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martes, 12 de abril de 2011

¡EL ALBOROTO CAUSADO POR LOS ADVERSARIOS RELIGIOSOS! (Tomado de Hechos 13:13-52 y 14:21-24)

Tras desembarcar en las costas del sur de Turquía, el apóstol Pablo y su compañero de viaje, Bernabé, se encaminaron hacia el interior, rumbo a una provincia romana llamada Pisidia. ¡No tenían ni idea de la emocionante aventura que les aguardaba! Cruzaron la cordillera de Suitán, en Turquía central, y descendieron por fértiles laderas cultivadas hasta Antioquía de Pisidia, en las proximidades del lago Aksehir. Como las tierras aledañas a la ciudad producían mucho grano, y abundaban las ovejas y el ganado vacuno, muchos romanos y griegos adinerados residían allí. Una pequeña colonia judía, atraída por la vida próspera de la región, se había establecido también en la ciudad. Sus integrantes se dedicaban a diversos oficios. Como de costumbre siempre que entraban a una ciudad, ¡Pablo y Bernabé fueron primero a las sinagogas judías para anunciar a Jesús! El motivo de ello era muy sencillo: Siendo Pablo y Bernabé judíos conversos, lógicamente deseaban comunicar el mensaje de Cristo a sus hermanos. Además, en cierto modo se sentían obligados a transmitírselo a ellos primero, puesto que desde hacía cientos de años los judíos aguardaban ansiosamente la llegada del Mesías que había de salvarlos. Por eso Pablo y Bernabé contaban con que, por supuesto, de entre todas las gentes que conocieran, ¡los judíos serían los más deseosos de oír las buenas nuevas de Jesucristo! Después de un par de días en Antioquía, llegó el día de reposo, y Pablo y Bernabé hicieron su entrada en la sinagoga y tomaron asiento. Como no era muy común que visitantes judíos pasaran por aquella ciudad algo aislada, ¡los ancianos se alegraron de ver dos caras nuevas! Al mirar a su alrededor, Pablo se dio cuenta de que no solo había judíos presentes, sino también diversos hombres y mujeres griegos convertidos a la fe en Dios. Uno de los ancianos, un hombre llamado Joel, hijo de Zabdiel, se levantó, desenrolló un pergamino y empezó a leer pasajes de la Ley de Moisés y de los escritos de los profetas del Antiguo Testamento. Una vez que terminó de leer, envió a un joven a donde estaban sentados Pablo y Bernabé, el cual les dio el siguiente recado, "Hermanos, si tienen ustedes algunas palabras de aliento para los fieles, o alguna exhortación que hacer, están invitados a hablar." Levantándose, Pablo saludó con la cabeza a los ancianos. ¡Con gran sorpresa de todos los allí presentes, empezó a decirles que el tan esperado Salvador ya había venido! ¡Y que se llamaba Jesucristo! ¡La congregación, atónita, escuchó detenidamente mientras Pablo explicaba cómo Jesús --con Su vida y muerte-- había cumplido las profecías que sobre el Mesías habían escrito los profetas del Antiguo Testamento! A continuación dijo, "A pesar de que todos los sábados el pueblo de Jerusalén y sus dirigentes leen las palabras de los profetas, ¡no reconocen a Jesús como el Mesías que ellos predijeron! Y sin embargo, aun cuando lo sentenciaron a morir en la cruz, ¡cumplieron las mismísimas palabras de los profetas que predijeron que esa sería precisamente la muerte que sufriría para quitar los pecados del mundo! (Ver Salmo 22:1,7-18; Isaías 53:4-12) ¡Por lo tanto," concluyó Pablo, "quiero que sepan que ustedes mismos pueden hallar el perdón de pecados por medio de Jesús! ¡Todo el que cree en El está libre de todo pecado, algo que la ley de Moisés jamás pudo hacer por ustedes!" Varios de los presentes se entusiasmaron con las buenas nuevas, pero algunos de los ancianos judíos empezaron a susurrar y murmurar airadamente entre sí. "¡Cómo es eso! ¡Durante más de sesenta años yo he obedecido fielmente las leyes de Moisés!" refunfuñó Joel indignado. "¿Cómo se atreve a decirme a mí este extranjero que todavía no soy justo y que al cabo de tantos años de buenas obras no me he ganado aún mi salvación?... ¡¿Y que nadie más que ese tal Jesús me puede salvar?! ¡Bah!" Varias personas compartían la opinión de Joel, ¡pero muchos otros se estremecieron al oír el mensaje de salvación, y resolvieron invitar a Pablo y Bernabé a que volvieran el sábado siguiente para platicar más de esas cuestiones! Joel accedió de mala gana a que regresaran a la otra semana para hablar otra vez. Terminada la reunión, muchos de los conversos judíos y griegos siguieron a Pablo y Bernabé al salir de la sinagoga. ¡Pablo les explicó entonces más a fondo que lo único que les hacía falta para salvarse era creer en Jesús! ¡Enseguida, la noticia de que dentro de una semana Pablo hablaría en la sinagoga para enseñar tanto a judíos como griegos cómo podían salvarse, se propagó como un reguero de pólvora por toda la ciudad! Dichas noticias produjeron tal revuelo en aquella aislada ciudad, ¡que el sábado siguiente prácticamente toda la ciudad se reunió para escucharlos! ¡Era la primera vez que la mayor parte de ellos se acercaban a una sinagoga, pues nunca les había atraído la tradicionalista y estricta religión judía! Cuando llegaron Joel, hijo de Zabdiel, y la congregación que habitualmente se reunía a rendir culto allí, se encontraron con millares de personas agolpadas en torno a la sinagoga. ¡Era tal el gentío que a duras penas pudieron abrirse paso hacia la puerta del templo! Cuando por fin, avanzando a empujones, Joel logró entrar, vio a Pablo y Bernabé ya listos para hablar. De pie sobre las gradas de la sinagoga, y hablando en voz alta para que todos pudieran oírle, Pablo empezó a exponerles el sencillo plan divino de salvación. No obstante, la Biblia dice que "viendo los judíos la muchedumbre, ¡se llenaron de celos!" En sus sesenta años de vida, Joel no había visto más que un escaso puñado de . griegos convertirse a la fe judía, y sin embargo, ¡en aquel momento la multitud congregada en torno a la sinagoga casi rebasaba las 15.000 personas, aunque no para oírle a él! ¡No! ¡Habían acudido allí para oír a los extraños cabecillas de aquella "nueva y errónea secta judía"! Lleno de envidia, Joel se encaramó en las escalinatas y empezó a contradecir y rebatir lo que decía Pablo. ¡Luego los demás dirigentes judíos intervinieron en la discusión, soltando denuncias contra Jesús y alegando que no era el Salvador y que lo que Pablo decía eran mentiras! "¡No se pueden salvar simplemente creyendo en este falso profeta, Jesús!" exclamó Joel. "¡Para merecerse la salvación, hay que ser justo y llevar una vida estricta y santa, obedeciendo cada jota y cada tilde de la Ley Mosaica!" Toda la ciudad escuchaba estupefacta y en silencio. ¡Entonces Pablo se dio cuenta de que los gritos y argumentos que proferían los judíos empezaban a confundir a la muchedumbre! De pronto, el Espíritu Santo descendió sobre Pablo y Bernabé, y con gran poder Pablo exclamó intrépidamente, "¡Teníamos la obligación de transmitirles primero la Palabra de Dios a ustedes, los judíos! Mas ya que la desechan y no se muestran dignos de la vida eterna, ¡desde ahora nos volvemos a los griegos!" ¡Una salva de aplausos estalló entre los miles de griegos allí reunidos! Abucheados por la muchedumbre, ¡los envidiosos dirigentes judíos tuvieron que callarse la boca! ¡Ese día multitud de griegos abrieron sus corazones y aceptaron a Jesús como Salvador! ¡Tan contentos se sintieron con su salvación, que empezaron a difundir el mensaje entre sus amigos y parientes de todos los pueblos de la provincia de Pisidia! ¡Joel estaba enloquecido, preso de intensa envidia! No solo se había puesto de manifiesto lo falso y farisaico que era, ¡sino que para colmo más de la mitad de su antigua congregación judía al igual que cientos de personas de la ciudad y de los pueblos circundantes se habían convertido a aquella nueva fe! ¿Qué podía hacer para frenarlos? ¡Ya lo habían derrotado en debate público, comprobando que tenían razón según las Sagradas Escrituras! Por fin urdió un malévolo plan: Residían en la ciudad varias mujeres griegas influyentes que creían en Dios y simpatizaban con los judíos. ¡Fue así que Joel y los demás ancianos se dieron a la tarea de envenenarlas contra Pablo y Bernabé, convenciéndolas de que aquellos extranjeros engañaban al pueblo, y que había que detenerlos! Seguidamente, y en compañía de aquellas distinguidas señoras, ¡los judíos acudieron a los dirigentes de la ciudad, presionándoles para que actuaran en contra de Pablo y Bernabé! La persecución no tardó en volverse oficial. Los funcionarios públicos de la ciudad convocaron a Pablo y Bernabé y les ordenaron que no solo abandonaran la ciudad, ¡sino la provincia de Pisidia en un plazo de un par de días! Para asegurarse de que se marchaban, los dirigentes, acompañados por Joel, los judíos y las damas de la nobleza, los escoltaron hasta las puertas de la ciudad. Ello no disuadió a miles de creyentes que, apostados sobre los muros de la ciudad y a ambos lados del camino que conducía afuera, ovacionaron a Pablo y Bernabé, suplicándoles que regresaran pronto. ¡Y dice la Biblia que esos nuevos cristianos "estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo"! El feliz desenlace: Pese a haber sido injustamente deportados de la provincia, ¡en cuestión de un mes regresaron secretamente a Antioquía de Pisidia para "fortalecer a los discípulos y alentarlos a perseverar en la fe"! Pablo les advirtió, "¡Prepárense para afrontar muchas penalidades y persecuciones antes de llegar al Cielo!" Seguidamente Pablo y Bernabé nombraron pastores de entre los nuevos cristianos que se encargasen de la dirección de la iglesia en la ciudad. Después de orar por ellos se marcharon, pasando por muchos pueblos de la provincia, fortaleciendo a los discípulos (Hechos 14:21-24). ........................................................ REFLEXION--¡El Alboroto Causado Por Los Adversarios Religiosos! (1) A pesar de que todos los sábados los judíos leían las Sagradas Escrituras que mencionaban la venida del Salvador, con todo y con eso no reconocieron a Jesús cuando vino. Jesús dijo: "Estudien las Escrituras; porque ustedes confían en que por ellas tienen vida eterna; ¡y ellas son las que dan testimonio de Mí! No obstante, ustedes se niegan a venir a Mí para tener vida." (Juan 5:39,40) ¿Por qué hay tantos que se niegan a venir a Jesús y aceptar con sencillez de corazón el perdón que El ofrece? ¡Porque eso sería admitir que no son lo suficientemente buenos para salvarse por sí solos, lo cual, para mucha gente santurrona que se cree buena, sería demasiado humillante! (Ver Romanos 10:3.) (2) El principal motivo por el que los judíos de la Antioquía de Pisidia persiguieron a Pablo y Bernabé no fue porque creyesen sinceramente que éstos estuvieran errados en sus interpretaciones de las Escrituras o porque fueran una "secta falsa", ¡sino porque tuvieron envidia de lo atrayente que resultó entre el pueblo aquel liberador mensaje de Amor! (3) El mensaje de Jesús no atraía mucho a los farisaicos dirigentes religiosos; ¡en cambio la Biblia dice que "el pueblo le oía de buena gana"! (Marcos 12:37) Movidos por la envidia que sentían a causa de los muchos seguidores que tenía Jesús, los dirigentes religiosos conspiraron para matarlo (Juan 11:47-50; 53-54), y finalmente "lo entregaron a Pilato por envidia" (Mateo 27:18). ¡Por ese mismo motivo persiguen hoy en día a los verdaderos cristianos como nosotros! (4) ¡Pablo y Bernabé podían demostrar con la Palabra de Dios que tenían razón! Por eso, siendo incapaces de vencerlos en un debate limpio, sus enemigos religiosos recurrieron a sembrar mentiras entre la gente "buena" y religiosa de la ciudad. ¡Con ello pretendían volver a esas gentes contra Pablo y aprovecharse luego de la influencia que éstas tenían sobre las autoridades para hacer que los deportaran! ¡De igual manera, los perseguidores religiosos de la época moderna siguen empleando la mismísima táctica!

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