Actualmente la mayoría de la gente ha caído en tal engaño, tragándose el cuento de que la teoría de la evolución es cierta, ¡que jamás se le ocurriría ponerla en tela de juicio o dudar de ella! Es más, muchos que se dicen cristianos automáticamente prestan fe a los «sumos sacerdotes» de la moderna «vaca sagrada» --la ciencia-- y se tragan la mentira de la evolución, ignorando la advertencia bíblica de que «¡evitemos las profanas pláticas sobres cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia!» (1Timoteo 6:20) ¡Este pasaje de las Escrituras se aplica perfectamente al evolucionismo, toda vez que éste no es de ninguna manera una verdadera ciencia!
Hasta tal punto se ha dejado engañar el mundo, que la mayor parte de los textos de biología actuales se refieren al evolucionismo como «el gran principio» de dicha ciencia. No obstante, según el diccionario, un «principio» es una «verdad fundamental» o «hecho comprobado», ¡y no existen pruebas que confirmen la teoría de la evolución! Es una doctrina que hay que aceptar por fe. Sin embargo, en 1959, durante la celebración del Centenario Darwiniano en Chicago, Sir Julian Huxley, dirigiéndose a una asamblea de 2500 delegados allí reunidos, dijo: «El evolucionismo no da cabida a lo sobrenatural... Todos aceptamos la evolución como un hecho... La evolución de la vida ya no es una teoría. Es un hecho... constituye la base de todo nuestro pensamiento». ¡Pero un «hecho» que no se puede comprobar, no es un hecho! En las siguientes páginas, pues, presentaremos por qué el evolucionismo no es una verdad demostrada, sino una mera teoría.
La esencia de la teoría de la evolución es la gran suposición de que de algún modo la vida surgió de lo inanimado por azar; que «por pura `casualidad` las sustancias químicas precisas se encontraban en el lugar indicado, debidamente dispuestas, en el momento oportuno y en condiciones óptimas, y que mediante un misterioso proceso electroquímico --PUF--, ¡se originó la vida por sí sola!» Eso afirman dogmáticamente los evolucionistas. No obstante, y tal como afirmó Edwin Conklin, profesor de biología de la universidad de Princetown: «La probabilidad de que la vida se haya originado por casualidad es tan inverosímil como suponer que un gran diccionario resultase de una explosión en una imprenta».
En cuanto a la llamada «célula simple», a partir de la cual, según dicen los evolucionistas, evolucionaron todos los seres vivos, la revista «Look» declaró: «¡La célula es tan compleja como la ciudad de Nueva York!» Igualmente, el evolucionista Loren Eisley admitió en su libro «The Immense Journey» (El viaje inmenso) que «intensos esfuerzos revelaron que aun la ameba, la cual se suponía simple, es en realidad una compleja fábrica química autosuficiente. El concepto de que no era más que una masa simple resultó ser, en el mejor de los casos, ¡una monstruosa y ridícula deformación de la verdad!»
¿Te imaginas que un diccionario, o una fábrica de productos químicos...o la ciudad deNueva York....empezasen a existir solitos, como por arte de magia --PUF--, sin la intervención de ningún diseñador, planificador o creador inteligente? ¡Tal es la «lógica» de la evolución, que supone que la infinitamente compleja célula «simple» se formó accidentalmente y luego cobró vida sin más ni más, por pura coincidencia, sin que nadie interviniera! Al comentar esta hipótesis, el biólogo británico Woodger dijo: «¡Es dogmatismo, ni más ni menos, sostener que aquello en lo que uno quiere creer, de veras llegó a ocurrir!»
¡De acuerdo con la Biblia, todos los seres vegetales y animales actuales se enmarcan dentro de determinadas especies fijas, cada una de las cuales fue creada individualmente por Dios y conserva su forma actual desde la Creación! El evolucionismo, no obstante, sostiene que todas las formas de vida cambian continuamente y «evolucionan», transformándose en otras «más avanzadas», y que por consiguiente no existen «especies» determinadas; ¡todas las formas de vida guardan relación entre sí toda vez que evolucionaron a partir de un antepasado común, y aun hoy en día se encuentran en constante estado de transformación! ¡Eso alegan los evolucionistas!
Esto está en franca contradicción con la Palabra de Dios que declara que todas las criaturas vivas fueron creadas por él «según su género», capaces de dar semilla o fruto «según su género». (La palabra «género» corresponde al vocablo hebreo «min», que hoy se traduciría con más precisión como «especie».)
¡Nunca se ha sabido ni ha llegado a comprobarse que un perro se convirtiese en gato, ni un gato en perro! ¡Hay toda clase de perros y gatos, mas no existen perros-gato ni gatos- perro! ¡Dios creó todos los seres «según su género», y les es imposible transformarse en otro!
Este hecho perturbó al propio Darwin, que se hizo la siguiente pregunta: «Si es cierto que todas las especies han descendido de otras a través de una sutil gradación, ¿cómo es que no vemos por todas partes innumerables formas de transición? ¿Por qué no se halla la naturaleza entera en estado de confusión, en lugar de estar las especies bien definidas tal como las vemos?» ¡La respuesta a la pregunta que se planteó Darwin es sencilla! Bastaba con que hubiera leído el capítulo primero del Génesis para saber que las especies no descendieron unas de otras, sino que fueron creadas ordenadamente por Dios en «géneros» fijos; ¡por eso no está la naturaleza sumida en un estado de confusión!
Hay, sin embargo, quienes preguntan: «¿Acaso no han producido nuevas especies de plantas, y animales híbridos, los científicos que vienen haciendo investigaciones en el campo de la genética ? ¿No demuestra eso que especies totalmente nuevas pudieron haber evolucionado a partir del cruce de padres de distintas especies?» No. La definición aceptada de «especie» en los medios científicos es la de «grupo de organismos que se cruzan libremente produciendo descendencia fértil». ¡Los escasos híbridos que se pueden producir no son «descendencia fértil», sino estéril! Como lo reconoce la enciclopedia «Collegiate»: «La infertilidad de los híbridos es un mecanismo por el que las especies se conservan claramente definidas».
El propio Dios ha impuesto la barrera de la esterilidad para evitar el cruce desordenado de los «géneros» originariamente determinados por él. Claro ejemplo de ello es la mula, que es un híbrido engendrado por el cruce de un burro con una yegua. Aunque exteriormente parece ser una nueva especie o «género», resulta imposible que una mula y un mulo se reproduzcan. La única forma de seguir produciendo mulas es cruzando burros con yeguas. Este principio biológico establecido por Dios fue constatado por Richard B. Goldschmidt, evolucionista y profesor de zoología, que escribió: «Jamás se han traspasado los límites de las especies, los cuales se hallan separados de los límites de la siguiente especie por un abismo infranqueable: la esterilidad».
Puede que te preguntes: «Pero ¿qué hay de los extensos experimentos realizados con radiación que han llegado a producir verdaderas mutaciones y alteraciones en diversas criaturas como la mosca de la fruta? ¿No nos brindan suficientes pruebas de que mutaciones semejantes podrían constituir el `componente básico de las transformaciones evolucionistas`, como las llamó sir Julian Huxley, y como afirman la mayoría de los científicos y educadores actuales?»
Tendríamos que responder que si bien en incontables experimentos las moscas de la fruta fueron sometidas a bombardeos de radiación que dieron lugar a muchas mutaciones, éstas no produjeron más que deformidades, como cuerpos enanos, alas mermadas, y otras; ¡pero nunca dieron lugar a un nuevo «género»! ¡Ninguno de los miles de experimentos científicos realizados con mutaciones ha producido jamás una nueva especie animal o vegetal, ninguno! Todos los genetistas y evolucionistas, secundados por sus muchos conocimientos, e intelecto... trabajando en laboratorios, en circunstancias «perfectas»... y valiéndose de las más modernas técnicas de radiación (que multiplica un millón de veces la probabilidad de que se produzcan mutaciones), ¡han fracasado rotundamente, no pudiendo cambiar ni transmutar un solo «género» en otro! ¡Ni siquiera lo logran cuando lo intentan deliberadamente en circunstancias ideales! ¡Sin embargo, estos mismos evolucionistas nos piden que creamos que los millones de formas de vida que habitan hoy en día sobre la tierra --con toda su variedad, belleza y complejidad-- se produjeron por puro azar, sin la intervención de ningún ser inteligente!
Para ilustrar el efecto de las mutaciones genéticas en un organismo, H. Kalmus hizo la siguiente declaración en su libro «Genetics» (Genética): «Una comparación popular sería la del reloj; en caso de que cierta parte del mecanismo resulte alterada por un cambio, es muy improbable que el reloj se perfeccione por efecto del accidente».
Un impresionante ejemplo de los efectos negativos de las mutaciones de genes ocurrió en Hiroshima y Nagasaki (Japón) a fines de la Segunda Guerra Mundial. Los individuos que lograron escapar de una muerte instantánea tras el lanzamiento de pavorosas bombas atómicas sobre aquellas ciudades , se vieron expuestos a diversos grados de radiación atómica, que dejó como secuela miles de mutaciones. Ninguna de ellas produjo ningún nuevo prototipo de ser humano más avanzado y superior como el evolucionismo nos llevaría a suponer. ¡Antes, las lastimosas víctimas de estas mutaciones de genes sufrieron deformidades, daños y muerte!
Otro argumento decisivo es que de ser cierto este complejo entramado de inventos y fábulas llamado la evolución, ¡ya debieran haberse desenterrado eslabones perdidos en cantidades industriales! ¿No es verdad? De haber evolucionado las especies durante miles de millones de años, ¡encontraríamos eslabones perdidos hasta en la sopa! Así y todo, luego de 130 años de excavaciones arqueológicas y paleontológicas, cientos de millones de fósiles han sido extraídos de todo tipo de estratos rocosos fosilíferos, ¡y ninguno de ellos constituye una «forma de transición» o eslabón perdido! ¡Evidentemente todos pertenecen a especies definidas! De hecho, ¡se estima que se han encontrado y clasificado más de 100.000 especies de fósiles bien determinadas! ¡Sin embargo, ninguna ha resultado ser un «eslabón»!
Recientemente, A.S. Romer, profesor de zoología de la universidad de Harvard, resumió la actual situación de la siguiente forma: «Hay eslabones perdidos precisamente en los puntos de la cadena donde con mayor fervor los deseamos, y es muy probable que estos `eslabones` sigan faltando».
¡No hay hombres-mono, ni tampoco monos- hombre, y toda esa patraña que uno lee y ve ilustrada en la mayoría de los textos modernos de biología no son más que diabólicos disparates! Darwin sostenía: «Los simios (monos) se bifurcaron en dos grandes ramas, los del Nuevo Mundo y los del Viejo Mundo; y de éstos últimos, en una época remota, salió el hombre». Sin embargo, los científicos no tardaron en comprender que era imposible reconstruir una cadena evolutiva medianamente creíble en la que se demostrara que el hombre descendía directamente de los simios. ¡Por eso fraguaron una nueva teoría!
¡Ahora los evolucionistas modernos sostienen que el hombre no desciende de los monos, sino de un primate aún más primitivo que resultó ser el antepasado común de simios y hombres! No obstante, tal como confesaron los destacados evolucionistas autores del libro «Los primates»: «Desafortunadamente, las primeras fases del progreso evolutivo del hombre a lo largo de su línea particular siguen siendo un gran misterio». La revista «The Scientific American» se pronunció en términos semejantes: «La naturaleza de la línea evolutiva que conduce al hombre actual sigue siendo una cuestión puramente teórica».
Pese a todo esto, la mayor parte de los evolucionistas actuales insisten en que el hombre descendió de los primates. Para «demostrar» su teoría, se basan en los australopitecos («hombres-mono» del sur), cuyos fósiles fueron desenterrados en áfrica en años recientes y que afirman que son «el eslabón perdido». ¡Basta, sin embargo, con examinar más de cerca a los australopitecos para darse cuenta de que en ningún caso se tratan de especímenes «humanos»! Por ejemplo, su cerebro no tenía sino una tercera parte del volumen del cerebro del hombre. Aun así, algunos evolucionistas teorizan que sabían fabricar herramientas y, por tanto, eran hombres. ¡Esto, no obstante, es un asunto sumamente controvertido en los círculos evolucionistas! El famoso antropólogo J.T. Robinson afirma que no eran estos supuestos «hombres-mono» los que fabricaban utensilios, sino verdaderos hombres. Otro evolucionista, LeGros Clark, advirtió: «No existen claros indicios de que poseyeran ninguno de los atributos especiales que comúnmente se asocian con los actuales seres humanos». El evolucionista R.L. Lehrman escribió: «El australopiteco era simplemente un simio erecto e inteligente, pero no un hombre. Su pequeño cráneo con cejas pronunciadas era igual al de cualquier simio».
También está el «pitecántropo erecto», al cual para abreviar, lo apodaron «hombre de Java». Fue «descubierto» por el profesor E. Dubois, discípulo de Ernest Haeckle (evolucionista alemán que urdió y fue sorprendido en varios fraudes científicos. Elogió y promovió la teoría de la evolución como medio con el que aspiraba destruir el cristianismo, y fue el primero en inventarse el imaginario «árbol genealógico» evolutivo.)
¡Poco se imagina la persona mal informada que el hombre de Java fue «reconstruido» a partir de tan solo un pequeño fragmento de cráneo, tres dientes y un fémur, hallados a 20 metros de distancia entre sí en el lecho de un viejo río de Java! Tampoco nos dicen los evolucionistas que habiendo el mundo aceptado este «eslabón», el propio Dr. Dubois confesó que el llamado «hombre de Java» no era ningún «hombre primitivo», ¡sino un gibón arborícola gigante! En efecto, después de estudiar sus fósiles con mayor detalle, ¡Dubois tuvo la honestidad de llegar a la conclusión de que el «hombre de Java» no era sino un simple mono extinto --no mitad mono, mitad hombre--, lo cual anunció con plena seguridad! ¡No era el «eslabón perdido» después de todo!
Con relación al siguiente homínido, el «hombre de Piltdown» o eoántropo de Dawson, la »Enciclopedia Británica», en su edición de 1946, decía: «Este descubrimiento, el siguiente en importancia, fue hecho por el señor Charles Dawson en Piltdown, Sussex, entre los años 1911 y 1915. Encontró la mayor parte del lado izquierdo de un cráneo humano profundamente mineralizado, y además parte del lado derecho; también la mitad derecha de la mandíbula inferior, la cual conservaba aún el primero y el segundo molar. Actualmente los estudiosos británicos ya coinciden en que el cráneo y la mandíbula pertenecieron a un mismo individuo».
¡No obstante, más adelante se descubrió que la la resurrección del hombre de Piltdown encerraba otra «monada» fraudulenta! La revista «Science Newsletter» nos lo explica en los siguientes términos: «Una de las farsas más famosas desveladas por pruebas científicas fue la del hombre de Piltdown, hallado en Sussex, Inglaterra... y que según suposiciones de algunos tenía 500.000 años de antigüedad. Después de intensas polémicas resultó ser no un hombre primitivo, sino un compuesto del cráneo de un hombre moderno y la mandíbula de un simio. La mandíbula había sido `tratada` con bicromato de potasio y hierro para que pareciera mineralizada». ¡El cráneo fue sacado de un cementerio medieval! ¡Y hasta los dientes le fueron limados para que parecieran más antiguos! Como se señaló en »Selecciones del Reader's Digest»: «Cada pieza importante resultó ser una falsificación. ¡El hombre de Piltdown fue un fraude de cabo a rabo!»
Puesto que los evolucionistas teorizan que procedemos de los australopitecos, «suponen lógicamente» que antes de convertirse en hombres modernos, esos simios debieron de evolucionar hasta transformarse en una especie de «hombre» infrahumano y bestial. Entonces, ¿qué aspecto podría haber tenido tal criatura inexistente? ¡Pues más o menos humano, pero a la vez muy peludo, con cejas muy pobladas, encorvado y medio bobo! Es decir, ¡idéntico a como uno se imagina un «eslabón perdido»!
De ahí que cuando los científicos descubrieron ciertos esqueletos humanos antiquísimos en el valle de Neander, en Alemania, rápidamente lo llamaron «hombre de Neandertal», ¡y «reconstruyeron» su cuerpo y su figura para que se ajustara al aspecto que, según ellos, debía de tener un «hombre» infrahumano!
Pero la enciclopedia «Collegiate» escribió: «Tradicionalmente se ha representado al hombre de Neandertal con cuello de toro, patizambo, de andar encorvado y apariencia algo bestial. Lo cierto es que el hombre de Neandertal no tenía ninguno de estos rasgos: ¡caminaba erecto, y era tan agradable a la vista como el hombre contemporáneo!» Es decir, ¡que el «hombre de Neandertal» tenía el mismo aspecto que nosotros! ¿Por qué? ¡Porque el llamado «hombre de Neandertal» era en realidad un hombre moderno! El mundo se ha tragado el engaño de que los antiguos esqueletos humanos que se han desenterrado eran restos de un hombre más «primitivo», ¡cuando en la práctica no son más que restos del hombre moderno, que ya existía hace mucho! ¡Pero los evolucionistas jamás lo admitirían!
La Enciclopedia prosigue diciendo: «Un dato singular sobre el hombre de Neandertal es que en los machos el volumen del cerebro oscilaba entre 1.425 y 1.641 cc., con un promedio de 1.553 cc. El volumen cerebral medio del hombre actual es de aproximadamente 1.350 cc. De ahí que el tamaño promedio del cerebro del hombre de Neandertal era considerablemente mayor que el del hombre contemporáneo.» ¡Conjeturar, pues, que el hombre de Neandertal «pertenecía a una especie infrahumana más primitiva y menos inteligente» es totalmente absurdo!
¡Otro problema que desconcierta a los evolucionistas es el hecho de que restos de hombres de tipo moderno se han encontrado en los mismos estratos geológicos que los supuestos hombres «prehistóricos», lo que demuestra que el hombre existió en la misma época que aquellos simios erectos y que el hombre de Neandertal! En 1947, en Fonte Chevade, Francia, fueron hallados otros restos de hombres de tipo moderno en capas inferiores y más antiguas que los de sus «antepasados prehistóricos», que se presumía eran más primitivos. La enciclopedia «Collegiate» concluye: «El hombre de Fonte Chevade nos brinda pruebas de que el homo sapiens (hombre moderno) en realidad precedió al hombre de Neandertal en orden de aparición».
De modo que los evolucionistas tienen que admitir que el «homo sapiens» --los seres humanos normales de tipo moderno-- rondaban por la tierra al mismo tiempo que los presuntos pitecántropos, y antes que los hombres de Neandertal, ¡de quienes imaginariamente evolucionamos! ¡Ja! Dicho de otro modo, el hombre no desciende del mono, ¡sino que ambos coexistieron simultáneamente como especies distintas claramente definidas! ¡El hombre es el mismo hoy en día que en ese entonces, y aquellos monos serían también iguales, de no haberse extinguido!
¡Hace falta más fe para creer en la evolución --ese cuento ficticio increíble, inverosímil, confuso y plagado de contradicciones sobre los orígenes del hombre-- que para aceptar la explicación sencilla e inspirada que nos brinda Dios en Su Palabra! ¿Y tú? ¿En qué crees? ¿En la Verdad de Dios, o en ridículas fábulas evolucionistas?
¡Hoy en día la mayoría de las personas no saben en qué creer! No tienen ni idea de hacia dónde se dirigen. ¡Muchos no tienen perspectiva alguna de la realidad, desconocen el sentido de la vida, no saben quiénes son, o si el hecho de que estén vivos tiene objeto o valor alguno! Dado que la diabólica teoría de la evolución ha socavado en sus corazones y conciencias el único fundamento seguro de Verdad, han quedado desprovistos de toda base en qué afirmar sus vidas.
Si quieres la Verdad pura y simple de Dios, basta con que te humilles como un niño y pidas a Jesús que te abra los ojos y entre a formar parte de tu vida. Por eso dijo Jesús: «Si no os volvéis y os hacéis como niños, ¡no entraréis en el Reino de los Cielos!» (Mateo 18:3)
¡Dios es el único capaz de dar sentido al universo, propósito a los planetas, amor a nuestro corazón, paz a nuestros pensamientos, reposo a nuestro espíritu, felicidad a nuestra vida, alegría a nuestra alma y sabiduría para comprender que «el temor de Dios es el principio de la sabiduría» (Proverbios 9:10), y que «la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios»! (1Corintios 3:19) Jesús dijo: «¡Si permaneciereis en Mis Palabras, conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres!» (Juan 8:32), ¡libres del pecado, de nuestro ego, de la hipocresía y de las condenadas mentiras --como el evolucionismo-- que embaucan y engañan a tantos!
¡POR QUÉ ES LA EVOLUCIÓN UNA MENTIRA INCREÍBLE!
(1) La palabra «ciencia» quiere decir textualmente «saber»; de donde el evolucionismo no es una verdadera ciencia, ¡puesto que no se puede demostrar ni «saber»! Margaret Mead, la afamada evolucionista, dijo en la introducción de su libro: «Como científicos serios, hemos de confesar que no existe ni el menor indicio de prueba concreta que sustente la teoría de la evolución».
(2) El evolucionismo no es más que una serie de creencias filosóficas que hay que aceptar por fe. ¡Al pretender dar una explicación al origen del universo y del mundo, y a la génesis y naturaleza del hombre, la teoría de la evolución es simple y llanamente una religión!
(3) ¡El evolucionismo es antidiós! Hitler se valió de él como pretexto para promover el nazismo, y Carlos Marx llegó a declarar: «¡El evolucionismo es la piedra angular del comunismo!» Si, como dice la Biblia, «Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:20), ¡los «frutos» del evolucionismo son régimenes despiadados, guerra y muerte!
(4) Dios creó las muchas formas de vida animal y vegetal encuadradas en «especies» determinadas y bien definidas, y como lo ha demostrado una y otra vez la ciencia --contrariamente a la doctrina evolucionista--, ¡les es imposible pasar de una especie a otra!
(5) El evolucionismo afirma que las mutaciones casuales constituyen «el componente básico de las transformaciones evolucionistas». Sin embargo, a pesar de haber llevado a cabo millones de pruebas, ¡los evolucionistas no han logrado alterar favorablemente ni una sola mosca de la fruta!
(6) ¡Jamás se ha hallado un solo «eslabón perdido» entre el hombre y el mono!
(7) El evolucionismo sostiene que toda la Creación evoluciona permanentemente hacia formas más complejas. Esta suposición, sin embargo, está en franca oposición a una ley de la física que ha sido demostrada y aceptada universalmente, la segunda ley de la termodinámica, que dice: «Todo proceso (que no esté sometido a ninguna influencia exterior) tiende hacia un estado de mayor desorden, desorganización y desarreglo, y de menor complejidad».
(8) Si no crees que el relato de la Creación del libro del Génesis es históricamente exacto y una autoridad de inspiración divina, tampoco puedes confiar entonces en los autores del Antiguo y Nuevo Testamento --que con frecuencia se referían a él--, ¡ni siquiera en el mismo Jesús, que citó dicho relato en Mateo 19:4-5! (Véase asimismo Lucas 16:31.) ¡Pero lo cierto es que la Biblia dice la verdad, es la Palabra infalible de Dios, y eso es motivo de sobra para no creer la diabólica mentira de la evolución! ¿Amén?
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