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viernes, 18 de marzo de 2011

¡Dios nos moldea quebrantándonos!

Para los que conocemos y amamos a Jesús, se puede decir que la vida, con todas sus experiencias, es una escuela preparatoria. El Profesor es el Señor, y nos quiere enseñar a cada uno todo lo que necesitamos aprender sobre Él, Su Amor, la salvación y cómo servirle, así como ayudarnos a someternos a Él y obedecer Su Palabra.
Dios sabe muy bien que nunca logrará ninguno de nosotros hacer nada notable para Él y Su Reino Celestial con sus propias fuerzas. Es más, Jesús dijo: «Sin Mí, nada puedes hacer» (S.Juan 15:5). Pero por otra parte, la Biblia dice que «¡todo lo podemos en Cristo!» (Filipenses 4:13)... con la condición de que nos sometamos al Señor y estemos sinceramente dispuestos a ser lo que Dios quiera; no lo que somos, sino lo que Dios desee que seamos. ¡Entonces puede servirse de nosotros para grandes cosas!
Como es natural, eso de volvernos dispuestos, sumisos y entregados al Señor no es algo que se aprenda de un día para otro. Se aprende a base de tiempo, de quebrantamientos, de sufrimientos, a base de enseñanzas y experiencias que nos ponen entre la espada y la pared y nos obligan a acercarnos a Él.
Es casi interminable la lista de todos los hombres de la Biblia a los que Dios tuvo que humillar antes de poderse valer de ellos, de todos los líderes a los que Dios tuvo que derribar y dejar por los suelos para que luego pudieran aguantar que los exaltara; ¡de lo contrario, habrían podido atribuirse el mérito a sí mismos en vez de darle la gloria a Dios!
¡Por ejemplo, José! Jacob tuvo 12 hijos, de los cuales José era su preferido. ¡Al final sus hermanos mayores sintieron tanta envidia de él que casi lo mataron, lo echaron en una cisterna y luego lo vendieron como esclavo! Pero el Señor se valió precisamente de eso para humillarlo. ¡José tuvo que convertirse en esclavo y reo y ser condenado como un criminal para que Dios pudiera luego exaltarlo y hacer de él el salvador de Su pueblo! (Génesis 37,39-41)
¡Y fíjate en Moisés! Durante 40 años recibió preparación nada menos que en la corte del faraón, y llegó a ser el hombre más poderoso después de Faraón en todo el antiguo Egipto, que era el gran imperio mundial de la época. Dice la Biblia que fue «enseñado en toda la sabiduría de los egipcios» (Hechos 7:22), pero Dios todavía no podía valerse de él para conducir a Su pueblo a la libertad, porque estaba lleno de la sabiduría de este mundo, pero no de la sabiduría de Dios. Primero Moisés tenía que ser quebrantado. Por eso Dios permitió que se convirtiera en un fugitivo de Faraón, y tuvo que pasar 40 años en el desierto, sin hacer otra cosa que cuidar ovejas, hasta que por fin estuvo suficientemente quebrantado y humillado para que Dios pudiera valerse de él, ¡y realizar la gran misión para la que lo había creado! (Éxodo 2,3)
¿Y qué me dices del rey David, el más grande que tuvo Israel? ¡Cuando se enamoró de Betsabé, hizo adrede que mataran a Urías, su esposo, en acto de servicio, y luego trató de encubrir todo su crimen con mentiras! ¡Dios tuvo que desenmascararlo por completo, humillarlo, y juzgarlo severamente! Y al poco tiempo Absalón, su propio hijo, le traicionó y le arrebató el trono (2Samuel 11,12,15).
Pero, ¿crees que la caída de David fue verdaderamente una caída hacia abajo, o una caída hacia arriba? Con Dios, a veces para subir hay que bajar; ¡de hecho, la mayoría de las veces! ¡Justo lo contrario de lo que creemos nosotros! Pues David fue humillado y el reino entero fue humillado, ¡y a todos les sirvió para acordarse de que su grandeza dependía exclusivamente del Señor! ¡Y de las desgracias y reveses que sufrió David en su vida -como cuando se aprieta y retuerce un panal- brotó la dulce miel de los salmos, y la fragancia de sus alabanzas al Señor por Su misericordia!
¡Elías, el gran profeta, valeroso e intrépido, fue capaz de hacer bajar fuego del Cielo para confundir a los profetas falsos de Baal y demostrar que tenía razón! (1Reyes 18) Pero después de matar a cientos de falsos profetas, ¡le entró pánico y huyó a causa de una simple mujercita, la malvada reina Jezabel! Se ocultó en el desierto, ¡y estaba tan desanimado que deseaba morirse! Pero en aquel momento de desesperación, ¡aquel profeta de fuego y truenos se convirtió en un hombre manso y sencillo y aprendió a escuchar la voz apacible y delicada de Dios! Y de esa manera llegó a ser un instrumento mucho mejor y más humilde en manos del Señor, un profeta que regresó audazmente para hacerle frente no sólo a la reina, ¡sino también al rey y a todos sus soldados!
¡Y fíjate en el apóstol Pedro! Le juró a Jesús: «Aunque todos los demás te abandonen, dispuesto estoy yo a ir contigo no sólo a la cárcel, ¡sino también a la muerte!» (S.Juan 13:37, S.Lucas 22:33) Pero al cabo de pocas horas, cuando Jesús fue capturado por los guardias del templo y llevado a la fuerza al tribunal religioso de los judíos, ciertas personas que había fuera del edificio reconocieron a Pedro y dijeron que era uno de los seguidores de Jesús. ¡Pedro negó vehementemente que le conociera siquiera, maldiciendo y jurando que no tenía ni idea de a qué se referían! (S.Marcos 14:66-71)
La tercera vez que negó a Jesús, éste, que estaba siendo conducido por sus captores a otra dependencia del edificio, se dio la vuelta y miró fijamente a Pedro, el cual recordó de pronto que había jurado que nunca le negaría. Cuenta la Biblia que Pedro entonces, «saliendo fuera, lloró amargamente». (S.Lucas 22:62) ¿Fue ese el fin de Pedro en su servicio al Señor? ¡NO! Poco después de esta humillación, de esta derrota y gran fracaso, ¡el Señor llamó a Pedro para que se pusiera al frente de la Iglesia Primitiva!
Y veamos el caso del gran apóstol Pablo: Era un destacado dirigente judío, conocido como el rabí Saulo, que había decidido encargarse personalmente de acabar con la secta de los seguidores de Jesús de Nazaret, que se estaban multiplicando a gran velocidad. Un día que iba cabalgando hacia Damasco, donde tenía la intención de capturar, encarcelar y ejecutar a cuantos cristianos encontrara, ¡Dios tuvo ni más ni menos que derribarlo de su caballo y cegarlo con la luz resplandeciente de Su presencia! Temblando, impotente y ciego, el gran rabí Saulo tuvo que ser llevado de la mano a la ciudad, ¡donde estuvo tres días enteros sin poder comer ni beber a causa del susto! Luego un discípulo del Señor fue y le dio el mensaje de Dios y oró por sus ojos, ¡y el rabí Saulo se transformó y se convirtió en el gran apóstol Pablo! ¡Pero antes de poder valerse de él, Dios tuvo que humillarlo, quebrantarlo y convertirlo en un nuevo hombre! (Hechos 9)
Así, aunque no siempre entiendas por qué tienes pruebas, dificultades, pesares y quebrantos, ¡recuerda que Dios sabe lo que hace! Él conoce todos los objetivos que persigue con cada prueba, dificultad o aflicción.
Él ha prometido que «a los que aman a Dios, ¡todas las cosas les ayudan a bien!» (Romanos 8:28). ¡Como hijo del Señor que eres, Él no permitirá que te pase nada que no sea para tu bien! Claro que muchas veces pensamos: «¡Pues... caramba, a mí me han pasado un montón de cosas que no parecen nada buenas!» ¡Pero tarde o temprano comprobarás que sí fueron buenas para ti de alguna manera!
Verás que Dios consigue algunas de Sus mayores victorias de lo que parecen derrotas... victorias como aprender a ser más sumisos, quebrantados y humildes y a apoyarnos al máximo en el Señor, ¡lo cual es imprescindible que aprendamos para poder ser lo que Dios quiere que seamos! Así que anímate al considerar esos ejemplos de la Biblia y no te desalientes cuando parezca que todo va al revés y te lleves desilusiones.
Todos los que le han sido muy útiles al Señor, primero tuvieron que pasar quebrantamientos y humillaciones para que perdieran toda confianza en sí mismos. De otros modo, se habrían enorgullecido tanto y habrían estado tan seguros de sí mismos, de su talento y de sus dotes carnales y naturales, que de haberse servido Dios de ellos, se habrían atribuido la gloria a sí mismos. Por eso Él prefiere valerse de lo débil y lo necio, «¡para que nadie se jacte en Su presencia!» (1Corintios 1:25-29)
Dios no siempre ve las cosas como nosotros, pues «Sus pensamientos no son nuestros pensamientos, ni Sus caminos nuestros caminos» (Isaías 55:8,9). Él no nos juzga ni nos recompensa según nuestros éxitos o fracasos, sino según nuestra fidelidad. Un día, cuando estemos en el Cielo, dirá a los que le fueron fieles: «¡Bien, buen siervo y fiel!» (S.Mateo 25:21) No dirá: «siervo fracasado», ni «siervo exitoso», ¡sino «siervo fiel»!
¡Así que ante todo, sé fiel a Jesús! Y recuerda que lo que parecen derrotas pueden volverse grandes victorias para el Señor si te humillas y aprendes lo que Él trata de enseñarte; eso fue lo que les pasó a estos hombres de la Biblia.
«¡Pues todas estas cosas les acontecieron como ejemplo y fueron escritas para instruirnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos!» (1Corintios 10:11)

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