. Gracias por separarte de Tu Padre, por abandonar Tu hogar celestial y bajar a la tierra para darnos ejemplo de amor a todos. Gracias por morir en mi lugar a fin de que yo pueda vivir contigo para siempre.
Me envuelven Tus cálidos brazos. Percibo Tu ternura y Tus palabras tranquilizadoras, Tu aliento, la paz interior que me impartes. Me proporciona gran alegría y satisfacción saber que estoy haciendo Tu voluntad. Me has bendecido extraordinariamente, Jesús. Te amo mucho.
Alabado seas, Dios Todopoderoso. Alabado seas, Señor mío. ¡Alabado seas, Salvador mío! Alabado seas, esencia de mi ser. ¡Alabado seas, mi aliento, mi vida, la razón de mi existencia! Te alabo y te engrandezco.
Mi alma te engrandece, Señor. Mi corazón te elevo, precioso Salvador y Señor mío. Te ofrezco alabanza. ¡Que mis labios te ensalcen por siempre jamás! Digno eres, oh Señor, de toda gloria y de toda majestad. Alabado seas.
Vengo y me postro ante Ti, pues no merezco un amor tan grande. Pero Tú eres un Señor misericordioso y te inclinas para levantarme, tomarme en Tus brazos y estrecharme contra Tu pecho. Cuando me abrazas, mi corazón se estremece de amor por Ti, mi dulce Jesús. Yo no soy más que polvo; no soy sino un gusano. No merezco un amor tan sublime. Te entrego mi corazón. Prometo amarte. Te adoro. Alabado seas.
Me encanta retirarme a este lugar, donde puedo gozar de Tu compañía. Sé que me puedo desahogar diciéndote todo lo que tengo dentro. Puedo desembarazarme de cualquier peso que me esté molestando o presentarte mis inquietudes y preguntas. Te agradezco que pueda sincerarme contigo. Es importantísimo para mí saber que me escuchas y que siempre me entiendes. Contigo es fácil hablar; eso me mueve a contarte mis intimidades.
A veces, cuando ya he dicho todo lo que quería, o cuando de partida no tengo nada que contarte, no hago otra cosa que ponerme a escuchar lo que Tú me dices. El sonido de Tu voz me comunica una paz extraordinaria, que nunca había imaginado; una paz que supera el entendimiento humano y que, sin embargo, es de lo más sencilla. Para obtenerla, me basta con abrir la puerta de Tu aposento. ¡Qué gran honor es para mí saber dónde queda Tu puerta y poder alcanzar fácilmente la manija y abrirla siempre que lo desee!
Te agradezco que sea tan simple. No es nada difícil. El tirador de la puerta no está tan alto. Te agradezco que lo único que tenga que hacer sea girar la manija, abrir la puerta y acceder a Tu presencia. Esos momentos que paso a solas contigo en oración a distintas horas del día me facultan para proceder con calma. Te amo, Jesús. Gracias por facilitármelo tanto.
Te alabo, mi buen Señor. Te alabo, adorable Rey. Te alabo, maravilloso Señor. Tengo gran necesidad de Ti y te alabaré el día entero. Mi delicia será alabarte día y noche.
¡Te quiero! Te necesito. ¡Te venero! Te busco y te deseo. Quiero alabarte y darte las gracias por lo estupendo que has sido conmigo.
Te alabaré en la mañana,
te alabaré al mediodía
y te alabaré en la tarde.
Te bendeciré, Salvador mío,
pues la alabanza Tu poder atrae.
Te amaré en la mañana,
te amaré al mediodía
y te amaré en la tarde.
Te amaré por siempre, tierno Jesús,
mi torre y mi baluarte.
Este es el día que Tú has hecho. Me gozaré y me alegraré en él y en todas las maravillas que me tienes preparadas. Cuando pienso en todo lo que tengo que hacer, me trabo. En cambio, cuando fijo los ojos en Ti y cuando te amo y te alabo, todo se vuelve más fácil. Puedo pedirte que me digas por dónde empezar y qué debo hacer luego de eso. Puedo pedirte que me indiques cómo organizar la jornada. Simplificas y aclaras las cosas y las vuelves mucho más fáciles. Organizas mi vida de tal manera que me quitas una pesada carga de encima. ¡Gracias por este día tan maravilloso que tengo por delante! Gracias por todas las bellas experiencias que me deparas.
Jesús, ¡eres tan amable y tan tierno! Sé que te compadeces de mí. Muchas veces, cuando necesito Tu ayuda urgentemente, o cuando me hace falta una prenda de Tu amor o que me des aliento, te haces presente y tienes un gesto lindo conmigo, un detalle pequeño, pero que significa mucho para mí. Me demuestra que te preocupas hasta del más ínfimo aspecto de mi vida.
Cólmame, para que no sólo guarde Tu amor dentro de mí, sino que con Tu ayuda rebose y se derrame sobre los demás. Quiero transmitirles el amor que me has dado.
Ayúdame a no ser egoísta con Tu amor. Quiero compartirlo, entregarlo, verterlo, vivirlo. Pero sólo será posible si Tú obras por medio de mí. ¡Tú has sido tan desinteresado conmigo! ¡Has sido tan generoso, bondadoso y comprensivo! ¡Te amo!
Gracias, Señor, por esa tierna criatura que me diste hace tantos años para que la amara, la cuidara, la alimentara, la vistiera, la educara y estuviera a su lado cuando le hiciera falta mi cariño. Te agradezco el amor por mí que le inculcaste a ese niño. Gracias por concederme ese precioso don de Tu amor, con el cual me manifiestas cuánto me quieres.
Gracias, Señor, porque ahora que ha crecido estás a Su lado. Tú eres el mejor padre, el mejor maestro, el mejor consolador.
Aprecio mucho que seas Tú el compañero de mi hijo cuando yo no puedo estar a su lado; que seas Tú su escolta cuando pasa apuros o dificultades, y que le reveles las soluciones a sus problemas.
Gracias por los años que pude pasar junto a ese tesoro mío, ese regalo de amor que me otorgaste. Te agradezco el amor que me infundiste por él y el que le infundiste a él por mí. Un día estaremos juntos en el Reino celestial, disfrutando de la vida eterna en Tu compañía. Te agradezco, asimismo, que esta época de separación es efímera, como una neblina. Gracias, Jesús, por Tu consuelo y Tus palabras tranquilizadoras. ¡Te amo!
Eres mi Señor, el proveedor de todo lo que necesito, mi protector, mi compañero, mi mejor amigo, mi solucionador. ¡Lo eres todo, absolutamente todo para mí!
Gracias por un cónyuge tan tierno como el que me has dado. Tú hasta remedias los enojos que surgen entre nosotros y las decepciones que tenemos. No nos pides que seamos perfectos. Cuando nuestro amor se queda corto, nos estrechas fuertemente a los dos en Tus brazos, nos indicas qué podemos hacer, nos guías y nos das la ayuda que requerimos. Eres un consejero matrimonial increíble.
Sobre todo cuando te alabamos juntos, infundes a nuestra relación más amor del que creíamos posible. Gracias, Señor, por hacer que nuestro matrimonio crezca en amor a Ti.
Me tratas de maravilla. No encuentro palabras que describan la cantidad de cosas que haces a diario para mejorar mi vida. Te amo muchísimo. Cada día es más intensa mi necesidad de Ti.
Acércame más a Ti, dame un amor más profundo por Ti. Conmuéveme con Tu Espíritu. Lléname de Tu amor. Me hace falta Tu amor para amar a los demás. Me hace falta Tu cariño para tratar con cariño a los demás. Me hace falta Tu perdón y Tu misericordia para perdonar y tener misericordia.
Gracias de corazón por las dificultades que ofrece la vida y por las cosas que resultan arduas. Te doy gracias porque esas contrariedades me obligan a acudir a Ti, y Tú siempre me brindas las soluciones. Lo pones todo muy claro y muy fácil de entender. Sólo tengo que rendirme a Tu voluntad y aceptar.
Te agradezco las dificultades que he tenido, las batallas que me ha tocado librar. Te agradezco que para alcanzar la victoria me haya visto en la obligación de confiar en Ti. De no haber sido por esas batallas, desconocería Tu compasión, Tu comprensión y Tu perdón. Poder ponerme en el lugar de otros es para mí una de las cosas más bellas que hay, un don puro que vino de Ti. Me alegra tanto que me lo hayas dado.
Gracias por tenerme en una situación difícil que me obliga a permanecer cerca de Ti. Eso evita que me aleje, que actúe por mi cuenta y sea presa del orgullo, el fariseísmo y el envanecimiento. Gracias por todo lo que pones en mi camino para que conserve la humildad y siempre acuda a Ti cuando precise fuerzas y ayuda. Tu plan es perfecto; no falla.
¡Qué Dios tan maravilloso tengo! ¡Te adoro!
Dijiste: «El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente» [Apocalipsis 22:17]. Te doy gracias, Jesús, por el agua de vida, por el amor a la vida, por la dicha que me has dado y por lo placentera que es la vida cuando Tú formas parte de ella. Te agradezco el amor que me brindas por conducto de personas a las que quiero mucho. Te lo agradezco inmensamente. Te doy gracias además por todo lo que haces cada día para demostrarme cuánto me quieres.
Jesús, mi adorado Jesús, ¡te amo intensamente! Gracias por esta nueva mañana que trae consigo nuevas misericordias, amor, perdón, ayuda y fortaleza. Te has portado de maravilla conmigo. Pese a mis errores y flaquezas carnales, ¡me manifiestas tanta paciencia! Te agradezco que seas tan tierno conmigo y que no te andes fijando en todas mis faltas. No me reprochas que a veces no me haya acercado a Ti tanto como debiera.
Olvido ahora todas esas cosas que quedan atrás: mis errores, mis fracasos, incluso mi pereza espiritual. Sólo quiero amarte. Te suplico que me perdones por las veces en que no te he demostrado amor. Sé que Tú siempre me has amado. Has obrado tantas cosas bellas en mi vida. Me ayudaste a salir adelante en momentos en que ya había perdido las esperanzas. En este instante, en vez de evocar el dolor, sólo me queda el recuerdo del triunfo que obtuve sobre el temor, la duda, las preocupaciones y el fracaso. Lo que parecían escollos insalvables ahora son hitos en mi pasado que me recuerdan las victorias que Tú me ayudaste a lograr.
Gracias por el carmesí, el escarlata y el rosado, por el fucsia, el rosicler y el granate; por los tomates, los tulipanes, las amapolas y las begonias; por el rojo cereza y el rojo encarnado, el rojo cobrizo y, simplemente, el rojo. Gracias por descubrir tantas tonalidades interesantes con que pintar Tu maravilloso mundo. Siempre nos ofreces variedad y sorpresas. Así la vida tiene más atractivo.
Gracias por el gozo que me infundes. Tu gozo, Señor, es mi fortaleza. Alabado seas. Te prodigo alabanzas, Señor mío. Te adoro, mi dulce Jesús.
Qué agradable es para mis ojos la luz del sol. Su calidez es como Tus delicadas caricias. Tu amor me envuelve. Es como el roce de una suave brisa. Eres tan cariñoso conmigo, tan tierno. Eres el deleite de mi alma y de mi espíritu.
Te adoro, Jesús mío. Te elevo mi corazón y corro hacia Ti para expresarte cuánto te amo.
Tu amor es como una sombra que me sigue por doquier. Por muy rápido o muy despacio que camine, no se me separa. Nunca se despega de mí. Me acompaña cuando hablo, cuando camino, cuando como y cuando juego. Este magnífico amor Tuyo me sigue por lo alto y por lo bajo. La maravillosa sombra de Tu amor jamás se cansa de andar a mi lado, jamás se hastía, jamás desiste, jamás se decepciona.
Haga yo esto o lo otro, Tú no me abandonas. Cada vez que miro, esa delicada sombra de amor se hace manifiesta y me recuerda Tu presencia. Nunca se muestra entrometida, áspera ni brusca conmigo, sino que aguarda cada uno de mis movimientos con paciencia y amabilidad, como una sirvienta. No hace más que recordarme que Tú eres una constante en mi vida, un pronto auxilio en las tribulaciones, un amigo más leal que un hermano.
Siempre eres obsequioso. Cuando brinco y juego, Tú brincas y juegas conmigo. Cuando río, te ríes conmigo. Cuando lloro, lloras conmigo. Cuando trabajo, trabajas conmigo. Eres un compañero de toda la vida, que me sigue como una sombra por dondequiera que ande. Gracias a Ti, dulce Jesús, nunca estoy a solas.
Una cosa he pedido, ésta buscaré; que esté yo contigo todos los días de mi vida, para contemplar Tu hermosura. Eres tan encantador. Nada deseo en la tierra más que a Ti. Cuando mi corazón y mi carne desfallecen, Tú no me defraudas. ¡Cómo te doy gracias, te alabo y te glorifico por el gran amor que me tienes! Me siento muy insignificante, pero Tú me amas tal como soy. ¡Ay, se me parte el alma al pensar en todas las veces que te he fallado! Tú, sin embargo, no cesas de amarme, no cesas de perdonarme a pesar de que soy polvo. ¡Oh, qué grande eres! Tú compasión se renueva todas las mañanas. Grande es Tu fidelidad. Fiel Señor mío, ayúdame a serte fiel.
Te doy gracias, Señor, por la victoria. Gracias por darme paz interior. ¡Qué gran verdad contiene ese versículo que dice: «Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» [1Timoteo 6:6]! Gracias por ayudarme a acceder a cuanto me pides. Sin Tu ayuda no sería capaz ni de eso. Gracias por la gran ganancia que he adquirido: Tu paz y el agradable contentamiento que me das.
Gracias por las batallas que están produciendo en mí fruto apacible de justicia. Muchas gracias por ponerme al fuego para consumir la escoria, a fin de que Tu tierna faz se refleje en la mía. Sigue obrando hasta que los demás no te vean sino a Ti en mí. Te quiero mucho, mi buen Señor. Gracias por las angustias, que me han conducido a Tus brazos. No deseo estar en otra parte que junto a Ti. Gracias por hacerme descender al abismo, para que me diera cuenta de que sin Ti no soy capaz de vivir victoriosamente, con la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. ¡Qué bien me tratas!
Eres bueno y digno de suprema alabanza. Tu excelencia es inefable. Todo lo que puedo hacer es darte las gracias. ¡Cuán grande eres!
Jesús, gracias por el don de profecía. Si bien al comienzo parecía raro, ha resultado ser fascinante. Cuanto más lo empleo para comunicarme contigo, más me doy cuenta de que rebasa totalmente lo que en un principio había imaginado.
Es comparable a una puerta mágica, una puerta singular por la cual se accede a infinitas posibilidades. Entre otras cosas, nos da a conocer hermosas y acertadas descripciones, doradas palabras y joyas que destilan Tus labios. Al atravesar ese umbral hacemos toda suerte de descubrimientos: desde las dichas del Cielo hasta la tranquilidad que nos da Tu consuelo; desde el asombro que nos causa Tu amor hasta revelaciones sobre los misterios de la vida; desde el aliento que transmites luego de las decepciones hasta esa clara orientación que nos das cuando buscamos Tu voluntad.
¡Qué interesante es el don de profecía! ¡Quién sabe cuántas maravillas se me revelarán si lo uso con una actitud de fe y expectación!
Mi queridísimo Salvador, ha llegado la hora de nuestro encuentro. He estado todo el día pensando en Ti, aguardando estos momentos que podemos pasar juntos. Aquí estoy, a solas contigo en un lugar apacible y tranquilo. Ya no hay nada que nos distraiga. Estamos solos Tú y yo. Te quiero muchísimo. Necesito Tu amor: me da fuerzas, alegría, paz y felicidad. Tus palabras sacian mi corazón y me hacen estallar de gozo.
Cuando estamos juntos, tengo la seguridad de que todo se arreglará, de que Tú lo resolverás. Mientras estoy contigo, sé que te encargarás de mi trabajo y de todo lo demás que pensaba que debía hacer en vez de dedicarte unos momentos. Cuando pongo a un lado esas otras cosas, Tú me dices: «Ahora podré hacerlas Yo por ti».
Gracias por pensar en todo. Te agradezco que atiendas a todas las dificultades y urgencias con las que estaría lidiando en estos momentos por mi cuenta si no estuviese aquí, entregándotelas a Ti.
Gracias porque, aunque no sé lo que me tiene determinado el futuro, sí sé quién lo determina. Tengo la certeza de que puedo confiar en Ti y en Tu amor. Nunca me has abandonado. Nunca me has desamparado. Nunca me has defraudado.
Quiero asemejarme más a Ti en todo sentido. Eres el modelo que más quiero imitar. Me extasías. Por Ti, mi corazón prorrumpe en jubiloso canto. El tema de esa canción pervivirá en mi corazón hasta nuestro próximo encuentro.
Jesús, Jesús, Jesús, ¡el nombre que más quiero! Me gustaría decirte algunas de las cosas que me encantan de Ti. Me agradan Tus afectuosas y hermosas manos y la manera en que tomas mi rostro en ellas y me hablas tiernamente. Gracias por Tu amor. ¡Qué sensación tan cálida me produce Tu presencia!
Jesús, te alabo por los medios de que te vales para recordarme que sin Ti no puedo nada. Perdona que a veces no capte lo que me quieres decir y razone que si no me siento fuerte y capaz es porque algo no anda bien. Cuando hago una pausa para rendirme a Ti y pasar un rato contigo, me doy cuenta de que el mejor sentimiento que me puede embargar es el de saberme incapaz sin Ti.
Es para mí una dicha saber que te necesito, que me envuelves en Tus brazos y que en Ti hallo gracia y fortaleza. No tengo que hacer otra cosa que entregarme a Ti, dártelo todo, rendirme a Tu bello Espíritu y dejar que Tú tengas pleno dominio sobre mí. No hay para mí mejor estado que el de total dependencia de Ti. Soy consciente de que si me apoyo en Ti y dependo completamente de Ti obrarás conmigo lo que deseas.
Gracias por recordarme que nada tengo que hacer a base de mis propios esfuerzos. Gracias por transmitirme Tus fuerzas cada vez que me hacen falta, y es que siempre me hacen falta.
Te amo por lo maravilloso y lo grande que eres. Te amo porque siempre estás junto a mí cuando te necesito. Te amo porque puedo acercarme a Ti a cualquier hora del día o de la noche con la certeza de que estás despierto y dispuesto a atenderme.
Te amo porque sin Ti no puedo vivir. Te amo por Tus palabras. Te amo porque cuando me hundo en el desánimo, me mandas un milagrito, un pensamiento o una palabra que me alienta y me encamina de nuevo hacia la victoria. ¡Te amo, Jesús!
Gracias, Jesús, por la paz que me das. Estás tan cerca de mí, a pesar de que yo a veces me alejo mucho. Con frecuencia ando muy distante y me meto en mi propio mundo; pero Tú permaneces fiel. Siempre que dejo lo que estoy haciendo, siempre que entro en Tu hermoso templo y miro hacia lo alto, ahí te encuentro.
Siempre acudes enseguida a levantarme, quitarme el polvo, limpiarme y darme Tu magnífica paz, Tu maravilloso resplandor, Tu espléndido amor, con lo que me devuelves la esperanza, sanas mi corazón, cierras todas mis heridas y me infundes valor para regresar al mundo. Me proporcionas tranquilidad de espíritu.
Te doy gracias porque creaste los árboles, la hierba y los campos; las aves y otros animales; los ríos y los lagos; los mares con sus peces; el firmamento, las nubes, la lluvia, el sol y el universo. Además nos creaste a nosotros. Gracias, Jesús, por haberme formado. Te expreso mi gratitud por Tu grandiosa creación.
Te doy honra, te alabo y te exalto. Eres una maravilla. Tus obras y Tus portentos me asombran, Tu paciencia es pasmosa, Tu desvelo me conmueve y Tu infinito amor me deja sin habla.
A Ti sea toda la gloria, Jesús. Te atribuyo toda la honra hoy, mañana y todos los días por siempre jamás.
Gracias, Señor, por todo lo que me has dado. Gracias por el amor que me manifiestas de tan diversas maneras. Tan inmenso es que rebasa mi comprensión. Tan cerca está de mí que no alcanzo a verlo, abarca tanto que no logro concebir lo grande que es. Así y todo, te doy gracias por lo que sí entiendo de Tu amor y por las expresiones de él que percibo, siendo la mayor de ellas la salvación. Ese gran amor te impulsó a dar la vida por mí. No obstante, hasta eso me cuesta comprender. No lo entenderé plenamente hasta que esté contigo en persona.
Una parte de Tu amor que sí comprendo y por la cual puedo alabarte y darte gracias es Tu perdón. Sé que me perdonas, ¡me perdonas tanto!
Gracias por amarme a pesar de mis pecados, por ayudarme aun cuando me considero un caso perdido. Gracias, Jesús, porque por muy mal que me porte nunca dejas de amarme. Aun cuando me parece que me estoy comportando peor que nunca, Tú me amas y me dispensas. Te agradezco que no haya pecado tan grande que Tú no puedas perdonar, aunque a mí me parezca imperdonable. Te alabo por el amor tan grande con que borras mis faltas. Nunca me condenas por nada que haya hecho.
No alejas Tu rostro de mí ni dejas nunca de consolarme. Te agradezco, Señor, que no me des la espalda ni me reprendas con dureza; si lo hicieras, me sentiría morir. Tú me comprendes. Tienes tanto amor que percibes que yo no sería capaz de soportarlo; de modo que me tomas en Tus brazos y me perdonas. Gracias.
Por muchas que sean mis lágrimas, Tú las enjugas. Me estrechas aún más tiernamente en Tus brazos para consolarme y me dices que no me preocupe, que me perdonas. Me recomiendas que deje de llorar, que olvide el asunto y haga otro intento.
Te doy gracias porque me amas igual en los fracasos que en los triunfos. Gracias por semejante amor y perdón. Aun sabiendo que no soy nada puedo acudir a Ti con toda confianza, sin timidez ni apocamiento. Aunque sé que no me lo merezco, Tu inmenso amor me permite presentarme ante Ti. Gracias.
Amado Señor, ¡cuánto te adoro! Todo me lo haces fácil. Aun cuando reinan el trajín y la confusión, Tú lo simplificas todo. Me basta con abrir despacito la puerta de acceso a Tu presencia e introducirme suavemente. Aquí, en la quietud, se goza de una paz y una calma increíbles.
Gracias, Maestro celestial, por haberme creado. Gracias por el profundo amor que me tienes, el cual me llega directamente al alma. Te agradezco que me ames a mí en particular, tal como soy.
Señor, ¡te quiero mucho! Me encanta Tu modo de ser, todo lo que representas. Te amo por el simple hecho de que existes. ¡Eres increíble! De Ti emana todo amor, el verdadero amor desinteresado, comprensivo, capaz de confortar.
Eres de lo más amoroso. Cada uno de Tus actos es fruto de un amor perfecto. Visto desde todo ángulo y desde todo prisma, cada acto, cada pensamiento Tuyo redunda en total y absoluto amor.
Gracias, Señor, porque puedo participar de Tu amor. Gracias por obrar a través de mí; por enseñarme a conectarme con Tu amor; por manifestarte en mi vida; por valerte de mí para demostrar amor a la gente.
Jesús, cuando estoy contigo me siento tan joven, radiante y alegre. Gracias por otorgarme el magnífico don de Tu Espíritu.
No he tenido muchos estudios y carezco de muchas cosas materiales. Si bien no ejerzo una profesión que se considere importante, ni ocupo un lugar destacado en la sociedad, ni gozo de fama, poseo mayores bendiciones y riquezas que la mayoría de la gente. Por nada del mundo te cambiaría a Ti y el amor tan singular que me manifiestas.
Me alegra saber que pase lo que pase en los próximos años, por muchas dificultades y problemas que se me presenten, siempre te tendré. ¡Estoy en deuda contigo!
Cuando me enfermo siempre estás a mi lado para atenderme en lo que necesite y susurrarme tiernas y tranquilizadoras palabras. Cuando ya no doy más, me enjugas con Tus caricias el sudor de la frente y me concedes fuerzas sobrenaturales y ánimo para seguir adelante.
Pongo a Tus pies todas mis desilusiones, cual pila de juguetes rotos, con la esperanza de que Tú las repares. Sin embargo, con una sonrisa me dices: «No te van a hacer falta», y me das otras cosas mucho más valiosas, con las que ni me había atrevido a soñar. Me asombro de pensar que sabes exactamente lo que necesito, cuando muchas veces ni yo lo sé.
Gracias, Jesús, por tomarme de la mano cuando me asalta el temor, por estar presente cuando caigo, por ser fuerte cuando flaqueo. ¡Me haces tanta falta!
Te doy gracias, Jesús, por las palabras que me susurras para consolarme y asegurarme que te estoy agradando.
Al ofrendarte un poco de mi amor, me sumerjo en el mar del Tuyo. Apenas extiendo la mano para tocarte descubro que me envuelven Tus fuertes y amorosos brazos. Al dirigir mi amor hacia Ti me siento como un niño que apunta una linterna al sol. Me empapas de amor y cuidados.
Cuando lo único que deseo es rendirme a Ti, entregarme y complacerte, me llenas y me otorgas mucho más de lo que podría soñar con darte. Si bien procuro entregártelo todo, me da la impresión de que no hago más que recibir. Cada vez que me presento ante Ti cual pordiosero, con apenas unos centavos en la mano, me voy como si fuera la persona más acaudalada del mundo.
Te agradezco, Jesús, que cuando escucho Tu voz apacible y delicada en Mi corazón, Tus palabras no sean reprensiones ásperas. No me condenas. Me diriges más bien palabras de aliento, de vida, de alegría, de perdón y de esperanza. Te doy gloria y honra. No merezco Tu amor.
Mi vida es extraordinaria. No mucha gente puede hacer esa afirmación hoy en día; pero yo sí, Jesús, porque te tengo a Ti y disfruto de Tu amor y de Tus palabras vivificantes. Tan ricamente me has bendecido que no encuentro palabras para describir el gozo que alberga mi corazón y la satisfacción que anida en mi espíritu por el hecho de que te conozco y tengo el privilegio de servirte.
No podría pedir más. Una y otra vez me has concedido las peticiones de mi corazón. Nunca me has defraudado. De innumerables modos me has manifestado Tu amor. Cada día te amo más.
Yo soy el vaso; Tú, el agua. Yo el marco; Tú, el lienzo. Yo, los pulmones; Tú, el aire. Respiro, pero al respirar te inhalo a Ti. De no tenerte a Ti, no podría respirar. De no tenerte a Ti como lienzo, yo sería un marco vacío. De no tenerte a Ti —el agua que llena mi vaso—, no sería otra cosa que un recipiente inservible y vacío.
Enséñame qué puedo hacer, Señor, para que te constituyas en parte más íntima de mi vida. Ayúdame a acceder a que llenes mi vaso y a que pintes el cuadro de mi vida, te lo ruego. Haz que tenga siempre conciencia de que Tú eres el aire que respiro.
Gracias, Jesús, por el privilegio de estar tan cerca de Ti. Gracias por Tu gran amor, sin el cual nada podría hacer. La bandera que ondea sobre mí es el amor.
Te abro mi corazón, mi espíritu y mi voluntad. Mi voluntad es como las compuertas, las cuales pueden cerrarse impidiendo que obres por medio de mí, o abrirse dejando que te sirvas de mí. Te cedo, pues, mi voluntad.
Te elevo mis manos. Te elevo mi corazón. Te abro mis compuertas para que Tus aguas corran libremente en mí. Te pido que viertas por medio de mí. Quiero que derrames Tu amor a través de mí. Te rindo mi voluntad y te pido que hoy tomes posesión de mí. Te solicito que resuelvas todos los problemas que se me presenten, que me ayudes a abordar todas las dificultades, a realizar todo el trabajo que hay delante de mí. Organízamelo, por favor. Ordénamelo. Haz lo que Tú quieras hoy. Reposo sumisamente en Tus brazos y te pido que te adueñes de mí, y que Tu corazón, Tu mente y Tu Espíritu de amor se encarguen de todo.
Tu presencia inunda mi alma cual un torrente de sol matinal que impregna el paisaje. Alumbras mi mundo como el sol del mediodía. A semejanza de las estrellas de los cielos, velas por mí en la noche. Así como el grato aroma de las flores me levanta el ánimo, Tu Espíritu me envuelve de esa dulzura Tuya. Como el rocío se posa en la hierba y le arranca destellos con los primeros rayos del sol, Tu Espíritu se posa en mí y me hace resplandecer para Ti.
Mis sentidos te perciben, Jesús, en todo lo que me rodea. Veo lo que has creado y pierdo el aliento ante semejante belleza y plenitud. Tus atardeceres me dejan con la boca abierta. Tus amaneceres me dejan sin habla. Las olas de Tus mares me emocionan en su carrera. La suave arena me calienta los pies. Me tranquiliza la dulzura del canto que entonan las aves. El musgo bajo los árboles me renueva. Respiro hondo y me refresco con los aromas del bosque.
A diario veo, siento y palpo Tu amor en Tu incomparable creación. Tu Espíritu lo llena todo y me envuelve cual tierna madre en el regazo de Tu amor. Me bendices de maneras incontables. Gracias. Te adoro.
Señor, eres la fuente de mi emoción, porque Tú eres amor. Cada pizca de amor, cada gota de amor que siento o que albergo por alguien o por alguna cosa, es manifestación de Ti. No proviene en modo alguno de mí; es un sentimiento Tuyo, ya que eres amor. Eres quien me infunde ese amor.
Aunque sea yo quien lo experimenta, ese amor eres Tú, esa emoción eres Tú. Gracias por suscitarla en mí. Gracias por entregarte a mí y dejar que te sienta, a fin de que sienta amor; no sólo el que entra en mí, sino también el que sale vertiéndose sobre los demás.
Tu amor es como el aire. Al inhalarlo, lo siento. Al exhalarlo, se lo transmito a los demás. Lo siento entrar en mí y noto luego cuando se irradia a los demás. Te doy gracias por él. Tú eres amor. Gracias por darme amor y por morar en mí.
Gracias, Jesús, porque nuestra relación presenta facetas muy diversas. Gracias por ser mi amigo y mi compañero, y porque puedo contar contigo. Puedo acudir a Ti para contarte mis secretos, mis deseos, mis anhelos, mis inquietudes. Y no es que sea un monólogo. Tú también me revelas maravillas y me haces confidencias. Eso es algo fuera de serie.
Además eres mi Señor, a quien debo rendir vasallaje; por lo cual me postro ante Ti, mi Soberano y mi Rey, y te sirvo. Tú por Tu parte velas por mí en todo sentido, con lo cual me sirves a mí. Eso también es fuera de serie.
Yo diría, sin embargo, que la nota más destacada de nuestra relación es que seas mi Dios. Más que mi Rey, eres mi Dios, a quien venero y adoro, el que me creó y el que formó cuanto veo a mi alrededor.
Jesús, me tratas muy bien. Eres el mejor defensor, el mejor cuidador, el mejor guardián, el mejor guía. No encontraría uno mejor. Me pastoreas junto a aguas de reposo. Camino junto a Ti y nunca vas demasiado aprisa. Cuando me agobia el cansancio, siempre me dejas descansar. Cuando tengo sed, me das las aguas refrescantes y cristalinas de los arroyos de Tu Palabra. Cuando tengo hambre, me das el pan nutritivo de Tus promesas.
Eres formidable como padre, defensor y pastor. Velas por cada una de Tus ovejas. Siempre estás alerta, atento, ojo avizor, en guardia. Tengo la certeza de que nunca me perderás de vista. Jamás me inquietará la posibilidad de perderte. En todo momento sabes dónde estoy y lo que hago. El corazón me dice que me amas más de lo que podría imaginarme, y eso me hace sentir gran gratitud.
Gracias, magnífico Señor, por ocuparte de que todo marche sobre ruedas. Al seguir Tu senda, la vida se torna muy sencilla. Si no me aparto de Ti, habitaré bajo Tu amparo y la iniquidad no prevalecerá contra mí. Mientras siga Tu senda de luz y vida, habrá delicias para siempre.
Aguardo el sonido de Tu voz, que susurra suave y tranquilamente en la quietud, que persiste en el silencio e inunda el ambiente que me rodea. Me cala hasta el corazón, colma cada espacio vacío y me empapa la mente de luz, amor y calor. Al oír Tu voz me renuevo, me revitalizo, mi ser vuelve a quedar satisfecho, me siento feliz. Tu voz lo resuelve todo. Me derrite. Me transforma. Me torna más como Tú.
Tu voz es la razón de mi existencia. La anhelo, es mi alimento, tengo ansias de ella, la necesito. Tu voz creó todas las cosas; es el principio y el fin de todo. Es la fuerza impulsora de la rotación de los cielos y la tierra. Es tan potente y majestuosa que se deja sentir en toda la creación, y sin embargo sólo es posible oírla en el silencio y la quietud. Tu voz, a pesar de que se emite para que el mundo entero la oiga y la conozca, felizmente se dirige de manera individual a las personas.
¡Cuán inapreciable y magnífica es Tu voz! Expresa lo que Tú sientes y piensas, y saca a relucir los secretos de mi propio corazón. Me hablas para demostrarme el amor que me tienes. Tu voz es el mismísimo amor de aquel que nos creó a todos. Es el corazón de Dios que me habla.
Mi consuelo, mi delicia y mi paz es escuchar Tus susurros, con los que me guías, me diriges, me animas y me comprendes. ¡Te amo! Gracias por abrirme este pasaje que conduce a Tu presencia, por permitirme entrar por esta hermosa puerta a cualquier hora del día o de la noche para conversar contigo o simplemente para escucharte.
Cuánto me agrada oír Tu voz. ¡Cómo me entusiasma escuchar Tus susurros y participar de Tu amor al escuchar Tu voz! De esa manera se cubre cada una de mis necesidades, se aclara todo lo que no entiendo, se colman mis deseos y me lleno de fe. Tu voz me ama, me dice que Tuyo es todo mi ser y que estás junto a mí. Velas por mí. Me ayudas. Respondes.
El Reino de los Cielos es algo que se aproxima y que espero con ilusión. Sé que en cierta medida lo experimento por anticipado, aunque —tal como Tú dijiste— cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado en corazón de hombre, son las que nos tienes preparadas. También dijiste que el Espíritu nos las ha revelado. Es fascinante que nos hayas descubierto algunas cositas que nos aguardan. Gracias.
Eres tan accesible. Siempre presto a recibirme, abrazarme, consolarme y darme a conocer Tu fuerza y Tu valor. Así tengo tranquilidad y la certeza de que velas por mí.
Jesús, no quiero alejarme de Ti. No quiero tratarte con frialdad ni de modo insensible y distante. Quiero corresponder al amor inagotable, al cariño que me brindas. Has afirmado que el amor engendra amor. Te amo porque Tú me amaste primero. Gracias por el amor que me das para que yo a mi vez te ame a Ti. ¡Ojalá refleje siempre Tu amor a los demás!
Gracias por amarme primero. Gracias por aceptarme y recibirme tal como soy. Es una gran bendición tenerte y poder disfrutar de Tu amor; me inspira a entregártelo todo. Pondré todo mi empeño en amarte de todo corazón, con todas mis fuerzas y con toda mi alma. ¡Eres lo más valioso para mí. ¡Te quiero mucho!
Gracias, Jesús, por amarme. Me encanta sentir que Tu amor y Tu Espíritu me envuelven. Gracias porque continuamente velas por mí y me guardas. Te alabo y te amo.
Gracias porque no necesito obrar apoyándome en mis propias fuerzas. Para irradiar Tu luz y Tu amor me basta con dejar que actúes y vivas en mi interior. Gracias por hacer que me resulte tan fácil acudir a Ti y amarte. Al amarte y recibir Tu amor y Tus palabras, obtengo las fuerzas que necesito cada día.
Gracias por amarme aun cuando me olvido de darte las gracias y de manifestarte amor, y no pienso en Ti como debería. Tu amor es eterno, incondicional, hasta tal punto que trasciende mi comprensión humana. Gracias por el amor tan inagotable y tan personal que me tienes.
Gracias por ser mi Sumo Sacerdote, que me entiende y se identifica con mis necesidades e inquietudes. Gracias a Ti, no me falta nada. De todas mis preocupaciones te encargas Tú.
Prometiste que nunca me dejarías ni me desampararías, y cada día, cada hora, cada momento de mi vida, te veo cumplir esa promesa. Al mirar a mi alrededor, observo manifestaciones de Tu amor. Lo veo reflejado en Tu provisión, en Tu creación, en la familia tan maravillosa que me has dado.
Te doy gracias, Jesús, por la esperanza que tengo en Ti. Llegará el día en que contemplaré Tu rostro cara a cara. Entonces estaré por fin contigo. Gracias por la vida eterna, por poder compartir con otras personas ese incomparable regalo. No hay en el mundo nada de mayor valor.
Te doy gracias, Señor, por Tu bella creación: los árboles que alzan las ramas en alabanza a Ti; los pájaros que entonan cantos de acción de gracias; las mariposas que parecen florecitas voladoras; los capullos que, al abrirse, nos entregan su belleza multicolor y se inclinan para hacerte reverencia.
Quiero ser como una florecilla feliz que te honra y te glorifica. Quiero estar siempre mirando en dirección a Ti, el dador de todo. Nos has creado para Tu gloria. Hiciste todas Tus criaturas a fin de que te glorificaran y te honraran. ¡Tu creación es imponente y majestuosa!
La luz del sol simboliza Tu amor, que brilla sobre nosotros, nos calienta y nos derrite el corazón, fundiéndonos contigo. Todo es obra de Tus manos, Maestro. Lo eres todo para nosotros. Sin Ti, todos estaríamos desvalidos. Quiero darte gracias en tanto que tenga vida. Gracias a Tu amoroso sacrificio, ésta no tendrá fin. ¡Te amo!
Todo lo que puedo ofrecer, todo lo que puedo dar, todo lo que soy, te lo entrego a Ti, Jesús, en agradecimiento y en alabanza de Tu espléndido amor, Tu sobrenatural aceptación y Tu infinita misericordia.
Te agradezco que te complazcan mis alabanzas, Jesús, mis expresiones de gratitud, y que me las aceptes. Te encanta escucharme. Jamás te cansas de mí. No salgo de mi asombro. Me amas cuando te expreso sentimientos íntimos, cuando te dirijo palabras jubilosas, cuando te cuento cosas sencillas, cuando te revelo pensamientos profundos. Diga lo que diga, siempre me prestas atención y te deleitas en escucharme.
¡Qué considerado eres! ¡Me manifiestas tanta comprensión, amor y paciencia! Me das un ejemplo magnífico de lo que es detenerse a escuchar a los demás y aceptar sus expresiones de gratitud. Te amo, y no puedo dejar de agradecerte todo lo que has hecho y sigues haciendo por mí, inclusive todo aquello que me pasa inadvertido.
Te alabo. Te amo. Te honro. Te adoro. Siento un intenso y profundo amor por Ti. Tu amor me envuelve. Lo veo por doquier. Lo percibo. Lo absorbo. Lo necesito.
Gracias por esta nueva alborada, por este nuevo comenzar en el que ya no figuran las manchas y borrones de ayer. Mientras dormía, Tú los limpiaste y lo hiciste todo nuevo.
Tus misericordias se renuevan cada día.
Magnífico Jesús, ¡eres mi vida!
Gracias, Jesús, mi maravilloso Salvador y Señor, por mostrarme una forma de alabarte y agradecerte lo que has hecho por mí y lo que eres para mí. Gracias por darme palabras para expresarte mis más íntimos pensamientos, mi sentir.
¡Tu amor me embarga totalmente! A veces me parece que el corazón me va a estallar, henchido como está de sentimientos de adoración, amor y alabanzas a Ti. Me dejas sin habla cuando me estrechas entre Tus brazos. No puedo hacer otra cosa que contemplar Tu rostro y Tus tiernos ojos y suspirar apoyando la cabeza en Tu hombro.
Las palabras que me susurras me provocan un estallido de amor. Los ojos se me inundan de lágrimas cuando me dices que no ves en mí sino belleza y eres ciego a mis faltas. ¡Me has manifestado una misericordia y un amor indecibles! Cuando fui infiel y me hundí en la tristeza y la desesperación, Tú fuiste fiel y me sacaste de la fosa en que había caído. Me recogiste de entre las cenizas de la derrota, me limpiaste y me cubriste con una flamante vestidura de alabanza.
Que ¿cómo te quiero? Sería imposible enumerar todas las maneras. Te amo hasta el límite de la profundidad, anchura y altura que es capaz de abarcar mi alma. Te quiero más que a la vida misma. No hay manera de expresar en palabras lo que siento por Ti. Te amaré por la eternidad. Te quiero ahora y por siempre.
Y ¿por qué te amo? Porque me has amado con un amor eterno, imperecedero, incondicional. Un amor fiel, verdadero y divino que no conoce límites. No tiene principio ni fin; es constante, inextinguible. ¡Gracias, Señor, por Tu ilimitado amor!
Nada soy y nada traigo en las manos. En mi desesperanza alcé los ojos a Ti. Cuando levanté la vista, te tendí los brazos y te imploré que me aceptaras a pesar de mi inmundicia, Tú ya tenías las manos extendidas hacia mí. Me estrechaste fuertemente contra Ti, y pude descansar en Tus brazos. Jesús, te doy gracias y te alabo por ser un amigo tan excelente. No hay quien se te compare, mi maravilloso Señor. Eres todo lo que ansiaba y esperaba, y más. Quiero amarte por los siglos de los siglos. Te alabo de continuo en mi corazón y declaro públicamente que sólo por Ti vale la pena vivir. Deseo pregonar, para que todos lo sepan, que me salvaste de la ruina y pusiste en mi corazón cántico nuevo y en mis labios alabanza que nunca se apagará.
Ay, mi Señor, ¡estréchame con fuerza contra Ti! No dejes jamás que me distancie, que me aparte de Ti. Sin Ti mi existencia no tendría sentido y la luz de mi vida se extinguiría gradualmente. Gracias por iluminarme el camino, levantarme el ánimo y reavivarme. Te amo y te alabo, mi Señor, mi amigo, guía y salvador. Te ensalzaré y te estimaré por la eternidad.
Oh hermoso Señor, Maestro divino, no soy más que arcilla en Tus manos. A pesar de ello, me tomas, me das forma, me infundes Tu soplo de vida y Tu Espíritu, y me tornas en criatura Tuya, para que pase la eternidad contigo.
El misterio de Tu amor es inescrutable. Mi alma se goza en Ti. Mi cuerpo vibra de alegría por la promesa de Tu redención. Aguardo con ansia el día en que mi espíritu y mi cuerpo resucitado se fundan con Tu Espíritu. Ciertamente ¿qué es el hombre para que tengas de él memoria, y los hijos de los hombres para que los visites y vengas a morar en medio de ellos? ¡Cuán maravillosos son Tus caminos!
Cuánto quisiera que mis pensamientos y mi lengua hallaran un modo de describir lo grande y maravilloso que eres, el tesoro que eres para mí. Ten la certeza de que tienes para mí más valor que la propia vida. Sin Ti mi existencia jamás llegaría a ser completa. Has puesto Tu vida y Tu Espíritu dentro de mi ser. Eres parte inseparable de mí. Por siempre jamás seremos uno. Nada, ni lo alto, ni lo profundo, ni la muerte ni el infierno podrá separarnos, porque estamos amalgamados.
Tierno Jesús, ¡me fascina Tu modo de obrar! Disipas mi confusión con la misma facilidad con que los rayos del sol matinal inundan de luz una oscura alcoba al abrirse de golpe las ventanas. Te abro, pues, del todo las ventanas de mi vida. ¡Invádeme, inúndame de Tu amor y luz! Lléname de Tu mismo Ser. ¡Cuán maravillosas son Tus obras! A Tu diestra hallo delicias para siempre. Señor divino, ¡cuánto agradezco que jamás me abandonarás ni me desampararás!
Jesús, ¡qué bien nos tratas! ¡Cuánto amor nos prodigas! Das y das sin cansarte. Aunque no lo merecemos, sigues derramando en abundancia. Concedes hasta las peticiones más insignificantes. Das a manos llenas del tesoro inapreciable de Tus palabras. Nos das una paz que sobrepasa todo entendimiento, pues sabemos que eres nuestro refugio y que nos protege Tu poderosa mano.
Estás muy presente en todo aspecto de nuestra vida. Lo que nosotros no comprendemos, Tú sí lo entiendes, y todo redunda en bien a fin de que se cumpla Tu perfecto propósito. Nos has hecho innumerables promesas: promesas de protección, de salud, de victoria y de consuelo. Y jamás has faltado a ninguna.
Gracias a Ti nos aguarda un futuro espléndido. Viviremos eternamente contigo en Tu reino infinito y glorioso.
Con sólo mirarte a los ojos, pierdo el aliento. Tu amor me deja sin palabras para expresar la dicha que siento. Una sola vislumbre de Ti y todas mis buenas obras parecen no valer nada. Un leve vistazo de Ti y todos mis esquemas mentales —el espejismo de las cosas con que me identifico— se derriten como la escarcha de una ventana al encenderse la lumbre del hogar. Todos pueden entonces volver a mirar con claridad al exterior. Una sola ojeada a Tu gran amor y veo que no hay escala tan pequeña que pueda medirme a mí o medir mi amor. Un atisbo de Ti me basta para comprender que mis méritos no son realmente míos. Mi único mérito eres Tú, mi única virtud es dejar traslucir Tu amor.
¡Me maravilla el amor tan singular que tienes por mí! Trasciende todo análisis y todo raciocinio. Por fin comprendo que todo lo digno de aprecio que hay en mí se debe a que te llevo dentro. Adorado Señor, toda buena acción que realizo y todo lo noble que poseo es gracias a Ti y nada más que a Ti. No soy más que una olla vacía, y ni eso sería si esta vieja vasija no fuera una dádiva Tuya. Tú eres todo lo que en verdad existe. Por fin puedo dejar de medirme conmigo mismo o de compararme con los demás. ¡Desde luego es inútil tratar de medirte a Ti o de calibrar la magnitud de Tu amor! Rebasa toda medida. No veo otra cosa que la necesidad que tengo de Ti.
Te agradezco, Señor, el cariño, los detallitos y los bellos momentos que disfrutamos con esas personas a las que pones en nuestro camino para manifestarnos Tu amor. Gracias por los goces que podemos compartir: la compañía, las ideas, las cosas valiosas, el amor, los secretos, el cariño. Te agradezco que podamos trabajar y jugar juntos. Te agradezco los ratos que pasamos junto a personas muy queridas, esos momentos que recordaremos entrañablemente.
Asimismo, te doy gracias por las veces en que estamos lejos de nuestros seres queridos. Esas también son una bendición, aunque no falten las lágrimas. Te doy gracias porque esas lágrimas riegan el terruño de nuestro amor y en consecuencia nos acercan a Ti. Te agradezco que la experiencia de estar lejos de una persona amada nos lleve a amarla más. Ello afianza nuestra comunicación, nuestra fraternidad, y además estrecha los lazos que tenemos contigo. Abre nuevos conductos que dan entrada a Tu amor. Gracias porque con ello nos enseñas a orar con más sentido, sinceridad y sentimiento.
Gracias porque esas separaciones transforman mi corazón. Me ayudan a comprender, a tener compasión y humildad. Ablandan mi espíritu y me ayudan a abrirme más a otros. Gracias porque esas experiencias me enseñan a someterme a Tu voluntad y a renunciar a la propia. Te doy gracias porque el extrañar a una persona a la que amo mucho me recuerda que, por encima de todo, mis seres queridos te pertenecen a Ti.
Me sacaste de la nada. Y ahora, al despertar, el brillo de Tu amor me indica lo que debo hacer. Ahora que he tomado conciencia de Ti, quiero aprovechar cada aliento de vida para alabarte. ¡Mi magnífico Señor, gran Maestro divino! El corazón se me colma. No acierto a expresar con palabras lo que siento por Ti y el amor que albergas por mí. Son palabras inexpresadas e inexpresables, que escapan a mi humana comprensión, manifestaciones de indescifrable gozo. Yacen en el fondo de mi alma, y sólo pueden brotar en un matiz y esplendor de lenguas que todavía desconozco. Son dones excelentes Tuyos que toman forma de pensamientos y alabanzas, de amor y aprecio. Yo los percibo, pero debo aguardar a que Tu Espíritu los vocalice.
Gracias por Tu ternura, por Tu paz, porque puedo apoyar todo mi peso sobre Ti, dejar a un lado la carga de todos los pensamientos que me atribulan y reposar mi cansada cabeza sobre Tu pecho. Me comprendes cuando se me inundan los ojos de lágrimas y éstas caen, pesadas, sobre mi rostro. Te agradezco que no me recrimines por mirar neciamente las olas, que con ternura me enjugues las lágrimas con Tus cariñosas manos. Comprendes lo débil que soy.
Gracias, amado Señor, por esperar con tanta paciencia hasta que me doy cuenta de que Tú eres mi única opción, de que descansar en Tus brazos es mi única tregua en la batalla. Al alabarte y al centrar mis pensamientos en Tu hermosura, se desvanecen la tensión y la confusión.
Las tempestades y las batallas me conducen al refugio en que descanso junto a Ti, donde todo es tranquilidad y quietud perfectas, donde Tú me aguardas con el bálsamo que sana mi corazón herido.
Oh insignia del valor
en la batalla de la vida,
a Ti alzo los ojos.
Al cansado y al maltrecho,
al desgarrado, al harapiento
conduces a la victoria.
Cuando mi nave se zarandea
y todo parece perdido
en la mar enfurecida,
Tu faro luminoso
hiere mi tiniebla
señalando el camino hacia Ti.
Sin Ti me perdería. Sin Ti nada puedo hacer. Si en la vida que llevo por Ti hay alguna fidelidad, algún éxito, algo bello, te reconozco a Ti toda la gloria. Yo no me atribuyo ningún mérito; en lo más íntimo de mi ser sé que sin Ti nada soy.
Ayúdame a valorar lo que me has dado y a no compararme con los demás. Haz que no envidie las circunstancias de las demás personas, que no desee estar en su lugar. Simplemente quiero darte gracias, alabarte, glorificarte y hacer todo lo posible por Ti sabiendo que Tú me amas y me necesitas tanto como yo a Ti.
Gracias por Tus preciosas palabras y por Tu voz. No puedo dar siquiera un paso sin Ti, Jesús. Me siento inmensamente feliz de que siempre estés a mi lado, dispuesto a ayudarme y a responder a cada una de mis preguntas, a darme la solución a cualquier problema. En todo momento puedo contar contigo. Eres muy servicial. Siempre estás ansioso de hablarme y me ayudas gustoso. Gracias.
Te agradezco el amor que me has manifestado. Te agradezco que te hayas unido a mi espíritu y que nos hayamos fundido formando un solo ser. Jesús, te amo. Para mí, Tu amor todo lo abarca, todo lo comprende. Tú eres el único a quien puedo aferrarme, y lo hago con vehemencia. Sé que sin Ti, sin Tu aliento de vida, sin el soplo de Tu Espíritu, no soy absolutamente nada. Si no estuvieras Tú y no pudiera asirme a Ti, nada sería yo. De estar Tú ausente, no habría nada. Tú lo constituyes todo; yo, en cambio, no soy nada. No soy más que un instrumento, un conducto.
Jesús, ¡Tu nombre es el más dulce de los elíxires! Tu fragancia es más agradable que la más costosa esencia o la más bella de las rosas. El toque de Tu mano es más suave que la brisa del verano. Tu sonrisa es más radiante que el azul intenso del cielo. Tus ojos son más profundos y plenos que el mismo océano. No hay nada que se pueda comparar con el esplendor y la majestuosidad de Tu cálida y abarcadora presencia.
Cuando estoy a Tu lado, es como si un resplandor ambarino me envolviera y desvaneciera todo lo que es difícil, lo desagradable y lo que es causa de descontento. Tu incomparable presencia empapa mi ser, impregna el ambiente en que me muevo, ocupa todos mis pensamientos y ahuyenta toda preocupación, temor, duda, pesimismo, desesperación y tristeza. Tú eres la alegría, el amor y la vida misma. ¡Te amo!
Te doy gracias, Señor, por esta bella oportunidad de alabarte. Siendo Tú el Creador del universo, ¿cómo puede mi corazón albergar otra cosa que total adoración y hondo agradecimiento a Ti? Te doy gracias por todo lo que me ha sucedido en la vida, absolutamente todo... por cada prueba que me has ayudado a superar... por cada bendición que me has deparado: los pulmones con que respiro; el cuerpo que habito; las manos que me permiten escribir; los ojos con los que veo; las rodillas que puedo flexionar; las piernas que me transportan y el alma que creaste y depositaste en este cuerpo.
Gracias por todo lo que has hecho. Gracias por rebajarte para ponerte a mi nivel. Gracias por establecer una línea de comunicación conmigo. Gracias por proporcionarme una puerta de acceso para gozar de comunión contigo. Lo hiciste al entregar Tu vida por mí, al sobrellevar mis cargas, mis faltas y mis pecados, y al dispensarme del castigo asumiendo mi culpa. ¡Te doy las gracias! Te amo.
Mi alma...
ante Ti reposa en silencio,
y ahora que te reverencio
en las alas de una canción,
me aparto de la confusión
rumbo a Tus brazos.
Mi alma...
en Tu seno se recuesta sumisa.
Me amas con tiernas caricias.
Tu dulce voz me dice al oído:
«No temas, siempre estoy contigo
para abrazarte».
Mi alma...
se entrelaza con la Tuya.
Haz que lo nuestro nunca concluya.
Te pido que de Tu amor me llenes.
Inúndame hasta que ya no quede
nada más.
Mi corazón...
te eleva un único pedido:
que no me aparte por ningún motivo.
Sentirte siempre es mi anhelo.
Tanto, tantísimo te quiero,
mi buen Jesús.
Gracias, Jesús, por morar dentro de mí. Gracias por hablar a través de mí. Gracias por comunicarme Tus palabras cuando te planteo cosas que no entiendo. Mil gracias por tan inapreciable tesoro. Que me hables y respondas a mis interrogantes es un don más valioso que el oro, los diamantes o cualquier posesión terrenal. ¡Te lo agradezco en el alma! Gracias por las respuestas que me das.
Ayúdame a reservar un tiempo en que deje brotar de mí esas respuestas, en que permita que me hables, escuche lo que me contestes y acceda a que Tu voluntad rija mi vida. Gracias por orientarme, guardarme, protegerme y proveer para mis necesidades. Te agradezco todo lo que haces por mí. Llenas todos mis espacios, colmas todos mis deseos. Nada soy, y sin Ti nada puedo hacer, mi Maestro, mi Señor, mi Salvador, mi Rey y mi Creador.
Te doy mil gracias por el amor que me brindas. Eres amor, Señor; Tus palabras son parte de Ti, y son amor. Es hermoso escucharlas, ver su fruto, sentir su espíritu, saber que cada vez que las oigo, recibo y absorbo más de Ti y me vuelvo más como Tú.
Cascada cristalina que saltando
desciende purpúrea sobre mí.
Bajo Tu torrente de dichas
abro mi ser, mi alma toda.
Un lúcido fuego centelleante me invade,
luz líquida de energía celestial.
Corriente purificadora, profunda, envolvente,
me embebes, me atraes;
eres inconteniblemente magnética.
Me sumerjo en Tu radiante y acuosa sinfonía.
Caudal exquisito, terso, profundo, absorbente,
que englobas mis pensamientos,
mis esperanzas, mis sueños
con Tu omnisciente percepción.
Burbujeas otra vez en canto.
Giras en incesantes remolinos
hasta embriagarme de emoción.
Excitantes pasan volando los rápidos.
Oigo palpitar el rumor de las aguas.
¡Es un deleite fluir con Tu voluntad!
Luego, con más lentitud,
sigo alegre mi curso.
Una fuerza más mansa, perpetua,
discurre grácilmente,
lejos, lejos de las orillas del tiempo.
Floto feliz en esta cava acrónica
tachonada de estrellas.
Reposo largo, total,
en Tus mimos de infinita ternura.
Maravilloso amigo, compañero, Señor, Rey, Salvador y Dios: ¡cuántas cosas eres, Jesús! Llenas tantas facetas de mi vida. Te rindo alabanzas por ello.
Dice la Palabra que eres mi escudo y mi adarga. Eres a un mismo tiempo mi vanguardia y mi retaguardia. Me sostienes por delante y por detrás, y me apuntalas por los lados.
Me maravilla que teniendo tanta gente a la que atender, te quede tiempo para mí. Me imagino que, aun siendo Dios, te demanda un esfuerzo infinito ocuparte de todos los asuntos del universo. Te debo las gracias por acordarte y cuidar de mí.
Cuando me detengo un momento a pensar en las numerosas bendiciones que me has concedido, a recordar cómo has obrado en mi vida, mi corazón rebosa de alabanza y gratitud. No tengo motivos para quejarme y sí todas las razones del mundo para alabarte.
Gracias, mi amado Señor y Salvador, mi maravilloso Rey, amigo y compañero que nunca me abandona. Podría darte las gracias un millón de veces y no sería suficiente. No se me ocurre nada que pudiera hacer o decir y que bastaría para pagarte. Lo que sí prometo, por Tu gracia, es reservarte siempre un lugar primordial en mi corazón y mi vida y amarte más que a nada o a nadie.
Te amo por lo indescriptiblemente poderoso que eres. Te amo porque respondes a mis oraciones, porque contestas incluso las que aún no se me ha ocurrido hacer. Te amo porque auscultas mi corazón y percibes lo que está escrito en él, las palabras no pronunciadas, los deseos incumplidos, los sueños que no me he atrevido a soñar. Los tomas todos en Tus manos y los plasmas. Algunos los cumples delante mismo de mí; otros los bañas con Tu paciencia, Tu paz y tranquilidad, y otros los vas borrando imperceptiblemente de mi recuerdo, de tal manera que cuando quiero indagarlos ya se han desvanecido, y en su lugar no queda más que la espléndida sensación de Tu presencia.
Alaben al Señor todos los hijos del amor. ¡Alaben al Señor todos los hijos del fuego y la emoción! ¡Alaben al Señor todos los hijos de la misericordia! Alaben al Señor todos los hijos de la alabanza, pues sólo Él es digno de ella. Alabado sea Jesús por los siglos de los siglos, nuestro Señor, Salvador, Rey y Maestro, nuestro inseparable compañero y consolador. ¡Toda la gloria, la honra y la alabanza sean dadas a Jesús!
No tengo motivos válidos para sentir ansiedad. Eso te lo debo a Ti. En ningún momento tengo por qué sentir tensión o siquiera preocuparme de nada. El saber que Tú lo gobiernas y lo resuelves todo me infunde gran tranquilidad y me libra de toda sensación desapacible. No tengo razones para disgustarme ni alterarme, ya que todo está en Tus manos y no se te escapa nada. En tanto que acuda a Ti, Jesús, no dejarás que me suceda nada perjudicial, al menos nada que a la larga sea perjudicial. Es maravilloso tener esa confianza. Te lo agradezco.
Muchos se han esforzado por entender cómo obras y han terminado complicándose la vida. Gracias porque en realidad esos asuntos no me preocupan, no me perturban. No pretendo comprender Tu naturaleza ni analizarte. No trato de averiguar la forma exacta en que lo has hecho todo. Eso para mí carece de trascendencia. Lo que para mí importa es que existes, que te amo y que me amas. El amor que me profesas es mayor que el que te profeso yo.
Eres verdaderamente alucinante, insuperable en todo sentido. Te alabo y te lo agradezco. ¡Gracias!
Te agradezco en el alma que te hagas presente en cada aspecto de mi vida. No sólo eres la persona que más me hace falta cuando necesito compañía o consuelo; también satisfaces mis necesidades en todo sentido: en lo práctico, en lo espiritual y en lo emocional.
Eres mi amigo, mi padre, mi instructor, mi redactor, mi crítico, mi asesor, mi colega, mi supervisor. En cada aspecto y actividad, eres el compañero ideal. Me brinda gran seguridad compartir contigo cada instante de mi vida. Eres de lo más entretenido, tranquilo, prudente, conocedor, ingenioso y comprensivo, y siempre velas por mí, me ayudas y me alientas.
Gracias por ser mi socio en los altibajos y vicisitudes de la vida, en todas las dificultades, alegrías, desafíos, pesares, risas, lágrimas, ratos de esparcimiento y horas de trabajo. ¡Eres mi ideal!
Te agradezco, Jesús, que Tus pisadas me conduzcan por una senda de delicias, que me lleven a vivir las aventuras de la vida, que me encaminen hacia Tu reino venidero. Te agradezco que no te adelantes mucho; si no, me extraviaría. Te agradezco que no des pasos agigantados que me harían difícil seguirte. Te agradezco que no me lleves por terrenos desiguales que me causarían agotamiento y que no me hagas subir a escarpados riscos que me asustarían. Más bien me guías por sendas delicadas, por veredas hermosas, desde donde se divisan extasiantes paisajes y donde hace un tiempo espléndido. Mientras caminamos, me adviertes de los peligros que se presentan, me dices que vaya en un sentido o en otro, que tenga cuidado con esa rama o que no me vaya a tropezar con aquel leño, o me ofreces ayuda para cruzar algún arroyo. Constantemente me acompañas, me guías y me asistes para hacer mi travesía lo más agradable y hermosa posible.
Te doy gracias porque me permites transitar contigo por la senda de la vida. Eres mi permanente compañero de viaje. Te doy gracias por revelarme nuestro último destino: Tu reino celestial. Gracias por la patria celestial que has preparado para Tus hijos, ¡lugar de extraordinaria belleza y felicidad!
Jesús, ¡Tu rostro es tan hermoso! Me encanta contemplarte. Me apasiona adorarte. Mirarte a los ojos me tranquiliza. Tu sonrisa me infunde paz interior. Tu semblante es muy tierno; denota consideración y comprensión.
Me miras profundamente a los ojos, escudriñas mi alma y me infundes un calor especial. Siento que me adivinas los pensamientos. El brillo de Tus ojos me demuestra que me amas, que soy único para Ti, que soy singular. La luz que emana de Tu rostro me alumbra el camino.
Quiero que Tu amor reine en mi corazón, Señor mío. Mi único deseo es ser para Ti como una esclava totalmente dispuesta y comprometida a hacer Tu voluntad, por puro amor a Ti. Mi Rey, Tus deseos son ordenes para mí, pues te pertenezco, y a la vez Tú eres mío, y para siempre estaremos unidos en amor. Te alabo, te glorifico y te honro por ello.
¡Toda la gloria sea para Ti! ¡Todo el amor sea para Ti! Te pertenezco por la eternidad. Me inclino ante Ti en sumisión y humildad. Sólo deseo fundirme contigo: que tengamos un mismo corazón, una misma mente, a fin de poder complacerte y dar fruto para Tu gloria. Quiero que al mirarme otras personas sepan que nos pertenecemos el uno al otro y vean reflejados en mí Tu luz, Tu poder y Tu amor.
Oh mi Señor y Salvador, no quiero nada de mí. Desdeño mis propios pensamientos, mis propios caminos, mis propias actitudes. Quita de mí toda idea o deseo propio. Purifícame de mis pecados. Límpiame de mis malas acciones. No quiero ver las cosas desde una óptica terrenal o como el mundo las ve. Sólo quiero que Tú, mi Rey, vivas y obres en mí.
Te doy gracias porque gozaré de la eternidad contigo y con mis seres queridos. Jamás nos separaremos, jamás estaremos solos: cada día te conoceré mejor, te veré con más claridad y te entenderé mejor.
Gracias por este amor mágico que me brindas. Gracias por quererme. ¡Tu amor es insuperable! Nunca me defrauda; siempre me reconforta cuando lo necesito. Te agradezco que pueda confiar en Ti, mi adorado Jesús. Te agradezco que pueda contar contigo. Siempre estás presente y siempre puedo acudir a Ti. Gracias por rodearme con Tus brazos.
Qué bendición es contar con Tu infalible e infinito amor. ¡Cómo me consuela saber que Tus brazos fuertes y amorosos siempre me envolverán! ¡Cuánta seguridad me brinda la certeza de que me cuidas constantemente, de que estás al tanto de cada uno de mis pensamientos y mis actos! ¡Qué celestial es que comprendas mi estado de ánimo! Ves dentro de mí y entiendes de verdad lo que siento y lo que pienso.
Conoces todas mis flaquezas, insuficiencias, debilidades y pecados. Sin embargo, también ves y comprendes lo profundo que es el amor que te tengo. Tú sabes que sólo deseo hacer lo que te agrade. Por amor elegiste fijarte sólo en el cariño que albergo por Ti y pasar por alto mis innumerables faltas, defectos, errores y pecados.
Tu amor me ayuda a levantarme y esforzarme de nuevo cuando me parece que no valgo nada y que no estoy a la altura de lo que esperas de mí. Sé que por muy mal que me sienta, por grave que haya sido mi error o por mucho que me haya apartado de lo que querías que dijera y pensara, puedo seguir contando contigo.
A veces me considero tan terrible que no me soporto; menos aún tolero la compañía de otras personas. Me da la impresión de que en esas condiciones nadie podría amarme. Tú, sin embargo, me aceptas tal cual soy; no tengo que ponerme máscaras ni fachadas. No puedo menos que darte las gracias por ello.
Gracias, Jesús, porque no hace falta que entienda; basta con que acuda presto a Tus brazos y experimente Tu amor. ¡Qué seguridad me comunicas! En Ti disfruto de una protección total. Eres mi baluarte. ¡Qué bien me guardas! ¡Te amo!
No puedo vivir sin Ti, Jesús. Eres mi fuente de vida. Toma posesión de mi ser. Palpita en mi corazón. Sé mi energía, mis fuerzas. Te ruego, Señor mío, que seas mi aliento. Quiero inhalarte, respirar hondo Tu Espíritu cada instante del día. ¡Ah, qué dulce fragancia! ¡El aliento de Tu Espíritu es mi vida!
No puedo vivir sin Tu aire puro. Necesito el oxígeno de Tu Espíritu para seguir con vida. Me encanta inhalar Tu aire fresco: ¡es de lo más renovador! Me encanta respirar Tu Espíritu.
s increíble cómo me das fuerzas para aguantar cuando la situación se pone difícil. Me brindas gran satisfacción y contento.
Siento que me has honrado grandemente, que me amas mucho y me aceptas. Gracias por el amor incondicional que me manifiestas. Me entrego a Ti por entero y confío en Tu bondad.
Mi alma cansada te entrego.
En Tus brazos hallo sosiego.
Distingo Tu rostro tan puro, tan bueno.
Me infundes fuerzas.
Tus ojos me dan la paz que persigo.
Cuando mis pensamientos sin sentido
a Ti te presento y te confío,
me serenas.
Te traigo un amor limitado,
¡apenas unas gotas comparado
con las aguas de Tu amor derrochado!
Me bañas en ellas.
Fracasos y agridulces sentimientos
dejo a Tus pies, y te encuentro
cuando te inclinas para recogerlos.
Me alientas.
Mis sueños, mis ansias,
mi propio ser, toda mi esperanza,
a Tu lado poco pesan en la balanza.
Conoces mis sendas.
Aunque banales e infantiles,
aceptas mis dones humildes
y a cambio me das bendiciones a miles.
Me aprecias.
Todo deseo, toda aspiración
te presenta confiado mi corazón.
Tú me los concedes, y yo, en sumisión,
te rindo mi voluntad entera.
Más alabanzas a Dios
A continuación reproducimos pasajes de la Biblia en los que se ofrecen alabanzas a Dios. Se han adaptado las frases del texto original para convertirlas en plegarias personales dirigidas a Dios o a Jesús.
Cantaré a Ti, oh Señor, porque te has magnificado grandemente.
Tú eres mi fortaleza y mi cántico, y has sido mi salvación. Te enalteceré.
¿Quién como Tú, oh Señor? ¿Quién como Tú, magnífico en santidad, hacedor de prodigios?
Condujiste en Tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con Tu poder a Tu santa morada.
Tú los introducirás y los plantarás en el monte de Tu heredad, en el lugar de Tu morada, que Tú has preparado, oh Señor, en el santuario que Tus manos, oh Señor, han afirmado.
Tú reinarás eternamente y para siempre.
Te canto a Ti, oh Señor, porque en extremo te has engrandecido.
Tú eres mi roca, mi fortaleza y mi libertador.
Dios mío, fortaleza mía, en Ti confío; mi escudo y el fuerte de mi salvación; mi alto refugio; salvador mío, de violencia me libraste.
Te invocaré, pues digno eres de ser alabado y seré salvo de mis enemigos.
Me glorío en Tu santo nombre; mi corazón se alegra en gran manera en Tu salvación.
Grande eres Tú y digno de suprema alabanza.
Alabanza y magnificencia delante de Ti; poder y alegría en Tu morada.
Te aclamo a Ti, oh Dios, porque Tú eres bueno; porque Tu misericordia es eterna.
Bendito sea Tu nombre de eternidad a eternidad.
Bendito seas Tú, oh Señor Dios, mi Padre, desde el siglo y hasta el siglo.
Tuya es, oh Señor, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor. Todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son Tuyas. Tuyo, oh Señor, es el reino y Tú eres excelso sobre todos.
Las riquezas y la gloria proceden de Ti, y Tú dominas sobre todo; en Tu mano está la fuerza y el poder, y en Tu mano el hacer grande y el dar poder a todos.
Ahora pues, Dios mío, te alabo y doy loor a Tu glorioso nombre.
Todo es Tuyo, y de lo recibido de Tu mano te damos.
Tú eres el objeto de mi alabanza. Tú eres mi Dios, que has hecho para conmigo estas cosas grandes y maravillosas que mis ojos han visto.
Bendígase el nombre Tuyo, glorioso y alto sobre toda bendición y alabanza.
Tú solo eres Señor; Tú hiciste los cielos y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos. Tú vivificas todas estas cosas y los ejércitos de los cielos te adoran.
He aquí Tú eres salvación mía; me aseguras y no temeré; mi fortaleza y mi canción eres Tú, quien has sido salvación para mí.
Te cantaré, Señor, aclamaré Tu nombre. Haré célebres en los pueblos Tus obras y recordaré que Tu nombre es engrandecido.
Te cantaré salmos, Señor, porque has hecho cosas magníficas; sea sabido esto por toda la tierra.
Me regocijaré y cantaré. Tú, Señor, grande eres en medio de nosotros.
Alzaré mi voz a Ti, oh Dios, y cantaré gozoso por Tu grandeza, oh Señor.
Tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré Tu nombre, porque has hecho maravillas. Tus consejos antiguos son verdad y firmeza.
Te cantaré un nuevo cántico, Tu alabanza hasta el fin de la tierra.
Sea bendito Tu nombre, oh Dios, de siglos en siglos. Tuyos son el poder y la sabiduría.
A Ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo, porque nos has dado sabiduría y fuerza, y ahora nos has revelado los tesoros de Tu Palabra.
Te alabo, te engrandezco y te glorifico, oh Dios. Tus obras son verdaderas, y Tus caminos justos.
Con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí.
Tú, el Poderoso, nos has hecho grandes cosas; santo es Tu nombre.
Tu misericordia es de generación en generación a los que te tememos.
Hiciste proezas con Tu brazo; esparciste a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.
Quitaste de los tronos a los poderosos y exaltaste a los humildes.
A los hambrientos colmaste de bienes y a los ricos enviaste vacíos.
Bendito seas, oh Dios, que has visitado y redimido a Tu pueblo.
Señor, Tú eres el Dios que hiciste el Cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay.
De Ti, y por Ti, y para Ti, son todas las cosas. A Ti sea la gloria por los siglos. Amén.
A Ti, oh Señor, sea gloria por los siglos de los siglos.
A Ti, oh Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos.
Anunciaré Tu nombre eternamente y te alabaré.
A Ti te pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.
A Ti sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos.
Te doy gloria, y te adoro, oh Dios.
Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, ¡y el que ha de venir!
Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas.
Fuiste inmolado y con Tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación.
Nos has hecho reyes y sacerdotes para nuestro Dios, y reinaremos sobre la tierra.
Tú, oh Señor, eres digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.
A Ti, que estás sentado en el trono, y a Ti, oh Cordero de Dios, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a Ti, oh Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Te doy gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado Tu gran poder, y has reinado.
Grandes y maravillosas son Tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son Tus caminos, Rey de los santos.
¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará Tu nombre? Pues sólo Tú eres santo. Todas las naciones vendrán y te adorarán, porque Tus juicios se han manifestado.
Te alabaré, oh Señor, conforme a Tu justicia, y cantaré a Tu nombre, oh Señor, Altísimo.
¡Oh Señor, Señor mío, cuán glorioso es Tu nombre en toda la tierra! Has puesto Tu gloria sobre los cielos.
Te alabaré, oh Señor, con todo mi corazón; contaré todas Tus maravillas.
Me alegraré y me regocijaré en Ti; cantaré a Tu nombre, oh Altísimo.
Tú, Señor, permanecerás para siempre; has dispuesto Tu trono para juicio.
Juzgarás al mundo con justicia y a los pueblos con rectitud.
Serás refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia.
En Ti confiarán los que conocen Tu nombre, por cuanto no desamparaste a los que te buscaron.
Te cantaré, oh Señor, publicaré entre los pueblos Tus obras.
En Tu misericordia he confiado; mi corazón se alegrará en Tu salvación.
Te cantaré, oh Señor, porque me has hecho bien.
Tú, Señor, eres la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos y es hermosa la heredad que me ha tocado.
Te bendeciré, Señor, que me aconsejas.
A Ti he puesto siempre delante de mí; porque estás a mi diestra, no seré conmovido.
Me mostrarás la senda de la vida; en Tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a Tu diestra para siempre.
Te amo, oh Señor, fortaleza mía.
Roca mía y castillo mío, y mi libertador;
Dios mío, fortaleza mía, en Ti confiaré; mi escudo y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.
Te invocaré, pues digno eres de ser alabado.
Perfecto es Tu camino y acrisolada Tu Palabra; escudo eres a todos los que en Ti esperan.
Tú eres el que me ciñe de poder y quien hace perfecto mi camino.
Te confesaré entre las naciones, oh Señor, y cantaremos a Tu nombre.
Los cielos cuentan Tu gloria, oh Dios, y el firmamento anuncia la obra de Tus manos.
Tu ley, oh Señor, es perfecta, que convierte el alma; Tu testimonio es fiel, que hace sabio al sencillo.
Tus mandamientos son rectos, que alegran el corazón; Tu precepto es puro, que alumbra los ojos.
Tu temor es limpio, que permanece para siempre; Tus juicios son verdad, todos justos.
Deseables son más que el oro y más que mucho oro afinado; dulces más que miel y que la que destila del panal.
Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón.
Me alegraré en Tu salvación y alzaré pendón en Tu nombre.
Me alegré en Tu poder, oh Señor; y en Tu salvación, ¡cómo me gozo!
Me has concedido el deseo de mi corazón y no me negaste la petición de mis labios.
Engrandécete, oh Señor, en Tu poder; cantaré y alabaré Tu poderío.
Bendito sea Tu nombre, oh Señor, que oíste la voz de mis ruegos.
Tú eres mi fortaleza y mi escudo; en Ti confié y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón. Con mis cánticos te alabaré.
Te glorificaré, oh Señor, porque me has exaltado y no permitiste que mis enemigos se alegraran de mí.
Señor Dios mío, te alabaré para siempre.
Recta es Tu Palabra y toda Tu obra es hecha con fidelidad.
Te bendeciré, Señor, en todo tiempo; Tu alabanza estará de continuo en mi boca.
En Ti, Señor, se gloriará mi alma; lo oirán los mansos y se alegrarán.
Mi lengua hablará de Tu justicia y de Tu alabanza todo el día.
Has aumentado, oh Dios, Tus maravillas y Tus pensamientos para conmigo.
De día mandarás Tu misericordia y de noche Tus cánticos estarán conmigo y mis oraciones a Ti, mi Dios.
He de alabarte, salvación mía y Dios mío.
En Ti me gloriaré todo el tiempo y para siempre alabaré Tu nombre.
Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de Tu Reino.
Has amado la justicia y aborrecido la maldad.
Sé exaltado entre las naciones; enaltecido sé en la tierra.
Te canto, oh Dios, te canto a Ti, mi Rey.
Tú, oh Señor, eres muy exaltado.
De justicia está llena Tu diestra.
Cantará mi lengua Tu justicia.
Abre mis labios y publicará mi boca Tu alabanza.
Te alabaré para siempre, porque lo has hecho así. Esperaré en Tu nombre, porque es bueno, delante de Tus santos.
Alabaré Tu nombre, oh Señor, porque es bueno.
Tú me has librado de toda angustia.
A Ti clamaré; y Tú me salvarás.
Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y Tú oirás mi voz.
En Ti alabaré Tu Palabra.
En Ti he confiado; no temeré; ¿qué puede hacerme el hombre?
Te tributaré alabanzas.
Exaltado seas sobre los cielos, oh Dios; sobre toda la tierra sea Tu gloria.
Te alabaré entre los pueblos, oh Señor; cantaré de Ti entre las naciones.
Exaltado seas sobre los cielos; sobre toda la tierra sea Tu gloria.
Cantaré de Tu poder y alabaré de mañana Tu misericordia. Eres mi amparo, y refugio en el día de mi angustia.
Fortaleza mía, a Ti cantaré; porque eres, oh Dios, mi refugio, el Dios de mi misericordia.
Mejor es Tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán.
Así te bendeciré en mi vida; en Tu nombre alzaré mis manos.
Anunciaré Tus obras, oh Dios.
Me alegraré en Ti, oh Dios, y confiaré en Ti.
Canto Tu gloria, oh Señor.
Te adoro, y cantaré a Ti, cantaré a Tu nombre, oh Dios.
Bendito seas; no has echado de Ti mi oración ni de mí Tu misericordia.
Ten misericordia de mí, y bendíceme; haz resplandecer Tu rostro sobre mí.
Bendíceme, y témante todos los términos de la tierra.
Bendito seas, Señor; cada día me colmas de beneficios, Dios de mi salvación.
Tú, mi Dios, has de salvarme.
Te bendigo, oh Dios, en las congregaciones; a Tu nombre, Señor, nosotros de la estirpe de Israel.
Te atribuyo poder, oh Dios; sobre Israel es Tu magnificencia, y Tu poder está en los cielos.
Magnífico eres, oh Dios, desde Tus santuarios; Tú das fuerza y vigor a Tu pueblo.
Alábente los cielos y la tierra, los mares y todo lo que se mueve en ellos.
Yo esperaré siempre, y te alabaré más y más.
Mi boca publicará Tu justicia y Tus hechos de salvación todo el día.
Vendré a Tus hechos poderosos, Señor Dios; haré memoria de Tu justicia, de la Tuya sola.
Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud, y hasta ahora he manifestado Tus maravillas.
Aun en la vejez, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie Tu poder a la posteridad y Tu potencia a todos los que han de venir.
Tu justicia, oh Dios, hasta lo excelso. Tú has hecho grandes cosas; oh Dios, ¿quién como Tú?
Aumentarás mi grandeza y volverás a consolarme.
Asimismo te alabaré con instrumentos de salterio, oh Dios mío; Tu verdad cantaré a Ti en el arpa.
Mis labios se alegrarán cuando cante a Ti, y mi alma, la cual redimiste.
Mi lengua hablará también de Tu justicia todo el día; por cuanto han sido avergonzados, porque han sido confundidos los que mi mal procuraban.
Bendito Tu nombre glorioso para siempre.
Toda la tierra sea llena de Tu gloria. Amén y amén.
He puesto en Ti mi esperanza, para contar todas Tus obras.
Tú eres mi rey desde tiempo antiguo; el que obra salvación en medio de la tierra.
Tuyo es el día, Tuya también es la noche; Tú estableciste la luna y el sol.
Tú fijaste todos los términos de la tierra; el verano y el invierno Tú los formaste.
Gracias te doy, oh Dios, gracias te doy, pues cercano está Tu nombre; los hombres cuentan Tus maravillas.
Me acordaré de Tus obras, oh Señor altísimo; sí, haré memoria de Tus maravillas antiguas.
Meditaré en todas Tus obras y hablaré de Tus hechos.
¿Qué Dios es grande como mi Dios?
Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos Tu poder.
Con Tu brazo redimiste a Tu pueblo.
Nosotros, pueblo Tuyo y ovejas de Tu prado, te alabaremos para siempre; de generación en generación cantaremos Tus alabanzas.
Te cantaré con gozo, fortaleza nuestra, y te aclamaré con júbilo.
Tú eres Altísimo sobre toda la tierra.
La justicia irá delante de Ti y Tus pasos nos pondrás por camino.
Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de Ti, Señor, y glorificarán Tu nombre.
Eres grande y hacedor de maravillas; sólo Tú eres Dios.
Te alabaré, oh Señor Dios mío, con todo mi corazón, y glorificaré Tu nombre para siempre.
Tu misericordia es grande para conmigo. Has librado mi alma de las profundidades del Seol.
Tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad.
Tus misericordias, Señor, cantaré perpetuamente; de generación en generación haré notoria Tu fidelidad con mi boca.
En los cielos mismos afirmarás Tu verdad.
Celebrarán los cielos Tus maravillas, oh Señor, Tu verdad también en la congregación de los santos.
¿Quién en los cielos se igualará al Señor? ¿Quién será semejante al Señor entre los hijos de los potentados?
Dios temible en la congregación de los santos y formidable sobre todos cuantos están alrededor de Ti.
Oh Señor, Dios de los ejércitos, ¿quién cómo Tú? Tuyos son los cielos, Tuya también la tierra; el mundo y su plenitud, Tú lo fundaste.
Tuyo es el brazo potente; fuerte es Tu mano, exaltada Tu diestra.
Justicia y juicio son el cimiento de Tu trono; misericordia y verdad van delante de Tu rostro.
En Tu nombre me alegraré todo el día y en Tu justicia seré enaltecido.
Tú eres la gloria de mi potencia, y por Tu buena voluntad acrecentarás mi poder.
Tú eres mi escudo y mi Rey.
Bendito seas para siempre. Amén y amén.
Señor, Tú me has sido refugio de generación en generación.
Bueno es alabarte, oh Señor, y cantar salmos a Tu nombre, oh Altísimo.
Anunciar por la mañana Tu misericordia y Tu fidelidad cada noche.
En el decacordio y en el salterio, en tono suave con el arpa.
Por cuanto me has alegrado, oh Señor, con Tus obras; en las obras de Tus manos me gozo.
¡Cuán grandes son Tus obras, oh Señor! Muy profundos son Tus pensamientos.
Tú, Señor, para siempre eres Altísimo.
He aquí Tus enemigos, oh Señor... he aquí, perecerán Tus enemigos; serán esparcidos todos los que hacen maldad.
Tú, Señor, reinas; te vestiste de magnificencia; te ceñiste de poder. Afirmaste también el mundo, y no se moverá.
Firme es Tu trono desde entonces; Tú eres eternamente.
Tú en las alturas eres más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, más que las recias ondas del mar.
Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a Tu casa, oh Señor, por los siglos y para siempre.
Te aclamaré alegremente, oh Señor; te cantaré con júbilo, roca de mi salvación.
Llegaré ante Tu presencia con alabanza, te aclamaré con cánticos.
Tú eres Dios grande y Rey grande sobre todos los dioses.
En Tu mano están las profundidades de la tierra y las alturas de los montes son Tuyas.
Tuyo también el mar, pues Tú lo hiciste; y Tus manos formaron la tierra seca.
Te adoraré y me postraré ante Ti; me arrodillaré delante de Ti, Señor, mi Hacedor.
Tú eres nuestro Dios; nosotros, el pueblo de Tu prado y ovejas de Tu mano.
Te cantaré cántico nuevo.
Te cantaré, bendeciré Tu nombre; anunciaré de día en día Tu salvación.
Proclamaré entre las naciones Tu gloria, en todos los pueblos Tus maravillas.
Grande eres y digno de suprema alabanza; temible sobre todos los dioses.
Todos los dioses de los pueblos son ídolos; pero Tú hiciste los cielos.
Alabanza y magnificencia delante de Ti; poder y gloria en Tu santuario.
Te tributaré, oh Señor, te daré la gloria y el poder.
Te daré, Señor, la honra debida a Tu nombre; te traeré ofrendas y vendré a Tus atrios.
Te adoraré en la hermosura de la santidad; temeré siempre delante de Ti.
Diré entre las naciones que Tú reinas; también afirmaste el mundo, no será conmovido; juzgarás a los pueblos en justicia.
Alégrense los cielos y gócese la tierra; brame el mar y su plenitud.
Regocíjese el campo y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento, delante de Ti, Señor.
Porque viniste; viniste a juzgar la tierra. Juzgarás al mundo con justicia y a los pueblos con Tu verdad.
Tú, Señor, reinas; regocíjese la tierra. Alégrense las muchas costas.
Los cielos anunciaron Tu justicia y todos los pueblos vieron Tu gloria.
Tú, Señor, eres excelso sobre toda la tierra; eres muy exaltado sobre todos los dioses.
Me alegraré en Ti y alabaré la memoria de Tu santidad.
Te canto cántico nuevo, porque has hecho maravillas; Tu diestra te ha salvado, y Tu santo brazo.
Has hecho notoria Tu salvación; a la vista de las naciones has descubierto Tu justicia.
Tú reinas; temblarán los pueblos. Estás sentado sobre el querubín, se conmoverá la tierra.
Tú eres grande y exaltado sobre todos los pueblos.
Alaben Tu nombre grande y temible; es santo.
Tú confirmas la rectitud; Tú has hecho juicio y justicia.
Te exalto, oh Dios, y me postro ante el estrado de Tus pies; Tú eres santo.
Te exalto, oh Dios, y me postro ante Tu santo monte. Porque Tú, el Señor mi Dios, eres santo.
Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra.
Te serviré con alegría; vendré ante Tu presencia con regocijo.
Tú, Señor, eres Dios; Tú nos hiciste y no nosotros a nosotros mismos; pueblo Tuyo somos y ovejas de Tu prado.
Entraré por Tus puertas con acción de gracias, por Tus atrios con alabanza; te alabaré, bendeciré Tu nombre.
Tú eres bueno; para siempre es Tu misericordia y Tu verdad por todas las generaciones.
Misericordia y juicio cantaré; a Ti cantaré, oh Señor.
Bendice, alma mía, al Señor; ¡no olvidaré ninguno de Sus beneficios!
Tú haces justicia y derecho a todos los que padecen violencia.
Bendecid al Señor, vosotros Sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis Su Palabra, obedeciendo a la voz de Su precepto.
Bendecid al Señor, vosotros todos Sus ejércitos, ministros Suyos, que hacéis Su voluntad.
Bendecid al Señor, vosotras todas Sus obras, en todos los lugares de Su señorío. Bendice, alma mía, al Señor.
Bendice, alma mía, al Señor. Señor Dios mío, mucho te has engrandecido; te has vestido de gloria y de magnificencia.
¡Cuán innumerables son Tus obras, oh Señor! Hiciste todas ellas con sabiduría; la tierra está llena de Tus beneficios.
Sea Tu gloria para siempre, oh Señor; alégrate en Tus obras.
A Ti cantaré en mi vida. A Ti, Señor, cantaré salmos mientras viva.
Dulce será mi meditación en Ti; me regocijaré en Ti, oh Señor.
Me gloriaré en Tu santo nombre.
Aleluya. Te alabaré, oh Dios, porque eres bueno. Para siempre es Tu misericordia.
Te alabaré, Señor, porque eres bueno. Para siempre es Tu misericordia.
Nosotros, Tus redimidos, lo decimos, los que has redimido del poder del Enemigo y a quienes nos has congregado de las tierras, del oriente y del occidente, del norte y del sur.
¡Alaben Tu misericordia, Señor, y Tus maravillas para con los hijos de los hombres!
Tú sacias al alma menesterosa y llenas de bien al alma hambrienta.
Tú quebrantaste las puertas de bronce y desmenuzaste los cerrojos de hierro.
Ofrezcamos sacrificios de alabanza y publiquemos Tus obras con júbilo.
Exaltemos al Señor en la congregación del pueblo y en la reunión de ancianos alabémosle.
Mi corazón está dispuesto, oh Dios; cantaré y entonaré salmos; esta es mi gloria.
Despiértate, salterio y arpa; despertaré al alba.
Te alabaré, oh Señor, entre los pueblos; a Ti cantaré salmos entre las naciones.
Más grande que los cielos es Tu misericordia y hasta los cielos Tu verdad.
Exaltado seas sobre los cielos, oh Dios, y sobre toda la tierra sea enaltecida Tu gloria.
Para que sean librados Tus amados, salva con Tu diestra y respóndenos.
Te alabaré, Señor, en gran manera con mi boca y en medio de muchos te alabaré.
Tú te pondrás a la diestra del pobre, para librar su alma de los que le juzgan.
Te alabaré, Señor, con todo el corazón en la compañía y congregación de los rectos.
Grandes son Tus obras, oh Señor, buscadas de todos los que las quieren.
Gloria y hermosura es Tu obra, y Tu justicia permanece para siempre.
Has hecho memorables Tus maravillas; clemente y misericordioso eres.
Has dado alimento a los que te temen; para siempre te acordarás de Tu pacto.
El poder de Tus obras manifestaste a tu pueblo, dándole la heredad de las naciones.
Las obras de Tus manos son verdad y juicio; fieles son todos Tus mandamientos.
Afirmados eternamente y para siempre, hechos en verdad y en rectitud.
Redención has enviado a Tu pueblo; para siempre has ordenado Tu pacto; santo y temible es Tu nombre.
El principio de la sabiduría es el temor de Ti; buen entendimiento tienen todos los que practican Tus mandamientos; Tu loor permanece para siempre.
Aleluya. Yo, Tu siervo, te alabo. Alabo Tu nombre, Señor.
Bendigo Tu nombre, Señor, desde ahora y para siempre.
Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado Tu nombre, Señor.
Excelso sobre todas las naciones eres Tú, Señor, sobre los cielos es Tu gloria.
¿Quién como Tú, Señor, mi Dios, que te sientas en las alturas, que te humillas a mirar en el Cielo y en la tierra?
Tú levantas del polvo al pobre y al menesteroso alzas del muladar,
Para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de Tu pueblo.
Tú haces habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos. Aleluya.
Te amo, Señor, pues has oído mi voz y mis súplicas.
Has inclinado a mí Tu oído; por tanto, te invocaré en todos mis días.
Tú has librado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas y mis pies de resbalar.
Tú has roto nuestras prisiones.
Te ofreceré sacrificio de alabanza e invocaré Tu nombre.
Has engrandecido sobre mí Tu misericordia y Tu fidelidad es para siempre. Aleluya.
Mi fortaleza y mi cántico eres Tú. Tú me has sido por salvación.
Tu diestra es sublime; Tu diestra hace valentías.
Te alabaré porque me has oído y me fuiste por salvación.
Tú eres Dios, y me has dado luz.
Mi Dios eres Tú y te alabaré; Dios mío, te exaltaré.
Por heredad he tomado Tus testimonios para siempre: son el gozo de mi corazón.
He amado Tus mandamientos más que el oro, y más que oro muy puro.
Estimo rectos todos Tus mandamientos sobre todas las cosas y aborrezco todo camino de mentira.
Maravillosos son Tus testimonios; por tanto, los ha guardado mi alma.
La exposición de Tus palabras alumbra; hace entender a los simples.
Justo eres Tú, oh Señor, y rectos Tus juicios.
Tus testimonios son rectos y muy fieles.
Sumamente puras son Tus palabras y las aman Tus siervos.
La suma de Tu Palabra es verdad y eterno es todo juicio de Tu justicia.
Me regocijo en Tu Palabra como el que halla muchos despojos.
He amado Tus testimonios en gran manera.
Tu ley es mi delicia.
Mi socorro viene de Ti, Señor, que hiciste los cielos y la tierra.
Grandes cosas has hecho conmigo: estaré alegre.
Entraré en Tu tabernáculo; me postraré ante el estrado de Tus pies.
Mirad, bendecid al Señor, vosotros, todos los siervos del Señor, los que en la casa del Señor estáis por las noches.
Alzad vuestras manos al santuario y bendecid al Señor.
Desde Sion bendícenos, oh Señor, que has hecho los cielos y la tierra.
Aleluya. Alabad el nombre del Señor; alabadle, siervos del Señor.
Los que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de mi Dios.
Te alabo, oh Dios, porque eres bueno; canto salmos a Tu nombre, porque es benigno.
Tú nos has escogido para Ti, a Tu pueblo por posesión Tuya.
Yo sé que Tú eres grande y Tú, oh Dios nuestro, mayor que todos los dioses.
Todo lo que Tú quieres, lo haces, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos.
Oh Señor, eterno es Tu nombre; Tu memoria, oh Señor, de generación en generación.
Te alabo, oh Señor, porque eres bueno, porque para siempre es Tu misericordia.
Te alabo, Dios de los dioses, porque para siempre es Tu misericordia.
Te alabo, Señor de los señores, porque para siempre es Tu misericordia.
A Ti, el único que hace grandes maravillas, porque para siempre es Tu misericordia.
A Ti, que hiciste los cielos con entendimiento, porque para siempre es Tu misericordia.
Te alabaré con todo mi corazón; delante de los dioses te cantaré salmos.
Me postraré hacia Tu santo templo y alabaré Tu nombre por Tu misericordia y Tu fidelidad. Has engrandecido Tu nombre y Tu Palabra sobre todas las cosas.
El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma.
Te alabarán, oh Señor, todos los reyes de la tierra cuando oigan los dichos de Tu boca.
Cantarán de Tus caminos, oh Señor, porque Tu gloria es grande.
Aunque Tú eres excelso, atiendes al humilde; mas al altivo miras de lejos.
Te alabaré; porque formidables, maravillosas son Tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien.
¡Cuán preciosos nos son, oh Dios, Tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!
Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto, y aún estoy contigo.
Te exaltaré, mi Dios, mi Rey, y bendeciré Tu nombre eternamente y para siempre.
Cada día te bendeciré, y alabaré Tu nombre eternamente y para siempre.
Grande eres y digno de suprema alabanza. Tu grandeza es inescrutable.
Generación a generación celebrará Tus obras y anunciará Tus poderosos hechos.
En la hermosura de la gloria de Tu magnificencia, y en Tus hechos maravillosos meditaré.
Del poder de Tus hechos estupendos hablarán los hombres y yo publicaré Tu grandeza.
Proclamarán la memoria de Tu inmensa bondad y cantarán Tu justicia.
Clemente y misericordioso eres, lento para la ira, y grande en misericordia.
Bueno eres para con todos y Tus misericordias sobre todas Tus obras.
Te alaben, oh Señor, todas Tus obras y Tus santos te bendigan.
La gloria de Tu reino digan, y hablen de Tu poder, para hacer saber a los hijos de los hombres Tus poderosos hechos, y la gloria de la magnificencia de Tu reino.
Tu reino es reino de todos los siglos, y Tu señorío en todas las generaciones.
Tú sostienes a todos los que caen y levantas a todos los oprimidos.
Los ojos de todos esperan en Ti y Tú les das su comida a su tiempo.
Abres Tu mano y colmas de bendición a todo ser viviente.
Justo eres en todos Tus caminos y misericordioso en todas Tus obras.
Cercano estás a todos los que te invocan, a todos los que te invocan de veras.
Cumplirás el deseo de los que te temen; oirás asimismo el clamor de ellos y los salvarás.
Tú guardas a todos los que te aman; mas destruirás a todos los impíos.
Tu alabanza proclamará mi boca. Todos bendigan Tu santo nombre eternamente y para siempre.
Aleluya. Con mi alma te alabo, Señor.
Te alabaré, oh Señor, en mi vida; cantaré salmos a Ti, mi Dios, mientras viva.
Te alabaré, oh Dios, porque es bueno cantarte salmos, oh Dios; porque suave y hermosa es la alabanza.
Grande eres, oh Señor, y de mucho poder. Tu entendimiento es infinito.
Fortificaste los cerrojos de mis puertas; bendijiste a mis hijos dentro de mí.
Aleluya. Alabad al Señor desde los cielos; alabadle en las alturas.
Alabadle, vosotros todos Sus ángeles; alabadle, vosotros todos Sus ejércitos.
Alabadle, sol y luna; alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas.
Alabadle, cielos de los cielos; y las aguas que están sobre los cielos.
Alaben el nombre del Señor, porque Él mandó, y fueron creados.
Alabaré Tu nombre, oh Señor, porque sólo Tu nombre es enaltecido. Tu gloria es sobre tierra y cielos.
Tú has exaltado el poderío de Tu pueblo; alábente todos Tus santos, el pueblo a Ti cercano.
Aleluya. Te cantaré cántico nuevo, oh Señor, Tu alabanza sea en la congregación de los santos.
Me alegraré en Ti, oh Señor mi Hacedor; me regocijaré en Ti, mi Rey.
Te alabaré con danza; con pandero y arpa te cantaré.
Tú tienes contentamiento en Tu pueblo; hermosearás a los humildes con la salvación.
Regocijémonos por Tu gloria; cantaremos aun sobre nuestras camas.
Te exaltaré con mi garganta, oh Dios.
Aleluya. Te alabo oh Dios, en Tu santuario; te alabo en la magnificencia de Tu firmamento.
Te alabo por Tus proezas; te alabo conforme a la muchedumbre de Tu grandeza.
Te alabo a son de bocina; te alabo con salterio y arpa.
Te alabo con pandero y danza; te alabo con cuerdas y flautas.
Te alabo con címbalos resonantes; te alabo con címbalos de júbilo.
Todo lo que respira te alabe, oh Señor.
Te alabo, oh Dios. Te glorifico, exalto Tu nombre. Te honro y te amo. Me inclino delante de Ti y con todo mi corazón te alabo y te doy gracias.
Los pasajes de esta sección se compilaron, en el orden en que aparecen, a partir de los libros y capítulos de la Biblia enumerados a continuación:
Éxodo15
2 Samuel 22
1 Crónicas 16, 29
Deuteronomio 10
Nehemías 9
Isaías 12, 24-25, 42
Daniel 2, 4
Jonás 2
Lucas 1
Hechos 4
Romanos 11
Filipenses 4
1 Timoteo 1
Hebreos 2
1 Pedro 4
Judas 1
Apocalipsis 14, 4-5, 7, 11, 15
Salmos 7-9, 13, 16, 18-21, 28, 30, 33-35, 40, 42, 44-48, 51-52, 54-57, 59, 63-64, 66-69, 71-75, 77, 79, 81, 83, 85-86, 89-90, 92-93, 95-101, 103-109, 111, 113, 116-119, 121, 126, 132, 134-136, 138-139, 145-150
Introducción
Todos sabemos que es de buena educación darle las gracias a quien nos hace un regalo. No obstante, con frecuencia olvidamos agradecerle a nuestro Padre celestial todo lo que nos obsequia cotidianamente. La Biblia nos aconseja que demos gracias en todo, porque esa es la voluntad de Dios (1 Tesalonicenses 5:18). Además, la Escritura nos exhorta: «Entrad por Sus puertas [a la presencia de Dios] con acción de gracias, por Sus atrios con alabanza» (Salmo 100:4).
¿Qué regalos nos ha dado Dios? ¡Todo! La vida, los amigos, el maravilloso mundo que nos rodea. Hasta la dicha más sencilla que experimentamos proviene de Él. Detenernos a reflexionar en todo lo que Dios nos ha obsequiado nos mueve a alabarlo y a ser más agradecidos con Él.
Surge, sin embargo, la pregunta: ¿De qué modo podemos darle las gracias? Quizá no sabes manifestar esa gratitud a Dios y a Su hijo Jesucristo, nuestro Salvador. A lo mejor consideras que te falta elocuencia. No te desanimes. Dios no espera que nuestras acciones de gracias sean modelos de fluidez, ni pretende que empleemos ciertas palabras en particular. Él se deleita en oír las sinceras expresiones de agradecimiento que nos brotan del alma, en lenguaje excelso o sencillo, con frases fluidas o entrecortadas, sean muchas o pocas nuestras palabras. Dios ve la alabanza que nos nace del corazón y la traduce en encantadoras melodías.
Así y todo, aunque a muchos nos gustaría expresar verbalmente nuestro agradecimiento, no encontramos las palabras idóneas. La presente selección de alabanzas, ya listas para ofrecer a Dios, te servirá de punto de partida. Con el paso del tiempo, te resultará más cómodo dar gracias a Jesús. Una vez que adquieras mayor soltura, te animarás a expresar tu gratitud con palabras propias. Bastará con que digas lo que te sale del alma. Al fin y al cabo, lo que más complace a Dios es tu deseo de ofrendarle alabanzas.
Imagínate: tienes la capacidad de hacer todos los días una ofrenda de gratitud a Jesús. Ruego que el presente libro de alabanzas te aliente a declarar, como el rey David: «Bendeciré al Señor en todo tiempo; Su alabanza estará de continuo en mi boca» (Salmo 34:1). Si lees las presentes alabanzas devocionales como si fuesen tus propias declaraciones, irás tomando cada vez mayor conciencia de las magníficas bendiciones —grandes y pequeñas— que el Señor te prodiga todos los días.
No es mi intención que la presente obra se convierta en un texto rígido para la práctica de un rito cotidiano. Más bien espero que estas páginas de adoración y alabanzas te inspiren a elevar tu corazón hacia el Cielo en cualquier momento del día. ¡Que Dios te bendiga y te motive a ofrecerle alabanzas de continuo!
Cuánto deseo estar contigo, Jesús, en Tu presencia, en Tu salón, mi gran Rey. Gracias por hacernos ver que para entrar por las puertas de Tus atrios tenemos que tocar las campanas, los carillones celestiales, mediante nuestras alabanzas. Cuando te damos gracias por Tu bondad, por Tu amor, por todo lo que haces, suenan las campanas. Cuanto más te damos gracias, más repican y emiten sonidos armoniosos, informando a los guardas que alguien está a las puertas del Cielo y solicita pasar. Estas alabanzas celestiales nos permiten la entrada.
Cuando te alabamos, somos conducidos a Tus atrios. En la alabanza está la contraseña que nos permite pasar a Tus majestuosos salones y acercarnos a Tu presencia. A través de la alabanza podemos entrar en Tus atrios de alegría.
Entramos a Tus atrios con alabanza y te amamos de todo corazón. Ahí te adoramos, te alabamos, te cantamos y alzamos los brazos a Ti. ¡Qué triunfos, qué protección, qué amor, qué paz y qué fuerzas nos proporcionan nuestras alabanzas a Ti! Y ¡cómo te gustan! Te satisfacen y te hacen sentir alegría, amor y felicidad. ¡Cuánto las agradeces! Y ¡cómo las necesitamos nosotros para acercarnos a Ti!
¡Cuánta falta nos hace entrar por Tus puertas, estar en Tus atrios, en Tu presencia, para amarte y llenarnos de Tu amor!
Te adoro, Jesús. Necesito Tu amor. Tiene un valor indecible para mí. Gracias por el maravilloso Espíritu que constituye Tu esencia, que nos abriga y nos proporciona esa cálida sensación de pertenencia, de que somos necesarios, de que somos parte de algo grande, parte de una existencia fascinante, parte de la vida. Por ello, te doy gracias. Gracias por la hermosa vida que nos has confiado y concedido. ¡Gracias! ¡Te amo y te ensalzo!
Jesús, te agradezco muchísimo que me entiendas y me ames. Te agradezco que me comprendas y tengas misericordia y compasión de mí aun cuando no sé qué decir para expresarte mi amor y gratitud. Tu misericordia es tan grande que es incomprensible e indescriptible, y me la renuevas cada mañana.
Cada día es todo nuevo. No te acuerdas de mis pecados anteriores; no recuerdas los errores que he cometido. Cada mañana es nueva, cada día está lleno de frescura, de tal modo que puedo volver a comenzar y seguir amándote.
Te agradezco que no tenga que preocuparme por lo que hice en otro tiempo, por las veces en que obré mal, me descarrié y no te amé como debía. Te agradezco que me perdones y que me baste con hacer hoy todo lo posible y amarte de todo corazón. Te agradezco que me lo hagas tan fácil y que sólo tenga que vivir cada día sin pensar ni en el pasado ni en el futuro. Ni siquiera tengo que preocuparme por la totalidad del día, sino que puedo vivir cada momento a medida que se presenta.
e adoro, Señor mi Dios, en mi corazón, mi mente y mi espíritu. Alzo a Ti mi alma en oración, alabanza y acción de gracias, pues eres el Dador de todas las cosas y lo eres todo para mí.
Eres mi Padre, mi Dios todopoderoso, el Dador de vida y fortaleza; Tú haces que se levante el sol, que resplandezca su luz y que caiga la noche. Eres el Creador de la vida, el Hacedor de todas las cosas. Eres también como una madre consoladora; me sostienes en Tus brazos, me consuelas cuando estoy triste, me abrigas con Tu amor y me nutres de con Tu seno. Asimismo, eres mi Señor, y me amas, me besas, me acaricias, me proteges y provees para mí. En conjunto, eres un solo Dios que lo engloba todo y me da cuanto necesito.
Te alabo y te doy gracias. Desnudo ante Ti mi corazón en alabanza, honra, gloria y acción de gracias. Pues soy como el polvo de la tierra, insignificante delante de Ti, que eres Dios de todas las cosas. Por Ti tengo vida y amor. Te debo toda mi existencia. Todo proviene de Tu mano: todo amor, toda paz, toda satisfacción, toda enseñanza. En Tu mano está lo que soy y lo que seré. Por eso te alabo y te honro.
Te quiero muchísimo y deseo disfrutar de Tu compañía. Quiero amarte y estar siempre contigo.
Jesús, gracias por manifestar Tu amor en nuestra vida de innumerables maneras. Sabes que todos los días tenemos batallas, que pasamos por altibajos y que nuestra vida no siempre es como una seda.
La vida está repleta de enseñanzas y nos queda mucho que aprender. Sin embargo, procuras enseñarnos a luchar y acudir a Ti y a Tu Palabra en busca de las soluciones y la orientación que necesitamos. Además, nuestros problemas no son nada comparados con los que sufren la desdicha de no conocerte.
Gracias porque disfruto de una vida rica, plena y gratificadora y no necesito recurrir a la bebida o a la droga ni ganar un montón de dinero para tener alegría y satisfacción. Gracias, un millón de gracias por sostenerme en Tus manos y cuidar de mí todos los días sin falta.
Jesús, cuando me siento débil, cuando la fatiga y el malestar me abruman, siempre estás a mi lado para envolverme con Tus brazos, consolarme y decirme que todo va a salir bien. Desciendes a mi nivel y me calmas los nervios, disipas mis preocupaciones y temores, y alejas la confusión que de otro modo me rodearía.
Te agradezco que me bendigas de tal forma. Tengo la enorme bendición de contar con Tu paz. Gracias por librarme de las preocupaciones de la vida. Gracias por la paz que sobrepasa todo entendimiento.
Te agradezco que no tenga que tomar pastillas para hallar sosiego en medio de un apretado horario. Me basta con tomarte a Ti. Te agradezco que no tenga más que sentarme unos momentos a Tu lado y sentir el alivio de Tus caricias, que me dan fuerzas para seguir adelante en los días febriles.
Gracias, mi espléndido y maravilloso Jesús, por Tus reconfortantes abrazos, que hacen desaparecer todas las montañas que simbolizan los obstáculos que se nos presentan en esta vida. Gracias también porque, aun cuando me siento bien, Tú haces que me sienta todavía mejor.
A Ti canto, mi Rey, mi Dios, mi Señor, mi Hacedor. Te canto con el corazón. ¡Te ensalzo con mis labios y levanto las manos en cántico, oración y alabanza a Ti, que me das vida, amor, alegría, paz y sabiduría, a Ti que todo me lo concedes! Te alabo, te honro y te glorifico, porque sólo Tú eres digno de ello.
Me entrego totalmente a Ti en cuerpo, alma, mente, corazón y espíritu. Tuya es toda mi existencia. Estoy por entero a tu disposición para que hagas conmigo como te plazca, ya que eres el Dios de todas las cosas. Mereces toda alabanza y gratitud. Eres el Dios de todo lo que existe y además mi Padre. Por ello te alabo, te reverencio y te enaltezco.
Gracias, Jesús, por este día radiante, por el sol y el azul del cielo y, sobre todo, por Tu amor. Eres tan paciente, tan amoroso y comprensivo. Nunca dejas de infundirme tranquilidad y levantarme el ánimo. Es prueba del gran amor que me tienes, pues pese a que me porto mal, nunca me tratas como me merezco.
Te doy gracias que no tenga que esperar a llegar allá para conocerte, sentirte y hacerte feliz. ¡Me das muchísimo cada día! Las bellezas de Tu Espíritu colman mi vida y me hacen desbordar por todos lados. Ciertamente renuevas Tus misericordias cada mañana, y mi copa rebosa de bondades. Es imposible más felicidad, más dicha, más bendiciones.
Te alabo, mi magnífico Señor, por darme paz interior, una calma enorme que me invade cuando me acurruco en Tus brazos. Te alabo por esa paz que siento aun cuando en todas partes hay tormenta. Te alabo, mi extraordinario Rey, y me inclino ante Ti en humilde entrega. Me agrada sentarme a Tus pies, contemplar Tu rostro y fijar la vista en Tus amorosos ojos.
Te agradezco que te volvieras como un mortal más y te pusieras el ropaje de la carne terrena a fin de experimentar las cosas que nos pasan y así ser un modelo para nosotros. Te entregaste sin medida. Cumpliste Tu destino. Al observar Tu ejemplo tomo conciencia de que no cejaste hasta lograr la victoria, y eso me anima y me infunde fe en que yo también puedo alcanzarla. Me inspiras confianza en que puedo hacerlo si camino cerca de Ti y sigo Tus pasos.
Gracias por mostrarme la vía. Gracias por ser una lumbrera delante de mí hacia la cual puedo encaminarme, un cálido fulgor hacia el que puedo correr y en el cual me deleito. Brinco de alegría sabiendo que puedo llenarme de Ti, Jesús. Agradezco poder embeberte y absorber Tu Espíritu.
Gracias por amarme, por enseñarme, por guardarme, por fortalecerme. Gracias por valerte de mí a pesar de como soy. Agradezco en el alma contar con la dicha de Tu amor, Tu comprensión y Tu apoyo. Te ruego que me ayudes a seguir haciendo todo lo posible por Ti, a seguir entregándote todo el corazón. Todo te lo doy, porque Tú me lo has dado todo. Te entregaste por mí sin reservas. Ayúdame a tener la determinación de servirte de la misma manera.
Muchísimas gracias. ¡Eres estupendo! Te quiero.
Tu amor no tiene medida. Tu misericordia rebasa los cielos en altura. Tu paciencia es más profunda que lo más hondo del mar.
Gracias por darme hoy un nuevo comenzar. Lo más importante que quiero hacer en este día es compartirlo contigo. Antes que nada, deseo sentarme a Tus pies y escuchar lo que quieras decirme. Si tienes algo para mí, aquí estoy, Señor. Te presto toda mi atención. Si tienes instrucciones, sugerencias, indicaciones, palabras de sabiduría —tal vez algunos consejos prácticos que puedan ayudarme a lo largo del día— o tiernas palabras de amor, aquí estoy. Te escucho.
Este es mi rato predilecto de cada día, estos instantes en la mañana en que hago a un lado los afanes de la vida a fin de escucharte y hallar las fuerzas que necesito para enfrentar la jornada. Te agradezco estos momentos. Sin ellos, no lograría salir adelante. Mis fuerzas radican en que sé que puedo sentarme aquí y escuchar Tu voz tranquilizadora.
Gracias por esta bendición. Gracias por este lugar tan preciado —este santuario de quietud y confianza, aquí, a Tus pies— en el que puedo dedicarte toda mi atención. Pero eso no eso todo: Tú también me entregas toda tu atención. Gracias, amado Jesús, por susurrarme al oído Tus instrucciones para hoy. Te quiero. Gracias por este nuevo día.
Te alabo, te enaltezco y te doy la gloria a Ti, Dios de toda la creación, autor de todas las cosas: de la belleza contenida en todo lo que veo, de la maravilla que entraña cada objeto, desde el más grande hasta el más pequeño. Todo es obra de Tu mano, tanto una partícula atómica como el universo. Tus prodigios sobrepasan toda imaginación
Eres el Dios de la gloria. El Dios de las profundidades, tan hondas que nadie las puede sondear. El Dios de las alturas, tan elevadas que nadie acierta a comprenderlas. El Dios de los espacios, tan amplios y extensos que nadie los puede llenar.
Te doy toda la gloria, la honra, la alabanza y la acción de gracias, pues eres un Dios tan grande, tan poderoso, tan inmenso, tan sabio, tan pleno y tan fuerte, que a Tu lado yo no soy nada. Sin embargo, te rebajas a amarme, cuidarme, anhelarme, desearme, salvarme y conducirme a Tu Reino para que viva contigo eternamente.
Oro para que siempre te diga que sí, sin importar lo que me depares hoy, mañana o el año entrante. No quiero perder la relación tan estrecha de que gozamos ahora. Jamás quisiera sentirme lejos de Ti.
Me llevas tiernamente de la mano por Tu palacio celestial, donde me muestras salones que no conocía y cosas que no había visto. No quiero soltarme de Tu mano. Procuraré deleitarme en los nuevos dones que me enseñes en cada salón, aunque me parezcan extraños o no entienda su funcionamiento.
¡Qué generoso eres, Jesús! ¡Qué manera de prodigarme regalos! Sé que nunca me darás nada que me haga daño o sea causa de desesperación. Aunque me cueste aceptar algunas de Tus dádivas, quiero cumplir con lo que me exijas, pues deseo lo que me quieras dar.
No quiero rechazar ninguno de Tus regalos. Quiero estudiar cada uno contigo. Quiero deleitarme en cada uno, aprender a estimarlo, a apreciarlo. De esa forma llegaré a conocerte con mayor profundidad. Llegaré a entender Tu corazón. Jesús, te deseo a Ti ante todo. Más que Tus bendiciones, más que Tus regalos, más incluso que la paz que siento cuando estoy a Tu lado.
¡Cómo te quiero! Me has demostrado una y otra vez el gran amor que me tienes. A pesar de que yo no era nada, viniste al mundo y moriste por mí para que siempre pudiera morar a Tu lado. Descendiste a las profundidades en pos de mí, y yo me aferré a Tu mano. Me alzaste hasta un lugar magnífico y continúas haciéndome ver día tras día los prodigios de Tu amor.
A veces me dejo agobiar tanto por los afanes de esta vida y las circunstancias que me olvido de dedicarte la atención y el amor que te mereces y deseas. Sin embargo, pese a que a veces me olvido y me enfrasco en lo que me rodea, Tú no dejas de comprenderme, de amarme y de animarme a acudir a Ti. Sigues recordándome que estás siempre a la espera de que me acerque a Ti, para recuperarme y renovar mis fuerzas.
Te quiero muchísimo. Me has dado una enormidad: abundante amor, esperanza y alegría, y numerosas emociones espirituales. Lo menos que puedo hacer es corresponder a ese amor, y deleitarte y complacerte en la medida de lo posible.
Jesús, todo mi amor te doy.
Haz que cada día, desde hoy,
viva como quieres Tú:
siendo un espejo de Tu luz.
Te entonaré cánticos desde el fondo de mi alma. Con mi postrer aliento aún te cantaré. Gloria y honra te corresponden en el Cielo, a lo largo y ancho de la Tierra y en el universo entero.
Jesús, mi vocabulario se queda corto para manifestar los sentimientos que abrigo por Ti. Cuando digo que te amo, en realidad no expreso a cabalidad lo que siento.
Me maravillo cuando pienso que el amor que me tienes es miles de veces mayor que el que siento yo por Ti. No logro comprender cómo me amas tanto. Pero sé que es así porque Tú lo has dicho, y creo en Tus Palabras y en Tu amor. Te tengo más cariño que a ninguna otra persona del Cielo o de la Tierra, y quiero seguir amándote más y más.
Cuán gloriosa es Tu misericordia. ¡Qué maravillosa es Tu bondad! Tu amor lo supera todo. Para siempre es Tu misericordia. Tu perdón es total: me lava el alma, me purifica, echa fuera de mí todo lo oscuro y sucio. Me presento ante Ti, Señor, que lo eres todo: mi Dios, mi Salvador. Me inclino humildemente en sumisión; porque yo nada soy, y Tú lo eres todo.
Nadie tiene la gloria, la fortaleza ni el amor que Tú posees. Te entrego todo lo que soy. Elevo a Ti mi voz, mi corazón y mi espíritu en alabanza, acción de gracias, honra, gratitud y gloria. Te entrego cuanto tengo, pues digno eres de ello.
Te agradezco que seas tan comprensivo y tranquilizador. Me transmites sosiego y me garantizas que todo va a salir bien porque está en Tus manos. Todo lo que te encomiendo, Tú lo resuelves. Ayúdame, pues, a encargártelo todo.
Te agradezco que no tenga que ganarme Tu amor. Te agradezco muchísimo que me lo brindes de forma gratuita. Me amas independientemente de lo que esté haciendo, de lo que haya hecho o de lo que vaya a hacer más adelante. Las circunstancias, la situación y los acontecimientos no alteran en modo alguno lo que sientes por mí. Los sentimientos que albergas por mí no dependen de nada de eso. El amor que me profesas es incondicional. Eso me hace amarte aún más.
Te ruego que me ayudes a no distraerme con los afanes de la vida y olvidarme de Ti. Que en todo momento tenga presente Tu gran amor, aunque no siempre lo sienta, lo vea o lo entienda. Ayúdame a tomar tiempo para amarte, cualesquiera que sean las circunstancias, de la misma manera que Tú siempre me amas y tienes tiempo para mí.
Jesús, Tu amor me ha abrazado y me ha inundado. Cuando mi cuerpo se fatiga y mi espíritu sucumbe al cansancio, Tu amor me refresca, Tu Espíritu me regenera.
Amado Señor mío, ¡qué alivio es apartarme de los problemas del día y desembarazarme de todas mis preocupaciones! Gracias por ocuparte de todo. Gracias por tenerlo todo en Tus manos. Cuanto más te encomiendo mis problemas e interrogantes, cuanto más acudo a Ti para amarte, más me ayudas y me das las soluciones que necesito.
Quiero amarte cada vez más. Me alegro mucho de poder acudir a Ti en cualquier momento del día o de la noche. No tengo que esperar a tener un problema grave. A veces simplemente quiero decirte lo mucho que te aprecio, cuánto te amo y cuánto te necesito. Me haces muchísima falta. No puedo hacer nada sin Ti.
Cuánto te estimo, mi gran Amor, más que la vida. Te elevo el alma con mi alabanza más sentida. Señor, te adoro con devoción apasionada:
Tú me has escogido aunque yo no valga nada.
¡Cuánto te aprecio, mi Amado, mi Rey, mi Señor!
Guíame en todo camino y cantaré Tu esplendor.
A Ti acudo, Tú que lo eres todo para mí.
Te anhelo, mi Vida. Me rindo por entero a Ti.
Ante Ti me postro en serena reverencia.
Pídeme lo que quieras: eres quien llena mi existencia.
Me haces falta, mi Amor. Rodéame con Tus brazos.
Me recuesto en Tu pecho y en Ti encuentro descanso.
Te agradezco, Jesús, que estés a mi lado mientras subo la montaña de la vida. Conforme recorro el sendero de Tu voluntad, siempre me llevas de la mano. Siempre estás cerca para consolarme. Siempre estás presente para indicarme el camino. Siempre estás a mi lado para guiarme, para ser mi consolador, mi amigo y mi compañero inseparable.
Te agradezco que aun cuando me abruman los afanes y trajines, y me encuentro con obstáculos en el camino, Tú me consuelas y me hablas de Tu amor. Siempre me animas a seguir luchando y avanzando.
Si no fuera por Ti, no sé cómo saldría adelante. Me das fuerzas para proseguir. Me das voluntad para continuar viviendo. Cuando me canso y me debilito tanto que no puedo dar un paso más, me alzas y me llevas en brazos. En los momentos de mayor debilidad y abatimiento, cuando me siento insignificante, me estrechas fuertemente y lo resuelves todo.
Gracias por Tu amor. Gracias por velar sin cesar por mí, por infundirme paz y seguridad. Gracias porque no tengo nada que temer. Sabiendo que me has protegido hasta ahora y que siempre estarás pronto a socorrerme, no tengo miedo del futuro. Ayúdame a permanecer a Tu lado en todo momento y a no alejarme nunca de Ti.
Lo eres todo para mí. Te amo hasta lo indecible. Te necesito, te alabo, te colmo de palabras de adoración y te ensalzo por Tu imponente majestad.
Te agradezco el amor tan intenso que me tienes. Es de incalculable valor. En un mundo en que los hombres aspiran al poder y a las riquezas, Tu amor es inapreciable. Sobrepasa con mucho todas las riquezas que puedan hallarse en este mundo. Te alabo por este admirable y espléndido amor, Tu ilimitado amor que va transformando mi vida.
Jesús, al recordar el tiempo que hemos pasado juntos, no puedo menos que maravillarme de las múltiples formas en que Tu mano me ha conducido. He pasado por sitios agradables y por lugares adversos. He subido montañas y descendido a valles. Me han embargado la dicha y la tristeza. En toda situación, Tú me has sacado adelante y me has ido convirtiendo en la persona que quieres que sea.
Me alegra mucho haber permitido que llegaras a formar parte de mi vida. No sé qué hubiera hecho sin Ti. No hay nada en este mundo que pudiera llenar el espacio que ocupas Tú en mi vida y en mi corazón.
Me enorgullece que me asocien contigo y que pueda acceder a Tu amor y Tus palabras.
Te alabo, buen Señor, por Tu amor incondicional. ¿En quién sino en Ti podría encontrar semejante amor?, un amor constante, infinito, sin medida.
Con mi mente finita no siempre alcanzo a comprender o descifrar cómo es que me amas tanto; pero sé que es así. Te agradezco que no necesite entenderlo. Basta con que extienda la mano y acepte lo que me das. Me lo pones todo tan fácil.
A veces cuando me siento impotente, presa del desaliento y la confusión, y cuando no encuentro palabras para expresar mis más íntimos secretos, permanezco en silencioso reposo, en la calma y confianza que sólo Tú eres capaz de inspirar. Con asombro descubro entonces que Tú entiendes. Alivias mis preocupaciones y temores, y con Tu cariño y Tus besos enjugas mis lágrimas.
Agradezco que puedo amarte de múltiples formas: obedeciendo Tus preceptos, sirviéndote con las manos y la lengua y dándote a conocer a los demás. Te agradezco que pueda amarte amando al prójimo... que pueda amarte exhibiendo un alegre semblante... que pueda amarte maravillándome de Tu creación y alabándote por ella... que pueda amarte gozando al máximo de la vida y dando ejemplo de lo felices que pueden ser los hijos de Dios.
Eres mi vida misma, mi aliento, la dicha de mi corazón. Haces brillar mis ojos, haces que mi sonrisa se ilumine y que de mis labios brote una canción. Te canto porque me haces feliz, ¡te canto porque soy libre! Te canto, mi Rey y Señor. Toda gloria y toda alabanza sean dadas a Ti.
Corro a Ti. Me aferro a Ti. Eres mi mayor deseo.
Jesús, lo eres todo para mí en la vida. Eres para mí el universo y mucho más. Gracias porque Tu amor no conoce límites. No te cansas de dar y de verter sobre mí. No sé cómo ni por qué, pero lo haces, y eso es lo único que me importa.
Cada vez que pienso en el alto honor que me has concedido —Tu gran amor e infinitas bendiciones—, me conmuevo. Me he propuesto corresponder a ese amor. Quiero darte todo lo que tengo, todo mi ser.
Te alabo por Tu gran amor. ¡Te tributo alabanzas porque siempre puedo contar contigo! Jamás me defraudas. Otros pueden fallar, el mundo entero puede fallar, pero Tú nunca fallas. ¡Qué gran bendición es tenerte!
Eres el inspector de mi alma. Cuando llevas a cabo una inspección y encuentras, como sucede a veces, que no todo está en orden, haces alarde de paciencia, gracia y comprensión. Me amas sea cual sea el estado en que me halle.
Gracias por Tus recordatorios, por Tu cuestionamiento de algunas cosas que encuentras en el curso de Tus inspecciones. Me ayudas a eliminar los desechos, a desembarazarme del viejo equipaje, a quitar las telarañas y a ventilar el aire viciado e impuro de los cuartos.
No te quedas observando mientras hago todo el trabajo, sino que te sitúas a mi lado, me guías, me instruyes y me ayudas a echar fuera el montón de afanes y pesares que de algún modo han ido a parar a los rincones y armarios de mi alma. Incluso sacas a relucir cosas olvidadas de hace mucho tiempo, de las que debí haberme desembarazado hace años, y otras que me habías dicho que desechara, pese a lo cual me aferré a ellas por si acaso las volvía a necesitar. Gracias por no enfadarte conmigo cuando descubres que no te he obedecido, que no me he librado de ciertos trastos con la presteza y celeridad con que Tú me indicaste que lo hiciera.
Gracias por ser benévolo conmigo en esos momentos de inspección, aunque yo a veces proteste y discuta contigo. Gracias por manifestarme un amor incondicional.
Gracias por amarme. Me amas pese a que no merezco Tu amor, pese a todas mis faltas, fracasos y errores. Me amas a pesar de todas las veces en que he errado el blanco. ¡Qué amor! ¡Qué amor tan dulce, tan hermoso, tan inapreciable! Gracias por sostenerme en Tus brazos. Aun cuando estoy débil y con ganas de rendirme, Tú me sostienes con gran compasión y te muestras muy comprensivo. Tomas mi cabeza, la recuestas sobre Tu pecho y me dices que simplemente descanse. Eres tan cariñoso y tan tierno.
No te importa que no logre expresar con palabras los pensamientos que abrigo muy dentro de mí. No es necesario que siempre los verbalice. Gracias porque puedo tener la plena confianza de que Tú me entiendes. Esa dulce comunión de que gozamos me da la tranquilidad de que comprendes los más hondos anhelos de mi corazón, los más profundos deseos de mi alma. Tú lo entiendes todo, nada te es oculto, y lo mejor es que de todas maneras me amas. Realmente te preocupas por mí.
Con sumo gusto te lo doy todo. Estoy feliz de confiar en Ti como confía una niñita en su padre.
Gracias por consolarme y reanimarme cuando me caigo. Siempre me tomas en brazos. Si me he lastimado, me ayudas a limpiarme la herida, y me enseñas a andar más en oración y a tomarme el daño con calma para poder recuperarme.
Gracias también por protegerme de las cosas verdaderamente malas de la vida. En tanto que no me aparte de Tu lado, no tengo nada de qué preocuparme.
Te quiero muchísimo. Te encanta hacerme feliz y darme muchas cosas, nada más por lo mucho que me quieres. A veces, hasta me consientes. No me merezco tantas maravillas como haces por mí. ¡Eres el mejor padre que pueda haber!
Sé que nunca me dejarás. Tengo la seguridad de que siempre estarás a mi lado y siempre me sostendrás. Ayúdame a permanecer siempre en Tus brazos, a no evadirme de Tu regazo. Haz que no me adelante ni me atrase demasiado. La verdad es que deseo estar aquí, quiero acurrucarme en Tus brazos y quedarme así siempre.
Tú eres mi ancla. Una cadena me une a Ti. No importa que los mares estén embravecidos y tormentosos: sé que Tú estás conmigo y que no me separaré de Ti. Nada de eso me impresiona ni me alarma. Te amo y te lo agradezco, mi adorado Señor.
Gracias por Tu comprensión. Gracias por estrecharme en Tus brazos, Jesús. Te adoro. Te necesito. Te deseo.
Haces que me sienta muy a gusto contigo. Nunca me rechazas. Eres más que un amigo. Sé que nunca me abandonarás. Tengo la certeza y la tranquilidad de que mi corazón está en Tus manos, y de que lo tratas con gran cuidado y ternura.
A veces tienes que estrujarlo para sacarle la dulzura, pero no me importa que me duela; sé que eso me volverá más como Tú. Nunca harías nada que me causara un daño o perjuicio permanente. Sólo me hace más fuerte y me pone en mejores condiciones para que te sirvas de mí. Incluso las pruebas que me pones en el camino son manifestaciones de Tu cariño. El hecho de que me dejes pasar por esos trances es señal de que me amas. Sé que te duele tener que ponerme a prueba, pero lo haces porque sabes que el resultado valdrá de sobra la pena.
Ayúdame a ver las cosas como Tú las ves, a no ocuparme tanto de los asuntos de este mundo que solo advierta los problemas y padecimientos del presente. Ayúdame a mirar más allá del presente. Cuando siento que me estrujas el corazón, recuérdame que Tú solamente lo amoldas de modo que sea más agradable a Tus ojos, más apto para amarte a Ti y a los demás.
Te ruego que no dejes de hacer lo que sea necesario para estrechar mi relación contigo y hacerme amarte más, pues no hay nada en el mundo que anhele más que amarte con todo lo que tengo dentro.
Tu amor me llega desde lo alto y me penetra el alma. Me aviva el espíritu y el cuerpo. ¡Me renueva! Cada día contigo se siente nuevo y radiante. Me hace tan feliz que esto nunca vaya a acabar, ya que fuera de Ti no hay nada para mí.
Gracias, Jesús, porque puedo serte agradable alabándote, derramando mi corazón ante Ti. Gracias por llenarlo de alabanza y gratitud... por los numerosos milagros que obras por mí cada día... por estar siempre presente y cubrir siempre mis necesidades.
Lo eres todo para mí. Haces que me rebose el corazón de alegría, alabanza y gratitud, y lo mueves a cantar. Te entrego mi corazón y te alzo los brazos en alabanza.
Gracias por Tu amor, por Tu dulce presencia. Gracias por Tu Espíritu, que me protege, me guarda, me cuida, provee para mí, me motiva a brindarme a los demás y refleja el poder de Tu amor, de Tu salvación, de Tu verdad.
Te agradezco que yo pueda menguar para que crezcas Tú en mí. Gracias por dejarme reflejar Tu luz. Ayúdame a hacerlo de la forma que Tú quieras. Gracias porque el amor que nos tienes a mí y a todos no conoce límite ni confín. Gracias por la fe, que nos permite contemplar Tu rostro, mirarte a los ojos, verte, reflejarte, renovarnos en Ti, llenarnos de Ti y recibir Tu amor.
Toda gloria y todo honor sean para Ti, Señor. A Ti te canto. Tú eres mi vida. Eres mi esperanza. Eres mi todo. Te adoro por encima de todas las cosas. Te cedo mi corazón. Lo dejo en Tus tiernas manos. Te agradezco la ternura, la dulzura y la suavidad con que cuidas mi corazón, lo amoldas y le das forma. Este pobre corazón mío a veces se sobrecarga y se fatiga por la tensión y los afanes de esta vida. Sé que no debería ser así, pero ocurre. Sin embargo, Tú lo tratas con tanta ternura, le prodigas cuidados y lo acercas de manera que quede bien pegadito a Tu seno.
¡Es un don divino que los dos estemos tan unidos! Este tierno y cálido amor no tiene precio. Lo eres todo para mí. Tu amor ha desentrañado el gran misterio de la vida. Tú eres el misterio de la vida. El mundo entero tiene sed de Ti.
Te debo la vida. Te debo el placer y la pasión de vivir. Te agradezco que pueda servirte, que pueda crecer en el conocimiento y la comprensión de Tu presencia y de Tu amor. Te agradezco que vivas en mí. Te alabo por los placeres de la vida, por poder respirar la pureza de Tu aire y comer los sabrosos alimentos que has creado. Te doy gracias por los retos que nos presenta la vida, que suponen la resolución de problemas... por los descubrimientos y por las invenciones... por la revitalización que obtengo del ejercicio diario, que infunde vigor a cada célula de mi cuerpo... por los abrazos y los besos y por los múltiples placeres que nos prodigas.
Te doy gracias por los sentimientos de piedad, compasión y pesar que añaden profundidad a mi vida y me acercan a Ti; por los reconfortantes abrazos y caricias que nos hacen sentirnos seguros y amados; por la risa, por las situaciones graciosas de la vida, y también por la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Gracias por el amor, en todas sus tiernas y diversas expresiones.
Te alzo las manos y te alabo de todo corazón por cada uno de los preciados dones que me has concedido.
A Ti sea toda la alabanza. ¡Quiero proclamar Tus alabanzas desde las azoteas! Quiero anunciar Tu espléndido amor y grandeza por toda la extensión del universo y más allá.
Gracias, Jesús, por Tu amor. Gracias por la belleza y frescura de Tu Espíritu. Cuando me detengo a pasar un tiempo contigo, soy como un pajarillo que despliega las alas al viento y se remonta a los cielos. Me alzas y puedo alejarme volando de todos los problemas y afanes que me abruman.
Es tan hermoso sobrevolarlo todo desde aquí arriba contigo y verlo como Tú lo ves. Todo es mucho más claro y cobra tanto más sentido cuando estoy contigo. Hasta puedo tener sosiego en situaciones que no entiendo. Sé que todas las cosas están en Tus manos y que Tú llevas las riendas. Adoro estos momentos que paso contigo, navegando en Tu brisa y recibiendo los besos de Tu viento. ¡Cómo me refrescan!
Tu amor es luz, calor, desvelo. Tu amor es compartir, creer, recibir. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Nunca causa temor, inquietud ni ansiedad. Nunca es sinónimo de presiones, problemas, dolor o preocupación. Tú no eres más que luz, vida, libertad y amor. El Tuyo es un amor sin medida, un amor que nunca defrauda, un amor que no conoce horas, un amor que siempre está presente, un amor que trasciende los vaivenes del tiempo.
Tu amor alcanza hasta la más lejana estrella y toca el lecho del más profundo océano. Tu amor no conoce días, noches ni horas. No deja de ser. Es interminable, infinito, eterno.
Gracias por cuidar de cada uno de nosotros, Tus pajarillos. Nos gusta cantar y alabarte. Nos encanta glorificarte con nuestras palabras. Disfrutamos diciéndote cuánto te amamos y lo impotentes que somos sin Ti, sin Tus cuidados, sin que nos alimentes y nos protejas. Ni siquiera podemos volar sin que Tu suave brisa nos sostenga y nos impulse. Gracias por habernos dado alas para volar hacia Ti y alejarnos del suelo, de la tierra, de los peligros que podría haber allí para nosotros. En cualquier momento del día no tenemos más que desplegar las alas, pues Tu brisa siempre sopla para alzarnos por encima de las dificultades. Te queremos, Jesús. Nos encanta volar contigo.
Tu amor sosiega mi corazón, impregna todo mi ser. Gracias, Jesús, por Tu amor, que sobrepasa mi entendimiento humano, mi comprensión carnal. Gracias por el amor.
Te amo por ser quien eres. Siempre estás dispuesto a ayudarme hasta en las cosas más insignificantes. Siempre te muestras cariñoso conmigo, y te lo puedo contar todo. Aun cuando me sumo en la desesperación, Tú siempre estás a mi lado. Me tomas de la mano y mucho más.
Siempre me ofreces Tu cálido y tierno amor. En todo lo que hago eres un apoyo para mí. Si me hace falta un abracito —o un abrazote—, ahí estás para dármelo. Cuando surgen problemas a lo largo del día, sé que estás a mi lado para ayudarme a resolverlos. Aun cuando se me presentan dificultades que no parecen importantes, te muestras deseoso de venir enseguida a ayudarme. Cuando estoy muy junto a Ti, los afanes de esta vida me parecen tan distantes y de muy poca trascendencia. Me encanta que me ayudes con las pequeñeces, con las cosas sencillas. Me toca el corazón ver cómo te preocupas por los detalles más insignificantes. Para Ti no hay nada tan pequeño que no precise Tu atención. Puede que algunos lo consideren pequeño; mas para Ti lo pequeño tiene gran importancia. Que te intereses y me ayudes en las decisiones que se suponen más intrascendentes es muestra perfecta de Tu amor inagotable.
Gracias, Jesús, por Tu amor tierno, maravilloso y milagroso. Te agradezco que pueda amarte, y que Tú me amaras a mí primero. Gracias por Tus afectuosas misericordias que se renuevan cada mañana.
No comprendo cómo me puedes tratar con tanto amor y clemencia. Me maravilla. Me llena de gratitud. Gracias por las fuerzas que me transmite Tu amor.
Estás siempre cerca de mí. Estás presente siempre que tengo una necesidad o que hay algo que no entiendo, cuando estoy en una situación crítica, cuando no estoy haciendo otra cosa que lo que tengo entre manos. Gracias porque puedo depositar plenamente mi confianza en Ti, apoyar todo mi peso en Ti y sincerarme del todo contigo.
Te agradezco la gran comprensión y paciencia que tienes para conmigo. Me aceptas y me animas a seguir adelante por Ti pase lo que pase. Cada vez que te miro y acudo a Ti, siempre estás a mi disposición. Vienes corriendo hacia mí con los brazos abiertos para volver a abrazarme, estrecharme fuertemente y ayudarme a seguir adelante. Eres extraordinario. Agradezco de corazón los inestimables cuidados que me prodigas, la ternura y el amor con que me cuidas, como si no tuvieras más hijos.
Estoy en deuda contigo, porque comprendes mis íntimos sentimientos. Te agradezco, Jesús, que no tenga que preocuparme pensando si me comprendes o no. Cuando me siento incapaz de explicarme debidamente y titubeo en lo que digo, o cuando no encuentro las palabras indicadas para expresarme, puedo simplemente recostarme aquí y descansar en Ti, con la seguridad de que Tú encuentras sentido a lo que digo. No siempre tengo que emplear palabras para comunicarme contigo. Tú comprendes todo lo que quiero decir cuando te desahogo mi corazón.
Me basta con hacer el esfuerzo de acercarme a Ti y tocarte. Entonces me llenas las manos de cosas bellísimas. Todo Tú eres hermoso. Todo lo que te rodea está lleno de encanto. Cuando te siento próximo a mí, tengo sosiego y solaz; sé que lo resolverás todo. Disipas mis preocupaciones con Tus Palabras apaciguadoras. Me das cuanto necesito. Es sencillamente asombrosa y sobrenatural la forma en que obras esos milagros en mi vida. A mí, que tiendo a preocuparme tanto, me infundes paz. Me induces a pensar cosas buenas teniendo yo tanta tendencia a pensar negativamente. Me llenas de satisfacción y felicidad aun en medio de las dificultades.
Eres lo que se dice prodigioso, Jesús. Sólo Tú eres capaz de hacer eso por mí. Lo agradezco en extremo. No puedo menos que darte gracias y alabarte por los muchos portentos que obras. Te quiero con todo el corazón.
Gracias por perdonarme cuando me descarrío. Es bueno saber que el amor, la misericordia y la paciencia que tienes conmigo no son como los que manifiesto yo a los demás.
Las veces en que no capté lo que querías hacerme entender, Tú aguardaste pacientemente. Esperaste, te mostraste paciente, nunca perdiste las esperanzas en mí. Tuviste fe en que tarde o temprano yo aprendería y progresaría. Y Tu fe en mí dio resultado.
Estoy en deuda contigo por la fe que tuviste en mí. Ayúdame a tener fe en los demás, como Tú la has tenido en mí. Te doy gracias, Señor, porque puedo confiar en Ti sean cuales sean las circunstancias. Sé que siempre me vas a sacar adelante. Aun cuando se me han agotado las fuerzas, Tú estás a mi lado para sostenerme y llevarme a buen puerto. Gracias por la espléndida manera en que me instruyes y me guías. Desde el Cielo extiendes Tu mano para asir la mía, y con paciencia me conduces.
Gracias por ser mi magnífico padre, mi fuerte proveedor y defensor. Soy tan insignificante, y Tú tan grande y tan fuerte. Al recordar eso, al darme cuenta de que no tengo que ser tan grande ni tan fuerte ni tan inteligente como para resolver los complejos problemas de la vida, me tranquilizo mucho. Lo único que tengo que hacer es acudir a Ti y contártelos, y Tú me das las soluciones. Si los problemas son demasiado complicados para mí, Tú te haces cargo de ellos y los resuelves Tú mismo. Yo no tengo que hacer nada. No tengo más que encomendártelos y confiar en que Tú sabes lo que más me conviene.
Me quieres tanto y me cuidas tan bien. Aun cuando me pongo de mal humor y me porto como un niño al que se le ha roto un juguete, simplemente te lo traigo y Tú lo arreglas.
Gracias porque puedo confiar en Ti. Aun cuando escucho Tu voz que me pide que no haga algo que tengo muchos deseos de hacer o que te devuelva algo que ansío tener, puedo obedecerte, porque Tú sabes qué es lo mejor. Puedo dejar el asunto enteramente en Tus manos, con la plena confianza de que me darás algo mejor que me hará muy feliz.
Alabado seas, Señor, por sosegar todas mis inquietudes y preocupaciones. Si alguna vez me inclino a pensar que llevo a cuestas demasiadas cargas u obligaciones, puedo envolverlas todas y entregártelas a Ti. Te agradezco que Tus hombros sean tan anchos como para llevar cualquier carga.
Gracias por convertirme en la nueva criatura que quieres que sea. Gracias por hacer que aquella persona que una vez fui vaya menguando y que la nueva vaya creciendo, asemejándose más a Ti.
Te agradezco que pueda acudir a Ti. Te ensalzo por el resplandor de la luz que me pones delante, la cual puedo seguir paso a paso, por fe. Ayúdame a seguirla de cerca, Jesús. Gracias por hacer que me resulte tan fácil. Es todo obra Tuya, Jesús. Ningún mérito mío.
Te agradezco que me hayas ayudado a tomar la decisión acertada de aferrarme a Ti, de vivir para Ti.
Heme aquí, Señor. Quiero estar junto a Ti. Gracias por este plácido lugar donde puedo sentarme y reposar a Tus pies. Me encanta sentarme aquí y aprender de Ti. Me fascina contemplar Tu rostro, tan cariñoso y tierno. Gracias por esta oportunidad de aprender de Ti, sentándome a Tus pies.
Evoco el pasado y me cuesta imaginarme cómo era cuando no conocía esta estrecha relación que ahora mantengo contigo. No sé cómo lograba pasar los días sin esa intimidad que hoy disfrutamos los dos. Lo curioso es que Tú siempre estuviste a mi lado. Desde siempre pude haber tenido esta relación tan hermosa que disfruto contigo, pero mis afanes me impedían darme cuenta de ello. Ahora, sin embargo, voy a continuar sentándome aquí mismo a Tus pies, mi lugar favorito, mi rincón sereno, en grata y reposada devoción a Ti.
Gracias por el honor de poder sentarme a Tus pies y aprender de Ti, ser partícipe de Tus Palabras, oír nítidamente Tu voz. Me encantan Tus Palabras. Las bebo con ansiedad. Me hacen falta Tus aguas refrescantes para apagar Mi sed y lavarme interiormente. Aquí, en mi rincón predilecto, capto Tus señales con gran claridad, sintonizo con Tu infinito Espíritu de amor y me lleno de Él.
Gracias por animarme, por el aliento con que me llenas el corazón, hasta tal punto que rebosa sobre los demás, levantándoles a ellos el ánimo, ayudándolos y apoyándolos en su momento de necesidad. Gracias por darme ejemplo, y porque al seguir yo ese ejemplo —viendo lo que hiciste Tú— sé qué hacer y cómo actuar para ser un apoyo y una bendición para los demás.
Gracias por Tu verdad. Gracias porque puedo aprender de Ti y obtener Tus respuestas. Gracias por iluminarme, Señor. Gracias por darme la respuesta a cada pregunta y la solución a cada problema que se me pueda presentar en la vida. Están a mi entera disposición. Basta con que te lo pida, con que pare a escucharte y a aprender. A partir de ahí no tengo que hacer otra cosa que llevar a la práctica el consejo que me des. Gracias. Aligeras increíblemente mi carga. Te alabo, mi Señor y Rey.
Doy saltos de alegría en Tu presencia. Agradezco poder entrar en Tus atrios con alabanza y con acción de gracias. Te enaltezco por ser mi Rey poderoso, por serlo todo, por tenerme entre Tus brazos y alzarme en espíritu por encima de las tribulaciones, los pesares y las dificultades. Gracias por cuidar de mí, por echar sobre Ti mismo mis penas y afanes, por Tus anchos y fuertes hombros que me sostienen. Reconozco que puedes resolverlo todo, cualquier situación, cualquier complicación, cualquier problema. Gracias por ser el hombre de las soluciones.
Obras portentos, prodigiosos milagros que afectan mi vida, inspiran mi espíritu, me hacen crecer en fe y amor y me llevan a acercarme a Ti, a Tu luz, a la Fuente.
Gracias por alzarme, por inspirarme, por amarme, por conferirle a la vida un sentido tan maravilloso, por darme un propósito por el que vivir cada jornada, por el gozo de ver un nuevo día, encomendártelo a Ti y seguir avanzando por Ti.
Gracias por hacer realidad mis sueños, por elevarme hasta los cielos, donde el aire es puro, fresco y limpio. Gracias por infundirme fuerzas.
Me entrego a Ti, para que en Tu benevolencia y entendimiento, en Tu clarividencia y en la profundidad, anchura y altura de Tu conocimiento, me modeles y hagas de mí la vasija que Tú quieres que sea. Me someto a Ti. Me rindo a Ti, puesto que eres Dios de todas las cosas. Amóldame y conviérteme en la vasija que Tú creas conveniente.
Te deseo más que a nadie. Te prometo mi amor y devoción en humilde servicio a Ti, mi Rey, mi Señor y Salvador, mi Amo y mi Amigo.
¡Qué alegría me da buscarte en la mañana! Tu infinito amor es mejor que la vida misma. Alzo mis manos a Ti en alabanza. Te glorifico en todas las cosas, sean grandes o pequeñas. Este es el día que Tú has creado; me gozo y me alegro en él.
Te dedico este día, mi maravilloso Rey y Salvador. Guíame hoy. Dirige mis pensamientos, cada uno de ellos, cada acto que realice y cada palabra que brote de mis labios.
Haces tanto por mí, Jesús. ¡Eres tan maravilloso, magnífico y deslumbrante! Me proporcionas una enorme ayuda espiritual. Lo único que tengo que hacer es extender la mano y recibirla. Me siento aquí, delante de Tu trono, contemplo Tu rostro y recibo los tesoros espirituales más hermosos que se puedan pedir. Nunca te cansas de dar, y yo tampoco me canso de escuchar Tu voz.
Acudo a Ti una y otra vez con mis interrogantes y problemas, y con interrogantes y problemas ajenos. Al oírlos, me hablas paciente y calmadamente y te ocupas de cada uno de ellos. Este es mi lugar predilecto, bien junto a Ti, hablándote y escuchándote. Eres mi mejor amigo.
Un día en Tus atrios de alabanza es mejor que mil fuera de ellos. Un día me basta para saber que es aquí donde quiero pasarme el resto de la vida: en el santuario de Tu amor. En Tu presencia hay misericordias eternas.
Aunque sé que a veces te contrarío, siempre te muestras tierno y amoroso. No me merezco Tu amor. Jamás podría ganármelo. Por eso lo necesito. Por eso te necesito a Ti: sin Ti nada puedo. Pero contigo —con Tu amor, Tu Palabra, Tu poder— lo puedo todo.
Divino Señor, sin Ti no puedo dar siquiera un paso. Sin Ti la jornada sería muy dura. Me apoyo por completo en Ti. Guíame en todo aspecto. No quiero que hoy me venga nada a la memoria que no provenga de Ti. No quiero que hoy penetre nada en mi corazón o en mi ser que no provenga de Ti.
Gracias por Tus palabras. Haz que continúen ardiendo en mi corazón a lo largo de este día, de modo que alumbren mi camino. Sin Ti me extraviaría. Te doy gracias por cuidarme tan bien. Sin Ti, de seguro me perdería.
Eres digno de alabanza. Eres fenomenal, eres todopoderoso, y al mismo tiempo estás tan íntimamente unido a mí y te desvelas tanto por mí.
Te agradezco mucho que me hayas encontrado y me hayas dado una vida nueva, una vida hermosa. Me has concedido una bella familia, ¡una familia muy unida, a la que amo entrañablemente! Tengo buenos amigos, gente muy considerada y amorosa que me apoya siempre.
Los niños tan cariñosos que me has dado siempre saben hacerme sonreír cuando tengo ganas de llorar o estoy al borde del enojo. Hasta tenemos un lindo animalito doméstico con el que pueden jugar. Nos hacemos unos platos deliciosos con los alimentos que nos provees, y aunque a veces la vida no es fácil, nunca dejas de atender nuestras necesidades. Así podría seguir enumerando sin parar las múltiples bendiciones que me has otorgado, eso sin contar la buena salud de que gozo gracias a Ti.
Pero para mí, lo más importante de todo es tenerte a Ti y Tu Espíritu. Aunque disfrute de muchas cosas materiales, sin Tu Espíritu no sería igual. Estaría todo vacío.
Te amo, te adoro infinitamente.Mi luz, mi vida, mi todo.
Eres mis ojos; por Ti veo.
Eres mi aliento; por Ti respiro.
Eres mi don; por Ti doy.
Eres mi vida; por Ti vivo.
Eres mi sol, mi luna, mis estrellas…
Rompiste los barrotes que me apresaban.
Cuando vagaba sin rumbo y en soledad,
me alzaste y me llevaste a casa.
Toda alabanza por siempre te prodigaré.
Te bendigo, pues lo eres todo para mí.
Me sacaste de mi abatimiento.
Me diste esperanzas. Tu tierno amor
me infunde fuerzas para coronar cada jornada.
Te ensalzo, mi Señor, mi Rey.
Tus alabanzas cantaré por siempre.
Gracias, Señor mío, por rescatarme.
Proclamaré que te mereces toda la gloria.
Te amo; no me canso de repetirlo.
Siempre estás a mi lado en la adversidad.
Adorado Señor, mi Amo, mi Rey,
por siempre jamás te cantaré loores.
Alabo el poder de Tu Espíritu. Te alabo cuando se alzan mis brazos, cuando invoco Tu nombre, cuando te digo: ¡Jesús!
Te alabo al pedirte que te valgas de mí aunque soy débil. Sírvete de mí tal como soy, para Tu gloria. Haz que mis faltas y defectos exalten Tu grandeza, por cuanto demuestran que te puedes valer de un ser tan insignificante como yo. ¿Qué mayor testimonio hay de Tu poder que no sólo te puedas servir de mí, sino aun de las piedras y del polvo para alabar Tu nombre! Toda la creación es prueba de Tu existencia y proclama lo grande y maravilloso que eres.
Tu amor demuestra Tu existencia. Tu amor que se inclina para salvar, para sanar, para tocarnos, para perdonarnos, demuestra la magnitud de Tu grandeza. El amor que emana de Ti glorifica Tu existencia, tanto para quienes te conocen como para quienes no te conocen.
Gracias porque puedo pasar el día cerca de Ti, Jesús. En todo lugar, haga lo que haga, siento Tu presencia a mi lado. Tu benevolencia y Tus misericordias me levantan y me dan el incentivo que necesito para seguir adelante.
Tu amor me está cambiando. Está haciendo lo imposible en mi vida: está transformando mi corazón, mis pensamientos y mis deseos, mi propia naturaleza. Tu amor me da esperanzas, me motiva nuevamente. Gracias por Tu gran amor, que me está reanimando. Te has inclinado para levantarme. Tu amor ha puesto mis pies sobre una roca, y me equilibra, me sostiene, impide que me caiga y me da algo a qué aferrarme.
Que todo lo que haga yo dé testimonio de Ti. Que cuanto haga sea fruto de Ti y se convierta en alabanza a Ti, de modo que los demás vean claramente que estás vivo, que te interesas por nosotros, que eres extraordinario y que estás siempre atento a nosotros.
Que Tu nombre, Jesús, esté presente en mis labios, en mi corazón y en mis pensamientos. Que Tus alabanzas broten eternamente de mi boca.
Me conoces más profundamente que nadie. Es más, en ciertos aspectos hasta mejor de lo que yo me conozco. Señor, Tú sabes que a veces mi corazón se angustia con pesares, dolores y quebrantos, cuando ni siquiera hallo palabras para expresar cómo me siento. Pero Tú tomas esos «gemidos indecibles» [Romanos 8:26] y los reemplazas por el bálsamo sanador y el consuelo de Tu amor.
Soy consciente de que no puedo ocultarte nada. Bien sabes que en ocasiones lo intento: postergo la hora de acudir a Ti y desnudarme en Tu presencia, porque me avergüenzo de mí y no me siento en condiciones de presentarme ante Ti. De todos modos, sé que Tú conoces todo lo que me aqueja, y me esperas paciente y amorosamente; nunca me obligas. Gracias por ser tan paciente y considerado.
Eres Amo de todo, y Tu gloria se extiende más allá de los cielos. Eres Rey de reyes y Señor de señores, mi querido salvador, mi compasivo pastor, aquel a quien yo más quiero. Te deseo más que todo lo que hay en la tierra y en los cielos. Quiero servirte humildemente. Te adoro y te tributo devoción y alabanza.
Has sido fuente de fortaleza para mí cuando me he sentido débil. Me has cobijado de los vientos huracanados del Maligno. Has sido mi consuelo y has alzado mi cabeza en mis momentos de abatimiento y necesidad.
Me aferro a Ti como a la vida misma, pues Tú eres mi vida y mi fortaleza, mi consuelo y mi libertador, mi canción y mi danza, mi gozo y el deleite de mi alma. Quiero servirte humildemente y ansío cumplir Tu más mínimo deseo. Te amo y te alabo con todo mi corazón.
Jesús, mi vida te pertenece. Haz de ella lo que te plazca. Mientras pueda continuar amándote y permanecer cerca de Ti, seré feliz. Tus deseos son órdenes para mí. Ansío agradarte y obedecerte.
Ah, ¡me encanta escuchar Tus Palabras, sentir Tu presencia, contemplarte! ¡Cuánto deseo que todos te conozcan como te he llegado a conocer, y que te vean tal como eres!
Eres mi tierno pastor. Conduces bondadosamente a este corderito por el camino que debe seguir y lo guardas del peligro. Te muestras paciente conmigo cada vez que me descarrío. Tu amor es firme y benévolo a la vez.
Has sido un fiel amigo que jamás me ha abandonado, que me ha atendido, cuidado y amado tiernamente a pesar de mis faltas, de las veces en que me he distanciado de Ti y de las cosas terrenales que a veces he antepuesto a Ti.
Has sido para mí un padre estupendo, que me ha amparado y conducido por el buen camino, indicándome la senda que he de seguir.
Has sido mi maestro. Me has guiado y me has instruido en los caminos de la vida. Me has podado para convertirme en una rama más fructífera de Tu vid.
Eres quien sana las heridas de mi cuerpo y de mi espíritu. Una y otra vez has vertido sobre mí el bálsamo de Tu amor, de Tu ternura y de Tu misericordia.
Gracias, Señor, por este nuevo día, que se presenta con nuevos retos, metas y objetivos. Cada día contigo es un nuevo comenzar, una hoja en blanco. Cada día se renuevan Tus misericordias. Maravilloso Señor, quiero cantarte alabanzas por este nuevo día.
Gracias, Jesús, por este nuevo día, este día radiante que hiciste especialmente para nosotros. Para Ti cada nuevo día es importante. Además, has dicho en Tu Palabra que todos los días nos renuevas Tus misericordias.
Te agradezco este don tan sublime, esta renovación que obras en mí cada día, esa misericordia Tuya que se renueva a diario. Si bien no lo comprendo, Jesús, te lo agradezco inmensamente y reconozco que lo necesito.
Fallo tanto. Cometo tantos desaciertos. Hay momentos en que no me amoldo a Tu voluntad como debería, en que obro mal, en que no me mantengo en estrecha comunicación contigo, en que no actúo con amor, lo cual es mi deber. Tú, sin embargo, me manifiestas un perdón y una misericordia que se renuevan cada mañana.
Gracias por Tu espléndido perdón. No me lo merezco ni me lo puedo ganar. Es un regalo Tuyo, y te lo agradezco. Gracias por el amor tan excepcional que sientes por cada uno de nosotros.
Gracias por amarme. Me resulta incomprensible, no acierto a entender por qué lo haces; pero te amo simplemente porque Tú me amaste primero. Te quiero ofrendar mi amor en señal de gratitud por haberme amado Tú a mí. Gracias.
Eres la alegría y el gozo de mi corazón, el sol de mi alma, la luz de mi vida. Gracias por aventurarte en las profundidades de mi alma, por abrir las ventanas de los Cielos y permitir que penetrase Tu luz a raudales en mi vida. Cuando te pedí que entraras en mi corazón, se produjo en mí un cosquilleo de gozo, de emoción. Mi alma y mi espíritu se estremecieron de alegría, como cuando un ciego, que no conoce sino las tinieblas, de golpe se ve impulsado hacia una luz brillante y gloriosa.
Quiero conservar esa alegría de alma y espíritu y no dejar que los afanes de la vida —las preocupaciones, las dificultades, los pesares— eclipsen o arrinconen esa gloriosa y formidable luz con que has iluminado mi corazón. Deseo mantener siempre la mirada fija en Ti, para que el poder de Tu amor resplandezca más y más en mí, y las cosas del mundo se vayan desvaneciendo. Eres la luz de mi vida.
Quiero honrarte y glorificarte. Estos ratos que paso contigo son muy especiales. Los dedico a enaltecerte, a ser una bendición para Ti y demostrarte mi amor. Gracias, Jesús, por el amor que me manifiestas. Mil gracias por los numerosos regalos que me concedes. Te agradezco los muchos dones espirituales que poseo, todos ellos fruto de que te conozco, de que conozco Tu amor, Tu Palabra y Tu verdad. Es para mí un gran honor, una bendición increíble. Muchas gracias por todos Tus favores.
Gracias por estar cerca de mí. Gracias por ser mi amigo. Gracias por ser más que un amigo para mí. Gracias por la proximidad que me has dado contigo.
Gracias por bendecirme. Soy una persona sumamente favorecida. Me colmas de bendiciones. Me es imposible expresártelas todas, pero con el tiempo, si me esfuerzo, si sigo alabándote y trayendo a la memoria todo lo que haces, sí podré. Gracias por todas las bendiciones que me concedes.
Te quiero por ser quien eres: mi salvador y la estrella resplandeciente de la mañana. Te quiero por lo que eres: la luz del mundo y la esperanza de mi vida. Te quiero por habitar donde habitas: conmigo, en mi corazón.
Me encanta cómo hablas: de un modo tan tranquilizador, con gran amor y libertad. Me gusta mucho Tu forma de escuchar: con interés, poniendo mucha atención, tomando nota de cada uno de mis pensamientos y deseos. Me encanta la manera en que me cuidas: provees para cada una de mis necesidades y me das todo lo que es bueno para mí.
Me encanta cómo miras en mi corazón y ves mis deseos más íntimos, mis anhelos secretos, mis sueños ocultos, y los haces realidad. Ves las aspiraciones de mi espíritu, algunas de las cuales satisfaces antes que me lleguen siquiera al corazón o a los pensamientos, pues Tú sabes mejor que yo lo que necesito y lo que es bueno para mí. Además, cuando tengo el corazón abrumado por pesares, Tus consuelos me deleitan el alma.
Te agradezco que pueda alzar los brazos, alabarte y glorificar Tu nombre. Gracias por Tu nombre todopoderoso.
Gracias por Tu insuperable don de salvación, por acudir a rescatarme. Estoy muy lejos de comprender por qué o de qué manera obra Tu salvación. Podría compararla con una bombilla eléctrica: basta con accionar el interruptor para que se encienda. Sólo sé que me he salvado porque Tú me lo aseguraste. Contigo he hallado la vida eterna. ¡Qué obsequio tan fabuloso! Gracias por la vida eterna, Jesús.
Te doy gracias por las innumerables bendiciones de que disfruto. Gracias por darme una razón de ser y por conferir un profundo significado a mi vida. Gracias por encomendarme una misión a la que puedo entregarme con toda el alma, con todas mis energías: la de amarte y servirte. Gracias por indicarme el camino.
¡Oh Señor, cuántas riquezas poseo! ¡Cuánto te lo agradezco! Te doy las gracias de todo corazón. Alabo Tu magnífico nombre.
Jesús, al ver el gran amor con que velas por mí, me entran ganas de ser igual con los demás, de manifestarles el mismo amor que Tú me has demostrado, de compartir con ellos la alegría que me has brindado, de tratarlos con la misma compasión que Tú has tenido conmigo.
Resbalo y caigo muchas veces, y no te reflejo tan bien como debiera. Te ruego que me ayudes a reflejar Tu amor para los demás. Me has manifestado muchísimo amor, gran misericordia y suma comprensión. Ayúdame a hacer lo mismo con los que me rodean.
Te agradezco que estés siempre tan próximo a mí y que seas mi constante amigo y compañero. ¡Te amo! Disfruto mucho hablando contigo. Me agrada inmensamente oír Tu voz. Me fascina Tu presencia.
Te doy gracias por el caudal de palabras que me has comunicado, formidables aguas del Espíritu en las que puedo nadar, refrescarme y bañarme.
Gracias por Tu amor viviente, por Tu Palabra y Tu verdad vivientes, y gracias porque a medida que vivo ese amor lo llego a comprender más y me conmueve más.
Más que nada doy gracias por Ti, maravilloso Jesús. Te doy gracias porque puedo abrazarte y entregarte mi corazón, mis pensamientos, mi espíritu... todo mi ser. Gracias porque puedo compartir Tu parecer, Tus sentimientos, tener la mente de Cristo. Gracias porque Tu amor me constriñe a demostrar amor a otras personas como me lo demuestras Tú a mí.
racias, Jesús, por mi espléndida familia. Gracias por la amistad que tengo con otros. Te agradezco que podamos estar unidos y ayudarnos, animarnos y atendernos mutuamente.
Gracias por la alegría de vivir.
Te agradezco la multitud de detalles que tienes conmigo. Gracias por todos los materiales que me has proporcionado y por cuidar de mí en todo aspecto.
Es asombroso que siempre sepas qué hay que hacer. Me conoces tan bien, auscultas hasta los más pequeños detalles de mi vida, cada pensamiento mío, cada deseo, cada anhelo. Me conoces al derecho y al revés. No es de extrañar que siempre sepas exactamente lo que necesito. El solo hecho de oír Tus susurros tan suaves, tan tiernos y amorosos, me ayuda a seguir adelante.
Gracias por amarme, consolarme, darme alivio y tranquilizarme. Te ocupas de todas mis necesidades, deseos y anhelos. Sabes resolver todos los dilemas que se me presentan. Gracias por estar presente cuando te necesito. Aun en las ocasiones en que me olvido o no hallo el momento de abstraerme y pasar un rato a solas contigo, Tú vienes a recogerme y me llevas a Tu presencia. Sabes aún mejor que yo lo que me hace falta.
¡Qué amor tan increíble! Es un milagro. Pensar que lo sabes todo de mí, y aun así me amas. Simplemente me aceptas tal como soy. Todavía me recibes en Tu brazos y me amas una y otra vez. Nunca te cansas de mí. Nunca te das por vencido conmigo. Siempre albergas esperanzas para mí. ¡Qué milagro de amor! Te quiero, Jesús.
Mi espíritu te anhela. Quiero que sepas cómo me consuelan Tus palabras, cómo me tranquilizas con Tus suaves susurros cuando tengo la mente turbada, cómo renuevas mi espíritu con Tu música divina, cómo me das reposo en mi trajinar.
Anhelo revelarte los secretos más recónditos de mi corazón, esas cosas que no salen a la luz tan fácilmente. Quiero contártelas porque te amo. No quiero ocultarte nada.
Quiero hacer Tu voluntad. Quiero complacerte. Me presento ante Ti deseando cumplir Tu más mínimo deseo. Estoy a Tus órdenes: puedo marcharme o puedo quedarme; como Tú quieras. Dime qué debo hacer para llevar a cabo Tu voluntad. Me dispongo a acceder a Tu presencia y renovarme por medio de Tu Espíritu.
Jesús, ¡cómo me alegro de conocerte! ¿Por qué? Porque contigo lo imposible se vuelve factible, las personas sin atractivo también disfrutan de amor, lo que está fuera de nuestro alcance se vuelve asequible, las montañas se convierten en valles, los desiertos se transforman en prados de color esmeralda, lo invisible se hace visible, los lisiados se curan, y los trozos de las vasijas quebradas vuelven a unirse.
La fatiga se torna en energía. Las cargas y preocupaciones se convierten en trampolines que me impulsan hacia nuevas alturas. Las expresiones adustas se tornan en sonrisas. Los cielos borrascosos se despejan dando paso a la luz del sol. Las alacenas vacías se llenan hasta rebosar. Los anegamientos se evaporan ante Tus ojos. La muerte trae consigo nueva vida.
No hay nada que Tú no puedas hacer. No hay nadie a quien no ames. No existe pensamiento que desconozcas ni palabra que no hayas oído. No hay nada que no hayas visto ni emoción que no hayas sentido. No hay pesar que no puedas aliviar ni dolencia que no puedas sanar.
¡Qué maravilloso que seas capaz de todo eso! ¡Qué increíble, qué fascinante, qué amoroso! Lo más notable de todo es que Tú —que puedes hacer todo eso, el Creador de todas las cosas— me quieres, velas por mí y haces todo eso solamente por mí, por la sencilla razón de que me amas.
Eres más para mí que un amigo. Eres más para mí que un consejero. Significas todo para mí. Eres Rey de reyes y Señor de señores, estás por encima de todos. Por tanto, te cantaré. Te entonaré alabanzas y daré testimonio de Tu grandeza.
Mi vida, mi espíritu y mi cuerpo te pertenecen. Mis manos, mis pies, mi corazón... todo te lo doy.
Un lazo me une a Ti. No deseo romper ese vínculo, pues eres mucho más hermoso que nadie. Como Tú no hay otro. No hay mayor amor que el que Tú me concedes. Es insuperable. Así pues, mi corazón rebosa de amor por Ti. Ansío responder a Tu llamado, cantar Tus alabanzas, anunciar Tu bondad, amarte con todo el corazón, oír Tus dulces susurros y recibir Tu Espíritu que me da vida y Tu maravilloso amor.
Disfruto mucho de Tu compañía, Jesús. Me encanta estar junto a Ti y hablar contigo. Gracias por Tu amor, por Tu paciencia y por la devoción constante que me tienes, siendo yo tan insignificante. Sé que no valgo nada y no soy nadie. Sé que otras personas tienen mayores aptitudes y más talento que yo; pero también sé que me amas tal como soy.
Me encanta tomar tiempo para alabarte y amarte con mis propias palabras, aunque mi vocabulario no sea muy extenso ni elocuente. Me siento muy feliz cuando te alabo porque sé que te hago dichoso y te complazco.
Gracias por indicarme que tengo que tomar tiempo para alabarte. Sé que esas pausas que hago a lo largo del día para honrarte y elevarte el corazón son momentos bien especiales. Hago a un lado todo mi trabajo, las presiones, los afanes y las preocupaciones, digo: «Voy a alabar al Señor ahora mismo», y alzo los brazos hacia Ti. Eso me proporciona un vínculo maravilloso contigo.
La alabanza me ayuda a despojarme de las cargas que agobian mi corazón. Hace descender sobre mí Tu paz y Tu espíritu de fe. Me infunde confianza en que lo vas a resolver todo, en que vas a responder mis preguntas y vas a continuar dándome las soluciones que me hacen falta. Te quiero y te necesito, Jesús. Eres fenomenal.
Mi Señor, mi Dios, el amor de mi vida, te alabo por el intenso cariño que me has manifestado. Te agradezco la infinita paciencia que has tenido conmigo. Tu amor y Tu misericordia no conocen límites. Cuando me siento distante, me tomas y me acercas a Ti. Aun cuando estoy impaciente, me demuestras inagotable paciencia. Gracias por prometerme que no me dejarás ni me desampararás.
Busco maneras de expresarte el amor que albergo por Ti. Me despierto en la mañana pensando en Ti. Por la noche me duermo suspirando por estar en Tu presencia. Me fascina pasar tiempo contigo.
En los ratos de comunión que pasamos por la mañana, Tú y yo nos fundimos en uno. Te alabo y te doy gracias por esos momentos a lo largo del día en que puedo hacer una pausa y dirigir todo mi amor y mi atención hacia Ti, mi salvador, mi libertador, mi vida. Lo eres todo para mí.
Sin Ti, no podría hacer frente al día de hoy. Ni siquiera podría encarar la próxima hora, ni el próximo minuto. No puedo vivir sin Ti. Me das el aliento de vida, me das un propósito y una razón de ser.
Gracias, por las formas en que me manifiestas amor. Te amo entrañablemente, ahora y para siempre.
Dios del universo, mi eterno salvador,
lava hoy mi alma con Tu Espíritu.
Anhelo oír Tu voz y Tus divinas palabras.
Incomparable Jesús, ¡eres mío!
Con Tu Espíritu de paz renuevas mis fuerzas.
Ansío Tus caricias, que aplacan mis dolores.
Gran Dios del universo, amor de mi alma,
me colmas de favores, me devuelves la salud.
Me recreo en Tu sol y a la sombra de Tus árboles.
Allí oigo Tus susurros, suaves como las brisas.
Tu tierno amor y Tus cálidos brazos me envuelven.
Te ensalzo y te adoro. A Ti alzo mi rostro.
En dulces estribillos te entono alabanzas.
Acude mi corazón a bendecir Tu bello nombre.
Cuando me detengo a mirar por la ventana y veo en la distancia las delicadas nubes que creaste, pienso en Ti. Cuando veo la muchedumbre de árboles y flores, mi alma se renueva por medio de Tu creación.
El amor que atesoro por Ti se rejuvenece cuando veo majestuosas aves surcar los cielos con las alas desplegadas, flotando a Tu amparo, confiadas en que Tú las resguardas.
Señor, ¿cómo es que me amas tanto? No lo entiendo, no alcanzo a comprenderlo, pero te lo agradezco. Necesito Tu amor. Te adoro porque comprendes mis más íntimos pensamientos. Comprendes mis adversidades y las situaciones difíciles a las que me enfrento. Te preocupas por mí. Eso me consuela y me infunde fe. Alzo mis manos hacia Ti, y Tú me llevas contigo y me alejas de los afanes y las cargas que me hacen apartar la vista de Ti.
De mi corazón brotan lágrimas de desbordante alegría y felicidad por la libertad que disfruto cuando estoy cerca de Ti. Me faltan palabras para expresar cuánto te amo y la gratitud que embarga mi ser al pensar en Tu amor.
Pudiste haberme hecho sin defectos, Jesús, pero no lo hiciste. En cambio, me creaste tal como Tú querías que fuera. Dudar de eso es dudar de Tu amor. Asumirlo es hallar perfecta paz, sosiego y reposo en Tu amor. Tómame ahora, tal como soy, en Tu corazón, el más grande de todos.
Reposo plácidamente en Tus brazos y te pido que me estreches contra Tu pecho. Entonces me da una sensación de alegría y tranquilidad, porque has visto que deseo estar más cerca de Ti, amarte más y servirte mejor.
Contemplo Tus ojos tiernos y amables y percibo Tu amor incondicional. Gracias por Tu amor. Te alabo, te glorifico, te reverencio y te honro.
Constantemente me tocas con amor y viertes sobre mí Tu Espíritu de paz, de alegría y de consuelo. ¿Qué más podría pedir que la hermosa vida de servicio que me has dado?
¡Qué alegría estar contigo, Jesús! Estoy muy feliz de tenerte por amo y señor y de que seas mi mejor amigo, mi compañero constante. Siento Tu presencia a mi lado y sé que velas por mí, que de veras te interesas por mí y que me amas. Me lleno de felicidad. Soy consciente de que me bendices, me amas, me mimas y me consientes en impresionante medida.
Aunque yo no tenga muchas cosas que la gente del mundo considera importantes, todos los días me traes bendiciones y obsequios de mucho mayor valor. Me recompensas con los dones de Tu Espíritu. Eso es lo que quiero. Los dones de Tu amor me hacen muy feliz .
Te mereces mucho más de lo que te puedo dar, pero lo que tengo es todo tuyo: mi corazón, mi vida, mi tiempo. Te lo entrego todo, pues criatura Tuya soy, creada para amarte y adorarte. Cuando te alabo, te amo y canto Tu gloria, hallo gran placer y satisfacción.
Anhelo expresarte las cosas tan sorprendentes que has hecho por mí. Eres mi fortaleza, mi salud, mi salvación, mi todo.
Prodigioso Dios del amor, gran Dios del universo, gran Dios de todo, ¡cuánto te adoro! ¡Cuánto te aprecio!
Te amo porque Tú me amaste primero. Creaste para mí este bello mundo en que vivo. Al conocerte a Ti, mi Creador, he tenido ocasión de conocer el verdadero amor.
Sin Tu amor, todo se reduce a nada. No hay razón para vivir, no hay ilusión alguna, nada tiene sentido; porque Tú eres amor. Eres la personificación del amor.
Te agradezco el amor sobrenatural que has depositado en mi corazón. Te alabo por él. Creador mío, me concebiste para que te amara.
Te adoro. Adoro Tu reino. Adoro Tu Espíritu. Adoro los dones de Tu Espíritu. Te los agradezco todos. Te agradezco el amor, la paz, la dicha, la bondad, la paciencia, la suavidad, la ternura y el cariño que dan sentido a mi vida.
Me rodeas amorosamente con Tus brazos , y eso es muy reconfortante. Sé que puedo acudir corriendo a Ti en cualquier momento del día o de la noche, y siempre estás a mi disposición.
Perdóname, Señor, por no acercarme a Ti con la frecuencia con que te gustaría que lo hiciera. Eres tan paciente conmigo. En tu saludo no percibo nunca señales de desprecio, aunque me ataree tanto que no venga a Ti con la frecuencia que debiera. Siempre me recibes con los brazos abiertos y con gran deleite.
Gracias por el amor perenne e inagotable que me tienes. Ayúdame a corresponder a él con igual fervor.
Te doy gracias por el magnífico plan que concebiste para que la humanidad se sintiese atraída hacia Tu corazón henchido de amor. Todo ser humano debiera conocer la alegría, la satisfacción y el amor auténtico que sólo provienen de Ti, mi Creador, mi Dios, mi Señor, mi Rey.
Te alabo por el poder de Tu Espíritu, que me da ímpetu, amor y determinación para tender la mano a los demás, describiéndoles el amor que he hallado y ofreciéndoles el paraíso, del que ellos también pueden formar parte.
Gracias por sembrar en mi corazón este deseo de amar a los demás y de darles a conocer Tu amor y Tu fascinante reino.
Me encanta alabarte con todo el corazón, dulce Jesús, pues me lo has llenado de amor. Tengo mucho que agradecerte, en particular la gran alegría y felicidad que me has dado. Me gusta contarte cuánto te aprecio, cuánto te necesito y la gratitud que siento por las enormes bendiciones que recibo de Tu Espíritu.
Eres maravilloso, Jesús. Me faltan palabras para expresarlo. Así y todo, me encanta hacer lo posible por decirte cuánto te amo.
Te ensalzo y te glorifico por la perfección de Tu universo, en el que todo discurre con ritmo y poesía. Gracias por haberme infundido el deseo de cumplir Tu voluntad, de obedecer y seguir Tus enseñanzas, Tu orientación y Tus indicaciones, y de adherirme a Tu amor. Te quiero mucho.
Jesús mío, vengo ante Ti con profunda gratitud por el increíble milagro que has obrado en mi vida. Yo era pobre, andaba a la deriva y vivía en soledad. Sin embargo, me buscaste, me hallaste y me trajiste a Tu espléndido reino de amor. Te agradezco mucho que me hayas recibido en Tu morada. Ni siquiera merezco contarme entre Tus siervos, y ni siquiera me llamaste tal cosa, sino un amigo.
Me levantaste del polvo, de la tierra y del lodo, y me lavaste con Tu amor y Tus Palabras. Me vas limpiando de toda impureza, de todo lo que produce rechazo, y me vistes con un manto nuevo de humildad.
No era nada antes que me hallaras. Sin embargo, me rodeaste con los brazos y transformaste mi vida. Me diste un propósito para vivir, algo que amar, algo que estimar, algo que desear, algo por qué luchar.
Gracias por aceptarme, a pesar de mi indignidad, por recibirme como a uno de los Tuyos. Por ello te amo, por ello te honro, por ello te adoro.
Eres el Dios más maravilloso, el Dios del Cielo, el único Dios verdadero. ¡Por eso te tributo alabanzas! ¡Te glorifico! Alzo los brazos en señal de adoración y gratitud porque mi nombre está inscrito en Tu reino celestial, en Tu Libro de la Vida, y porque moraré contigo por la eternidad.
Mi mayor alegría es saber que estaré por siempre con mi Dios, que podré amarte, estimarte, adorarte y deleitarme en Tu cálido y amoroso Espíritu, en Tu bondad, Tu ternura, Tu misericordia, Tu verdad, Tu amor y Tu libertad.
Gracias por incluirme en Tu glorioso plan. Gracias porque puedo llamarte padre. Te agradezco que me hayas inspirado un ansia tan intensa de apreciarte, amarte y adorarte. ¡Ojalá que el profundo amor que ahora abrigo por Ti no mengüe jamás!
Quiero alabarte con mi pluma, con mi intelecto y con la inventiva de mi alma. Jesús, ayúdame a hacerlo. Ante todo, ayúdame a alabarte con todo mi ser, sometiéndote mi cuerpo, mi alma y mis pensamientos. Deseo alabarte con cada movimiento, con cada sonido que emita, con cada idea que se me cruce por la cabeza, con cada paso que dé. ¡Ojalá que mi propia existencia te alabe! Sólo por medio de Ti existo, respiro, me muevo, vivo, amo, aprendo, maduro, pienso, río y disfruto de la vida que me has dado.
Te quiero, amado Jesús. ¡De verdad que no hay nadie como Tú!
A veces mi alma se siente aprisionada, cual ave que ha caído bajo el peso de la duda, el pecado y la ansiedad. Hay muchos lastres que inmovilizan las alas de la fe; por ejemplo, el adoptar una actitud criticona o de impotencia. Pero te doy gracias, Jesús, por las bendiciones y la ayuda que me brindas y porque siempre me pones en libertad. Basta con que emita un leve murmullo de auxilio para que acudas presto a socorrerme. De un soplo apartas todos los lastres y liberas mi alma para que pueda remontar el vuelo en las alas de la fe y la alabanza.
Gracias, Señor, aun por mis penas, por esa sensación de que mi vida se deshace. Gracias por el vacío que siento, por las contrariedades, por la soledad, por los momentos en que no logro aplacar la acuciante sed de mi alma, pues todo ello me acerca a Ti.
Sé que si acudo a Ti, Tú me calmas los nervios y remiendas los jirones y descosidos. Me llenas y me brindas compañía en la soledad. Me amas y me das a beber de las aguas refrescantes de Tu Palabra.
Siempre sé que debo acudir a Ti: sólo Tú puedes hacer todo eso por mí. Eres el único que me puede dar la seguridad de que todo anda bien. Sólo Tú puedes apaciguar las agitadas aguas de mi alma. Anhelo oír Tu voz, suspiro por sentir Tu mano, me muero por escuchar las palabras que provienen de Tus labios. «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por Ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y me presentará delante de Ti?» [Salmo 42:1-2.]
Gracias porque puedo entrar al apacible jardín de Tu Palabra y descansar a la sombra de los árboles que en él se yerguen. Me refresco en su sombra, y su fruto me satisface.
Gracias, Jesús, por lo bien que conoces a cada uno de nosotros. Eres espléndido, maravilloso. Te mereces nuestra alabanza. Es un placer alabarte y darte gracias. Aun cuando la timidez y la vergüenza se apoderan de mí, o cuando mi pesar o mi tristeza son tan grandes que no tengo ganas de acudir a Ti, me seduces con Tus tiernos susurros y me alientas. Me haces comprender que lo único que quieres de mí es amor. Eso es todo lo que puedo darte. Aun así, sólo es posible porque Tú me amaste primero.
Gracias por aceptar mi amor. Gracias por amarme y velar por mí. Te quiero, y por Tu gracia me entrego por entero a Ti.
A veces no aprecio todas Tus bendiciones y las veo como lo más natural del mundo, o no me doy cuenta de que lo que parece una piedra es en realidad el pan que te estaba pidiendo. Sin embargo, me cuidas que da gusto, incluso cuando no lo aprecio debidamente. Lo eres todo para mí. Sin Ti no sería nada.
Gracias por los niños, esos solecitos radiantes que nos has regalado, esos pilluelos que no nos dejan un momento de respiro, esas criaturas que nos alegran la existencia todos los días, que nos despiertan sin saber que nos gustaría dormir un rato más, que en un dos por tres gastan los pantalones y se embarran la ropa, justo la que acababan de ponerse nueva y limpia. Gracias por todos nuestros niños, de cualquier edad. Gracias particularmente por el ejemplo de fe y confianza que nos dan. Ayúdanos a confiar en Ti del mismo modo que ellos confían en nosotros.
Te agradezco que me hayas amado todos estos años. No deja de sorprenderme, pues sé lo mal que me he portado. Sin embargo, dices que con todo y con eso me quieres y siempre me has querido.
Gracias por darme la oportunidad de acercarme y hablarte. No sólo tengo ocasión de conversar contigo, sino que has hecho posible que me una a Ti y descubra Tus sentimientos más íntimos. Gracias por hablarme y comunicarte conmigo. Gracias por estar siempre muy junto a mí, por el apoyo tan grande que me brindas y por interesarte en todo aspecto de mi vida.
Sin duda eres el amigo más increíble que podría tener. Te interesas sinceramente por mí. Lo sé, porque nunca te alejas de mí. Nunca te enfadas conmigo y decides dejarme. Me siento incapaz de hacer o decir nada para manifestar mi gratitud. Me asombra cuánto me amas y te preocupas por mí.
Te agradezco que estés tan dispuesto a ponerte a mi nivel a fin de que te entienda, te conozca y perciba Tu amor. Eres fenomenal, Jesús. Lo abarcas todo. Sin embargo, te rebajas para estar cerca de mí. Te adoro.
Siempre me consuelas, Jesús. No sólo me confortas el corazón y me deleitas el alma, sino que aplacas mis agobiados nervios. Cuando me altero, me calmas y me tranquilizas. No hay nada comparable con la paz que me brindas.
Cuando siento deseos de evadirme de todo lo que me rodea, cuando tengo uno de esos días nublados y tormentosos, lo que me ayuda a seguir adelante es la seguridad de que puedo retirarme a nuestro lugar secreto. En cualquier parte, en cualquier momento del día o de la noche, no tengo más que entrar a Tus aposentos privados. Tú entonces haces que todo marche a las mil maravillas.
Un millón de gracias por Tus palabras. Las necesito más que nada en la vida. ¡Cuánto me alegra contar con ellas! ¡Son tan sublimes y tan puras! Me iluminan y me dan fuerzas y esperanzas. ¡Son tan alentadoras, tan poderosas, tan ciertas y tan significativas!
Te alabo por Tus magníficas palabras. Te doy gracias por el efecto tan impresionante que tienen en mí. Me satisfacen profundamente. Son una inyección de alegría para mí.
Te doy gracias porque Tus palabras me están fortaleciendo. Me están transformando en la persona que Tú quieres que sea. Gracias por el misterioso poder con que Tus palabras obran en mi vida. Tus palabras son espíritu y son vida para mí.
Gracias por el tesoro que es la música hermosa, por los sonidos que me apasionan, me elevan y me alegran el corazón, por los instrumentos, las notas, las melodías y las letras, por esa forma de expresión del corazón y del alma. Es un medio de comunicación magnífico, un vehículo ideal para transmitir un mensaje y comprender lo que dice o siente otra persona.
Con la música nos has proporcionado un estupendo medio de comunicación. Nos la has dado en abundancia: melodías y letras celestiales, ungimiento sobrenatural, inspiración divina.
Las canciones que vienen directamente de Tu reserva celestial de música nos electrizan, nos arrebatan. Son arrobadoras, hermosas. Nos conmueven y nos incitan a bailar, cantar, amar, abrazar, besar y darte a conocer a los demás. Te damos muchísimas gracias por Tu música divina, por Tu plan celestial, por este tremendo regalo y tesoro que nos has concedido.
Te agradezco Tu colosal poder, Jesús. ¡Qué grande, qué poderoso eres! Todo lo puedes. Si me amoldo a Tu voluntad, puedes tomar mi vida y hacer de ella lo que desees. Puedes transformarla en algo hermoso. Me recuerda lo que dice una canción:
«¡Qué hermoso, qué bendición!
Comprendiste mi confusión.
Mi vida estaba deshecha,
mas Tú la llenaste de belleza.»
Sí, eres el único que podía hacer de mi vida algo bello. Lo has hecho, y te lo agradezco mucho.
Jesús, me encanta estar contigo. Me fascina retirarme a mi rincón secreto para hablarte, visualizarte y disfrutar de comunión contigo.
Me encanta que me abraces y me estreches contra Ti. Me encantan Tus palabras. Me encanta oír Tu voz. Me encanta que te interese todo lo que tiene que ver conmigo. Me hace feliz saber que me amas.
En la vida he conocido a nadie como Tú. Nadie podrá ocupar jamás Tu lugar en mi corazón. Te amo.
Me maravillas. Eres capaz de ayudar a cualquiera a ser mejor. Gracias por hacer que me resulte más fácil manifestar amor, bondad y consideración, las cualidades que con tanto afán anhelo cultivar.
Te amo, Jesús. Te amo por Tu magnificencia, por Tu grandeza. Ante Ti me veo insignificante; sin embargo, a pesar de lo grande y admirable que eres, puedo acercarme a Ti a cualquier hora del día o de la noche con la certeza de que estarás despierto y dispuesto a atenderme.
Te amo porque sin Ti no puedo vivir. Te amo porque Tú también me necesitas y deseas mi amor.
Te amo porque cuando me hundo en el desánimo, me mandas un milagrito, un pensamiento o una palabra que me alienta y me encamina de nuevo hacia la victoria. Te amo porque eres inmensamente poderoso. Te amo por ser quien eres.
Jesús, contigo es muy fácil obrar bien. Me basta con amarte, obedecerte, poner los ojos en Ti y no apartarme de Ti. Has prometido que te harías cargo de todo lo demás. Gracias por el poder de Tu Espíritu, que me fortalece y me transforma.
Jesús, gracias por el gozo de alabarte. Me deleito hondamente en Tu creación, y más que nada en Ti. Eres el Creador de todo placer imaginable, de toda delicia concebible, y te lo agradezco, te honro y te adoro. Considero un gran honor contarme entre los Tuyos. Me agrada saber que me deseas, que anhelas mi alabanza, mi adoración y mi atención.
Gracias porque puedo participar de la naturaleza divina en esos momentos sencillos en que me detengo a saborear la maravilla de todo lo que has hecho por mí y eres para mí. Siento dentro de mí un resplandor tibio, y un aura me envuelve. En instantes así me da la impresión de que tengo un vínculo casi palpable con el plano celestial, esa dimensión en la que cada pensamiento y cada acción alaban Tu omnipotencia y Tu gloria.
Es una maravilla gustar y disfrutar anticipadamente del Cielo estando aún en mi cuerpo terrenal de barro. ¡Cómo anhela mi corazón unirse a Ti, dejando atrás para siempre la fuerza de la gravedad, la debilidad de la carne y las limitaciones del espacio y del tiempo! No obstante, agradezco estas sujeciones terrenas; así aprenderé a alabarte en este cuerpo todos los días de mi vida.
Jesús, te amo desde la primera vez que supe de Ti, desde que te vi y percibí Tu ternura y Tu amor reflejados en las personas que me hablaron de Ti. Cuando te conocí, ¡fue amor a primera vista! Tu amor se me hizo patente ahí mismo. Gracias por hacerme sentir Tu mano. Llegaste a los rincones más hondos e inexplorados de mi corazón. Gracias por conocer mis sentimientos más íntimos: mi anhelo de Ti, mi deseo de conocer Tu verdad.
Jesús, me encanta alabarte. Me fascina saber que me escuchas y que te alegra oír cuanto te diga. Es muy alentador que te gusten mis palabras de amor y de alabanza. ¡Qué emocionante pensar que Tú, el gran Rey del universo, te detienes a embeber mis alabanzas! ¡Qué maravilla! ¡No sabes cómo me alegra hacerte feliz! Me conmueve abrirte el corazón para expresarte amor y saber que lo aprecias. Alabarte me deleita.
Te doy gracias por los seres queridos y los amigos que me has dado. Cuando no los tengo cerca, siento un vacío interior y cierta tristeza. Pero te agradezco que, cuando nos toca pasar un tiempo separados, Tú me ayudes a superar la nostalgia y a apreciar el amor y la intimidad con que nos has bendecido.
Gracias porque nunca nos dejas huérfanos y porque en los momentos de silencio nos diriges palabras de amor que nunca habíamos oído, las más hermosas palabras de aliento. Tú sabes muy bien lo que es estar solo y lejos de quien más se ama. Gracias por esta bendición.
Te agradezco igualmente la dicha que nos inunda en el reencuentro, en el dulce momento del abrazo, el beso y la contemplación mutua. Gracias por la felicidad con que nos compensas por el sacrificio que constituye dar el primer paso para ayudar al prójimo, aunque ello signifique que debamos separarnos unos de otros.
Enséñame a amarte. Quiero entregarme a Ti, ahora y siempre.
Quiero conocerte mejor para saber agradarte más. Quiero descubrir todos Tus anhelos y deseos para tener el gusto de cumplirlos lo mejor que pueda. Quiero tener el placer de oír Tus peticiones y decirte que sí una vez más.
Esta es la alabanza que te ofrezco: la confianza que deposito en Ti cada vez que Te digo que sí, aunque sea llorando, aunque sienta confusión o albergue dudas. Sé que a Tus ojos tiene aún más valor cuando digo que sí a pesar de esas emociones perturbadoras.
Por eso, Jesús, te lo repito: Sí. Sí. Sí. Haré lo que sea por Ti, a cualquier precio. Amaré a quien sea, renunciaré a cualquier cosa. Pongo mi voluntad en Tus manos. A veces vacilo a causa de mis debilidades humanas y mi tendencia natural a ser egoísta e inflexible. Sin embargo, sé que en cuanto digo la palabra mágica —sí—, algo sucede. Se obra una transformación milagrosa en mi interior, porque en ese momento te entrego mi voluntad, y Tú la aceptas gentil y tiernamente, agradecido.
Entonces me susurras secretos, las claves para obtener el poder, las fuerzas y el amor que necesito para llevar a cabo Tus deseos.
Muchas veces cada día siento el amor que me manifiestas por medio de las personas que me rodean. Veo Tu amor reflejado en los ojos de los bebés. Lo percibo en Tus suaves susurros. Llenas mi corazón de alegría, tanto que a veces me da la impresión de que va a estallar. No dejas de prodigarme Tu amor. Me lo manifiestas de múltiples formas. Cuando el sol toca cálidamente mi rostro, cuando contemplo los colores del cielo, las riquezas de la tierra y los árboles que levantan los brazos para alabarte, me conmuevo, vibro dentro de mí. En todo esto siento Tus caricias.
Me traes gozo. Me haces reír. La libertad que me da Tu Espíritu me eleva en alas del viento para que acuda a Ti, me una a Ti y disfrute contigo de una proximidad que jamás podría tener con nadie aquí en la Tierra.
Para mí, nuestro amor es más valioso que los diamantes o el oro, más que ninguna otra cosa de este mundo. ¡Te amo!
Eres el mejor amigo que se pueda tener. Aunque también a mis seres queridos les expreso mis sentimientos de amor y gratitud, no es lo mismo. Ellos no me comprenden tanto como Tú. Tú aceptas y entiendes cuanto te digo. ¡Qué maravilla, Jesús!
¡Qué pena me dan quienes no disfrutan de una relación contigo! Se deben de sentir muy solos y tristes. Espero con ansia el día en que te vea cara a cara, el día en que al fin llegue a Casa y repose en Tus amorosos brazos.
Gracias por estar siempre a mi disposición. Te hallas presente cuando necesito hablar contigo. Cuando me hace falta consuelo siento que Tus brazos me rodean. Cuando estamos juntos, todo lo demás se desvanece y no te veo sino a Ti. No logro describir la satisfacción que encuentro en esos momentos. Te amo, entrañable Jesús.
Gracias por darme tantas palabras Tuyas. Me deleito en ellas.
Tu inmenso amor se manifiesta en cada palabra que derramas.
Conocerte y vivir contigo me ha proporcionado un gozo inefable. ¡Me has concedido tanta libertad y gozo! Me encanta estar en Tu presencia. Me fascina fundirme contigo. Me encanta la sensación que me produce el haber pasado un rato contigo.
Es muy importante que te manifieste gratitud y te dirija palabras de alabanza. Sé cuánto significan para Ti los elogios, porque para mí significan mucho. Tú también me elogias por todas las cositas que hago que te complacen. Continuamente me diriges palabras de ánimo, me alientas y me ayudas. Me agrada escuchar Tus palabras de amor y aliento. Siempre pasas por alto mis faltas y debilidades y me animas diciéndome que voy bien.
Alabarte y manifestarte mi amor con palabras parece muy poca cosa, una tentativa a todas luces insuficiente de corresponder al amor que me has dado. Quiero dirigirte palabras de alabanza que expresen el amor que siento por Ti.
Lo hago con gusto, Jesús, feliz de alzar las manos al cielo, contemplar Tu hermoso rostro y lanzarte besos de alabanza. ¡Te mereces mucho más! Jamás podría pagarte. Todo lo que te dé no podría compararse con lo que me has dado Tú a mí.
Te agradezco, Jesús, no sólo las grandes alegrías que me proporcionas, sino también las lágrimas que a veces me haces derramar.
Gracias por las temporadas difíciles en las que busco Tus brazos, me aferro a Ti y Tú me consuelas. Me llevan a conocerte, a rendirte mi voluntad, mi vida y mi amor. Cuando me abrazo a Ti, Tú me sostienes, por muchos pesares y tormentas que vengan. Gracias por esta fe inquebrantable que me das, conforme a Tu promesa. Me dijiste que siempre podría contar contigo, y nunca me has defraudado. Te doy gracias, mi dulce Jesús.
Gracias, por todo lo que me has dado; no sólo Tu amor, sino además Tu vida. Te prodigo alabanzas y me regocijo de poder amarte tan enteramente, con cada partícula de mi ser. Con mi misma vida te puedo amar. Esta es la alabanza que te ofrendo: mi vida, que deposito en Tus manos. Me encanta que me moldees. ¡Cómo me place que me amoldes con Tus tiernos dedos! ¡Cuánto me alegra hacer Tu voluntad, Señor mío! Me regocijo en ello. Es para mí una dádiva de Tu amor. Al fundirme en Tu voluntad y en Tu amor, siento tal satisfacción que mi vida se vuelve toda alabanza a Ti.
Haz que nunca deje de admirarme ante la vida y ante los regalos de amor que sin cesar me haces. Es imposible darte las gracias en la medida que lo mereces, pero te ruego que me ayudes a no olvidarme de hacer pausas cada día para concentrarme en Ti, maravillarme con la obra de Tus manos y manifestarte gratitud.
Conserva mi juventud y mi vigor volviéndome consciente de que cada día puedo aprender de Ti algo nuevo acerca de Tu amor, Tus caminos, la vida que me has dado y hasta la vida por venir. Me quedan infinitos descubrimientos que hacer, pero más que nada deseo descubrirte a Ti, el maravilloso Ser origen de todo.
Al pasar tiempo contigo, quiero entender mejor Tu amor y el plan que tienes para mí. Ayúdame a apreciar esos gratos momentos que paso contigo y considerarlos sagrados, intocables, indispensables.
Cuánto te amo, mi buen Jesús. ¡Cómo me alegro de tenerte! Alzo el corazón a Ti en loores y agradecimiento. Te elevo mi espíritu en gratitud por todo lo que has hecho por mí.
Te has portado de maravilla conmigo. Gracias por Tu benignidad y fidelidad, y por la misericordia, la bondad y la ternura que me manifiestas.
Te alabo con toda el alma. Te exalto con todo mi ser. Hacia Ti alzo mis brazos. Elevo mi corazón. Levanto mi espíritu hacia Ti. Eres mi todo, y sin Ti nada soy.
Me concedes amor, me concedes vida, me concedes dicha y felicidad. Haces la vida increíblemente hermosa. Cuidas de mí. Te ocupas de todos mis detalles. Tanto me amas que a cambio quiero pagarte yo también con amor.
Eres digno de toda gloria y honra. Entono alabanzas a Tu nombre, a Tu magnífico y sublime nombre. Me encanta pronunciarlo. ¡Me fascina exclamarlo! Me complace tanto oírlo resonar en mis oídos. Te quiero mucho, Jesús, y te agradezco todo lo que haces por mí.
Sé que me has bendecido sobremanera. Tengo mucho, muchísimo más que la mayoría de la gente. Realmente me atiendes y me amas como a un hijo. Jesús, te amo con toda el alma. Te adoro y te necesito. Lo eres todo para mí.
Ay, Jesús, ¡cuánto te amo! Te amo con todo mi ser. Te venero. Con todo mi corazón te adoro. Te beso en señal de gratitud por el inmenso amor que me manifiestas y que no entiendo pero que agradezco desde el fondo de mi alma.
Te estrecho entre mis brazos. Derramo lágrimas de alegría. Te alabo por Tu amor, Tu ternura, Tus misericordias, Tu magnificencia. Aun siendo un Rey tan grande y poderoso, te dignas tomarme en Tus brazos, enjugar mis lágrimas y darme consuelo.
Tú tienes la respuesta a cada pregunta, das sentido a cada propósito, conviertes cada flaqueza mía en fortaleza. Eres los ojos y oídos, la esencia de la vida. Eres la luz resplandeciente del universo, la potencia que impulsa cada átomo, el ojo omnipresente que observa todo pensamiento, todo sentimiento y toda necesidad. Eres los brazos de Dios que nos llevan, eres el consuelo de Dios, eres el amor de Dios que nos salva.
Colmas mi corazón de toda cosa buena. Me llenas. Eres la felicidad. Eres lo máximo. Sin Ti no hay nada. Todo lo llenas de Tu Espíritu y Tu amor. Te lo debo todo. Quiero elogiar Tu nombre y exaltar Tu gloria con todo mi ser, por la eternidad.
Me conmueve hasta lo indecible la dicha y la alegría que te causan mis alabanzas. ¡Qué alegría pensar que Tú, que tienes tanto poder, gloria, belleza y esplendor, desees y esperes ansiosamente mis besos de alabanza!
¡Ojalá pudiera alabarte todo el día! ¡Ojalá más personas conocieran Tu amor y supieran lo adorable que eres! Entonces también su corazón prorrumpiría en alabanzas a Ti para honrarte y glorificarte, rendirte pleitesía y adorarte. Así se te daría un poco de la atención y adoración que mereces como verdadero Rey que eres.
Sabiendo cuánto significan para Ti mis palabras de alabanza, me dan ganas de dirigirte muchas más. Aunque soy indigente, no llevo más que harapos y no puedo ofrecerte nada de valor terrenal —sólo mi propio ser y mis sencillas muestras de alabanza—, te regocijas hasta tal punto que me siento importante. Me impresiona que estimes tanto mi amor.
Tu amor me llega desde lo alto. Me toca el alma. Me aviva el espíritu y el cuerpo. Me renueva. Cada día contigo es nuevo y radiante. Me alegras la vida.
De mis labios brotan alabanzas a Ti, mi Dios. Quiero cantarte continuamente melodías de gratitud, mi Señor. Quiero albergar en todo momento buenos pensamientos para contigo, mi Rey. Para siempre es Tu misericordia. Tu ternura y perdón son infinitos. Tu amor me envuelve cual suave y cálida brisa de verano. Me refresca el alma, me vivifica, me fortalece y me motiva.
Dios mío, en mi debilidad, en mi pecado, alzo los ojos a Ti. En Ti hallo fortaleza y perdón. Me hago cargo de que Tu amor es infinito. Sé que no lo merezco. No merezco semejante perdón, ni la atención tan tierna que me brindas. No obstante, el simple hecho de saber que velas por Mí me proporciona una paz, satisfacción y contentamiento enormes.
Cuanto tengo es Tuyo, Jesús, porque todo lo que poseo procede de Ti. Son obsequios que Tú mismo me has hecho en amor. Por esa razón vengo ante Ti con palabras de alabanza y gratitud.
Nada te niego, nada te oculto, Señor mío. Te lo entrego todo con alabanza, honra y gratitud por las innumerables bendiciones que he recibido de Ti: Tu amor, Tu ternura y Tu misericordia.
Sé que me cuidas como a un niño indefenso. Velas por mí en todo momento, me cuidas con diligencia. Nunca te duermes ni te adormeces. Eres mi Padre.
odo lo que pueda hacer o decir es poco para compensar un amor tan grande como el Tuyo. No podría pagarte, Señor y Dios mío. No encuentro palabras ni medios para darte lo que te mereces. A Tu lado soy tan poca cosa, tan débil y tan impotente. Carezco de amor, de buen sentido y de fortaleza. Sin Ti no soy nada. Me asemejo al polvo. De no ser por Tu Espíritu y Tu amor que me comunican vida, poder y fuerzas, sería yo impotente, inútil, incapaz. Tú lo eres todo, mi buen Señor, y yo ante Ti no soy nada. Estoy a Tu disposición. Anhelo complacerte, amarte y servirte.
Siempre eres considerado, amable y compasivo. Puedo descubrirte mi corazón, confesarte cada uno de mis pensamientos, confiártelo todo. Tú simplemente me escuchas con paciencia. Nunca te enojas, ni pierdes los estribos, ni me criticas, ni me censuras.
Gracias por enseñarme a ser más como Tú. Gracias por darme la paciencia que necesito, por infundirme amor y comprensión por los demás, por comunicarme sabiduría. No podría vivir sin Ti. No puedo imaginarme cómo sería un día sin Ti, Jesús. No sabría arreglármelas por mi cuenta. Soy muy débil y tengo muchos defectos y flaquezas humanas. Sé que me haces una falta bárbara.
Gracias, tierno Jesús, por estar siempre cerca de mí. Cada vez que te pido ayuda me das lo que preciso; no me fallas.
Jesús, Tus palabras reveladoras de misterios celestiales son apasionantes para mí; no quiero oír ni escuchar otra cosa que la voz de Tu Espíritu. Quiero que Tu amor vibre en mi corazón. Quiero que Tus pensamientos resuenen en mi mente. Quiero que mi motivación en la vida sea agradarte. Tu deseo es mi deseo, Señor mío. Tus anhelos, mis anhelos, Rey mío.
El deseo de mi corazón es poder ser arcilla blanda y modelable en Tus manos, ser lo que Tú quieres que sea, ir adonde Tú quieras que vaya, hacer lo que Tú quieras que haga, decir lo que Tú quieras que diga. Quiero glorificarte y poder ser así una vasija de Tu amor, Tu luz y Tu verdad.
Me inclino ante Ti, mi Salvador y Señor. Haz de mí lo que desees; haz conmigo lo que quieras. Soy Tu humilde servidor. No soy nada ante Ti. Te entrego todo mi ser, mi corazón, mi alma, mi pensamiento. Lo más querido para mí en la vida lo pongo a Tus pies, con docilidad, sumisión y entrega total. Te amo con un amor imperecedero, reflejo del amor que Tú me tienes, manifestación del hecho de que Tú me amaste primero.
Gracias por todas las bendiciones de servirte. Aunque en ocasiones me he encontrado en circunstancias difíciles y ha habido momentos en que no sabía si lograría salir adelante o si hallaría fuerzas para continuar, Tú nunca me has fallado. A pesar de esas dificultades, me infundiste fe y gracia para perseverar.
Teniendo en cuenta el desánimo y la desdicha que envuelve a quienes no te conocen, y lo trabajosa que se les hace la existencia cotidiana, Mi vida ha sido como un sueño, una celebración, un banquete continuo. Jesús, poseo tantas riquezas: amor, compañía, amistad, provisión para todas mis necesidades, protección, salud, niños cariñosos, trabajo satisfactorio y más que nada la gratificante verdad de Tu Palabra.
Gracias, Jesús, por el honor que representa caminar muy junto a Ti por fe. Gracias por la fe. Gracias por el poder de Tu Espíritu. Gracias por orientar a cada uno a lo largo de la vida. Gracias por amarnos de manera individual.
Te agradezco que pueda hablarte siempre que lo desee. Puedo desahogarte mi corazón sabiendo que Tú siempre estás presente. Gracias por tener respuesta a mis inquietudes y por hablarme cuando lo necesito.
Te agradezco que Tu Palabra me proporcione tantas soluciones. Gracias que por lo menos la conozco en parte y poco a poco voy afianzándome en ella. Gracias, Señor, que asisto a Tu escuela y puedo especializarme en Tu Palabra. Gracias por lo profunda y lo interminable que es. Te agradezco que puedo continuar aprendiendo, progresando y acercándome cada vez más a Ti.
Gracias por ponerme en libertad. Ahora soy libre para vivir por Ti, libre de las cadenas del temor. Tú has dicho que donde está Tu Espíritu hay libertad. Tengo la certeza de que es así. Lo he vivido y lo agradezco infinitamente.
A veces, si tengo mucho que hacer cuando me despierto por la mañana, enseguida las tensiones me empiezan a abrumar. Entonces me dices tiernamente: «Échamelo todo a Mí». Cuando me siento débil e incapaz, Tú sigues fuerte. Cuando ignoro cómo resolver los múltiples problemas que se presentan, Tú me muestras las soluciones una por una. Considero que no merezco Tu amor y desvelo.
Gracias por la eficacia de la oración. Te agradezco que pueda acudir a Ti en todo problema y situación que se presente con la plena confianza de que escucharás mis súplicas. Te agradezco también que pueda pedirte que cuides y protejas a mis padres, mis seres queridos, mis hijos, mis amigos y otras personas. Gracias, Señor, por concederme el don de ayudar a los demás por medio de la oración.
Te agradezco que veles por mí, me guardes y me guíes. Te agradezco que Tus ángeles custodios me protejan y me defiendan. Sé que a veces me proteges de tal manera que ni me entero de ello. Hay cosas que no llegan a suceder porque Tú las previenes. Te agradezco que me protejas y me guardes de muy diversos modos.
Gracias por ampararme. Tu dulzura y Tu misericordia significan tanto para mí. ¡Cuánto las aprecio! Gracias por el ejemplo que me has dado, por las respuestas a las incógnitas de la vida. Gracias por instruirme y por ayudarme a llevar una vida tan sana, feliz y maravillosa. ¡Cuántas bendiciones disfruto!
Toda la creación te alaba. ¡Cuánto más no debería hacerlo yo! Cuando contemplo todas las obras de Tus manos, veo Tu infinito amor por Tus hijos. Todo lo creaste para que lo disfrutáramos. Lo único que nos pides es que te lo agradezcamos.
Cuando miro la inmensidad del cielo, me recuerda Tu amor sin límites. Cuando veo un paisaje verde y exuberante que se extiende hasta donde alcanza la vista, pienso en cómo provees para Tus hijos. Todo lo que has hecho es una ilustración del amor que abrigas por nosotros.
Gracias, Jesús, por las cosas grandes y ocultas que me enseñas. Tú dijiste: «Clama a Mí, y Yo [...] te enseñaré cosas grandes y ocultas» [Jeremías 33:3]. Te alabo por el privilegio de conocer el futuro, porque me has revelado suficientes detalles acerca de él como para entusiasmarme y hacer que lo aguarde con ilusión. Gracias por las visiones del Cielo que me has dado, por las metas que con esfuerzo debo alcanzar. Te agradezco que con mi pasado hagas borrón y cuenta nueva. Me has dicho que puedo olvidarme del pasado y de lo que queda atrás, y extenderme a lo que está adelante, mirar el porvenir, fijar la vista en Ti y captar la visión celestial. Gracias por las visiones del futuro, las visiones del Espíritu.
Quiero seguirte. Quiero obedecerte. He decidido recorrer con felicidad y expresión alegre la vía que me has puesto por delante, y cuento con que me ayudarás. Te voy a seguir lo mejor que pueda. Voy a amarte y a compartir Tu amor con los demás tanto como pueda. Gracias por dar ligereza a mis pasos y comunicarme una alegría que no pasa inadvertida.
Quiero que la gente sepa cuánto agradezco poder llamarte Padre mío, que lo considero un gran honor. Tu amor no tiene igual. Vale más que todo lo que pudiera renunciar a cambio de él.
Gracias por decirme lo que tengo que hacer, por indicarme el camino. Con gran aprecio y agradecimiento, quiero recorrerlo con felicidad y alegría, poniendo todo el corazón.
Gracias, Señor,
por todo el bien logrado.
Gracias, Señor,
por las almas que hemos ganado.
Gracias, Señor,
por los niños y los bebés.
Gracias, Señor,
por el don de la fe.
Gracias, Señor,
por la difusión de Tu Palabra.
Gracias, Señor,
porque al mal vencemos en batalla.
Gracias, Señor,
porque nos amamos unos a otros.
Gracias, Señor,
porque hay unidad entre nosotros.
Gracias, Señor,
porque damos de comer al hambriento
y le llevamos la luz de Tu conocimiento.
Gracias, Señor,
porque siempre cerca estás.
Gracias, Señor,
por Tu amor fiel y veraz.
Gracias, Señor,
por nuestro futuro galardón.
Por todo esto y por mucho más,
te damos las gracias, Señor.
Cuando te alabo, comienzo a oír sonidos musicales. Son armoniosos y melódicos. Me envuelven, me penetran y hasta se convierten en parte de mi ser.
Cuando te alabo, me proyecto al futuro, donde me veo libre de todas mis cargas y me encuentro con que todos mis problemas han quedado solucionados. Eso me infunde fe para el presente. Los conflictos y las dificultades se empequeñecen cuando te alabo, porque adquiero la confianza de que Tú te encargarás de resolverlos todos.
Cuando te alabo, oigo descender suavemente Tus respuestas y soluciones, que derriten mis inquietudes como si fueran nieve. Oigo también que me agradeces que me tome unos minutos contigo. Aspiro Tu Espíritu, que me llena y me transmite vida. Pero lo más maravilloso es que, cuando te alabo, oigo Tu voz que me dice que Tú también me amas.
Gracias por los regalos materiales que me haces, en los cuales veo reflejado Tu amor cada día: las manzanas, las naranjas, los plátanos, las verduras, cada uno con su bello color. ¡Cuánta variedad y cuánto colorido creaste! Con cada delicioso bocado que pruebo experimento Tu amor, Tu desvelo y Tu provisión.
Miro el techo y las paredes y percibo Tu protección. Te agradezco el refugio que prometiste a Tus hijos. Gracias, Jesús, por la suave almohada en la que puedo recostar la cabeza, por el colchón en el que puedo reposar el cuerpo, por la cómoda silla en la que me puedo sentar y relajar.
Gracias por mi amorosa familia, por mis hermanos y mis hermanas. Cuando miro alrededor, veo y palpo el amor que me prodigas. Te doy gracias por Tu amor. ¡Penetra hasta lo más hondo de mi alma! Te lo agradezco.
Gracias por los espacios de reposo que me concedes. A veces siento sobre mí un peso enorme que me abruma. Me da la impresión de que no lograré salir adelante, de que no puedo dar ni un paso más. Pero después, en el momento preciso, Tú aligeras mi carga. Tomas en Tus manos el peso que llevo a cuestas, lo levantas y me concedes suave descanso y relajación; justo lo que me hace falta. Cuando no aguanto más, sólo Tú podrías saber que necesito una tregua. En esos momentos me dejas sentir Tu amor celestial.
Me das pausas entre una batalla y otra. Me infundes paz en medio de la tormenta. Me envías rayos de alegría aun en plena lluvia de tristeza, y me ofreces un abrigo de paz donde resguardarme de los vientos turbulentos. Todo lo que procede de Tu mano es perfecto: las alegrías y el amor, las dificultades y las pruebas. En cualquier caso, Tú, amorosamente, me concedes momentos de profunda paz y tranquilidad.
Sé que todo lo que sucede está planeado por Ti. Me dijiste que transitara por esta senda; que has dispuesto cada uno de mis pasos, de uno en uno; que portara fiel y diligentemente mi cruz. Me mandaste que reflejara Tu amor, que llevara Tu gozo en mi corazón y que tuviera una sonrisa dibujada en el rostro a la vista de todos. Gracias por mostrarme, no sólo qué camino tomar, sino también cómo debo proceder. Tus amorosas palabras me guían. Te amo, Jesús.
Ayúdame a agradecerte constantemente las muchas bendiciones que me concedes. ¡Jesús, Jesús, amo Tu nombre! ¡Lo alabo! Te necesito, mi buen Jesús.
Yo vagaba triste a la deriva, buscando un hogar, buscando amor. Anduve errante por muchos valles y largos túneles en busca de la luz que me llevara a casa. Entonces te encontré a Ti, mi hermoso, amado y maravilloso salvador. Me recogiste en Tus amorosos brazos y llevaste Mi espíritu hasta Tu palacio celestial. Al fin me encuentro en casa, donde moraré contigo y te amaré por siempre jamás.
Te amo, Jesús. Quiero que broten de mi corazón las más exquisitas alabanzas a Ti, las melodías y palabras más dulces. Quiero darte a Ti y sólo a Ti lo más estupendo que poseo, las flores más fragantes, mis mayores tesoros, por grandes o pequeños que sean. Deseo hacerlo porque eres quien más me ama.
Al despertar quiero pensar en Ti antes que en ninguna otra cosa. Que lo primero que haga en el día sea dedicarte una alabanza. Que las primeras palabras que salgan de mi boca antes de emprender la jornada sean para Ti. Quiero dedicarte lo mejor de cada día. Quiero estar contigo antes de pensar o hacer nada.
Ayúdame a hacer eso todos los días, todas las mañanas. A dedicarte los primeros momentos, pasándolos a solas contigo en silencio, porque te amo y deseo alabarte.
Quiero que mis primeros pensamientos sean los que Tú me des. Antes que nada quiero que me des Tu amor. Quiero manifestarte en todas las formas posibles que Tú tienes prioridad. Antes de hacer nada, quiero preguntarte qué quieres que haga. En todo y a lo largo del día, quiero poner primero los ojos en Ti. Quiero que seas Tú el primer ser con quien hable y darte el primer lugar en todo.
¡Eres mi primer amor!
Gracias por rodearme cada día de Tu infalible misericordia y Tu inextinguible amor. Aunque no lo merezco, me deleito en Tus placeres. Te amo ahora y te amaré por siempre.
Cuando mi espíritu está agobiado y mi alma angustiada, alzo mi corazón a Ti, Señor mío. Busco Tu Espíritu de sabiduría y amor, Tu voz refrescante y pura. Te llevas mis pensamientos mundanos con Tus palabras fuertes y seguras. Me encanta escuchar Tus susurros; me encanta sintonizarme con Tu Espíritu. Me anima. Me renueva. La certeza de que Tu amor es eterno me infunde una fe sin límites. Tu cántico jamás termina; das, y das y das.
¡Sigue cantando, Jesús mío! Mi espíritu se eleva a Tus brazos de amor. ¡Sigue cantando, Señor mío, elévame hasta los cielos! Tu voz, las palabras que me dices al oído, son para mí la música más sublime que hay. Nada puede igualársele; no hay siquiera comparación. Nadie alcanza a ser como Tú, mi Señor. Un momento a Tu lado es todo lo que preciso para renovar mi deseo de acudir a Ti una y otra vez. Mi salvador, mi tierno Jesús: mi deseo de Ti es insaciable.
Jesús, te amo muchísimo. ¡Qué inapreciable tesoro es estar en Tu presencia, solazarme en Tu amor! Lo más maravilloso es que te tengo cada instante del día. Te puedo llevar conmigo donde sea que vaya. Me has dado Tu corazón; no sólo una ínfima parte, sino todo él. Eres mío. Nadie podrá arrebatarte de mí. Eres mío para siempre, desde la más alta cumbre hasta el más profundo abismo.
Gracias, Jesús. ¿Quién como Tú? Nadie. Gracias por colmarme de bendiciones. Me has privilegiado con verdaderas riquezas. La sola idea de ello rebasa mi entendimiento. Es tan pasmoso que resulta inútil intentar aun comprenderlo.
No podría intentar siquiera entender el gran amor que albergas por mí. Es tan amplio, tan grandioso, tan colosal. Todo lo engloba. Eres incomparable, mi buen Señor.
Desvelo sin límite.
Depósito inconmensurable.
Tesoro inagotable de devoción infinita.
Afecto inextinguible, imperecedero.
Ternura perenne, calidez continua, invariable,
que envuelve y entrega cariño.
Valor eterno, inmutable,
que a todos abraza con un perdón que nunca expira.
Pasión celestial. Exquisito placer. Arrobamiento sin fin.
Luz radiante de divino éxtasis,
que embriaga, satisface
y fluye incesante.
Así es Tu amor inmortal.
Dulce, celestial, maravilloso e innovador Jesús, ¡te quiero tanto! Eres magnífico. Lo abarcas todo. Gracias por ser a cada instante justo lo que me hace falta. Cuando me veo en un aprieto, Tú siempre tienes la solución. Cuando necesito ayuda urgente, eres mi pronto auxilio.
Cuando necesito a alguien con quien hablar, me brindas un oído amoroso y eres mi paño de lágrimas. A veces me da vergüenza llorar en presencia de otras personas, sin embargo, contigo nunca me siento así. Puedo actuar con naturalidad, sabiendo que me aceptas y me quieres tal como soy. De hecho, te agrada más aún que en Tu presencia me conduzca con espontaneidad y te lo cuente todo.
Te deleitas en escucharme cuando te expongo mis más íntimos pensamientos, aunque me parezcan descabellados y no considere que valga la pena expresarlos. Cada vez que te descubro un rincón de mi corazón, me entregas una parte del Tuyo, un poco más de Tu amor, Tu paz y Tu felicidad, con lo que después de pasar unos momentos contigo me siento diferente, un poco más como Tú. Quiero tenerte por modelo.
Ahora que te he encontrado, comprendo lo que es ser el objeto de un amor total, profundo y sin límites. Nadie me había amado nunca de forma tan cabal, tan intensa. Me aceptas, me amas, me entiendes y me aprecias plenamente por todo lo que soy.
Me haces ver en qué aspectos te gustaría que cambiara y me ayudas a esforzarme por mejorar. En ningún momento percibo en Ti una actitud de condena o de crítica, sino sólo el amor más sublime.
No hace falta que disimule mis faltas o mis debilidades. Sé que Tú las ves con compasión. Las cubres con amor. Las aceptas a través de Tu perdón. Luego, me tomas de la mano y proseguimos juntos.
Por todas estas y muchísimas más preciosas razones, te amo, Jesús.
Gracias, Jesús, por la libertad que me das. Contigo puedo realizarme en lo que desee. No tengo por qué adaptarme a ningún molde. Me has liberado.
¡Me encanta la libertad! Me entusiasma zafarme del molde de las tradiciones y de lo convencional. A veces me gusta hacer cosas que algunos estiman insólitas. Para mí es importante ser diferente a veces. Quiero desembarazarme de las cadenas del conformismo.
Tú me entiendes, porque fuiste un rebelde. Encontraste la más noble de las causas, y por ella te rebelaste. Yo también he encontrado esa causa. Me rebelo contra el Diablo y el aluvión de mentiras con que me quiere anegar. Me has liberado para que lo derrote con la contundencia de Tu Palabra. ¡Cuánto poder me has conferido! Tu libertad es la fuerza más poderosa que existe.
Para Ti, Jesús, no hay nada difícil. Nada es pequeño ni grande en exceso. Nada carece de importancia. Nada es imposible. Nada que yo haga te sorprende. Nada puede poner fin al amor que albergas por mí. Nada que te pida te parece excesivo.
A Tus ojos, nadie carece de importancia. Nadie se pasa de alto, de bajo, de lento o de torpe. Nadie es feo para Ti. Nadie te aburre. Nadie se excede en maldad. Nadie queda fuera del alcance de Tu amor. Te ruego que me transformes para que sea más como Tú.
Tu voz es como el sonido de muchas aguas, transmisora de amor, de sabiduría, de alegría y de apoyo. Tu voz alivia el dolor, da gozo en la batalla, fuerzas en la enfermedad, y vigor y ánimo por siempre.
Sin yo merecerlo, has prometido amarme, alimentarme, consolarme, cuidarme y mantenerme siempre. Te has comprometido a hacerme feliz, a darme cuanto necesite y hasta lo que desee.
Yo, por mi parte, prometo amarte eternamente y hacer todo lo posible por complacerte. Nos unen fuertes lazos de amor. Existe entre nosotros un enlace, un nexo que une nuestro corazón y nuestro espíritu. Somos uno para siempre. Nada podrá matar o apagar nuestro amor.
Has conquistado mi corazón. Siempre te perteneceré. Nunca podré amar a nadie como te amo a Ti, pues nadie podrá amarme como Tú me has amado y sigues amándome: tan a fondo, tan completamente. Nadie más ha dado su vida, derramado su sangre y soportado dolor y torturas para rescatarme.
Eres verdaderamente mi amor eterno, un amante sin igual, un excelente amigo y consolador, el Salvador vivo, cuyo poder y fortaleza siempre me sostendrán y nunca me defraudarán.
Jesús, te honro, te doy gracias, te glorifico y te bendigo. A Ti rindo mi alma, mi corazón y mi mente, y con humildad te adoro. El amor que abrigo por Ti nace del fondo de mi corazón. Te alabo y te honro con todo mi ser. Me presento ante Ti, me postro a Tus pies y te glorifico, en gratitud por el irresistible amor, la compasión, la misericordia y la paciencia que me prodigas. Te doy gloria, te reverencio y te exalto por encima de cuanto hay en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra.
Eres mi vida. Eres mi alegría. Lo eres todo para mí. No sabes cuánto te necesito. Si digo que agradezco tenerte, en realidad no alcanzo a expresar lo que realmente siento por Ti. Para expresar en toda su extensión cuánto significas para mí necesitaría mucho más que idiomas humanos; me harían falta lenguas de ángeles.
Para mí lo eres todo. Sin Ti no soy nada ni puedo nada. Mi corazón te anhela con el mismo deseo de un amante por su amada. Mi alma suspira por Ti como con el ansia de un sediento en el desierto que se muere por un vaso de agua fría. Me tratas de maravilla. No merezco en modo alguno el amor que me tienes. No soy digno de las bendiciones que me prodigas ni de la misericordia de que continuamente me haces objeto. Por todo ello, estoy eternamente en deuda contigo. Te debo la vida. Gracias por amarme.
Nunca me has desamparado, Jesús. Me has amado, apoyado y sostenido año tras año, aun en tiempos turbulentos, en batallas y dificultades. Aunque he sido infiel, Tú has permanecido fiel; aunque he sido débil, Tú te has mostrado fuerte. Ahora entiendo que por medio de todas esas dificultades querías acercarme a Ti.
Me causa dicha que me hayas amparado en medio de tantas batallas. Cuando estaba muy débil, me enviaste socorro. Así me amaste, así me conquistaste.
Permíteme estar eternamente a Tu lado. Déjame aferrarme siempre a Ti. Sabes que te necesito, pero a veces me dejo llevar por mi espíritu y me inquieto, me afano y me consumo con el trajín del día. No toleres que me descarríe. Quiero estar continuamente a Tu lado. ¡Te amo!
Gracias, Jesús, por Tu bella creación, por el sol, la luna, las estrellas, los árboles, la hierba, las flores, las onduladas colinas, los prados, los ríos y los mares. Gracias por darnos todas esas cosas para nuestro deleite, por las aves que entonan trinos dulces y risueños, por la brisa refrescante, por la lluvia, que lo deja todo limpio. ¡Gracias por cada una de esas muestras de amor!
Tus más mínimos deseos son órdenes para mí, y Tu menor indicación me motiva. Quiero manifestarte en todo momento mi amor. No sólo con mis propias obras, sino haciendo Tus obras, las que Tú quieres llevar a cabo por medio de mí, no lo que yo tengo pensado o considero de más importancia.
Te amo con pasión. ¡Eres mi más valioso tesoro! Tu amor supera todos los demás. Eres primoroso, amable, bondadoso y, al mismo tiempo, estás investido de gran poder.
No me es necesario conocer nada; me basta con conocerte a Ti. Te doy gracias por ello. No tengo que ser nada; me basta con estar en Tu presencia. No hace falta que sepa adónde voy; con seguirte es suficiente. Gracias por mi debilidad, la cual hace posible que se manifieste Tu poder. Cuando no sé qué decir, puedes hablar Tú por mi boca. Cuando no sé qué hacer, me basta con pedirte orientación.
Gracias porque cuando me siento tan insignificante, cuando me parece que no sé nada ni soy capaz de hacer nada, cuando siento que no tengo nada dentro, Tú me llenas. Te agradezco que puedes tornar mis flaquezas en puntos fuertes, que me puedas transformar para Tu gloria.
Gracias porque me basta con entregarme a Ti y dejar que obres, actúes y hables Tú por medio de mí. De ese modo no tengo que preocuparme por lo que no pueda hacer. Has hecho que sea muy fácil dejar que nos ayudes a resolver las dificultades. A veces nos cuesta depositar toda nuestra confianza en Ti cuando las cosas van mal, pero es importantísimo que lo hagamos. Ayúdame a ser una vasija perfecta para Ti, receptiva en todo momento a cuanto tengas para mí.
Tú iluminas mi vida y me infundes esperanzas para seguir adelante. Cambiaste todo mi temor en perfecto amor. No hay nadie como Tú, Señor de señores, Rey de reyes. Gracias por Tu poder sobrenatural. Tu toque mágico está rompiendo las cadenas que me apresaban.
Te amo tanto, salvador mío, que es imposible expresarlo con meras palabras. Toma mi corazón y hazlo todo Tuyo, por entero. Haz conmigo lo que te plazca. Será un gran placer para mí seguirte adonde me lleves, obedecerte en todo lo que me pidas y hacer cualquier cosa que me mandes.
Me lo has dado todo. ¿Por qué habría yo de negarte algo? Mi vida, mi voluntad, mi mente, mi cuerpo, mi corazón y espíritu, mi tiempo, mi servicio y, ante todo, mi amor devoto, son todos Tuyos.
Cuán valioso y liberador es el conocimiento de que en Ti no hay condenación. Te agradezco que Tu amor y Tu misericordia sean desde la eternidad y hasta la eternidad. Ayúdame a ser más como Tú, a ver con ojos llenos de fe lo bueno, lo puro y lo amable que hay en el corazón de los demás, del mismo modo que Tú miras en mi corazón y eliges ver sólo lo bueno, lo puro y lo amable.
Aunque esté enterrado bajo muchos escombros, tapado por los afanes de la vida, Tú ves lo bueno y las posibilidades ocultas que nadie más advierte. Sabes que esas cualidades yacen allí. Tú mismo las pusiste en mi ser, ya que eres el autor de la vida, la fuente de toda dádiva buena y perfecta, el dador de bienes a todos Tus hijos. Bastaría eso para que te amara y te adorara, y no digamos todo lo demás que haces para manifestarme Tu amor. ¡Mi vida te pertenece por siempre jamás!
Jesús, Tú eres el primero al que acudo cuando tengo una pregunta o dificultad. Ahora se me hace mucho más fácil la vida. A Ti recurro, te quiero escuchar, a Tu lado deseo estar en todo momento.
Gracias, Jesús, por proveerme de cuanto necesito. Gracias por la felicidad. Gracias por la alegría. Gracias por el gozo.
Porque te amo, te pregunto: «¿Estoy obrando bien? ¿Te agrada esto? ¿Es lo que deseas que haga?» A veces me doy cuenta de que estoy sonriendo, y todo se debe a que te amo. ¡Es como haber revivido! Ruego que nunca se apague este ardor.
Espero con gran ilusión aprender nuevas maneras de expresarte mi amor. De igual manera que Tú deseas mi afecto y mis palabras de elogio, yo anhelo cultivar y perfeccionar el don de la alabanza a fin de demostrarte mejor cuánto te quiero. Quiero poder comunicarte una y otra vez, de maneras muy variadas, lo mucho que te adoro, cuánto te quiero, que siempre deseo entregarme a Ti, decirte que sí y deleitarte.
Mi espíritu en alabanza se eleva.
En los cielos alegre hacia Ti vuela.
Elogiándote tierna, humildemente,
alzo los brazos con deseo vehemente.
Sin ti, Jesús, estaría mi vida
encerrada, encadenada, impedida;
pero Tu magno poder y Tu gracia
tornan mi angustia y mi desdicha en danza.
Tu sabiduría firme y segura
no deja espacio en mí para la duda.
Una mirada a Tu faz placentera
me infunde fuerzas para la carrera.
Gracias por las posesiones materiales que me das, por atender a todas mis necesidades físicas, por el agua que bebo, por el aire puro que respiro, por el sol y por la salud y fortaleza que me das para servirte. Gracias por todo.
Nos has pedido que te demos gracias en todo. Ayúdame a tener siempre presente ese principio, a tener en todo momento un espíritu agradecido, a elevarte mi corazón en señal de gratitud.
Sé que nunca podré pagártelo, Señor. No obstante, por poco que parezca en comparación con lo que Tú has hecho por mí, te entrego mi vida, mi amor, todo lo que tengo. Tuyo es todo mi ser. Eternamente te prodigaré mi amor.
Gracias, Jesús, por mis seres queridos, con quienes puedo gozar de relaciones estrechas. También te doy gracias por las veces en que no tengo a nadie con quien compenetrarme. Aunque me resulta difícil, sé que esas ocasiones también forman parte de Tu plan.
Así, pues, te doy gracias por la soledad que experimento en estos momentos. A raíz de ello disfruto de este singular tiempo contigo. Gracias porque tomas mi corazón quebrantado y lo compones con palabras cariñosas y porque en Tu presencia hay plenitud de gozo.
¡Lo eres todo para mí! Gracias porque en los momentos de soledad y vacío, me llenas el corazón con Tu amor inmenso e impresionante, que se lleva mi dolor. Gracias porque me llenas tanto que el vacío desaparece.
Te alabo por el amor y el consuelo que nos brindas continuamente y sin condiciones. Tu amor y Tus palabras no dejan de descender sobre mí a raudales. Son una fuente inagotable.
Te amo. Siempre te amaré. Siempre quiero estar a Tu lado.
Me acurruco junto a Ti, Jesús. En Tus brazos siento gran dicha, consuelo y seguridad. Gracias por Tu sublime y cálido amor. ¡Cuánto te quiero! Te necesito intensamente. Lo eres todo para mí.
Gracias por este nuevo día, incluso por los pequeños dolores y lastimaduras que me ayudan a apreciar la salud de que generalmente disfruto. Te estoy agradecido por el cuerpo tan maravilloso que me has facilitado; por los brazos, las piernas, las manos, los pies, los ojos, los oídos y la boca. Jesús, te dedico mi cuerpo. Sólo quiero vivir para alabarte y glorificarte.
Cuando me detengo a pensarlo, me doy cuenta de que cada bocanada de aire que respiro y cada latido de mi corazón son una maravilla, un milagro. No necesito aparatos para que mi organismo funcione bien; solo tengo que cuidar de la fabulosa máquina que me has dado. Ayúdame a darle siempre un buen trato para que esté en forma, saludable y en condiciones de servirte y de servir al prójimo. Y si permites que sufra alguna pequeña avería, o si de vez en cuando necesita un ajuste, ayúdame a aprovechar para lubricarme a fondo con Tu precioso Espíritu Santo y dejar que Tus palabras me renueven.
Gracias porque, en la salud o en la enfermedad, siempre te puedo alabar acercándome a Ti o ayudando a alguien. Te amo mucho. No deseo otra cosa que agradarte.
Quise hacer una pausa para decirte que te amo y darte las gracias por todo. Estoy pasando un día excelente, y te lo agradezco. Gracias por el sol. Muchas gracias por mi familia. ¡Qué bien me tratas! Todavía me asombro de que te conozca y de que quieras ser mi dueño. Me llenas de dicha y colmas mis días de bendiciones: auténtica satisfacción en mi trabajo y además paz interior, pues sé que lo tienes todo en Tus manos. No me canso de agradecértelo. Me alegra en el alma que sepas la gratitud que siento y que seas consciente de que te amo. Aprecio todo lo que haces por mí.
Te doy gracias, Jesús, por ser mi gerente particular. Gracias por aclararme los pensamientos. A veces me parece que me he perdido en el bosque de mi diario transitar. No sé qué hacer ni qué tiene más prioridad, qué será lo más importante. Gracias porque ello me impulsa a buscarte y a solicitar consejo y ayuda de otras personas. Me ayuda a no ser tan independiente. Gracias también por bendecir después mis esfuerzos con ideas y planes muy claros, con indicaciones precisas en cuanto al rumbo que debo seguir y la velocidad a la que debo avanzar, y por darme paz mostrándome la meta y el programa general.
Gracias por estar siempre presente para ayudarme con lo que tengo que hacer. No es preciso que me preocupe de si me faltará sabiduría, conocimientos o experiencia: cuando acudo a Ti pones todo eso a mi alcance. Reconozco mi ineptitud y mi necesidad. Por eso, espero tus susurros. Siempre estás tan dispuesto a ayudarme y a obrar por medio de mí. Cuando tengo un problema, o no sé qué es lo primero que debo hacer o cómo programar las actividades del día, me basta con acudir a Ti para que me des consejos claros. Me dices cómo puedo sacar más partido de la jornada.
Lo maravilloso de acudir a Ti en busca de ayuda es que un día organizado por Ti siempre me brinda satisfacción.
Me has dado tanto. Me colmas. Tu lluvia no para nunca, Jesús. Tu arroyo nunca se seca. Tus aguas nunca se agotan. Siempre puedo contar con que seguirán corriendo y avanzando. Gracias porque yo también puedo avanzar. Tú siempre vas delante guiándome e indicándome el camino, y te puedo seguir. Gracias por ser lámpara a mis pies y lumbrera a mi camino, y por orientarme con Tu Palabra. Gracias por hablarme mediante la voz de Tu Palabra, mediante el silbo apacible de Tu voz, que me guía, me dirige y me indica lo que debo hacer.
Gracias por los grandiosos milagros que obras en mi vida. Gracias por bendecirme. No me lo merezco en absoluto. Eres tan generoso, amoroso y comprensivo conmigo y tienes tanta confianza en mí. Es maravilloso poder amarte por encima de todo, poder recurrir a Ti en todo. Eres mi dulce Jesús, mi entrañable y tierno amigo. Te amo, te adoro, pues me creaste para Ti. ¡Alabo Tu nombre!
Jesús, eres maravilloso, encantador, magnífico. Lo eres todo para mí: mi amor, mi palpitar, mi esperanza, mi sonrisa, mi ternura. Eres perfecto, insuperable.
Estoy en deuda contigo, porque repartes, añades y vuelves a añadir. Al sentir Tu amor, derramo lágrimas de alegría. No puedo más que darte las gracias y decirte cuánto te quiero. Espero que esta pequeña muestra de amor y gratitud te complazca. ¡Te amo! ¡Te alabo! Te honro y te ensalzo por siempre jamás.
Qué fuerte eres. ¡Qué grande, poderoso, tremendo y magnífico! ¡Impresionante! Si me envuelve Tu inmenso poder, no tengo que preocuparme en lo más mínimo de si tendré las fuerzas o la capacidad para afrontar las batallas y pesos de la vida. Cuento contigo, mi valeroso defensor, para que luches por mí. Cuento contigo, mi gran proveedor, para que tomes y sobrelleves cada carga.
No puedo apartarme jamás de Ti, pues sin Ti nada soy. Sin Ti me pierdo y estoy débil, sin fuerzas, sin fe y sin esperanza. En mí no hay fuerzas, belleza ni capacidad. Sin embargo, al permanecer en Ti puedo participar de Tus maravillosos y sublimes atributos y disfrutarlos como si fueran propios. ¡Qué grande eres! ¡Qué poderoso! ¡Qué bendición es tenerte! ¡Qué bendición es pertenecer a Ti!
Me agrada alabarte, dulce Señor. Me deleito en Tu alabanza de día y de noche, pues eres fascinante, magnífico. Lo eres todo para mí. Sin Ti, nada puedo hacer. Por eso te alabo y te doy gracias. ¡Gracias, Jesús! Alabado seas.
Temprano te buscaré con aleluyas, y durante el día Tu alabanza estará de continuo en mi boca. Sé que la alabanza es hermosa y que habitas entre los loores de Tu pueblo. Quiero que habites conmigo y en mí. Te engrandeceré y te daré gracias por las maravillas que has hecho por mí.
Sé que te encanta que te alaben y que anhelas mis alabanzas; así que te las prodigaré. Deseo que estén de continuo en mis labios, pues te amo y quiero buscarte día y noche. Sin Ti yo nada puedo.
No puedo vivir sin Ti. Eres mi sustento, lo que me mantiene con vida. El aire puro de Tu Espíritu es muy tonificante y me da fuerzas para seguir el itinerario de la jornada.
Tu Espíritu me levanta el ánimo como ninguna otra cosa. ¡Eres superestimulante! Te ruego que me llenes con la plenitud de Tu potencia. Redobla el flujo de Tu Espíritu en mí. No te contengas. Eres mi fuerza, mi fuente de energía. Gracias porque puedo respirarte tanto como quiera y renovar así todo mi ser. Me rejuveneces, me revitalizas, me revives. El aire puro de Tu Espíritu despierta la vida en mí. ¡Me reactivas! Reavivas mi fuego. Cada vez que aspiro hondo Tu espíritu es como si renaciera. Eres mi resurrección. Me has revivido. Gracias por la vitalidad de Tu Espíritu.
Ya tomé mi estimulante y me has renovado. Tu energía corre por mis venas. Ahora estoy en condiciones de afrontar el día.
Te amo, Señor mío. Me haces falta. Jesús, ¡eres deslumbrante, majestuoso! Tu nombre es admirable. Has hecho cosas maravillosas para mí.
Mi estimado Jesús, te doy gracias por Tu espléndido Espíritu y porque siempre estás a mi lado para ayudarme en todo. En cualquier momento puedo acudir a Ti para plantearte mis ideas, mis preocupaciones y mis dudas, con la certeza de que me escucharás. Percibo Tu amor y Tu desvelo.
Siento Tu luz, más radiante que el sol. Siento Tus aguas, más refrescantes que un límpido arroyo montañés, más puras que la nieve recién caída sobre las cumbres. Me elevo sobre todo lo creado y te abrazo en cuanto oigo que me llamas. Respondo cuando me requieres. Dejo atrás la carne y me remonto en Tu Espíritu a las alturas, donde me encuentro contigo, te saludo y te alabo.
Me gozo en Tu compañía, ya que supera la que pueden proporcionar amigos y amores. Tú eres mi compañero y mi Señor, un Señor revestido de majestuosidad, de victoria y de honra. Alabo la sola idea de Tu presencia. Tu gracia me ha salvado. Me inclino ante el grandioso, infinito y excelso Espíritu de Dios.
Toma mis palabras de alabanza y gozo, y deja que su ofrenda de gratitud te llene el corazón. Lo eres todo: mi día y mi noche; mi mañana, mediodía y tarde; mi alimento y mi agua; mi fuerza y mi vida. Aunque mis palabras son sencillas e insuficientes, llegan a Ti, mi Dios grande y poderoso. Te ruego que las aceptes en prenda de mi gratitud por todo lo que has hecho y has sido para mí.
Gracias por todo lo que has hecho por mí, por todo lo que me ha sucedido en la vida, por cada una de mis experiencias, hasta por los desengaños: sé que todo ello procedió de Ti. Aunque no fueras el causante de esas cosas, las permitiste para observar mi reacción, para enseñarme y para acercarme a Ti. Deseabas que adquiriera la habilidad de sobreponerme a situaciones difíciles y alabarte por ellas. Querías hacerme ver que en todas ellas Tú estabas presente. Las permitiste para poner a prueba mi fe, para ver si creía que de aparentes derrotas sacarías triunfos.
Gracias, Jesús, por las veces en que me he hallado entre la espada y la pared. Sé que se debió al amor que me tienes a mí en particular, un amor a mi medida. Gracias por todas las vivencias que he tenido, por los triunfos y por los aparentes fracasos. Te doy gracias por ellos. Te alabo por ellos. Exalto Tu glorioso nombre. Alabo el amor que abrigas por mí. Gracias.
Nadie me conoce tan bien como Tú, Jesús. Me das tanta dicha. Quiero que conozcas cada uno de mis pensamientos, deseos y secretos. Ni siquiera me molesta que sepas de mis faltas y debilidades: las miras con gran misericordia y comprensión. Sabes que esas mismas debilidades me recuerdan mi necesidad de Ti. Y aunque me conoces por dentro y por fuera, me amas, como siempre me has amado. Eso significa mucho para mí.
Cada día que pasa quiero que formes más y más parte de mi vida, que conozcas mis pensamientos y participes en mis decisiones. Quiero ser más como Tú. Quiero pensar lo mismo que Tú y ver las cosas como las ves Tú. Quiero que siempre seamos uno.
Mi buen Jesús, en todo sentido es un placer estar contigo. Eres un gozo que me embarga. Nunca deja de asombrarme que, aun cuando flaqueo, este gozo Tuyo no cese. Incluso cuando me asalta el desaliento y arrecian las batallas, este gozo Tuyo permanece puro e inalterable.
Hace ya muchos años que vivo esta alegría, y no deja de asombrarme lo irreversible y permanente que es. Siempre puedo contar contigo. ¡Siempre! Nunca has estado ausente; has tomado parte en todas las facetas y detalles de mi vida. Te alabo y te doy gracias por ello, mi inolvidable Señor. ¡Te adoro! Verdaderamente eres mi mejor amigo, mi mayor alegría. ¡Cuánta gratitud y cuánta felicidad me embargan por el amor que en todo momento viertes dentro de mi corazón!
Me has saciado de bendiciones. ¡Cuánto amor me has manifestado al bendecirme con una vida tan bella! No lo entiendo. Seguramente nunca conseguiré explicármelo. ¿Cómo ha podido pasarle eso a alguien tan insignificante como yo? A una persona como yo, con tantos defectos e idiosincrasias, ¡le has concedido tanto!
Eres una maravilla. No podría vivir sin Ti, ni quiero hacerlo. Te ruego que no dejes que me aparte de Tu presencia. Te agradezco todo lo que haces en mi vida —lo grande y lo pequeño— para motivarme a permanecer a Tu lado.
Antes los problemas y las dificultades se me hacían una montaña; ahora, en cambio, los veo como una bendición. Si no me topara con dificultades en la vida sería víctima del fariseísmo y el orgullo, y ni me acordaría de que te necesito. Mis muchas debilidades me hacen ver claramente que sin Ti no puedo salir adelante.
Agradezco en el alma el amor que me has demostrado, Tu inestimable amor. Con mis numerosos errores y las distintas ocasiones en que he caído en el desaliento o he andado fuera de onda me has hecho ver lo mucho que me amas. Haces llover sobre mí Tus bendiciones, Tu amor y todo cuanto necesito. Sin Ti no puedo dar un paso. ¡Cómo me alegra que tengas mi mano firmemente asida con la Tuya!
Soy como un ciego al que guías paso a paso. Continuamente me animas diciéndome que voy bien: «Sigue así, un paso más». Me enseñas a seguir Tus pasos de amor. Te lo agradezco.
¡Te amo intensamente! Aprecio mucho cuanto haces por mí, todo lo que me das y la forma en que me cuidas como a un hijo.
Gracias, Señor, porque nunca me decepcionas. Gracias por fijarte en un don nadie como yo y convertirme en una persona útil. Te doy gracias por las abundantes riquezas de Tu amor.
Gracias por las desilusiones, por los cambios de planes, por las cosas que no salen exactamente como pensábamos. Intentaste advertirme, Señor, pero no hice caso de Tus indicaciones. Ahora sé más que nunca que velas por mí: me mostraste con antelación qué pasaría. Me hiciste ver que no iba a ser tal como yo esperaba. Lo que pasó fue que no me di cuenta de que me lo estabas indicando Tú. Ahora, con esta decepción, he aprendido a reconocer mejor Tu voz. He visto con más claridad que puedo fiarme de la orientación que me brindas en susurros. Así distinguiré más pronto Tu voz la próxima vez que me adviertas lo que va a pasar.
Nunca me da la sensación de que te molesto. A lo largo del día prestas oídos a mis quejas, problemas y peticiones, y en todo momento estás dispuesto a tomar sobre Ti las pesadas cargas que llevo. Por eso quiero desentenderme de todo lo demás en estos momentos de alabanza y dedicarlos exclusivamente a halagarte, amarte y darte gracias.
Quiero amarte, enaltecerte, darte gracias por el prodigioso amor que me brindas pese a mis fallos y defectos. Gracias por las veces en que, aunque caigo, me recuerdas que no soy para Ti una molestia, y me dices que estás contento de que yo sea un conducto de Tu amor. Te agradezco que sólo veas en mí lo bueno, sólo tengas ojos para ver mis aptitudes, y me asegures que no hay nada en mí que no te guste o que no ames.
Jesús, no puedo ganarme Tu amor. Lo que sí puedo hacer —en señal de gratitud, entrega y adoración— es seguirte sin reservas, tal como necesitas y deseas que haga.
Te debo las gracias por hacer que me resulte tan fácil complacerte. ¡Ojalá las palabras de amor que te dedico se traduzcan en acciones cuando comunique ese amor a los demás!
Me encantan los momentos que puedo pasar contigo. Me fascina cerrar los ojos y descansar en Tus brazos sabiendo que cuando estoy contigo no tengo que preocuparme de nada, que todo está resuelto.
Me estrechas contra Ti y alejas de mí todo pensamiento que me distraiga. Me brindas serenidad, consuelo, amor y honda alegría. Me abres los ojos al mundo espiritual y me muestras increíbles delicias que jamás había visto ni imaginado. Luego me dices que no es más que un anticipo, una vislumbre, un breve vistazo de las realidades de la vida futura.
Sabes exactamente qué hacer para alegrarme y levantarme la moral cuando me he desanimado y ando algo triste o de capa caída. Sabes alentarme. Sabes ni más ni menos qué hacer para motivarme.
Eres mi mayor motivador. Vivo por Ti, amo por Ti. Todo lo que haga o dé me lo retribuyes con una fugaz mirada a Tus tiernos ojos, con una palabra de aliento. ¡Haces que mi vida valga la pena!
Jesús, ¡cuánto te amo! ¡Eres bello, eres un encanto, mi Señor! Te inclinas para hacer obsequios a Tus hijos, y me empapas de Tu amor. Me has dado más de lo que podría desear o pedir. Me has concedido placeres, dichas y alegrías inconmensurables. Eres la fuente de mi alegría, aquel a quien puedo acudir para aprender a llevar una vida fructífera y feliz.
Me amas tanto que has dispuesto para mí una vida de felicidad y de provecho. Me guías con paciencia en cada paso que doy y me sostienes cuando caigo. Eres el colmo de las maravillas. Me has traído a lugar espacioso y me has ungido con óleo de alegría. El bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en Tus atrios moraré por siempre.
Nunca me has abandonado, nunca me has desamparado. Antes, has velado por mí y me has ayudado paso a paso. Te amo por Tu continuo desvelo por mí. Te doy gracias por Tu constante generosidad. Te adoro por el gran amor que me prodigas. Te reverencio por Tu majestad y poder. Eres mío —mi Señor, mi amigo, mi salvador—, y yo siempre te perteneceré.
Me gustan mucho estos momentos tranquilos que pasamos juntos. Me encanta estar a solas contigo, hablarte, escucharte y sentir Tu tierna voz. Me gusta percibir Tu presencia. Todo en Ti me gusta, Jesús. Gracias por bendecir mi vida con tantas maravillas.
Gracias por dedicarme tiempo y atención. Gracias porque nunca estás muy ocupado para atenderme. En cualquier momento del día o de la noche puedo hacer una pausa y elevar a Ti mis pensamientos para que me transportes al plano espiritual. Si me afligen la soledad o la tristeza, me estrechas contra Ti. Entonces me invade una sensación de calidez, amor y seguridad que ahuyenta todos mis temores.
En los momentos de confusión y contrariedad, me aclaras los pensamientos. Cuando tengo necesidad de un amigo o de alguien que me haga compañía, gustoso me acompañas en mis actividades.
Te agradezco que en la dimensión espiritual se nos puedan conceder todos nuestros deseos y se puedan materializar todos nuestros sueños. ¡Contigo todo es posible! Gracias por deleitarme con cosas tan buenas.
Te alabo, oh Señor. Alábente también todos los pueblos. Has satisfecho mis deseos y puesto un cántico nuevo en mis labios, himnos de júbilo y de alabanza. Me has sacado del pozo en que me sumí cuando cometí el error de recriminarme, de menospreciarme, de rebajarme. Me has liberado de las cadenas del yo y me has demostrado que puedo remontarme por encima de los confines de mi razonamiento a fin de fundirme en gozosa unión contigo.
Eres maravilloso, Señor mío, y mi alma lo sabe muy bien. Conoces y mides cada uno de mis pasos. Me has guardado de caer. Sólo has permitido aquellos deslices y tropiezos que me iban a acercar a Ti. Oh Dios, te doy gracias por todos Tus mandamientos, que son rectos y verdaderos.
Te agradezco Tu amor sin límites, que nunca me ha decepcionado ni me ha abandonado. Te agradezco aun mis imperfecciones y debilidades, y los fallos que cometo, pues me hacen ver mis limitaciones y me impulsan a acudir a Ti. Te agradezco, Dios mío, todo lo que haces por mí, cada una de las maravillas que obras a mi favor. Mas que nada, te agradezco el cariño, la seguridad y la alegría que me transmite Tu presencia. Te agradezco que a cada paso que doy me acompañas y me sustentas con Tu poderosa diestra.
Gracias, Jesús, por la infinidad de detalles con que nos bendices. ¡Ojalá no se nos olvide darte las gracias por todas las cositas que haces a diario para manifestarnos Tu amor! De tan acostumbrados que estamos a Tus bendiciones, a veces ni nos fijamos en muchas de ellas. No vemos hasta qué punto esos detalles nos demuestran Tu amor.
Gracias por protegernos de tantos peligros y percances que se nos pasan inadvertidos. A veces ni sabemos que nos protegiste, porque no vemos lo que habría pasado de no haberlo evitado Tú. Te alabamos y te damos gracias por ello.
Ayúdanos a darte las gracias más a menudo por todos los detalles, por las pequeñas muestras de Tu amor, de Tu amparo y protección.
Te agradezco que vaya a pasar la eternidad contigo y con mis seres queridos. Te doy gracias porque jamás nos separaremos. Jamás estaremos solos. Cada día te conoceré mejor. Te veré con mayor claridad, te entenderé de manera más profunda.
Eres más dulce que la miel para mi alma. Ansío que llenes hasta el último rincón de mi corazón. Tú me conoces mejor que mis más íntimos amigos.
Tu amor es como las olas del mar. Me inunda, burbujea a mi alrededor, centellea, se arremolina, cambia y se mueve de distintas formas, así como las olas rompen contra las rocas y salpican. Embeberme en Tu amor es mi mayor deseo. Así descubriré que Tú eres todo lo que necesito.
Te alabo, magnífico y dulce Jesús. Me deleita estar contigo. Me agrada venir a Ti. Sé que puedo dirigirte las palabras que me salgan y que, aunque me exprese con dificultad y no sepa decirte las cosas, Tú de todos modos lo aprecias.
Te amo mucho. ¡No puedo ni quiero soltarte! Te abrazo. Me aferro a Ti. Permíteme quedarme a Tu lado. Está tan oscuro y tormentoso. No quiero despegarme de Ti. No me siento capaz de salir por mi cuenta. Déjame permanecer junto a Ti. Siempre te necesitaré. Eres y serás mío por siempre jamás.
Te quiero, Jesús. Eres perfecto. Eres todo lo que necesito. Me brindas seguridad y tranquilidad siempre que me hacen falta. Me llenas de energía y me levantas el ánimo cuando lo preciso. Cuando me hace falta un compañero y amigo, también lo encuentro en Ti.
Si me hace falta descansar, me dices que tengo que dormir; si tengo que trabajar, me avisas para que me levante. Me haces mucha falta. Gracias por poner orden en el lío mayúsculo que es mi vida. Gracias por crear armonía donde había caos y colocármelo todo en su sitio. Me das toda la ayuda que preciso.
Jesús, te alabo y te glorifico. ¡Te adoro! Agradezco mucho Tu amor. Te doy toda la gloria. Divino Señor, te doy toda la gloria y toda la honra. Agradezco Tu amor, Tu protección, Tu provisión. Te agradezco el ánimo que nos infundes y la misericordia que nos manifiestas. Te doy gracias por suministrar todo lo que necesitamos, por tener fe en mí y por ser tan paciente conmigo. Gracias por acogerme tal como soy y por amarme pese a mis muchas flaquezas. Gracias por separarte de Tu Padre, por abandonar Tu hogar celestial y bajar a la tierra para darnos ejemplo de amor a todos. Gracias por morir en mi lugar a fin de que yo pueda vivir contigo para siempre.
Me envuelven Tus cálidos brazos. Percibo Tu ternura y Tus palabras tranquilizadoras, Tu aliento, la paz interior que me impartes. Me proporciona gran alegría y satisfacción saber que estoy haciendo Tu voluntad. Me has bendecido extraordinariamente, Jesús. Te amo mucho.
Alabado seas, Dios Todopoderoso. Alabado seas, Señor mío. ¡Alabado seas, Salvador mío! Alabado seas, esencia de mi ser. ¡Alabado seas, mi aliento, mi vida, la razón de mi existencia! Te alabo y te engrandezco.
Mi alma te engrandece, Señor. Mi corazón te elevo, precioso Salvador y Señor mío. Te ofrezco alabanza. ¡Que mis labios te ensalcen por siempre jamás! Digno eres, oh Señor, de toda gloria y de toda majestad. Alabado seas.
Vengo y me postro ante Ti, pues no merezco un amor tan grande. Pero Tú eres un Señor misericordioso y te inclinas para levantarme, tomarme en Tus brazos y estrecharme contra Tu pecho. Cuando me abrazas, mi corazón se estremece de amor por Ti, mi dulce Jesús. Yo no soy más que polvo; no soy sino un gusano. No merezco un amor tan sublime. Te entrego mi corazón. Prometo amarte. Te adoro. Alabado seas.
Me encanta retirarme a este lugar, donde puedo gozar de Tu compañía. Sé que me puedo desahogar diciéndote todo lo que tengo dentro. Puedo desembarazarme de cualquier peso que me esté molestando o presentarte mis inquietudes y preguntas. Te agradezco que pueda sincerarme contigo. Es importantísimo para mí saber que me escuchas y que siempre me entiendes. Contigo es fácil hablar; eso me mueve a contarte mis intimidades.
A veces, cuando ya he dicho todo lo que quería, o cuando de partida no tengo nada que contarte, no hago otra cosa que ponerme a escuchar lo que Tú me dices. El sonido de Tu voz me comunica una paz extraordinaria, que nunca había imaginado; una paz que supera el entendimiento humano y que, sin embargo, es de lo más sencilla. Para obtenerla, me basta con abrir la puerta de Tu aposento. ¡Qué gran honor es para mí saber dónde queda Tu puerta y poder alcanzar fácilmente la manija y abrirla siempre que lo desee!
Te agradezco que sea tan simple. No es nada difícil. El tirador de la puerta no está tan alto. Te agradezco que lo único que tenga que hacer sea girar la manija, abrir la puerta y acceder a Tu presencia. Esos momentos que paso a solas contigo en oración a distintas horas del día me facultan para proceder con calma. Te amo, Jesús. Gracias por facilitármelo tanto.
Te alabo, mi buen Señor. Te alabo, adorable Rey. Te alabo, maravilloso Señor. Tengo gran necesidad de Ti y te alabaré el día entero. Mi delicia será alabarte día y noche.
¡Te quiero! Te necesito. ¡Te venero! Te busco y te deseo. Quiero alabarte y darte las gracias por lo estupendo que has sido conmigo.
Te alabaré en la mañana,
te alabaré al mediodía
y te alabaré en la tarde.
Te bendeciré, Salvador mío,
pues la alabanza Tu poder atrae.
Te amaré en la mañana,
te amaré al mediodía
y te amaré en la tarde.
Te amaré por siempre, tierno Jesús,
mi torre y mi baluarte.
Este es el día que Tú has hecho. Me gozaré y me alegraré en él y en todas las maravillas que me tienes preparadas. Cuando pienso en todo lo que tengo que hacer, me trabo. En cambio, cuando fijo los ojos en Ti y cuando te amo y te alabo, todo se vuelve más fácil. Puedo pedirte que me digas por dónde empezar y qué debo hacer luego de eso. Puedo pedirte que me indiques cómo organizar la jornada. Simplificas y aclaras las cosas y las vuelves mucho más fáciles. Organizas mi vida de tal manera que me quitas una pesada carga de encima. ¡Gracias por este día tan maravilloso que tengo por delante! Gracias por todas las bellas experiencias que me deparas.
Jesús, ¡eres tan amable y tan tierno! Sé que te compadeces de mí. Muchas veces, cuando necesito Tu ayuda urgentemente, o cuando me hace falta una prenda de Tu amor o que me des aliento, te haces presente y tienes un gesto lindo conmigo, un detalle pequeño, pero que significa mucho para mí. Me demuestra que te preocupas hasta del más ínfimo aspecto de mi vida.
Cólmame, para que no sólo guarde Tu amor dentro de mí, sino que con Tu ayuda rebose y se derrame sobre los demás. Quiero transmitirles el amor que me has dado.
Ayúdame a no ser egoísta con Tu amor. Quiero compartirlo, entregarlo, verterlo, vivirlo. Pero sólo será posible si Tú obras por medio de mí. ¡Tú has sido tan desinteresado conmigo! ¡Has sido tan generoso, bondadoso y comprensivo! ¡Te amo!
Gracias, Señor, por esa tierna criatura que me diste hace tantos años para que la amara, la cuidara, la alimentara, la vistiera, la educara y estuviera a su lado cuando le hiciera falta mi cariño. Te agradezco el amor por mí que le inculcaste a ese niño. Gracias por concederme ese precioso don de Tu amor, con el cual me manifiestas cuánto me quieres.
Gracias, Señor, porque ahora que ha crecido estás a Su lado. Tú eres el mejor padre, el mejor maestro, el mejor consolador.
Aprecio mucho que seas Tú el compañero de mi hijo cuando yo no puedo estar a su lado; que seas Tú su escolta cuando pasa apuros o dificultades, y que le reveles las soluciones a sus problemas.
Gracias por los años que pude pasar junto a ese tesoro mío, ese regalo de amor que me otorgaste. Te agradezco el amor que me infundiste por él y el que le infundiste a él por mí. Un día estaremos juntos en el Reino celestial, disfrutando de la vida eterna en Tu compañía. Te agradezco, asimismo, que esta época de separación es efímera, como una neblina. Gracias, Jesús, por Tu consuelo y Tus palabras tranquilizadoras. ¡Te amo!
Eres mi Señor, el proveedor de todo lo que necesito, mi protector, mi compañero, mi mejor amigo, mi solucionador. ¡Lo eres todo, absolutamente todo para mí!
Gracias por un cónyuge tan tierno como el que me has dado. Tú hasta remedias los enojos que surgen entre nosotros y las decepciones que tenemos. No nos pides que seamos perfectos. Cuando nuestro amor se queda corto, nos estrechas fuertemente a los dos en Tus brazos, nos indicas qué podemos hacer, nos guías y nos das la ayuda que requerimos. Eres un consejero matrimonial increíble.
Sobre todo cuando te alabamos juntos, infundes a nuestra relación más amor del que creíamos posible. Gracias, Señor, por hacer que nuestro matrimonio crezca en amor a Ti.
Me tratas de maravilla. No encuentro palabras que describan la cantidad de cosas que haces a diario para mejorar mi vida. Te amo muchísimo. Cada día es más intensa mi necesidad de Ti.
Acércame más a Ti, dame un amor más profundo por Ti. Conmuéveme con Tu Espíritu. Lléname de Tu amor. Me hace falta Tu amor para amar a los demás. Me hace falta Tu cariño para tratar con cariño a los demás. Me hace falta Tu perdón y Tu misericordia para perdonar y tener misericordia.
Gracias de corazón por las dificultades que ofrece la vida y por las cosas que resultan arduas. Te doy gracias porque esas contrariedades me obligan a acudir a Ti, y Tú siempre me brindas las soluciones. Lo pones todo muy claro y muy fácil de entender. Sólo tengo que rendirme a Tu voluntad y aceptar.
Te agradezco las dificultades que he tenido, las batallas que me ha tocado librar. Te agradezco que para alcanzar la victoria me haya visto en la obligación de confiar en Ti. De no haber sido por esas batallas, desconocería Tu compasión, Tu comprensión y Tu perdón. Poder ponerme en el lugar de otros es para mí una de las cosas más bellas que hay, un don puro que vino de Ti. Me alegra tanto que me lo hayas dado.
Gracias por tenerme en una situación difícil que me obliga a permanecer cerca de Ti. Eso evita que me aleje, que actúe por mi cuenta y sea presa del orgullo, el fariseísmo y el envanecimiento. Gracias por todo lo que pones en mi camino para que conserve la humildad y siempre acuda a Ti cuando precise fuerzas y ayuda. Tu plan es perfecto; no falla.
¡Qué Dios tan maravilloso tengo! ¡Te adoro!
Dijiste: «El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente» [Apocalipsis 22:17]. Te doy gracias, Jesús, por el agua de vida, por el amor a la vida, por la dicha que me has dado y por lo placentera que es la vida cuando Tú formas parte de ella. Te agradezco el amor que me brindas por conducto de personas a las que quiero mucho. Te lo agradezco inmensamente. Te doy gracias además por todo lo que haces cada día para demostrarme cuánto me quieres.
Jesús, mi adorado Jesús, ¡te amo intensamente! Gracias por esta nueva mañana que trae consigo nuevas misericordias, amor, perdón, ayuda y fortaleza. Te has portado de maravilla conmigo. Pese a mis errores y flaquezas carnales, ¡me manifiestas tanta paciencia! Te agradezco que seas tan tierno conmigo y que no te andes fijando en todas mis faltas. No me reprochas que a veces no me haya acercado a Ti tanto como debiera.
Olvido ahora todas esas cosas que quedan atrás: mis errores, mis fracasos, incluso mi pereza espiritual. Sólo quiero amarte. Te suplico que me perdones por las veces en que no te he demostrado amor. Sé que Tú siempre me has amado. Has obrado tantas cosas bellas en mi vida. Me ayudaste a salir adelante en momentos en que ya había perdido las esperanzas. En este instante, en vez de evocar el dolor, sólo me queda el recuerdo del triunfo que obtuve sobre el temor, la duda, las preocupaciones y el fracaso. Lo que parecían escollos insalvables ahora son hitos en mi pasado que me recuerdan las victorias que Tú me ayudaste a lograr.
Gracias por el carmesí, el escarlata y el rosado, por el fucsia, el rosicler y el granate; por los tomates, los tulipanes, las amapolas y las begonias; por el rojo cereza y el rojo encarnado, el rojo cobrizo y, simplemente, el rojo. Gracias por descubrir tantas tonalidades interesantes con que pintar Tu maravilloso mundo. Siempre nos ofreces variedad y sorpresas. Así la vida tiene más atractivo.
Gracias por el gozo que me infundes. Tu gozo, Señor, es mi fortaleza. Alabado seas. Te prodigo alabanzas, Señor mío. Te adoro, mi dulce Jesús.
Qué agradable es para mis ojos la luz del sol. Su calidez es como Tus delicadas caricias. Tu amor me envuelve. Es como el roce de una suave brisa. Eres tan cariñoso conmigo, tan tierno. Eres el deleite de mi alma y de mi espíritu.
Te adoro, Jesús mío. Te elevo mi corazón y corro hacia Ti para expresarte cuánto te amo.
Tu amor es como una sombra que me sigue por doquier. Por muy rápido o muy despacio que camine, no se me separa. Nunca se despega de mí. Me acompaña cuando hablo, cuando camino, cuando como y cuando juego. Este magnífico amor Tuyo me sigue por lo alto y por lo bajo. La maravillosa sombra de Tu amor jamás se cansa de andar a mi lado, jamás se hastía, jamás desiste, jamás se decepciona.
Haga yo esto o lo otro, Tú no me abandonas. Cada vez que miro, esa delicada sombra de amor se hace manifiesta y me recuerda Tu presencia. Nunca se muestra entrometida, áspera ni brusca conmigo, sino que aguarda cada uno de mis movimientos con paciencia y amabilidad, como una sirvienta. No hace más que recordarme que Tú eres una constante en mi vida, un pronto auxilio en las tribulaciones, un amigo más leal que un hermano.
Siempre eres obsequioso. Cuando brinco y juego, Tú brincas y juegas conmigo. Cuando río, te ríes conmigo. Cuando lloro, lloras conmigo. Cuando trabajo, trabajas conmigo. Eres un compañero de toda la vida, que me sigue como una sombra por dondequiera que ande. Gracias a Ti, dulce Jesús, nunca estoy a solas.
Una cosa he pedido, ésta buscaré; que esté yo contigo todos los días de mi vida, para contemplar Tu hermosura. Eres tan encantador. Nada deseo en la tierra más que a Ti. Cuando mi corazón y mi carne desfallecen, Tú no me defraudas. ¡Cómo te doy gracias, te alabo y te glorifico por el gran amor que me tienes! Me siento muy insignificante, pero Tú me amas tal como soy. ¡Ay, se me parte el alma al pensar en todas las veces que te he fallado! Tú, sin embargo, no cesas de amarme, no cesas de perdonarme a pesar de que soy polvo. ¡Oh, qué grande eres! Tú compasión se renueva todas las mañanas. Grande es Tu fidelidad. Fiel Señor mío, ayúdame a serte fiel.
Te doy gracias, Señor, por la victoria. Gracias por darme paz interior. ¡Qué gran verdad contiene ese versículo que dice: «Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» [1Timoteo 6:6]! Gracias por ayudarme a acceder a cuanto me pides. Sin Tu ayuda no sería capaz ni de eso. Gracias por la gran ganancia que he adquirido: Tu paz y el agradable contentamiento que me das.
Gracias por las batallas que están produciendo en mí fruto apacible de justicia. Muchas gracias por ponerme al fuego para consumir la escoria, a fin de que Tu tierna faz se refleje en la mía. Sigue obrando hasta que los demás no te vean sino a Ti en mí. Te quiero mucho, mi buen Señor. Gracias por las angustias, que me han conducido a Tus brazos. No deseo estar en otra parte que junto a Ti. Gracias por hacerme descender al abismo, para que me diera cuenta de que sin Ti no soy capaz de vivir victoriosamente, con la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento. ¡Qué bien me tratas!
Eres bueno y digno de suprema alabanza. Tu excelencia es inefable. Todo lo que puedo hacer es darte las gracias. ¡Cuán grande eres!
Jesús, gracias por el don de profecía. Si bien al comienzo parecía raro, ha resultado ser fascinante. Cuanto más lo empleo para comunicarme contigo, más me doy cuenta de que rebasa totalmente lo que en un principio había imaginado.
Es comparable a una puerta mágica, una puerta singular por la cual se accede a infinitas posibilidades. Entre otras cosas, nos da a conocer hermosas y acertadas descripciones, doradas palabras y joyas que destilan Tus labios. Al atravesar ese umbral hacemos toda suerte de descubrimientos: desde las dichas del Cielo hasta la tranquilidad que nos da Tu consuelo; desde el asombro que nos causa Tu amor hasta revelaciones sobre los misterios de la vida; desde el aliento que transmites luego de las decepciones hasta esa clara orientación que nos das cuando buscamos Tu voluntad.
¡Qué interesante es el don de profecía! ¡Quién sabe cuántas maravillas se me revelarán si lo uso con una actitud de fe y expectación!
Mi queridísimo Salvador, ha llegado la hora de nuestro encuentro. He estado todo el día pensando en Ti, aguardando estos momentos que podemos pasar juntos. Aquí estoy, a solas contigo en un lugar apacible y tranquilo. Ya no hay nada que nos distraiga. Estamos solos Tú y yo. Te quiero muchísimo. Necesito Tu amor: me da fuerzas, alegría, paz y felicidad. Tus palabras sacian mi corazón y me hacen estallar de gozo.
Cuando estamos juntos, tengo la seguridad de que todo se arreglará, de que Tú lo resolverás. Mientras estoy contigo, sé que te encargarás de mi trabajo y de todo lo demás que pensaba que debía hacer en vez de dedicarte unos momentos. Cuando pongo a un lado esas otras cosas, Tú me dices: «Ahora podré hacerlas Yo por ti».
Gracias por pensar en todo. Te agradezco que atiendas a todas las dificultades y urgencias con las que estaría lidiando en estos momentos por mi cuenta si no estuviese aquí, entregándotelas a Ti.
Gracias porque, aunque no sé lo que me tiene determinado el futuro, sí sé quién lo determina. Tengo la certeza de que puedo confiar en Ti y en Tu amor. Nunca me has abandonado. Nunca me has desamparado. Nunca me has defraudado.
Quiero asemejarme más a Ti en todo sentido. Eres el modelo que más quiero imitar. Me extasías. Por Ti, mi corazón prorrumpe en jubiloso canto. El tema de esa canción pervivirá en mi corazón hasta nuestro próximo encuentro.
Jesús, Jesús, Jesús, ¡el nombre que más quiero! Me gustaría decirte algunas de las cosas que me encantan de Ti. Me agradan Tus afectuosas y hermosas manos y la manera en que tomas mi rostro en ellas y me hablas tiernamente. Gracias por Tu amor. ¡Qué sensación tan cálida me produce Tu presencia!
Jesús, te alabo por los medios de que te vales para recordarme que sin Ti no puedo nada. Perdona que a veces no capte lo que me quieres decir y razone que si no me siento fuerte y capaz es porque algo no anda bien. Cuando hago una pausa para rendirme a Ti y pasar un rato contigo, me doy cuenta de que el mejor sentimiento que me puede embargar es el de saberme incapaz sin Ti.
Es para mí una dicha saber que te necesito, que me envuelves en Tus brazos y que en Ti hallo gracia y fortaleza. No tengo que hacer otra cosa que entregarme a Ti, dártelo todo, rendirme a Tu bello Espíritu y dejar que Tú tengas pleno dominio sobre mí. No hay para mí mejor estado que el de total dependencia de Ti. Soy consciente de que si me apoyo en Ti y dependo completamente de Ti obrarás conmigo lo que deseas.
Gracias por recordarme que nada tengo que hacer a base de mis propios esfuerzos. Gracias por transmitirme Tus fuerzas cada vez que me hacen falta, y es que siempre me hacen falta.
Te amo por lo maravilloso y lo grande que eres. Te amo porque siempre estás junto a mí cuando te necesito. Te amo porque puedo acercarme a Ti a cualquier hora del día o de la noche con la certeza de que estás despierto y dispuesto a atenderme.
Te amo porque sin Ti no puedo vivir. Te amo por Tus palabras. Te amo porque cuando me hundo en el desánimo, me mandas un milagrito, un pensamiento o una palabra que me alienta y me encamina de nuevo hacia la victoria. ¡Te amo, Jesús!
Gracias, Jesús, por la paz que me das. Estás tan cerca de mí, a pesar de que yo a veces me alejo mucho. Con frecuencia ando muy distante y me meto en mi propio mundo; pero Tú permaneces fiel. Siempre que dejo lo que estoy haciendo, siempre que entro en Tu hermoso templo y miro hacia lo alto, ahí te encuentro.
Siempre acudes enseguida a levantarme, quitarme el polvo, limpiarme y darme Tu magnífica paz, Tu maravilloso resplandor, Tu espléndido amor, con lo que me devuelves la esperanza, sanas mi corazón, cierras todas mis heridas y me infundes valor para regresar al mundo. Me proporcionas tranquilidad de espíritu.
Te doy gracias porque creaste los árboles, la hierba y los campos; las aves y otros animales; los ríos y los lagos; los mares con sus peces; el firmamento, las nubes, la lluvia, el sol y el universo. Además nos creaste a nosotros. Gracias, Jesús, por haberme formado. Te expreso mi gratitud por Tu grandiosa creación.
Te doy honra, te alabo y te exalto. Eres una maravilla. Tus obras y Tus portentos me asombran, Tu paciencia es pasmosa, Tu desvelo me conmueve y Tu infinito amor me deja sin habla.
A Ti sea toda la gloria, Jesús. Te atribuyo toda la honra hoy, mañana y todos los días por siempre jamás.
Gracias, Señor, por todo lo que me has dado. Gracias por el amor que me manifiestas de tan diversas maneras. Tan inmenso es que rebasa mi comprensión. Tan cerca está de mí que no alcanzo a verlo, abarca tanto que no logro concebir lo grande que es. Así y todo, te doy gracias por lo que sí entiendo de Tu amor y por las expresiones de él que percibo, siendo la mayor de ellas la salvación. Ese gran amor te impulsó a dar la vida por mí. No obstante, hasta eso me cuesta comprender. No lo entenderé plenamente hasta que esté contigo en persona.
Una parte de Tu amor que sí comprendo y por la cual puedo alabarte y darte gracias es Tu perdón. Sé que me perdonas, ¡me perdonas tanto!
Gracias por amarme a pesar de mis pecados, por ayudarme aun cuando me considero un caso perdido. Gracias, Jesús, porque por muy mal que me porte nunca dejas de amarme. Aun cuando me parece que me estoy comportando peor que nunca, Tú me amas y me dispensas. Te agradezco que no haya pecado tan grande que Tú no puedas perdonar, aunque a mí me parezca imperdonable. Te alabo por el amor tan grande con que borras mis faltas. Nunca me condenas por nada que haya hecho.
No alejas Tu rostro de mí ni dejas nunca de consolarme. Te agradezco, Señor, que no me des la espalda ni me reprendas con dureza; si lo hicieras, me sentiría morir. Tú me comprendes. Tienes tanto amor que percibes que yo no sería capaz de soportarlo; de modo que me tomas en Tus brazos y me perdonas. Gracias.
Por muchas que sean mis lágrimas, Tú las enjugas. Me estrechas aún más tiernamente en Tus brazos para consolarme y me dices que no me preocupe, que me perdonas. Me recomiendas que deje de llorar, que olvide el asunto y haga otro intento.
Te doy gracias porque me amas igual en los fracasos que en los triunfos. Gracias por semejante amor y perdón. Aun sabiendo que no soy nada puedo acudir a Ti con toda confianza, sin timidez ni apocamiento. Aunque sé que no me lo merezco, Tu inmenso amor me permite presentarme ante Ti. Gracias.
Amado Señor, ¡cuánto te adoro! Todo me lo haces fácil. Aun cuando reinan el trajín y la confusión, Tú lo simplificas todo. Me basta con abrir despacito la puerta de acceso a Tu presencia e introducirme suavemente. Aquí, en la quietud, se goza de una paz y una calma increíbles.
Gracias, Maestro celestial, por haberme creado. Gracias por el profundo amor que me tienes, el cual me llega directamente al alma. Te agradezco que me ames a mí en particular, tal como soy.
Señor, ¡te quiero mucho! Me encanta Tu modo de ser, todo lo que representas. Te amo por el simple hecho de que existes. ¡Eres increíble! De Ti emana todo amor, el verdadero amor desinteresado, comprensivo, capaz de confortar.
Eres de lo más amoroso. Cada uno de Tus actos es fruto de un amor perfecto. Visto desde todo ángulo y desde todo prisma, cada acto, cada pensamiento Tuyo redunda en total y absoluto amor.
Gracias, Señor, porque puedo participar de Tu amor. Gracias por obrar a través de mí; por enseñarme a conectarme con Tu amor; por manifestarte en mi vida; por valerte de mí para demostrar amor a la gente.
Jesús, cuando estoy contigo me siento tan joven, radiante y alegre. Gracias por otorgarme el magnífico don de Tu Espíritu.
No he tenido muchos estudios y carezco de muchas cosas materiales. Si bien no ejerzo una profesión que se considere importante, ni ocupo un lugar destacado en la sociedad, ni gozo de fama, poseo mayores bendiciones y riquezas que la mayoría de la gente. Por nada del mundo te cambiaría a Ti y el amor tan singular que me manifiestas.
Me alegra saber que pase lo que pase en los próximos años, por muchas dificultades y problemas que se me presenten, siempre te tendré. ¡Estoy en deuda contigo!
Cuando me enfermo siempre estás a mi lado para atenderme en lo que necesite y susurrarme tiernas y tranquilizadoras palabras. Cuando ya no doy más, me enjugas con Tus caricias el sudor de la frente y me concedes fuerzas sobrenaturales y ánimo para seguir adelante.
Pongo a Tus pies todas mis desilusiones, cual pila de juguetes rotos, con la esperanza de que Tú las repares. Sin embargo, con una sonrisa me dices: «No te van a hacer falta», y me das otras cosas mucho más valiosas, con las que ni me había atrevido a soñar. Me asombro de pensar que sabes exactamente lo que necesito, cuando muchas veces ni yo lo sé.
Gracias, Jesús, por tomarme de la mano cuando me asalta el temor, por estar presente cuando caigo, por ser fuerte cuando flaqueo. ¡Me haces tanta falta!
Te doy gracias, Jesús, por las palabras que me susurras para consolarme y asegurarme que te estoy agradando.
Al ofrendarte un poco de mi amor, me sumerjo en el mar del Tuyo. Apenas extiendo la mano para tocarte descubro que me envuelven Tus fuertes y amorosos brazos. Al dirigir mi amor hacia Ti me siento como un niño que apunta una linterna al sol. Me empapas de amor y cuidados.
Cuando lo único que deseo es rendirme a Ti, entregarme y complacerte, me llenas y me otorgas mucho más de lo que podría soñar con darte. Si bien procuro entregártelo todo, me da la impresión de que no hago más que recibir. Cada vez que me presento ante Ti cual pordiosero, con apenas unos centavos en la mano, me voy como si fuera la persona más acaudalada del mundo.
Te agradezco, Jesús, que cuando escucho Tu voz apacible y delicada en Mi corazón, Tus palabras no sean reprensiones ásperas. No me condenas. Me diriges más bien palabras de aliento, de vida, de alegría, de perdón y de esperanza. Te doy gloria y honra. No merezco Tu amor.
Mi vida es extraordinaria. No mucha gente puede hacer esa afirmación hoy en día; pero yo sí, Jesús, porque te tengo a Ti y disfruto de Tu amor y de Tus palabras vivificantes. Tan ricamente me has bendecido que no encuentro palabras para describir el gozo que alberga mi corazón y la satisfacción que anida en mi espíritu por el hecho de que te conozco y tengo el privilegio de servirte.
No podría pedir más. Una y otra vez me has concedido las peticiones de mi corazón. Nunca me has defraudado. De innumerables modos me has manifestado Tu amor. Cada día te amo más.
Yo soy el vaso; Tú, el agua. Yo el marco; Tú, el lienzo. Yo, los pulmones; Tú, el aire. Respiro, pero al respirar te inhalo a Ti. De no tenerte a Ti, no podría respirar. De no tenerte a Ti como lienzo, yo sería un marco vacío. De no tenerte a Ti —el agua que llena mi vaso—, no sería otra cosa que un recipiente inservible y vacío.
Enséñame qué puedo hacer, Señor, para que te constituyas en parte más íntima de mi vida. Ayúdame a acceder a que llenes mi vaso y a que pintes el cuadro de mi vida, te lo ruego. Haz que tenga siempre conciencia de que Tú eres el aire que respiro.
Gracias, Jesús, por el privilegio de estar tan cerca de Ti. Gracias por Tu gran amor, sin el cual nada podría hacer. La bandera que ondea sobre mí es el amor.
Te abro mi corazón, mi espíritu y mi voluntad. Mi voluntad es como las compuertas, las cuales pueden cerrarse impidiendo que obres por medio de mí, o abrirse dejando que te sirvas de mí. Te cedo, pues, mi voluntad.
Te elevo mis manos. Te elevo mi corazón. Te abro mis compuertas para que Tus aguas corran libremente en mí. Te pido que viertas por medio de mí. Quiero que derrames Tu amor a través de mí. Te rindo mi voluntad y te pido que hoy tomes posesión de mí. Te solicito que resuelvas todos los problemas que se me presenten, que me ayudes a abordar todas las dificultades, a realizar todo el trabajo que hay delante de mí. Organízamelo, por favor. Ordénamelo. Haz lo que Tú quieras hoy. Reposo sumisamente en Tus brazos y te pido que te adueñes de mí, y que Tu corazón, Tu mente y Tu Espíritu de amor se encarguen de todo.
Tu presencia inunda mi alma cual un torrente de sol matinal que impregna el paisaje. Alumbras mi mundo como el sol del mediodía. A semejanza de las estrellas de los cielos, velas por mí en la noche. Así como el grato aroma de las flores me levanta el ánimo, Tu Espíritu me envuelve de esa dulzura Tuya. Como el rocío se posa en la hierba y le arranca destellos con los primeros rayos del sol, Tu Espíritu se posa en mí y me hace resplandecer para Ti.
Mis sentidos te perciben, Jesús, en todo lo que me rodea. Veo lo que has creado y pierdo el aliento ante semejante belleza y plenitud. Tus atardeceres me dejan con la boca abierta. Tus amaneceres me dejan sin habla. Las olas de Tus mares me emocionan en su carrera. La suave arena me calienta los pies. Me tranquiliza la dulzura del canto que entonan las aves. El musgo bajo los árboles me renueva. Respiro hondo y me refresco con los aromas del bosque.
A diario veo, siento y palpo Tu amor en Tu incomparable creación. Tu Espíritu lo llena todo y me envuelve cual tierna madre en el regazo de Tu amor. Me bendices de maneras incontables. Gracias. Te adoro.
Señor, eres la fuente de mi emoción, porque Tú eres amor. Cada pizca de amor, cada gota de amor que siento o que albergo por alguien o por alguna cosa, es manifestación de Ti. No proviene en modo alguno de mí; es un sentimiento Tuyo, ya que eres amor. Eres quien me infunde ese amor.
Aunque sea yo quien lo experimenta, ese amor eres Tú, esa emoción eres Tú. Gracias por suscitarla en mí. Gracias por entregarte a mí y dejar que te sienta, a fin de que sienta amor; no sólo el que entra en mí, sino también el que sale vertiéndose sobre los demás.
Tu amor es como el aire. Al inhalarlo, lo siento. Al exhalarlo, se lo transmito a los demás. Lo siento entrar en mí y noto luego cuando se irradia a los demás. Te doy gracias por él. Tú eres amor. Gracias por darme amor y por morar en mí.
Gracias, Jesús, porque nuestra relación presenta facetas muy diversas. Gracias por ser mi amigo y mi compañero, y porque puedo contar contigo. Puedo acudir a Ti para contarte mis secretos, mis deseos, mis anhelos, mis inquietudes. Y no es que sea un monólogo. Tú también me revelas maravillas y me haces confidencias. Eso es algo fuera de serie.
Además eres mi Señor, a quien debo rendir vasallaje; por lo cual me postro ante Ti, mi Soberano y mi Rey, y te sirvo. Tú por Tu parte velas por mí en todo sentido, con lo cual me sirves a mí. Eso también es fuera de serie.
Yo diría, sin embargo, que la nota más destacada de nuestra relación es que seas mi Dios. Más que mi Rey, eres mi Dios, a quien venero y adoro, el que me creó y el que formó cuanto veo a mi alrededor.
Jesús, me tratas muy bien. Eres el mejor defensor, el mejor cuidador, el mejor guardián, el mejor guía. No encontraría uno mejor. Me pastoreas junto a aguas de reposo. Camino junto a Ti y nunca vas demasiado aprisa. Cuando me agobia el cansancio, siempre me dejas descansar. Cuando tengo sed, me das las aguas refrescantes y cristalinas de los arroyos de Tu Palabra. Cuando tengo hambre, me das el pan nutritivo de Tus promesas.
Eres formidable como padre, defensor y pastor. Velas por cada una de Tus ovejas. Siempre estás alerta, atento, ojo avizor, en guardia. Tengo la certeza de que nunca me perderás de vista. Jamás me inquietará la posibilidad de perderte. En todo momento sabes dónde estoy y lo que hago. El corazón me dice que me amas más de lo que podría imaginarme, y eso me hace sentir gran gratitud.
Gracias, magnífico Señor, por ocuparte de que todo marche sobre ruedas. Al seguir Tu senda, la vida se torna muy sencilla. Si no me aparto de Ti, habitaré bajo Tu amparo y la iniquidad no prevalecerá contra mí. Mientras siga Tu senda de luz y vida, habrá delicias para siempre.
Aguardo el sonido de Tu voz, que susurra suave y tranquilamente en la quietud, que persiste en el silencio e inunda el ambiente que me rodea. Me cala hasta el corazón, colma cada espacio vacío y me empapa la mente de luz, amor y calor. Al oír Tu voz me renuevo, me revitalizo, mi ser vuelve a quedar satisfecho, me siento feliz. Tu voz lo resuelve todo. Me derrite. Me transforma. Me torna más como Tú.
Tu voz es la razón de mi existencia. La anhelo, es mi alimento, tengo ansias de ella, la necesito. Tu voz creó todas las cosas; es el principio y el fin de todo. Es la fuerza impulsora de la rotación de los cielos y la tierra. Es tan potente y majestuosa que se deja sentir en toda la creación, y sin embargo sólo es posible oírla en el silencio y la quietud. Tu voz, a pesar de que se emite para que el mundo entero la oiga y la conozca, felizmente se dirige de manera individual a las personas.
¡Cuán inapreciable y magnífica es Tu voz! Expresa lo que Tú sientes y piensas, y saca a relucir los secretos de mi propio corazón. Me hablas para demostrarme el amor que me tienes. Tu voz es el mismísimo amor de aquel que nos creó a todos. Es el corazón de Dios que me habla.
Mi consuelo, mi delicia y mi paz es escuchar Tus susurros, con los que me guías, me diriges, me animas y me comprendes. ¡Te amo! Gracias por abrirme este pasaje que conduce a Tu presencia, por permitirme entrar por esta hermosa puerta a cualquier hora del día o de la noche para conversar contigo o simplemente para escucharte.
Cuánto me agrada oír Tu voz. ¡Cómo me entusiasma escuchar Tus susurros y participar de Tu amor al escuchar Tu voz! De esa manera se cubre cada una de mis necesidades, se aclara todo lo que no entiendo, se colman mis deseos y me lleno de fe. Tu voz me ama, me dice que Tuyo es todo mi ser y que estás junto a mí. Velas por mí. Me ayudas. Respondes.
El Reino de los Cielos es algo que se aproxima y que espero con ilusión. Sé que en cierta medida lo experimento por anticipado, aunque —tal como Tú dijiste— cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado en corazón de hombre, son las que nos tienes preparadas. También dijiste que el Espíritu nos las ha revelado. Es fascinante que nos hayas descubierto algunas cositas que nos aguardan. Gracias.
Eres tan accesible. Siempre presto a recibirme, abrazarme, consolarme y darme a conocer Tu fuerza y Tu valor. Así tengo tranquilidad y la certeza de que velas por mí.
Jesús, no quiero alejarme de Ti. No quiero tratarte con frialdad ni de modo insensible y distante. Quiero corresponder al amor inagotable, al cariño que me brindas. Has afirmado que el amor engendra amor. Te amo porque Tú me amaste primero. Gracias por el amor que me das para que yo a mi vez te ame a Ti. ¡Ojalá refleje siempre Tu amor a los demás!
Gracias por amarme primero. Gracias por aceptarme y recibirme tal como soy. Es una gran bendición tenerte y poder disfrutar de Tu amor; me inspira a entregártelo todo. Pondré todo mi empeño en amarte de todo corazón, con todas mis fuerzas y con toda mi alma. ¡Eres lo más valioso para mí. ¡Te quiero mucho!
Gracias, Jesús, por amarme. Me encanta sentir que Tu amor y Tu Espíritu me envuelven. Gracias porque continuamente velas por mí y me guardas. Te alabo y te amo.
Gracias porque no necesito obrar apoyándome en mis propias fuerzas. Para irradiar Tu luz y Tu amor me basta con dejar que actúes y vivas en mi interior. Gracias por hacer que me resulte tan fácil acudir a Ti y amarte. Al amarte y recibir Tu amor y Tus palabras, obtengo las fuerzas que necesito cada día.
Gracias por amarme aun cuando me olvido de darte las gracias y de manifestarte amor, y no pienso en Ti como debería. Tu amor es eterno, incondicional, hasta tal punto que trasciende mi comprensión humana. Gracias por el amor tan inagotable y tan personal que me tienes.
Gracias por ser mi Sumo Sacerdote, que me entiende y se identifica con mis necesidades e inquietudes. Gracias a Ti, no me falta nada. De todas mis preocupaciones te encargas Tú.
Prometiste que nunca me dejarías ni me desampararías, y cada día, cada hora, cada momento de mi vida, te veo cumplir esa promesa. Al mirar a mi alrededor, observo manifestaciones de Tu amor. Lo veo reflejado en Tu provisión, en Tu creación, en la familia tan maravillosa que me has dado.
Te doy gracias, Jesús, por la esperanza que tengo en Ti. Llegará el día en que contemplaré Tu rostro cara a cara. Entonces estaré por fin contigo. Gracias por la vida eterna, por poder compartir con otras personas ese incomparable regalo. No hay en el mundo nada de mayor valor.
Te doy gracias, Señor, por Tu bella creación: los árboles que alzan las ramas en alabanza a Ti; los pájaros que entonan cantos de acción de gracias; las mariposas que parecen florecitas voladoras; los capullos que, al abrirse, nos entregan su belleza multicolor y se inclinan para hacerte reverencia.
Quiero ser como una florecilla feliz que te honra y te glorifica. Quiero estar siempre mirando en dirección a Ti, el dador de todo. Nos has creado para Tu gloria. Hiciste todas Tus criaturas a fin de que te glorificaran y te honraran. ¡Tu creación es imponente y majestuosa!
La luz del sol simboliza Tu amor, que brilla sobre nosotros, nos calienta y nos derrite el corazón, fundiéndonos contigo. Todo es obra de Tus manos, Maestro. Lo eres todo para nosotros. Sin Ti, todos estaríamos desvalidos. Quiero darte gracias en tanto que tenga vida. Gracias a Tu amoroso sacrificio, ésta no tendrá fin. ¡Te amo!
Todo lo que puedo ofrecer, todo lo que puedo dar, todo lo que soy, te lo entrego a Ti, Jesús, en agradecimiento y en alabanza de Tu espléndido amor, Tu sobrenatural aceptación y Tu infinita misericordia.
Te agradezco que te complazcan mis alabanzas, Jesús, mis expresiones de gratitud, y que me las aceptes. Te encanta escucharme. Jamás te cansas de mí. No salgo de mi asombro. Me amas cuando te expreso sentimientos íntimos, cuando te dirijo palabras jubilosas, cuando te cuento cosas sencillas, cuando te revelo pensamientos profundos. Diga lo que diga, siempre me prestas atención y te deleitas en escucharme.
¡Qué considerado eres! ¡Me manifiestas tanta comprensión, amor y paciencia! Me das un ejemplo magnífico de lo que es detenerse a escuchar a los demás y aceptar sus expresiones de gratitud. Te amo, y no puedo dejar de agradecerte todo lo que has hecho y sigues haciendo por mí, inclusive todo aquello que me pasa inadvertido.
Te alabo. Te amo. Te honro. Te adoro. Siento un intenso y profundo amor por Ti. Tu amor me envuelve. Lo veo por doquier. Lo percibo. Lo absorbo. Lo necesito.
Gracias por esta nueva alborada, por este nuevo comenzar en el que ya no figuran las manchas y borrones de ayer. Mientras dormía, Tú los limpiaste y lo hiciste todo nuevo.
Tus misericordias se renuevan cada día.
Magnífico Jesús, ¡eres mi vida!
Gracias, Jesús, mi maravilloso Salvador y Señor, por mostrarme una forma de alabarte y agradecerte lo que has hecho por mí y lo que eres para mí. Gracias por darme palabras para expresarte mis más íntimos pensamientos, mi sentir.
¡Tu amor me embarga totalmente! A veces me parece que el corazón me va a estallar, henchido como está de sentimientos de adoración, amor y alabanzas a Ti. Me dejas sin habla cuando me estrechas entre Tus brazos. No puedo hacer otra cosa que contemplar Tu rostro y Tus tiernos ojos y suspirar apoyando la cabeza en Tu hombro.
Las palabras que me susurras me provocan un estallido de amor. Los ojos se me inundan de lágrimas cuando me dices que no ves en mí sino belleza y eres ciego a mis faltas. ¡Me has manifestado una misericordia y un amor indecibles! Cuando fui infiel y me hundí en la tristeza y la desesperación, Tú fuiste fiel y me sacaste de la fosa en que había caído. Me recogiste de entre las cenizas de la derrota, me limpiaste y me cubriste con una flamante vestidura de alabanza.
Que ¿cómo te quiero? Sería imposible enumerar todas las maneras. Te amo hasta el límite de la profundidad, anchura y altura que es capaz de abarcar mi alma. Te quiero más que a la vida misma. No hay manera de expresar en palabras lo que siento por Ti. Te amaré por la eternidad. Te quiero ahora y por siempre.
Y ¿por qué te amo? Porque me has amado con un amor eterno, imperecedero, incondicional. Un amor fiel, verdadero y divino que no conoce límites. No tiene principio ni fin; es constante, inextinguible. ¡Gracias, Señor, por Tu ilimitado amor!
Nada soy y nada traigo en las manos. En mi desesperanza alcé los ojos a Ti. Cuando levanté la vista, te tendí los brazos y te imploré que me aceptaras a pesar de mi inmundicia, Tú ya tenías las manos extendidas hacia mí. Me estrechaste fuertemente contra Ti, y pude descansar en Tus brazos. Jesús, te doy gracias y te alabo por ser un amigo tan excelente. No hay quien se te compare, mi maravilloso Señor. Eres todo lo que ansiaba y esperaba, y más. Quiero amarte por los siglos de los siglos. Te alabo de continuo en mi corazón y declaro públicamente que sólo por Ti vale la pena vivir. Deseo pregonar, para que todos lo sepan, que me salvaste de la ruina y pusiste en mi corazón cántico nuevo y en mis labios alabanza que nunca se apagará.
Ay, mi Señor, ¡estréchame con fuerza contra Ti! No dejes jamás que me distancie, que me aparte de Ti. Sin Ti mi existencia no tendría sentido y la luz de mi vida se extinguiría gradualmente. Gracias por iluminarme el camino, levantarme el ánimo y reavivarme. Te amo y te alabo, mi Señor, mi amigo, guía y salvador. Te ensalzaré y te estimaré por la eternidad.
Oh hermoso Señor, Maestro divino, no soy más que arcilla en Tus manos. A pesar de ello, me tomas, me das forma, me infundes Tu soplo de vida y Tu Espíritu, y me tornas en criatura Tuya, para que pase la eternidad contigo.
El misterio de Tu amor es inescrutable. Mi alma se goza en Ti. Mi cuerpo vibra de alegría por la promesa de Tu redención. Aguardo con ansia el día en que mi espíritu y mi cuerpo resucitado se fundan con Tu Espíritu. Ciertamente ¿qué es el hombre para que tengas de él memoria, y los hijos de los hombres para que los visites y vengas a morar en medio de ellos? ¡Cuán maravillosos son Tus caminos!
Cuánto quisiera que mis pensamientos y mi lengua hallaran un modo de describir lo grande y maravilloso que eres, el tesoro que eres para mí. Ten la certeza de que tienes para mí más valor que la propia vida. Sin Ti mi existencia jamás llegaría a ser completa. Has puesto Tu vida y Tu Espíritu dentro de mi ser. Eres parte inseparable de mí. Por siempre jamás seremos uno. Nada, ni lo alto, ni lo profundo, ni la muerte ni el infierno podrá separarnos, porque estamos amalgamados.
Tierno Jesús, ¡me fascina Tu modo de obrar! Disipas mi confusión con la misma facilidad con que los rayos del sol matinal inundan de luz una oscura alcoba al abrirse de golpe las ventanas. Te abro, pues, del todo las ventanas de mi vida. ¡Invádeme, inúndame de Tu amor y luz! Lléname de Tu mismo Ser. ¡Cuán maravillosas son Tus obras! A Tu diestra hallo delicias para siempre. Señor divino, ¡cuánto agradezco que jamás me abandonarás ni me desampararás!
Jesús, ¡qué bien nos tratas! ¡Cuánto amor nos prodigas! Das y das sin cansarte. Aunque no lo merecemos, sigues derramando en abundancia. Concedes hasta las peticiones más insignificantes. Das a manos llenas del tesoro inapreciable de Tus palabras. Nos das una paz que sobrepasa todo entendimiento, pues sabemos que eres nuestro refugio y que nos protege Tu poderosa mano.
Estás muy presente en todo aspecto de nuestra vida. Lo que nosotros no comprendemos, Tú sí lo entiendes, y todo redunda en bien a fin de que se cumpla Tu perfecto propósito. Nos has hecho innumerables promesas: promesas de protección, de salud, de victoria y de consuelo. Y jamás has faltado a ninguna.
Gracias a Ti nos aguarda un futuro espléndido. Viviremos eternamente contigo en Tu reino infinito y glorioso.
Con sólo mirarte a los ojos, pierdo el aliento. Tu amor me deja sin palabras para expresar la dicha que siento. Una sola vislumbre de Ti y todas mis buenas obras parecen no valer nada. Un leve vistazo de Ti y todos mis esquemas mentales —el espejismo de las cosas con que me identifico— se derriten como la escarcha de una ventana al encenderse la lumbre del hogar. Todos pueden entonces volver a mirar con claridad al exterior. Una sola ojeada a Tu gran amor y veo que no hay escala tan pequeña que pueda medirme a mí o medir mi amor. Un atisbo de Ti me basta para comprender que mis méritos no son realmente míos. Mi único mérito eres Tú, mi única virtud es dejar traslucir Tu amor.
¡Me maravilla el amor tan singular que tienes por mí! Trasciende todo análisis y todo raciocinio. Por fin comprendo que todo lo digno de aprecio que hay en mí se debe a que te llevo dentro. Adorado Señor, toda buena acción que realizo y todo lo noble que poseo es gracias a Ti y nada más que a Ti. No soy más que una olla vacía, y ni eso sería si esta vieja vasija no fuera una dádiva Tuya. Tú eres todo lo que en verdad existe. Por fin puedo dejar de medirme conmigo mismo o de compararme con los demás. ¡Desde luego es inútil tratar de medirte a Ti o de calibrar la magnitud de Tu amor! Rebasa toda medida. No veo otra cosa que la necesidad que tengo de Ti.
Te agradezco, Señor, el cariño, los detallitos y los bellos momentos que disfrutamos con esas personas a las que pones en nuestro camino para manifestarnos Tu amor. Gracias por los goces que podemos compartir: la compañía, las ideas, las cosas valiosas, el amor, los secretos, el cariño. Te agradezco que podamos trabajar y jugar juntos. Te agradezco los ratos que pasamos junto a personas muy queridas, esos momentos que recordaremos entrañablemente.
Asimismo, te doy gracias por las veces en que estamos lejos de nuestros seres queridos. Esas también son una bendición, aunque no falten las lágrimas. Te doy gracias porque esas lágrimas riegan el terruño de nuestro amor y en consecuencia nos acercan a Ti. Te agradezco que la experiencia de estar lejos de una persona amada nos lleve a amarla más. Ello afianza nuestra comunicación, nuestra fraternidad, y además estrecha los lazos que tenemos contigo. Abre nuevos conductos que dan entrada a Tu amor. Gracias porque con ello nos enseñas a orar con más sentido, sinceridad y sentimiento.
Gracias porque esas separaciones transforman mi corazón. Me ayudan a comprender, a tener compasión y humildad. Ablandan mi espíritu y me ayudan a abrirme más a otros. Gracias porque esas experiencias me enseñan a someterme a Tu voluntad y a renunciar a la propia. Te doy gracias porque el extrañar a una persona a la que amo mucho me recuerda que, por encima de todo, mis seres queridos te pertenecen a Ti.
Me sacaste de la nada. Y ahora, al despertar, el brillo de Tu amor me indica lo que debo hacer. Ahora que he tomado conciencia de Ti, quiero aprovechar cada aliento de vida para alabarte. ¡Mi magnífico Señor, gran Maestro divino! El corazón se me colma. No acierto a expresar con palabras lo que siento por Ti y el amor que albergas por mí. Son palabras inexpresadas e inexpresables, que escapan a mi humana comprensión, manifestaciones de indescifrable gozo. Yacen en el fondo de mi alma, y sólo pueden brotar en un matiz y esplendor de lenguas que todavía desconozco. Son dones excelentes Tuyos que toman forma de pensamientos y alabanzas, de amor y aprecio. Yo los percibo, pero debo aguardar a que Tu Espíritu los vocalice.
Gracias por Tu ternura, por Tu paz, porque puedo apoyar todo mi peso sobre Ti, dejar a un lado la carga de todos los pensamientos que me atribulan y reposar mi cansada cabeza sobre Tu pecho. Me comprendes cuando se me inundan los ojos de lágrimas y éstas caen, pesadas, sobre mi rostro. Te agradezco que no me recrimines por mirar neciamente las olas, que con ternura me enjugues las lágrimas con Tus cariñosas manos. Comprendes lo débil que soy.
Gracias, amado Señor, por esperar con tanta paciencia hasta que me doy cuenta de que Tú eres mi única opción, de que descansar en Tus brazos es mi única tregua en la batalla. Al alabarte y al centrar mis pensamientos en Tu hermosura, se desvanecen la tensión y la confusión.
Las tempestades y las batallas me conducen al refugio en que descanso junto a Ti, donde todo es tranquilidad y quietud perfectas, donde Tú me aguardas con el bálsamo que sana mi corazón herido.
Oh insignia del valor
en la batalla de la vida,
a Ti alzo los ojos.
Al cansado y al maltrecho,
al desgarrado, al harapiento
conduces a la victoria.
Cuando mi nave se zarandea
y todo parece perdido
en la mar enfurecida,
Tu faro luminoso
hiere mi tiniebla
señalando el camino hacia Ti.
Sin Ti me perdería. Sin Ti nada puedo hacer. Si en la vida que llevo por Ti hay alguna fidelidad, algún éxito, algo bello, te reconozco a Ti toda la gloria. Yo no me atribuyo ningún mérito; en lo más íntimo de mi ser sé que sin Ti nada soy.
Ayúdame a valorar lo que me has dado y a no compararme con los demás. Haz que no envidie las circunstancias de las demás personas, que no desee estar en su lugar. Simplemente quiero darte gracias, alabarte, glorificarte y hacer todo lo posible por Ti sabiendo que Tú me amas y me necesitas tanto como yo a Ti.
Gracias por Tus preciosas palabras y por Tu voz. No puedo dar siquiera un paso sin Ti, Jesús. Me siento inmensamente feliz de que siempre estés a mi lado, dispuesto a ayudarme y a responder a cada una de mis preguntas, a darme la solución a cualquier problema. En todo momento puedo contar contigo. Eres muy servicial. Siempre estás ansioso de hablarme y me ayudas gustoso. Gracias.
Te agradezco el amor que me has manifestado. Te agradezco que te hayas unido a mi espíritu y que nos hayamos fundido formando un solo ser. Jesús, te amo. Para mí, Tu amor todo lo abarca, todo lo comprende. Tú eres el único a quien puedo aferrarme, y lo hago con vehemencia. Sé que sin Ti, sin Tu aliento de vida, sin el soplo de Tu Espíritu, no soy absolutamente nada. Si no estuvieras Tú y no pudiera asirme a Ti, nada sería yo. De estar Tú ausente, no habría nada. Tú lo constituyes todo; yo, en cambio, no soy nada. No soy más que un instrumento, un conducto.
Jesús, ¡Tu nombre es el más dulce de los elíxires! Tu fragancia es más agradable que la más costosa esencia o la más bella de las rosas. El toque de Tu mano es más suave que la brisa del verano. Tu sonrisa es más radiante que el azul intenso del cielo. Tus ojos son más profundos y plenos que el mismo océano. No hay nada que se pueda comparar con el esplendor y la majestuosidad de Tu cálida y abarcadora presencia.
Cuando estoy a Tu lado, es como si un resplandor ambarino me envolviera y desvaneciera todo lo que es difícil, lo desagradable y lo que es causa de descontento. Tu incomparable presencia empapa mi ser, impregna el ambiente en que me muevo, ocupa todos mis pensamientos y ahuyenta toda preocupación, temor, duda, pesimismo, desesperación y tristeza. Tú eres la alegría, el amor y la vida misma. ¡Te amo!
Te doy gracias, Señor, por esta bella oportunidad de alabarte. Siendo Tú el Creador del universo, ¿cómo puede mi corazón albergar otra cosa que total adoración y hondo agradecimiento a Ti? Te doy gracias por todo lo que me ha sucedido en la vida, absolutamente todo... por cada prueba que me has ayudado a superar... por cada bendición que me has deparado: los pulmones con que respiro; el cuerpo que habito; las manos que me permiten escribir; los ojos con los que veo; las rodillas que puedo flexionar; las piernas que me transportan y el alma que creaste y depositaste en este cuerpo.
Gracias por todo lo que has hecho. Gracias por rebajarte para ponerte a mi nivel. Gracias por establecer una línea de comunicación conmigo. Gracias por proporcionarme una puerta de acceso para gozar de comunión contigo. Lo hiciste al entregar Tu vida por mí, al sobrellevar mis cargas, mis faltas y mis pecados, y al dispensarme del castigo asumiendo mi culpa. ¡Te doy las gracias! Te amo.
Mi alma...
ante Ti reposa en silencio,
y ahora que te reverencio
en las alas de una canción,
me aparto de la confusión
rumbo a Tus brazos.
Mi alma...
en Tu seno se recuesta sumisa.
Me amas con tiernas caricias.
Tu dulce voz me dice al oído:
«No temas, siempre estoy contigo
para abrazarte».
Mi alma...
se entrelaza con la Tuya.
Haz que lo nuestro nunca concluya.
Te pido que de Tu amor me llenes.
Inúndame hasta que ya no quede
nada más.
Mi corazón...
te eleva un único pedido:
que no me aparte por ningún motivo.
Sentirte siempre es mi anhelo.
Tanto, tantísimo te quiero,
mi buen Jesús.
Gracias, Jesús, por morar dentro de mí. Gracias por hablar a través de mí. Gracias por comunicarme Tus palabras cuando te planteo cosas que no entiendo. Mil gracias por tan inapreciable tesoro. Que me hables y respondas a mis interrogantes es un don más valioso que el oro, los diamantes o cualquier posesión terrenal. ¡Te lo agradezco en el alma! Gracias por las respuestas que me das.
Ayúdame a reservar un tiempo en que deje brotar de mí esas respuestas, en que permita que me hables, escuche lo que me contestes y acceda a que Tu voluntad rija mi vida. Gracias por orientarme, guardarme, protegerme y proveer para mis necesidades. Te agradezco todo lo que haces por mí. Llenas todos mis espacios, colmas todos mis deseos. Nada soy, y sin Ti nada puedo hacer, mi Maestro, mi Señor, mi Salvador, mi Rey y mi Creador.
Te doy mil gracias por el amor que me brindas. Eres amor, Señor; Tus palabras son parte de Ti, y son amor. Es hermoso escucharlas, ver su fruto, sentir su espíritu, saber que cada vez que las oigo, recibo y absorbo más de Ti y me vuelvo más como Tú.
Cascada cristalina que saltando
desciende purpúrea sobre mí.
Bajo Tu torrente de dichas
abro mi ser, mi alma toda.
Un lúcido fuego centelleante me invade,
luz líquida de energía celestial.
Corriente purificadora, profunda, envolvente,
me embebes, me atraes;
eres inconteniblemente magnética.
Me sumerjo en Tu radiante y acuosa sinfonía.
Caudal exquisito, terso, profundo, absorbente,
que englobas mis pensamientos,
mis esperanzas, mis sueños
con Tu omnisciente percepción.
Burbujeas otra vez en canto.
Giras en incesantes remolinos
hasta embriagarme de emoción.
Excitantes pasan volando los rápidos.
Oigo palpitar el rumor de las aguas.
¡Es un deleite fluir con Tu voluntad!
Luego, con más lentitud,
sigo alegre mi curso.
Una fuerza más mansa, perpetua,
discurre grácilmente,
lejos, lejos de las orillas del tiempo.
Floto feliz en esta cava acrónica
tachonada de estrellas.
Reposo largo, total,
en Tus mimos de infinita ternura.
Maravilloso amigo, compañero, Señor, Rey, Salvador y Dios: ¡cuántas cosas eres, Jesús! Llenas tantas facetas de mi vida. Te rindo alabanzas por ello.
Dice la Palabra que eres mi escudo y mi adarga. Eres a un mismo tiempo mi vanguardia y mi retaguardia. Me sostienes por delante y por detrás, y me apuntalas por los lados.
Me maravilla que teniendo tanta gente a la que atender, te quede tiempo para mí. Me imagino que, aun siendo Dios, te demanda un esfuerzo infinito ocuparte de todos los asuntos del universo. Te debo las gracias por acordarte y cuidar de mí.
Cuando me detengo un momento a pensar en las numerosas bendiciones que me has concedido, a recordar cómo has obrado en mi vida, mi corazón rebosa de alabanza y gratitud. No tengo motivos para quejarme y sí todas las razones del mundo para alabarte.
Gracias, mi amado Señor y Salvador, mi maravilloso Rey, amigo y compañero que nunca me abandona. Podría darte las gracias un millón de veces y no sería suficiente. No se me ocurre nada que pudiera hacer o decir y que bastaría para pagarte. Lo que sí prometo, por Tu gracia, es reservarte siempre un lugar primordial en mi corazón y mi vida y amarte más que a nada o a nadie.
Te amo por lo indescriptiblemente poderoso que eres. Te amo porque respondes a mis oraciones, porque contestas incluso las que aún no se me ha ocurrido hacer. Te amo porque auscultas mi corazón y percibes lo que está escrito en él, las palabras no pronunciadas, los deseos incumplidos, los sueños que no me he atrevido a soñar. Los tomas todos en Tus manos y los plasmas. Algunos los cumples delante mismo de mí; otros los bañas con Tu paciencia, Tu paz y tranquilidad, y otros los vas borrando imperceptiblemente de mi recuerdo, de tal manera que cuando quiero indagarlos ya se han desvanecido, y en su lugar no queda más que la espléndida sensación de Tu presencia.
Alaben al Señor todos los hijos del amor. ¡Alaben al Señor todos los hijos del fuego y la emoción! ¡Alaben al Señor todos los hijos de la misericordia! Alaben al Señor todos los hijos de la alabanza, pues sólo Él es digno de ella. Alabado sea Jesús por los siglos de los siglos, nuestro Señor, Salvador, Rey y Maestro, nuestro inseparable compañero y consolador. ¡Toda la gloria, la honra y la alabanza sean dadas a Jesús!
No tengo motivos válidos para sentir ansiedad. Eso te lo debo a Ti. En ningún momento tengo por qué sentir tensión o siquiera preocuparme de nada. El saber que Tú lo gobiernas y lo resuelves todo me infunde gran tranquilidad y me libra de toda sensación desapacible. No tengo razones para disgustarme ni alterarme, ya que todo está en Tus manos y no se te escapa nada. En tanto que acuda a Ti, Jesús, no dejarás que me suceda nada perjudicial, al menos nada que a la larga sea perjudicial. Es maravilloso tener esa confianza. Te lo agradezco.
Muchos se han esforzado por entender cómo obras y han terminado complicándose la vida. Gracias porque en realidad esos asuntos no me preocupan, no me perturban. No pretendo comprender Tu naturaleza ni analizarte. No trato de averiguar la forma exacta en que lo has hecho todo. Eso para mí carece de trascendencia. Lo que para mí importa es que existes, que te amo y que me amas. El amor que me profesas es mayor que el que te profeso yo.
Eres verdaderamente alucinante, insuperable en todo sentido. Te alabo y te lo agradezco. ¡Gracias!
Te agradezco en el alma que te hagas presente en cada aspecto de mi vida. No sólo eres la persona que más me hace falta cuando necesito compañía o consuelo; también satisfaces mis necesidades en todo sentido: en lo práctico, en lo espiritual y en lo emocional.
Eres mi amigo, mi padre, mi instructor, mi redactor, mi crítico, mi asesor, mi colega, mi supervisor. En cada aspecto y actividad, eres el compañero ideal. Me brinda gran seguridad compartir contigo cada instante de mi vida. Eres de lo más entretenido, tranquilo, prudente, conocedor, ingenioso y comprensivo, y siempre velas por mí, me ayudas y me alientas.
Gracias por ser mi socio en los altibajos y vicisitudes de la vida, en todas las dificultades, alegrías, desafíos, pesares, risas, lágrimas, ratos de esparcimiento y horas de trabajo. ¡Eres mi ideal!
Te agradezco, Jesús, que Tus pisadas me conduzcan por una senda de delicias, que me lleven a vivir las aventuras de la vida, que me encaminen hacia Tu reino venidero. Te agradezco que no te adelantes mucho; si no, me extraviaría. Te agradezco que no des pasos agigantados que me harían difícil seguirte. Te agradezco que no me lleves por terrenos desiguales que me causarían agotamiento y que no me hagas subir a escarpados riscos que me asustarían. Más bien me guías por sendas delicadas, por veredas hermosas, desde donde se divisan extasiantes paisajes y donde hace un tiempo espléndido. Mientras caminamos, me adviertes de los peligros que se presentan, me dices que vaya en un sentido o en otro, que tenga cuidado con esa rama o que no me vaya a tropezar con aquel leño, o me ofreces ayuda para cruzar algún arroyo. Constantemente me acompañas, me guías y me asistes para hacer mi travesía lo más agradable y hermosa posible.
Te doy gracias porque me permites transitar contigo por la senda de la vida. Eres mi permanente compañero de viaje. Te doy gracias por revelarme nuestro último destino: Tu reino celestial. Gracias por la patria celestial que has preparado para Tus hijos, ¡lugar de extraordinaria belleza y felicidad!
Jesús, ¡Tu rostro es tan hermoso! Me encanta contemplarte. Me apasiona adorarte. Mirarte a los ojos me tranquiliza. Tu sonrisa me infunde paz interior. Tu semblante es muy tierno; denota consideración y comprensión.
Me miras profundamente a los ojos, escudriñas mi alma y me infundes un calor especial. Siento que me adivinas los pensamientos. El brillo de Tus ojos me demuestra que me amas, que soy único para Ti, que soy singular. La luz que emana de Tu rostro me alumbra el camino.
Quiero que Tu amor reine en mi corazón, Señor mío. Mi único deseo es ser para Ti como una esclava totalmente dispuesta y comprometida a hacer Tu voluntad, por puro amor a Ti. Mi Rey, Tus deseos son ordenes para mí, pues te pertenezco, y a la vez Tú eres mío, y para siempre estaremos unidos en amor. Te alabo, te glorifico y te honro por ello.
¡Toda la gloria sea para Ti! ¡Todo el amor sea para Ti! Te pertenezco por la eternidad. Me inclino ante Ti en sumisión y humildad. Sólo deseo fundirme contigo: que tengamos un mismo corazón, una misma mente, a fin de poder complacerte y dar fruto para Tu gloria. Quiero que al mirarme otras personas sepan que nos pertenecemos el uno al otro y vean reflejados en mí Tu luz, Tu poder y Tu amor.
Oh mi Señor y Salvador, no quiero nada de mí. Desdeño mis propios pensamientos, mis propios caminos, mis propias actitudes. Quita de mí toda idea o deseo propio. Purifícame de mis pecados. Límpiame de mis malas acciones. No quiero ver las cosas desde una óptica terrenal o como el mundo las ve. Sólo quiero que Tú, mi Rey, vivas y obres en mí.
Te doy gracias porque gozaré de la eternidad contigo y con mis seres queridos. Jamás nos separaremos, jamás estaremos solos: cada día te conoceré mejor, te veré con más claridad y te entenderé mejor.
Gracias por este amor mágico que me brindas. Gracias por quererme. ¡Tu amor es insuperable! Nunca me defrauda; siempre me reconforta cuando lo necesito. Te agradezco que pueda confiar en Ti, mi adorado Jesús. Te agradezco que pueda contar contigo. Siempre estás presente y siempre puedo acudir a Ti. Gracias por rodearme con Tus brazos.
Qué bendición es contar con Tu infalible e infinito amor. ¡Cómo me consuela saber que Tus brazos fuertes y amorosos siempre me envolverán! ¡Cuánta seguridad me brinda la certeza de que me cuidas constantemente, de que estás al tanto de cada uno de mis pensamientos y mis actos! ¡Qué celestial es que comprendas mi estado de ánimo! Ves dentro de mí y entiendes de verdad lo que siento y lo que pienso.
Conoces todas mis flaquezas, insuficiencias, debilidades y pecados. Sin embargo, también ves y comprendes lo profundo que es el amor que te tengo. Tú sabes que sólo deseo hacer lo que te agrade. Por amor elegiste fijarte sólo en el cariño que albergo por Ti y pasar por alto mis innumerables faltas, defectos, errores y pecados.
Tu amor me ayuda a levantarme y esforzarme de nuevo cuando me parece que no valgo nada y que no estoy a la altura de lo que esperas de mí. Sé que por muy mal que me sienta, por grave que haya sido mi error o por mucho que me haya apartado de lo que querías que dijera y pensara, puedo seguir contando contigo.
A veces me considero tan terrible que no me soporto; menos aún tolero la compañía de otras personas. Me da la impresión de que en esas condiciones nadie podría amarme. Tú, sin embargo, me aceptas tal cual soy; no tengo que ponerme máscaras ni fachadas. No puedo menos que darte las gracias por ello.
Gracias, Jesús, porque no hace falta que entienda; basta con que acuda presto a Tus brazos y experimente Tu amor. ¡Qué seguridad me comunicas! En Ti disfruto de una protección total. Eres mi baluarte. ¡Qué bien me guardas! ¡Te amo!
No puedo vivir sin Ti, Jesús. Eres mi fuente de vida. Toma posesión de mi ser. Palpita en mi corazón. Sé mi energía, mis fuerzas. Te ruego, Señor mío, que seas mi aliento. Quiero inhalarte, respirar hondo Tu Espíritu cada instante del día. ¡Ah, qué dulce fragancia! ¡El aliento de Tu Espíritu es mi vida!
No puedo vivir sin Tu aire puro. Necesito el oxígeno de Tu Espíritu para seguir con vida. Me encanta inhalar Tu aire fresco: ¡es de lo más renovador! Me encanta respirar Tu Espíritu.
s increíble cómo me das fuerzas para aguantar cuando la situación se pone difícil. Me brindas gran satisfacción y contento.
Siento que me has honrado grandemente, que me amas mucho y me aceptas. Gracias por el amor incondicional que me manifiestas. Me entrego a Ti por entero y confío en Tu bondad.
Mi alma cansada te entrego.
En Tus brazos hallo sosiego.
Distingo Tu rostro tan puro, tan bueno.
Me infundes fuerzas.
Tus ojos me dan la paz que persigo.
Cuando mis pensamientos sin sentido
a Ti te presento y te confío,
me serenas.
Te traigo un amor limitado,
¡apenas unas gotas comparado
con las aguas de Tu amor derrochado!
Me bañas en ellas.
Fracasos y agridulces sentimientos
dejo a Tus pies, y te encuentro
cuando te inclinas para recogerlos.
Me alientas.
Mis sueños, mis ansias,
mi propio ser, toda mi esperanza,
a Tu lado poco pesan en la balanza.
Conoces mis sendas.
Aunque banales e infantiles,
aceptas mis dones humildes
y a cambio me das bendiciones a miles.
Me aprecias.
Todo deseo, toda aspiración
te presenta confiado mi corazón.
Tú me los concedes, y yo, en sumisión,
te rindo mi voluntad entera.
Más alabanzas a Dios
A continuación reproducimos pasajes de la Biblia en los que se ofrecen alabanzas a Dios. Se han adaptado las frases del texto original para convertirlas en plegarias personales dirigidas a Dios o a Jesús.
Cantaré a Ti, oh Señor, porque te has magnificado grandemente.
Tú eres mi fortaleza y mi cántico, y has sido mi salvación. Te enalteceré.
¿Quién como Tú, oh Señor? ¿Quién como Tú, magnífico en santidad, hacedor de prodigios?
Condujiste en Tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con Tu poder a Tu santa morada.
Tú los introducirás y los plantarás en el monte de Tu heredad, en el lugar de Tu morada, que Tú has preparado, oh Señor, en el santuario que Tus manos, oh Señor, han afirmado.
Tú reinarás eternamente y para siempre.
Te canto a Ti, oh Señor, porque en extremo te has engrandecido.
Tú eres mi roca, mi fortaleza y mi libertador.
Dios mío, fortaleza mía, en Ti confío; mi escudo y el fuerte de mi salvación; mi alto refugio; salvador mío, de violencia me libraste.
Te invocaré, pues digno eres de ser alabado y seré salvo de mis enemigos.
Me glorío en Tu santo nombre; mi corazón se alegra en gran manera en Tu salvación.
Grande eres Tú y digno de suprema alabanza.
Alabanza y magnificencia delante de Ti; poder y alegría en Tu morada.
Te aclamo a Ti, oh Dios, porque Tú eres bueno; porque Tu misericordia es eterna.
Bendito sea Tu nombre de eternidad a eternidad.
Bendito seas Tú, oh Señor Dios, mi Padre, desde el siglo y hasta el siglo.
Tuya es, oh Señor, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor. Todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son Tuyas. Tuyo, oh Señor, es el reino y Tú eres excelso sobre todos.
Las riquezas y la gloria proceden de Ti, y Tú dominas sobre todo; en Tu mano está la fuerza y el poder, y en Tu mano el hacer grande y el dar poder a todos.
Ahora pues, Dios mío, te alabo y doy loor a Tu glorioso nombre.
Todo es Tuyo, y de lo recibido de Tu mano te damos.
Tú eres el objeto de mi alabanza. Tú eres mi Dios, que has hecho para conmigo estas cosas grandes y maravillosas que mis ojos han visto.
Bendígase el nombre Tuyo, glorioso y alto sobre toda bendición y alabanza.
Tú solo eres Señor; Tú hiciste los cielos y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos. Tú vivificas todas estas cosas y los ejércitos de los cielos te adoran.
He aquí Tú eres salvación mía; me aseguras y no temeré; mi fortaleza y mi canción eres Tú, quien has sido salvación para mí.
Te cantaré, Señor, aclamaré Tu nombre. Haré célebres en los pueblos Tus obras y recordaré que Tu nombre es engrandecido.
Te cantaré salmos, Señor, porque has hecho cosas magníficas; sea sabido esto por toda la tierra.
Me regocijaré y cantaré. Tú, Señor, grande eres en medio de nosotros.
Alzaré mi voz a Ti, oh Dios, y cantaré gozoso por Tu grandeza, oh Señor.
Tú eres mi Dios; te exaltaré, alabaré Tu nombre, porque has hecho maravillas. Tus consejos antiguos son verdad y firmeza.
Te cantaré un nuevo cántico, Tu alabanza hasta el fin de la tierra.
Sea bendito Tu nombre, oh Dios, de siglos en siglos. Tuyos son el poder y la sabiduría.
A Ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias y te alabo, porque nos has dado sabiduría y fuerza, y ahora nos has revelado los tesoros de Tu Palabra.
Te alabo, te engrandezco y te glorifico, oh Dios. Tus obras son verdaderas, y Tus caminos justos.
Con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí.
Tú, el Poderoso, nos has hecho grandes cosas; santo es Tu nombre.
Tu misericordia es de generación en generación a los que te tememos.
Hiciste proezas con Tu brazo; esparciste a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.
Quitaste de los tronos a los poderosos y exaltaste a los humildes.
A los hambrientos colmaste de bienes y a los ricos enviaste vacíos.
Bendito seas, oh Dios, que has visitado y redimido a Tu pueblo.
Señor, Tú eres el Dios que hiciste el Cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay.
De Ti, y por Ti, y para Ti, son todas las cosas. A Ti sea la gloria por los siglos. Amén.
A Ti, oh Señor, sea gloria por los siglos de los siglos.
A Ti, oh Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos.
Anunciaré Tu nombre eternamente y te alabaré.
A Ti te pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.
A Ti sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos.
Te doy gloria, y te adoro, oh Dios.
Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, ¡y el que ha de venir!
Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque Tú creaste todas las cosas, y por Tu voluntad existen y fueron creadas.
Fuiste inmolado y con Tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación.
Nos has hecho reyes y sacerdotes para nuestro Dios, y reinaremos sobre la tierra.
Tú, oh Señor, eres digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.
A Ti, que estás sentado en el trono, y a Ti, oh Cordero de Dios, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a Ti, oh Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Te doy gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado Tu gran poder, y has reinado.
Grandes y maravillosas son Tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son Tus caminos, Rey de los santos.
¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará Tu nombre? Pues sólo Tú eres santo. Todas las naciones vendrán y te adorarán, porque Tus juicios se han manifestado.
Te alabaré, oh Señor, conforme a Tu justicia, y cantaré a Tu nombre, oh Señor, Altísimo.
¡Oh Señor, Señor mío, cuán glorioso es Tu nombre en toda la tierra! Has puesto Tu gloria sobre los cielos.
Te alabaré, oh Señor, con todo mi corazón; contaré todas Tus maravillas.
Me alegraré y me regocijaré en Ti; cantaré a Tu nombre, oh Altísimo.
Tú, Señor, permanecerás para siempre; has dispuesto Tu trono para juicio.
Juzgarás al mundo con justicia y a los pueblos con rectitud.
Serás refugio del pobre, refugio para el tiempo de angustia.
En Ti confiarán los que conocen Tu nombre, por cuanto no desamparaste a los que te buscaron.
Te cantaré, oh Señor, publicaré entre los pueblos Tus obras.
En Tu misericordia he confiado; mi corazón se alegrará en Tu salvación.
Te cantaré, oh Señor, porque me has hecho bien.
Tú, Señor, eres la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte.
Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos y es hermosa la heredad que me ha tocado.
Te bendeciré, Señor, que me aconsejas.
A Ti he puesto siempre delante de mí; porque estás a mi diestra, no seré conmovido.
Me mostrarás la senda de la vida; en Tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a Tu diestra para siempre.
Te amo, oh Señor, fortaleza mía.
Roca mía y castillo mío, y mi libertador;
Dios mío, fortaleza mía, en Ti confiaré; mi escudo y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.
Te invocaré, pues digno eres de ser alabado.
Perfecto es Tu camino y acrisolada Tu Palabra; escudo eres a todos los que en Ti esperan.
Tú eres el que me ciñe de poder y quien hace perfecto mi camino.
Te confesaré entre las naciones, oh Señor, y cantaremos a Tu nombre.
Los cielos cuentan Tu gloria, oh Dios, y el firmamento anuncia la obra de Tus manos.
Tu ley, oh Señor, es perfecta, que convierte el alma; Tu testimonio es fiel, que hace sabio al sencillo.
Tus mandamientos son rectos, que alegran el corazón; Tu precepto es puro, que alumbra los ojos.
Tu temor es limpio, que permanece para siempre; Tus juicios son verdad, todos justos.
Deseables son más que el oro y más que mucho oro afinado; dulces más que miel y que la que destila del panal.
Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón.
Me alegraré en Tu salvación y alzaré pendón en Tu nombre.
Me alegré en Tu poder, oh Señor; y en Tu salvación, ¡cómo me gozo!
Me has concedido el deseo de mi corazón y no me negaste la petición de mis labios.
Engrandécete, oh Señor, en Tu poder; cantaré y alabaré Tu poderío.
Bendito sea Tu nombre, oh Señor, que oíste la voz de mis ruegos.
Tú eres mi fortaleza y mi escudo; en Ti confié y fui ayudado, por lo que se gozó mi corazón. Con mis cánticos te alabaré.
Te glorificaré, oh Señor, porque me has exaltado y no permitiste que mis enemigos se alegraran de mí.
Señor Dios mío, te alabaré para siempre.
Recta es Tu Palabra y toda Tu obra es hecha con fidelidad.
Te bendeciré, Señor, en todo tiempo; Tu alabanza estará de continuo en mi boca.
En Ti, Señor, se gloriará mi alma; lo oirán los mansos y se alegrarán.
Mi lengua hablará de Tu justicia y de Tu alabanza todo el día.
Has aumentado, oh Dios, Tus maravillas y Tus pensamientos para conmigo.
De día mandarás Tu misericordia y de noche Tus cánticos estarán conmigo y mis oraciones a Ti, mi Dios.
He de alabarte, salvación mía y Dios mío.
En Ti me gloriaré todo el tiempo y para siempre alabaré Tu nombre.
Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de Tu Reino.
Has amado la justicia y aborrecido la maldad.
Sé exaltado entre las naciones; enaltecido sé en la tierra.
Te canto, oh Dios, te canto a Ti, mi Rey.
Tú, oh Señor, eres muy exaltado.
De justicia está llena Tu diestra.
Cantará mi lengua Tu justicia.
Abre mis labios y publicará mi boca Tu alabanza.
Te alabaré para siempre, porque lo has hecho así. Esperaré en Tu nombre, porque es bueno, delante de Tus santos.
Alabaré Tu nombre, oh Señor, porque es bueno.
Tú me has librado de toda angustia.
A Ti clamaré; y Tú me salvarás.
Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, y Tú oirás mi voz.
En Ti alabaré Tu Palabra.
En Ti he confiado; no temeré; ¿qué puede hacerme el hombre?
Te tributaré alabanzas.
Exaltado seas sobre los cielos, oh Dios; sobre toda la tierra sea Tu gloria.
Te alabaré entre los pueblos, oh Señor; cantaré de Ti entre las naciones.
Exaltado seas sobre los cielos; sobre toda la tierra sea Tu gloria.
Cantaré de Tu poder y alabaré de mañana Tu misericordia. Eres mi amparo, y refugio en el día de mi angustia.
Fortaleza mía, a Ti cantaré; porque eres, oh Dios, mi refugio, el Dios de mi misericordia.
Mejor es Tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán.
Así te bendeciré en mi vida; en Tu nombre alzaré mis manos.
Anunciaré Tus obras, oh Dios.
Me alegraré en Ti, oh Dios, y confiaré en Ti.
Canto Tu gloria, oh Señor.
Te adoro, y cantaré a Ti, cantaré a Tu nombre, oh Dios.
Bendito seas; no has echado de Ti mi oración ni de mí Tu misericordia.
Ten misericordia de mí, y bendíceme; haz resplandecer Tu rostro sobre mí.
Bendíceme, y témante todos los términos de la tierra.
Bendito seas, Señor; cada día me colmas de beneficios, Dios de mi salvación.
Tú, mi Dios, has de salvarme.
Te bendigo, oh Dios, en las congregaciones; a Tu nombre, Señor, nosotros de la estirpe de Israel.
Te atribuyo poder, oh Dios; sobre Israel es Tu magnificencia, y Tu poder está en los cielos.
Magnífico eres, oh Dios, desde Tus santuarios; Tú das fuerza y vigor a Tu pueblo.
Alábente los cielos y la tierra, los mares y todo lo que se mueve en ellos.
Yo esperaré siempre, y te alabaré más y más.
Mi boca publicará Tu justicia y Tus hechos de salvación todo el día.
Vendré a Tus hechos poderosos, Señor Dios; haré memoria de Tu justicia, de la Tuya sola.
Oh Dios, me enseñaste desde mi juventud, y hasta ahora he manifestado Tus maravillas.
Aun en la vejez, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie Tu poder a la posteridad y Tu potencia a todos los que han de venir.
Tu justicia, oh Dios, hasta lo excelso. Tú has hecho grandes cosas; oh Dios, ¿quién como Tú?
Aumentarás mi grandeza y volverás a consolarme.
Asimismo te alabaré con instrumentos de salterio, oh Dios mío; Tu verdad cantaré a Ti en el arpa.
Mis labios se alegrarán cuando cante a Ti, y mi alma, la cual redimiste.
Mi lengua hablará también de Tu justicia todo el día; por cuanto han sido avergonzados, porque han sido confundidos los que mi mal procuraban.
Bendito Tu nombre glorioso para siempre.
Toda la tierra sea llena de Tu gloria. Amén y amén.
He puesto en Ti mi esperanza, para contar todas Tus obras.
Tú eres mi rey desde tiempo antiguo; el que obra salvación en medio de la tierra.
Tuyo es el día, Tuya también es la noche; Tú estableciste la luna y el sol.
Tú fijaste todos los términos de la tierra; el verano y el invierno Tú los formaste.
Gracias te doy, oh Dios, gracias te doy, pues cercano está Tu nombre; los hombres cuentan Tus maravillas.
Me acordaré de Tus obras, oh Señor altísimo; sí, haré memoria de Tus maravillas antiguas.
Meditaré en todas Tus obras y hablaré de Tus hechos.
¿Qué Dios es grande como mi Dios?
Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos Tu poder.
Con Tu brazo redimiste a Tu pueblo.
Nosotros, pueblo Tuyo y ovejas de Tu prado, te alabaremos para siempre; de generación en generación cantaremos Tus alabanzas.
Te cantaré con gozo, fortaleza nuestra, y te aclamaré con júbilo.
Tú eres Altísimo sobre toda la tierra.
La justicia irá delante de Ti y Tus pasos nos pondrás por camino.
Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de Ti, Señor, y glorificarán Tu nombre.
Eres grande y hacedor de maravillas; sólo Tú eres Dios.
Te alabaré, oh Señor Dios mío, con todo mi corazón, y glorificaré Tu nombre para siempre.
Tu misericordia es grande para conmigo. Has librado mi alma de las profundidades del Seol.
Tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira y grande en misericordia y verdad.
Tus misericordias, Señor, cantaré perpetuamente; de generación en generación haré notoria Tu fidelidad con mi boca.
En los cielos mismos afirmarás Tu verdad.
Celebrarán los cielos Tus maravillas, oh Señor, Tu verdad también en la congregación de los santos.
¿Quién en los cielos se igualará al Señor? ¿Quién será semejante al Señor entre los hijos de los potentados?
Dios temible en la congregación de los santos y formidable sobre todos cuantos están alrededor de Ti.
Oh Señor, Dios de los ejércitos, ¿quién cómo Tú? Tuyos son los cielos, Tuya también la tierra; el mundo y su plenitud, Tú lo fundaste.
Tuyo es el brazo potente; fuerte es Tu mano, exaltada Tu diestra.
Justicia y juicio son el cimiento de Tu trono; misericordia y verdad van delante de Tu rostro.
En Tu nombre me alegraré todo el día y en Tu justicia seré enaltecido.
Tú eres la gloria de mi potencia, y por Tu buena voluntad acrecentarás mi poder.
Tú eres mi escudo y mi Rey.
Bendito seas para siempre. Amén y amén.
Señor, Tú me has sido refugio de generación en generación.
Bueno es alabarte, oh Señor, y cantar salmos a Tu nombre, oh Altísimo.
Anunciar por la mañana Tu misericordia y Tu fidelidad cada noche.
En el decacordio y en el salterio, en tono suave con el arpa.
Por cuanto me has alegrado, oh Señor, con Tus obras; en las obras de Tus manos me gozo.
¡Cuán grandes son Tus obras, oh Señor! Muy profundos son Tus pensamientos.
Tú, Señor, para siempre eres Altísimo.
He aquí Tus enemigos, oh Señor... he aquí, perecerán Tus enemigos; serán esparcidos todos los que hacen maldad.
Tú, Señor, reinas; te vestiste de magnificencia; te ceñiste de poder. Afirmaste también el mundo, y no se moverá.
Firme es Tu trono desde entonces; Tú eres eternamente.
Tú en las alturas eres más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, más que las recias ondas del mar.
Tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a Tu casa, oh Señor, por los siglos y para siempre.
Te aclamaré alegremente, oh Señor; te cantaré con júbilo, roca de mi salvación.
Llegaré ante Tu presencia con alabanza, te aclamaré con cánticos.
Tú eres Dios grande y Rey grande sobre todos los dioses.
En Tu mano están las profundidades de la tierra y las alturas de los montes son Tuyas.
Tuyo también el mar, pues Tú lo hiciste; y Tus manos formaron la tierra seca.
Te adoraré y me postraré ante Ti; me arrodillaré delante de Ti, Señor, mi Hacedor.
Tú eres nuestro Dios; nosotros, el pueblo de Tu prado y ovejas de Tu mano.
Te cantaré cántico nuevo.
Te cantaré, bendeciré Tu nombre; anunciaré de día en día Tu salvación.
Proclamaré entre las naciones Tu gloria, en todos los pueblos Tus maravillas.
Grande eres y digno de suprema alabanza; temible sobre todos los dioses.
Todos los dioses de los pueblos son ídolos; pero Tú hiciste los cielos.
Alabanza y magnificencia delante de Ti; poder y gloria en Tu santuario.
Te tributaré, oh Señor, te daré la gloria y el poder.
Te daré, Señor, la honra debida a Tu nombre; te traeré ofrendas y vendré a Tus atrios.
Te adoraré en la hermosura de la santidad; temeré siempre delante de Ti.
Diré entre las naciones que Tú reinas; también afirmaste el mundo, no será conmovido; juzgarás a los pueblos en justicia.
Alégrense los cielos y gócese la tierra; brame el mar y su plenitud.
Regocíjese el campo y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento, delante de Ti, Señor.
Porque viniste; viniste a juzgar la tierra. Juzgarás al mundo con justicia y a los pueblos con Tu verdad.
Tú, Señor, reinas; regocíjese la tierra. Alégrense las muchas costas.
Los cielos anunciaron Tu justicia y todos los pueblos vieron Tu gloria.
Tú, Señor, eres excelso sobre toda la tierra; eres muy exaltado sobre todos los dioses.
Me alegraré en Ti y alabaré la memoria de Tu santidad.
Te canto cántico nuevo, porque has hecho maravillas; Tu diestra te ha salvado, y Tu santo brazo.
Has hecho notoria Tu salvación; a la vista de las naciones has descubierto Tu justicia.
Tú reinas; temblarán los pueblos. Estás sentado sobre el querubín, se conmoverá la tierra.
Tú eres grande y exaltado sobre todos los pueblos.
Alaben Tu nombre grande y temible; es santo.
Tú confirmas la rectitud; Tú has hecho juicio y justicia.
Te exalto, oh Dios, y me postro ante el estrado de Tus pies; Tú eres santo.
Te exalto, oh Dios, y me postro ante Tu santo monte. Porque Tú, el Señor mi Dios, eres santo.
Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra.
Te serviré con alegría; vendré ante Tu presencia con regocijo.
Tú, Señor, eres Dios; Tú nos hiciste y no nosotros a nosotros mismos; pueblo Tuyo somos y ovejas de Tu prado.
Entraré por Tus puertas con acción de gracias, por Tus atrios con alabanza; te alabaré, bendeciré Tu nombre.
Tú eres bueno; para siempre es Tu misericordia y Tu verdad por todas las generaciones.
Misericordia y juicio cantaré; a Ti cantaré, oh Señor.
Bendice, alma mía, al Señor; ¡no olvidaré ninguno de Sus beneficios!
Tú haces justicia y derecho a todos los que padecen violencia.
Bendecid al Señor, vosotros Sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis Su Palabra, obedeciendo a la voz de Su precepto.
Bendecid al Señor, vosotros todos Sus ejércitos, ministros Suyos, que hacéis Su voluntad.
Bendecid al Señor, vosotras todas Sus obras, en todos los lugares de Su señorío. Bendice, alma mía, al Señor.
Bendice, alma mía, al Señor. Señor Dios mío, mucho te has engrandecido; te has vestido de gloria y de magnificencia.
¡Cuán innumerables son Tus obras, oh Señor! Hiciste todas ellas con sabiduría; la tierra está llena de Tus beneficios.
Sea Tu gloria para siempre, oh Señor; alégrate en Tus obras.
A Ti cantaré en mi vida. A Ti, Señor, cantaré salmos mientras viva.
Dulce será mi meditación en Ti; me regocijaré en Ti, oh Señor.
Me gloriaré en Tu santo nombre.
Aleluya. Te alabaré, oh Dios, porque eres bueno. Para siempre es Tu misericordia.
Te alabaré, Señor, porque eres bueno. Para siempre es Tu misericordia.
Nosotros, Tus redimidos, lo decimos, los que has redimido del poder del Enemigo y a quienes nos has congregado de las tierras, del oriente y del occidente, del norte y del sur.
¡Alaben Tu misericordia, Señor, y Tus maravillas para con los hijos de los hombres!
Tú sacias al alma menesterosa y llenas de bien al alma hambrienta.
Tú quebrantaste las puertas de bronce y desmenuzaste los cerrojos de hierro.
Ofrezcamos sacrificios de alabanza y publiquemos Tus obras con júbilo.
Exaltemos al Señor en la congregación del pueblo y en la reunión de ancianos alabémosle.
Mi corazón está dispuesto, oh Dios; cantaré y entonaré salmos; esta es mi gloria.
Despiértate, salterio y arpa; despertaré al alba.
Te alabaré, oh Señor, entre los pueblos; a Ti cantaré salmos entre las naciones.
Más grande que los cielos es Tu misericordia y hasta los cielos Tu verdad.
Exaltado seas sobre los cielos, oh Dios, y sobre toda la tierra sea enaltecida Tu gloria.
Para que sean librados Tus amados, salva con Tu diestra y respóndenos.
Te alabaré, Señor, en gran manera con mi boca y en medio de muchos te alabaré.
Tú te pondrás a la diestra del pobre, para librar su alma de los que le juzgan.
Te alabaré, Señor, con todo el corazón en la compañía y congregación de los rectos.
Grandes son Tus obras, oh Señor, buscadas de todos los que las quieren.
Gloria y hermosura es Tu obra, y Tu justicia permanece para siempre.
Has hecho memorables Tus maravillas; clemente y misericordioso eres.
Has dado alimento a los que te temen; para siempre te acordarás de Tu pacto.
El poder de Tus obras manifestaste a tu pueblo, dándole la heredad de las naciones.
Las obras de Tus manos son verdad y juicio; fieles son todos Tus mandamientos.
Afirmados eternamente y para siempre, hechos en verdad y en rectitud.
Redención has enviado a Tu pueblo; para siempre has ordenado Tu pacto; santo y temible es Tu nombre.
El principio de la sabiduría es el temor de Ti; buen entendimiento tienen todos los que practican Tus mandamientos; Tu loor permanece para siempre.
Aleluya. Yo, Tu siervo, te alabo. Alabo Tu nombre, Señor.
Bendigo Tu nombre, Señor, desde ahora y para siempre.
Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado Tu nombre, Señor.
Excelso sobre todas las naciones eres Tú, Señor, sobre los cielos es Tu gloria.
¿Quién como Tú, Señor, mi Dios, que te sientas en las alturas, que te humillas a mirar en el Cielo y en la tierra?
Tú levantas del polvo al pobre y al menesteroso alzas del muladar,
Para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de Tu pueblo.
Tú haces habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos. Aleluya.
Te amo, Señor, pues has oído mi voz y mis súplicas.
Has inclinado a mí Tu oído; por tanto, te invocaré en todos mis días.
Tú has librado mi alma de la muerte, mis ojos de lágrimas y mis pies de resbalar.
Tú has roto nuestras prisiones.
Te ofreceré sacrificio de alabanza e invocaré Tu nombre.
Has engrandecido sobre mí Tu misericordia y Tu fidelidad es para siempre. Aleluya.
Mi fortaleza y mi cántico eres Tú. Tú me has sido por salvación.
Tu diestra es sublime; Tu diestra hace valentías.
Te alabaré porque me has oído y me fuiste por salvación.
Tú eres Dios, y me has dado luz.
Mi Dios eres Tú y te alabaré; Dios mío, te exaltaré.
Por heredad he tomado Tus testimonios para siempre: son el gozo de mi corazón.
He amado Tus mandamientos más que el oro, y más que oro muy puro.
Estimo rectos todos Tus mandamientos sobre todas las cosas y aborrezco todo camino de mentira.
Maravillosos son Tus testimonios; por tanto, los ha guardado mi alma.
La exposición de Tus palabras alumbra; hace entender a los simples.
Justo eres Tú, oh Señor, y rectos Tus juicios.
Tus testimonios son rectos y muy fieles.
Sumamente puras son Tus palabras y las aman Tus siervos.
La suma de Tu Palabra es verdad y eterno es todo juicio de Tu justicia.
Me regocijo en Tu Palabra como el que halla muchos despojos.
He amado Tus testimonios en gran manera.
Tu ley es mi delicia.
Mi socorro viene de Ti, Señor, que hiciste los cielos y la tierra.
Grandes cosas has hecho conmigo: estaré alegre.
Entraré en Tu tabernáculo; me postraré ante el estrado de Tus pies.
Mirad, bendecid al Señor, vosotros, todos los siervos del Señor, los que en la casa del Señor estáis por las noches.
Alzad vuestras manos al santuario y bendecid al Señor.
Desde Sion bendícenos, oh Señor, que has hecho los cielos y la tierra.
Aleluya. Alabad el nombre del Señor; alabadle, siervos del Señor.
Los que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de mi Dios.
Te alabo, oh Dios, porque eres bueno; canto salmos a Tu nombre, porque es benigno.
Tú nos has escogido para Ti, a Tu pueblo por posesión Tuya.
Yo sé que Tú eres grande y Tú, oh Dios nuestro, mayor que todos los dioses.
Todo lo que Tú quieres, lo haces, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos.
Oh Señor, eterno es Tu nombre; Tu memoria, oh Señor, de generación en generación.
Te alabo, oh Señor, porque eres bueno, porque para siempre es Tu misericordia.
Te alabo, Dios de los dioses, porque para siempre es Tu misericordia.
Te alabo, Señor de los señores, porque para siempre es Tu misericordia.
A Ti, el único que hace grandes maravillas, porque para siempre es Tu misericordia.
A Ti, que hiciste los cielos con entendimiento, porque para siempre es Tu misericordia.
Te alabaré con todo mi corazón; delante de los dioses te cantaré salmos.
Me postraré hacia Tu santo templo y alabaré Tu nombre por Tu misericordia y Tu fidelidad. Has engrandecido Tu nombre y Tu Palabra sobre todas las cosas.
El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma.
Te alabarán, oh Señor, todos los reyes de la tierra cuando oigan los dichos de Tu boca.
Cantarán de Tus caminos, oh Señor, porque Tu gloria es grande.
Aunque Tú eres excelso, atiendes al humilde; mas al altivo miras de lejos.
Te alabaré; porque formidables, maravillosas son Tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien.
¡Cuán preciosos nos son, oh Dios, Tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!
Si los enumero, se multiplican más que la arena; despierto, y aún estoy contigo.
Te exaltaré, mi Dios, mi Rey, y bendeciré Tu nombre eternamente y para siempre.
Cada día te bendeciré, y alabaré Tu nombre eternamente y para siempre.
Grande eres y digno de suprema alabanza. Tu grandeza es inescrutable.
Generación a generación celebrará Tus obras y anunciará Tus poderosos hechos.
En la hermosura de la gloria de Tu magnificencia, y en Tus hechos maravillosos meditaré.
Del poder de Tus hechos estupendos hablarán los hombres y yo publicaré Tu grandeza.
Proclamarán la memoria de Tu inmensa bondad y cantarán Tu justicia.
Clemente y misericordioso eres, lento para la ira, y grande en misericordia.
Bueno eres para con todos y Tus misericordias sobre todas Tus obras.
Te alaben, oh Señor, todas Tus obras y Tus santos te bendigan.
La gloria de Tu reino digan, y hablen de Tu poder, para hacer saber a los hijos de los hombres Tus poderosos hechos, y la gloria de la magnificencia de Tu reino.
Tu reino es reino de todos los siglos, y Tu señorío en todas las generaciones.
Tú sostienes a todos los que caen y levantas a todos los oprimidos.
Los ojos de todos esperan en Ti y Tú les das su comida a su tiempo.
Abres Tu mano y colmas de bendición a todo ser viviente.
Justo eres en todos Tus caminos y misericordioso en todas Tus obras.
Cercano estás a todos los que te invocan, a todos los que te invocan de veras.
Cumplirás el deseo de los que te temen; oirás asimismo el clamor de ellos y los salvarás.
Tú guardas a todos los que te aman; mas destruirás a todos los impíos.
Tu alabanza proclamará mi boca. Todos bendigan Tu santo nombre eternamente y para siempre.
Aleluya. Con mi alma te alabo, Señor.
Te alabaré, oh Señor, en mi vida; cantaré salmos a Ti, mi Dios, mientras viva.
Te alabaré, oh Dios, porque es bueno cantarte salmos, oh Dios; porque suave y hermosa es la alabanza.
Grande eres, oh Señor, y de mucho poder. Tu entendimiento es infinito.
Fortificaste los cerrojos de mis puertas; bendijiste a mis hijos dentro de mí.
Aleluya. Alabad al Señor desde los cielos; alabadle en las alturas.
Alabadle, vosotros todos Sus ángeles; alabadle, vosotros todos Sus ejércitos.
Alabadle, sol y luna; alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas.
Alabadle, cielos de los cielos; y las aguas que están sobre los cielos.
Alaben el nombre del Señor, porque Él mandó, y fueron creados.
Alabaré Tu nombre, oh Señor, porque sólo Tu nombre es enaltecido. Tu gloria es sobre tierra y cielos.
Tú has exaltado el poderío de Tu pueblo; alábente todos Tus santos, el pueblo a Ti cercano.
Aleluya. Te cantaré cántico nuevo, oh Señor, Tu alabanza sea en la congregación de los santos.
Me alegraré en Ti, oh Señor mi Hacedor; me regocijaré en Ti, mi Rey.
Te alabaré con danza; con pandero y arpa te cantaré.
Tú tienes contentamiento en Tu pueblo; hermosearás a los humildes con la salvación.
Regocijémonos por Tu gloria; cantaremos aun sobre nuestras camas.
Te exaltaré con mi garganta, oh Dios.
Aleluya. Te alabo oh Dios, en Tu santuario; te alabo en la magnificencia de Tu firmamento.
Te alabo por Tus proezas; te alabo conforme a la muchedumbre de Tu grandeza.
Te alabo a son de bocina; te alabo con salterio y arpa.
Te alabo con pandero y danza; te alabo con cuerdas y flautas.
Te alabo con címbalos resonantes; te alabo con címbalos de júbilo.
Todo lo que respira te alabe, oh Señor.
Te alabo, oh Dios. Te glorifico, exalto Tu nombre. Te honro y te amo. Me inclino delante de Ti y con todo mi corazón te alabo y te doy gracias.
Los pasajes de esta sección se compilaron, en el orden en que aparecen, a partir de los libros y capítulos de la Biblia enumerados a continuación:
Éxodo15
2 Samuel 22
1 Crónicas 16, 29
Deuteronomio 10
Nehemías 9
Isaías 12, 24-25, 42
Daniel 2, 4
Jonás 2
Lucas 1
Hechos 4
Romanos 11
Filipenses 4
1 Timoteo 1
Hebreos 2
1 Pedro 4
Judas 1
Apocalipsis 14, 4-5, 7, 11, 15
Salmos 7-9, 13, 16, 18-21, 28, 30, 33-35, 40, 42, 44-48, 51-52, 54-57, 59, 63-64, 66-69, 71-75, 77, 79, 81, 83, 85-86, 89-90, 92-93, 95-101, 103-109, 111, 113, 116-119, 121, 126, 132, 134-136, 138-139, 145-150
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