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viernes, 15 de abril de 2011

¡EL ARDID DEL PAN MOHOSO! (Josué 9)

Cuando la noticia de las milagrosas victorias de Israel en Jericó y Hai se extendió por toda la región, la gente de Canaán se llenó de miedo. Por esta razón, varios gobernantes de las ciudades más grandes decidieron aliarse para luchar juntos contra Israel. Otros pensaron que de ser posible sería mejor procurar hacer un tratado de paz con los invasores; entre ellos, los dirigentes de Gabaón, que tramaron una astuta estratagema a fin de salvar el pellejo. Puesto que su ciudad no distaba mucho de Hai, calcularon que, como no actuaran pronto, serían ellos los próximos en ser destruidos. Así, pues, se disfrazaron de embajadores de un lejano país, «y tomaron sacos gastados sobre sus asnos, y cueros viejos de vino, agrietados y remendados. Los hombres se pusieron sandalias gastadas y recosidas en sus pies, y vestidos viejos; y todo el pan... era seco y mohoso. Y vinieron a Josué al campamento en Gilgal, y le dijeron a él y a los de Israel: --Nosotros venimos de tierra muy lejana; hagan, pues, ahora tratado de paz con nosotros». Algunos de los dirigentes de Israel recibieron con cierto recelo a aquellos fatigados forasteros, y los examinaron detenidamente; pero ninguno se dio cuenta del engaño. Así que Josué les preguntó quiénes eran y de dónde venían. Con voz pretendidamente cansada y desfalleciente, respondieron: --Tus siervos han venido de tierra muy lejana, por causa del nombre del Señor tu Dios; porque hemos oído Su fama, y todo lo que hizo en Egipto, y a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán: a Sehón rey de Hesbón, y a Og rey de Basán. Tuvieron mucho cuidado de no mencionar para nada a Jericó y Hai, lo cual los habría delatado. Dicho esto y observando que sus palabras habían tenido el efecto deseado en Josué y los príncipes de Israel, pasaron entonces a mencionar los alimentos que habían traído. --¿Ven este pan? --dijeron con tristeza--, lo pusimos aún caliente en nuestras alforjas el día de nuestra partida, pero he aquí, ya está reseco y mohoso; y estos pellejos que eran nuevos cuando los llenamos de vino, ahora están partidos. Nuestras vestimentas y nuestro calzado se han envejecido en tan largo viaje. ¡Qué astucia la de esos farsantes! ¡Y vaya farsa la que metieron! Josué los creyó, al igual que los demás jefes que escuchaban. ¿Qué podían arguir ante una prueba tan palpable como aquel pan viejo? «Y Josué hizo paz con ellos, y celebró con ellos tratado concediéndoles la vida; y también les hicieron juramento delante del Señor los príncipes de la congregación». Naturalmente, no tardó en descubrirse el engaño. Al cabo de tres días ya saldría a relucir la verdad. Te puedes imaginar lo tontos y enojados que se sintieron Josué y los demás, y cómo se enojaron. Sin embargo, cumplieron la palabra que habían jurado delante del Señor, para evitar que se airara contra ellos. Cuando llegaron a Gabaón, no hicieron daño a nadie. Pero como castigo por su engaño, dijeron a los gabaonitas que desde entonces siempre «servirían de leñadores y aguadores» para los hijos de Israel. ¿Cómo es que Josué y los príncipes de Israel se dejaron engañar de ese modo por aquellos hombres astutos? La Biblia explica que «los hombres de Israel examinaron las provisiones de los gabaonitas, pero no consultaron al Señor». Es decir, que se dejaron llevar por el aspecto de los visitantes y por el pan mohoso, y que a pesar de albergar ciertas dudas, no lo consultaron con el Señor. Así como los había dirigido para tomar Jericó y Hai, también en esto Dios estaba dispuesto a aconsejarlos. Pero tal vez porque se sentían un poco soberbios y seguros de sí mismos luego de sus dos grandes victorias, pensaron que no era necesario consultar al Señor acerca de un asunto de tan poca monta. ¡De manera que fueron tomados por sorpresa y engañados con un trozo de pan mohoso! Vaya lección la que tomaron Josué y sus hombres de aquella experiencia: si tan solo le hubieran pedido a Dios que los orientara, él no habría permitido que los engañaran. Si hubieran pedido sabiduría para obrar acertadamente, Dios se la habría concedido (Santiago 1:5). Respecto a los episodios históricos vividos por el pueblo de Dios de la antiguedad, la Biblia claramente explica que «esas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos (o advertirnos) a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos» (1Corintios 10:11). Y si algo hace falta hoy en día a quienes se encuentran en posiciones de autoridad, es capacidad de juicio y discernimiento, ese agudo sentido para percibir la diferencia entre sinceridad y engaño, entre la gente que actúa honradamente y con veracidad, y aquella que es falsa y fraudulenta. ¿Cómo podemos adquirir ese buen juicio? ¡Es de lo más sencillo! No hay más que pedírselo al Señor, pues él prometió que nos lo daría (Mateo 7:7-11; Santiago 1:5). ¡Cualquiera puede hacer una oración a Jesús pidiéndole orientación y la recibirá de inmediato; mientras que si nos apoyamos en nuestro propio entendimiento, en nuestra propia fortaleza y prudencia, en nuestra confianza en nosotros mismos, cometeremos algún error lamentable y nuestros planes se verán frustrados! La Biblia nos advierte que en los postreros días, «los hombres malvados y los engañadores irán de mal en peor». En una época como la nuestra, en que la mentira y la farsa se han convertido casi en lo más normal para muchos, es preciso que sigamos buscando la guía de Dios, Sus confirmaciones y Su orientación. El Señor dice que «si Lo reconocemos en todos nuestros caminos, él enderezará nuestra veredas» (Proverbios 3:6). ................................................................................................ «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces» (Mateo 7:15). «Cuando hablen amigablemente, no les creas... pues con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos» (Proverbios 26:25; Romanos 16:18). «No mires a su apariencia, porque Yo lo he descartado; el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón» (1Samuel 16:7). «La Palabra de Dios es viva y eficaz, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12). «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio» (Jn. 7:24).

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