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sábado, 2 de abril de 2011
¡DOS SOLDADOS VENCEN A MILLARES! (Samuel 14)
El rey Saúl se veía ante un dilema. Los filisteos habían venido a hacer guerra contra él; pero sus hombres, al ver que las fuerzas enemigas era muchísimo más numerosas que las de ellos, sintieron miedo y corrieron a esconderse en cuevas, en matorrales entre las peñas y en agujeros. Algunos hasta cruzaron al otro lado del río Jordán para estar fuera de peligro. Así las cosas, no quedó con Saúl y su hijo Jonatán más que una pequeña banda de apenas 600 hombres que acamparon cerca de la ciudad de Micmas. Ese era el momento de debilidad que los filisteos habían estado esperando. Planearon una maniobra, mediante la cual una fuerza de asalto, dividida en tres grupos, haría una incursión que allanaría el terreno para lanzar el ataque final. Uno de los destacamentos se aproximaba al paso rocoso de Micmas. Entre las exiguas tropas del rey Saúl, había un soldado que permanecía imperturbable ante la superioridad del enemigo. Se trataba del propio hijo de Saúl, Jonatán. "Ven, pasemos al puesto de la avanzadilla de los filisteos al otro lado del desfiladero," dijo Jonatán a su paje de armas. Pero no se lo dijo a su padres. Es más, dice que "nadie tuvo conocimiento de que Jonatán había salido del campamento". Al acercarse Jonatán al cerro que había al otro lado del desfiladero, dijo valerosamente a su joven escudero, "Ven, pasemos a la guarnición de estos incircuncisos. ¡Quizá haga algo el Señor por nosotros, pues no es difícil para el Señor salvar con muchos o con pocos!" ¡Qué declaración de fe! Tanto conmovió al escudero, que éste respondió, "Haz lo que quieras. ¡Donde tú vayas, pronto estoy a seguirte!" Cautelosamente empezaron a trepar la empinada pared rocosa en cuya cima se hallaba la guarnición enemiga. Habiéndose aproximado lo suficiente los dos jóvenes soldados, Jonatán dijo, "Asomémonos y dejémonos ver de ellos. Si nos dicen: `Esperen hasta que lleguemos a ustedes', nos quedaremos donde estamos y no subiremos a ellos. Pero si dicen: `Suban hasta acá,' entonces treparemos, ¡pues esa será para nosotros la señal de que el Señor los ha entregado en nuestras manos!" Así pues, llegaron los dos a un claro desde donde los podían ver fácilmente. Tan pronto los advirtieron los vigilantes de los filisteos, se rieron burlonamente, "¡Miren! ¡Los hebreos salen de los agujeros donde se habían metido!" Entonces les gritaron desde arriba, "Suban hasta acá y les daremos una lección." Esa era la señal con la que Jonatán contaba. Así con plena certeza, exclamó a su paje de armas, "Sube detrás de mí, ¡que el Señor los ha entregado en manos de Israel!" Llenos de fe, los dos intrépidos soldados escalaron el último tramo del encumbrado peñasco. Al coronar la cima, los dos jóvenes guerreros desvainaron sus espadas y mataron milagrosamente a 20 hombres. El pánico cundió entonces en todo el ejército de los filisteos, tanto entre los del campo como entre los del acantonamiento, los de las guarniciones y los de las fuerzas de asalto. ¡Y de repente la tierra empezó a temblar y estremecerse! Al ver los centinelas de Saúl que el ejército enemigo se "disolvía", se armaron de valor y se reorganizaron. Luego, cuando Saúl descubrió que Jonatán y su escudero estaban ausentes, envió a sus hombre al combate, sólo para hallar a los ejércitos filisteos sumidos en una confusión total. ¡Tal era el desconcierto que se estaban matando unos a otros con sus espadas! A estas alturas, hasta los propios hebreos que se habían ocultado en los cerros por temor al enemigo, salieron de sus escondrijos y corrieron a ayudar. Al verlos venir los filisteos, pusieron pies en polvorosa, pero los hombres de Israel salieron tras ellos en intensa persecución, ¡y obtuvieron una grandiosa victoria! Así pues, el Señor rescató a Israel ese día, y todo gracias a la fe intrépida del joven Jonatán y su escudero. Dos hombres solitos retaron a un espantoso ejército que, según las palabras de la Biblia, era tan numeroso "como la arena que está a la orilla del mar". No subestimos el poder que te puede otorgar Dios. Cuando tienes a Dios de tu parte, eres invencible, por pequeño que seas. ¡Un hombre que cuente con el favor de Dios, aunque se enfrento solo al mundo, es más que capaz de vencer al Diablo! ¡Un solo hombre, con Dios de su lado, es mayoría "Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, tu fe" (1S. Juan 5:4)
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