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sábado, 8 de enero de 2011

LIBRO: ORACIÓN EFICAZ


ORACIÓN
EFICAZ
Guía práctca

Índice
La toma de contacto................................................
La oración es comunicación .................................
Beneficios que nos reporta la oración...................
El buen efecto que tienen en los demás nuestrasoraciones..........................................................
Qué gana el Señor con nuestras oraciones...........
Hacerse el tiempo..................................................
Cómo obtener buenos resultados..........................
Haz lo que esté a tu alcance..................................
Procede como si ya tuvieses lo que has solicitado
Diversas formas de orar.........................................
Qué hacer cuando no se ve que Dios responda.....
Cómo aprender del Hombre de las soluciones .....
Convierte tus pensamientos en oraciones…..........
Promesas para invocar en oración
La toma de contacto

Dios no concibe la oración como un rito, sino como un animado intercambio, un diálogo afectuoso entre buenos amigos.
Lamentablemente, hoy en día impera la idea de que no es posible hablar con Dios en esos términos. Algunas personas piensan que su falta de religiosidad les impide acercarse de ese modo al Creador. Otras tienen la idea de que el Padre celestial es tan sublime que se encuentra sumamente alejado de nuestra realidad. Hay quienes piensan que tiene mucho que hacer para interesarse por ellos y sus problemas, y que las cuestiones terrenales carecen de importancia para Él. Unos se consideran indignos y muy imperfectos. Otros se sienten culpables o avergonzados de ciertos actos que han cometido. Hay quienes incluso abrigan miedo de Dios. ¡Ojalá comprendieran que Él lo ve todo con ojos muy distintos!
El Señor desea mantener una relación personal con cada uno de nosotros. Quiere que ésta constituya el aspecto más profundo, trascendental, satisfactorio y gratificante de nuestra vida. Eso no significa que se proponga restar categoría a las demás relaciones y actividades que nos ocupan y que consideramos importantes. Todo lo contrario: quiere formar parte de ellas. Pretende facilitarnos la vida cotidiana, dar un nuevo sentido a nuestras vivencias, y además disfrutar de ellas al lado nuestro. En resumidas cuentas, quiere realzar nuestra existencia y añadir toda una nueva dimensión a cuanto hacemos por medio de Su amorosa presencia.
Pero, ¿cómo se entabla una relación fluida y abierta con el Padre celestial, sobre todo cuando uno se considera insuficiente y poco espiritual? ¿Cómo se establece esa conexión? La respuesta a este interrogante es muy sencilla: por medio de Su Hijo Jesús.
Ninguno de nosotros es capaz de concebir lo grande y maravilloso que es Dios nuestro Padre. Él y Su Espíritu trascienden el universo. Hasta tal punto sobrepasa nuestra comprensión que tuvo que enviar a un Ser capaz de ejemplificarnos Su amor, Alguien con quien pudiéramos identificarnos, Alguien que pusiera a Dios a la altura de nuestro limitado entendimiento humano. Por eso nos dio a Su Hijo Jesús.
Jesús vivió 33 años en la Tierra entre los seres humanos como uno más. Experimentó las alegrías y desdichas que tienen los hombres (V. Juan 1:1-3,14; Hebreos 4:15). Estuvo en este mundo, y por tanto nos comprende y constituye el vínculo entre Dios y nosotros (V. 1 Timoteo 2:5).
Jesús es muy accesible: se puede perfectamente entablar una relación personal con Él. Hasta nos dijo que le pidiéramos que entrara en nuestro corazón: «He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). Es posible entablar contacto directo y personal con Jesús, acercarnos a Dios por medio de Él.
Si has orado para aceptar a Jesús como tu salvador, ya tienes esa conexión. Si no, puedas establecerla ahora mismo rezando sinceramente una sencilla oración como la que sigue:

Jesús, creo sinceramente que eres el Hijo de Dios y que moriste por mí. Necesito que Tu amor me limpie de todo lo malo que he hecho. Te abro la puerta de mi corazón y te ruego que entres en mí y me regales la vida eterna. Amén.
Se cuenta que cierto clérigo observaba con inquietud a un viejo mendigo que todos los días, a las doce del mediodía, entraba a su iglesia y luego de escasos minutos volvía a salir. ¿Qué intenciones tendría? Avisó al portero y le pidió que la próxima vez interrogara al anciano. Al fin y al cabo, la iglesia contenía muchos objetos de valor.
—Vengo a rezar— respondió el anciano al portero.
—Hombre, no me tome el pelo. Usted nunca se queda más que un momento en la iglesia. No le da tiempo de rezar.
—Lo que pasa es que yo no sé hacer oraciones largas —replicó el andrajoso anciano—. Lo que hago es que todos los días, a las doce, vengo y digo: «Hola, Jesús. Soy Manuel.» Espero un rato y luego me voy. Es una oracioncita nomás, pero yo creo que Él me escucha.
Al poco tiempo, Manuel sufrió un accidente y fue hospitalizado. Mientras permaneció ingresado tuvo un magnífico efecto en los demás enfermos. Los pacientes quejumbrosos se tornaron alegres, y con frecuencia se escuchaban risas en el pabellón donde convalecía Manuel.
—Manuel —le dijo un día la enfermera que lo atendía—, todos dicen que este cambio que se palpa en la sala se debe a usted, porque siempre se le ve contento.
—Sí, hermanita; es verdad. ¿Y cómo no voy a estar contento? Se lo debo a la visita que viene todos los días para alegrarme.
—¿Una visita? —le preguntó la asistente confundida, pues en el horario de visita nunca veía a nadie sentado junto al pobre Manuel, que no tenía familiares—. ¿Una visita? Pero, ¿cuándo viene?
—Todos los días —respondió el mendigo, al tiempo que se le iluminaban los ojos—. Todos los días, a las doce del mediodía, viene y se para a los pies de mi cama. Yo lo miro, y Él me sonríe y me dice: «Hola, Manuel. Soy Jesús.»
Ó
La oración abre un canal que une nuestra carencia con la plenitud de Dios. Es el vínculo entre las necesidades humanas y los recursos divinos.
Ó
Cada uno de nosotros debe aprender a conectarse personalmente con el poder de Dios y dejar que Él le brinde alegría, salud y felicidad.
David Brandt Berg (D.B.B.)
Ó
Nadie logra tanto con tan poca inversión de tiempo como el que ora.
Ó

Orar es muy sencillo.
Es comparable a abrir una puerta suavemente
y deslizarse hacia la presencia misma de Dios
a fin de oír Su voz
en la quietud.
Si es para elevar una petición
o tan solo para escuchar lo que Él diga,
poco importa.
Estar en Su presencia
¡es orar!
Anónimo
La oración es comunicación
A
l igual que sucede con toda amistad, tu rela-ción con Jesús se verá fortalecida si te co-municas con Él francamente y con frecuencia. En realidad, esa es la esencia de la oración: comunicarse de corazón a corazón con el Señor.
Pero, ¿cómo se logra ese estrecho vínculo? En realidad es bien sencillo.
Para empezar, busca un lugar tranquilo. Imagínate que Jesús está sentado a tu lado. Háblale como lo harías con un buen amigo. Puedes hacerlo mentalmente o en voz alta. Las palabras que digas no tienen mucha importancia. Simplemente dile lo que te nazca.
En realidad, puedes orar en cualquier parte, en cualquier momento. Da lo mismo que estés sentado o de pie. No es necesario estar en un templo ni en ningún lugar en particular. La oración establece un vínculo entre el Señor y tú, te encuentres donde te encuentres.
Muchas personas equiparan la oración con pedirle cosas a Dios. Pero eso no es más que un aspecto de la cuestión. Naturalmente Él quiere que le plantees tus necesidades, pero también que pases tiempo con Él, que le hagas confidencias, le cuentes cómo te va. Dile cuánto lo amas y lo agradecido que estás por todas las cosas buenas que te pone delante. Expónle tus sueños y anhelos, tus problemas e inquietudes, y Él te concederá las fuerzas, la inspiración, el consuelo y las soluciones que necesitas.
Jesús está a tu disposición. Basta una oración para acceder a Él. Se complace en prestarte oído y te dará una mano siempre que lo necesites. Él se interesa sinceramente por ti. Le encanta escucharte y responder tus inquietudes.
Claro que la oración es más que eso.
Jesús también quiere comunicarse contigo, hablarte. Quiere dirigirte palabras de amor y de ánimo. Desea ayudarte a resolver tus problemas. Tiene en Su haber todas las soluciones y respuestas, pero para poder revelártelas es preciso que lo escuches. Por eso, es necesario que aprendas a reconocer Su voz cuando te hable al alma y te ponga pensamientos en la cabeza.
Jesús también te hablará por medio de Su Palabra escrita, la Biblia; pero para sacarle el máximo provecho, es conveniente que ores y lo escuches mientras lees. Así podrá explicarte de qué forma se aplica lo que lees a tu caso, en la actualidad. Rellenará las lagunas y te proporcionará detalles que no figuran en las respuestas más bien generales que hay en Su Palabra. Una vez más, la clave está en escucharlo.
De cualquier modo, tanto cuando te dirijas al Señor como cuando lo escuches, ¡la comunicación con Él se realiza a la velocidad del pensamiento! No es como comunicarse con alguien por carta, en cuyo caso hay que aguardar días o semanas para recibir la respuesta. Ni siquiera como enviar un mensaje a través de Internet y recibir la respuesta en cuestión de horas o minutos. Tus oraciones llegan a Sus oídos prácticamente antes de dejar tus labios (V. Isaías 65:24). Se pueden recibir respuestas del Señor al instante. Puede que Él no siempre te dé en seguida una respuesta cabal o produzca el resultado final que deseas, pero al menos te dirá que ha escuchado tu oración y que se está ocupando del asunto. Muchas veces, el solo hecho de tener esa certeza te da paz interior y contribuye a que se esfumen problemas de colosales proporciones. Más adelante, cuando vuelvas a presentarle en oración esas dificultades, continuará intercediendo por ti e indicándote qué debes hacer para que se lleve a cabo Su voluntad al respecto y para que el asunto tenga un feliz desenlace. (Si quieres aprender más sobre cómo recibir de Dios respuestas específicas a tus preguntas, no te pierdas Escucha palabras del Cielo, de la misma colección.)
Beneficios que nos reporta la oración
P
asar tiempo con el Señor rinde tantos bene-ficios que no podemos prescindir de ello. Él puede ayudarnos a resolver nuestros problemas, responder a nuestros interrogantes, aliviar nuestras penas, consolarnos en nuestra desazón, proporcionarnos alegría, acercarnos al Cielo y muchísimo más.
¡La oración altera las circunstancias! Es uno de los medios de los que se vale Dios para satisfacer las necesidades y deseos de Sus hijos, siempre y cuando sea beneficioso para ellos y para los demás. «Todo lo que pidáis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mateo 21:22, Reina-Valera 1995).
También nos fortalece espiritualmente. El tiempo que dedicamos a reflexionar y escuchar al Señor nos proporciona una fuerza interior que nos ayuda a superar las épocas más difíciles de la vida. «El día que clamé, me respondiste; me fortaleciste con vigor en mi alma» (Salmo 138:3).
Cuando nuestro espíritu flaquea y se nos turban los pensamientos, la oración nos proporciona descanso y nos renueva. «Venid a Mí todos los que estáis trabajados y cargados, y Yo os haré descansar. Llevad Mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque Mi yugo es fácil, y ligera Mi carga» (Mateo 11:28-30).
También nos da una perspectiva más optimista de la vida y nos lleva a verlo todo con los ojos de la fe. Una vez que hemos encomendado un asunto a Dios en oración, podemos tener la certeza de que Él se hará cargo del mismo conforme a Su voluntad. Eso nos ayuda a combatir las preocupaciones y a ver las cosas con un enfoque más positivo. «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28). «Por fe andamos, no por vista» (2 Corintios 5:7).
La oración nos consuela en los momentos de tristeza; nos infunde ánimo en medio del abatimiento y valor para seguir adelante cuando ya no podemos más. Jesús nos ayuda a ver nuestras dificultades objetivamente —como las ve Él— y nos da sosiego. «Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas» (Salmo 147:3). «En medio de las preocupaciones que se agolpan en mi mente, Tú me das consuelo y alegría» (Salmo 94:19, Versión Popular).
A medida que vamos aceptando y aplicando lo que el Señor nos indica, adquirimos sabiduría. «Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada» (Santiago 1:5).
Jesús nos guía por el laberinto de la vida. Nos indica qué hacer en situaciones de apuro y cuando nos enfrentamos a decisiones difíciles. Ha prometido darnos instrucciones, aclararnos los pensamientos y guiar nuestros pasos. «Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:6). «Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: “Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”» (Isaías 30:21).
Él nos inspira ideas geniales. «Clama a Mí, y Yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que Tú no conoces» (Jeremías 33:3).
También nos evita algunas complicaciones advirtiéndonos de ellas con antelación. En otros casos nos da las soluciones a nuestros problemas. «El que me oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal» (Proverbios 1:33).
Nos sana de nuestras dolencias físicas. «La oración de fe sanará al enfermo y el Señor lo levantará» (Santiago 5:15a, NVI).
Nos concede perdón por nuestras faltas. «Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: “Confesaré mis transgresiones al Señor”; y Tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo 32:5).
Nos proporciona un conocimiento más profundo, tanto del mundo natural como de la dimensión espiritual. «Como está escrito: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios» (1 Corintios 2:9-10).
Al orar sacamos provecho de la energía divina, de tal modo que obtenemos mejor rendimiento y se nos facilitan las cosas. «Él fortalece al cansado, y acrecienta las fuerzas del débil. [...] Los que confían en el Señor renovarán sus fuerzas; volarán como las águilas; correrán y no se fatigarán, caminarán y no se cansarán» (Isaías 40:29,31).
La oración aumenta nuestra paz interior. «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:6-7).
Es también el conducto para invocar las promesas de Dios de que atendería a nuestras necesidades materiales. «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mateo 7:7-8).
Jesús nos abre los tesoros de Su Palabra cuando le pedimos, como el rey David: «Abre mis ojos, y miraré las maravillas de Tu ley» (Salmo 119:18).
Podemos obtener asistencia divina aun cuando no sepamos qué pedir. «El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Romanos 8:26).

Vuelan las cargas en alas de la oración;
se aligeran los pesos, se aquieta la agitación.
El corazón pesaroso sale del torbellino
para ser sanado por el bálsamo divino.
Las lágrimas que vertemos, el Padre celestial
las enjuga, ¡pues Él comprende nuestro pesar,
nuestros temores, nuestra desesperación,
cuando se los llevamos en alas de la oración!
Anónimo
Ó
Un día fui a una escuelita de escasos recursos a hacer una presentación audiovisual. Al llegar me encontré con que se les había cortado el suministro eléctrico. Me ofrecí a orar para que se reparara la avería, y a los diez minutos tenían otra vez electricidad.
Los niños se reunieron en el salón donde iba a poner el video, pero resultó que el aparato reproductor era viejo y no funcionaba bien. Por mucho que lo intentamos, no logramos ajustarlo. Resolvimos pedir a todos los alumnos y profesores —musulmanes, hindúes y cristianos— que rezáramos para que Jesús arreglara el aparato. Instantes después de orar, todo comenzó a funcionar como una seda. ¡El auditorio se entusiasmó! No sólo pudieron ver la cinta, sino que quedaron maravillados al ver que el Señor respondía tan claramente una oración. Algunos miembros del cuerpo docente nos expresaron después:
—Quisiéramos informarnos más sobre Dios y el poder que tiene para obrar esa clase de milagros.
R. H. (Pakistán)
Varios días después que Peter, nuestro hijo de siete años, le pidiera al Señor una biblia impresa en letra grande, fui a una librería cristiana para informarme sobre los precios de dichas biblias. La más barata estaba muy por encima de nuestras posibilidades. Le referí al dueño la oración que había hecho mi hijo y le pregunté si me podía hacer un descuento especial en una biblia de letra grande, dado que somos misioneros y trabajamos como voluntarios. Antes que terminara yo mi explicación, el hombre empezó a relatarme un episodio que al principio parecía inconexo.
Resulta que, siete años antes, una señora ciega se había curado por milagro en respuesta a una oración. Movida por un sentimiento de gratitud, entregó 500 dólares al dueño de la librería. Le instruyó que los administrara como una especie de fondo en custodia, de suerte que si alguna vez alguien solicitaba una biblia pero no tenía medios para adquirirla, la cargara a esa cuenta.
Apenas acabó de explicarme lo anterior, el librero señaló la estantería de las biblias y me indicó amablemente que escogiera la que quisiera. ¡Quién ha dicho que Dios no responde a las oraciones!
P. A. (Japón)
Ó
Un niño africano, convertido al cristianismo con su familia, se quejaba y revolvía en la cama con una fiebre muy alta, y que seguía subiendo. El misionero aplicó los remedios rudimentarios de que disponía. Sin embargo, lo que más falta le hacía era una compresa de hielo. El pensamiento se le cruzó por la cabeza, pero lo desechó: la población más cercana donde vendían hielo quedaba a una jornada de viaje.
—El gran Dios puede enviar hielo para mi hijito, ¿verdad? —preguntó la madre del niño enfermo.
Y le recordó al misionero uno de sus propios sermones, en el que había dicho que Dios se deleita en obrar milagros para Sus hijos.
—Es cierto —contestó el misionero—; pero es que... pedir hielo… aquí...
Haciendo caso omiso de las dudas del religioso, la madre prosiguió, con la mayor confianza y naturalidad:
—¿No vamos a rezar?
Los dos se arrodillaron, y el misionero hizo una oración general, en términos muy vagos. La madre del chiquillo, en cambio, fue directo al grano:
—Señor, si lo que hace falta para que mi hijo se cure es hielo, ¡creo firmemente que Tú nos lo puedes procurar!
Ni bien hubieron terminado de orar, una piedra de granizo del tamaño de una nuez entró rodando en la choza. Al asomar la cabeza vieron que granizaba con fuerza.
—¡Dios respondió a Su manera, con esta maravilla! —exclamó la madre.
La tormenta se había concentrado en ese lugar. No cayó en las zonas aledañas ni produjo daños en los cultivos. El muchacho se recuperó totalmente. La noticia se propagó por los pueblos vecinos e infundió fe a todos los que la oyeron. Por su parte, aquello le recordó al misionero que Dios también contesta pedidos imposibles.

Desde hacía tiempo un matrimonio amigo nuestro quería tener un hijo, pero no lo conseguía. Hace un año más o menos, la esposa nos pidió que oráramos por ella. A las dos semanas estaba embarazada, ¡y poco después se enteró de que iba a tener mellizos!
Corrió la voz, y otros matrimonios sin hijos acudieron a nosotros para que pidiéramos por ellos. Hasta el momento otras cuatro parejas están esperando descendencia. Una de ellas va a tener mellizos también.
D. G. (Tailandia)
Ó
La energía más eficaz de que dispone la humanidad es la fuerza de la oración.

Ó
Cuenta una leyenda que un caminante
halló un pedazo de barro muy fragante.
Despedía un olor tan intenso y grato
que sus efluvios impregnaban todo el cuarto.
—Dime, ¿qué eres? —inquirió el viajero—.
¿Una perla rara de un país extranjero?
¿Un nardo exótico que de arcilla se atavía?
¿O alguna otra costosa mercadería?
—No. Soy un burdo trozo de barro.
—¿Y cómo es que emanas ese aroma extraordinario?
—El secreto de mi fragancia misteriosa,
amigo, es que he vivido a la sombra de la rosa.
Señor, permanece cada día con nosotros
para que contigo nos perfumemos todos.
Anónimo
Invisible paloma mensajera
que en un divino vuelo,
impulsada por una fe sincera,
parte del corazón y llega al cielo.
Anhelo indefinible que agiganta
la luz de la razón en nuestra frente
y otorga al labio, misteriosamente,
el himno santo que al Eterno canta.
¡Oh, sublime oración! A veces ruedas
magnífica, encerrada
en una dulce lágrima furtiva,
y sólo libre quedas
cuando, deshecha aquélla, la mirada
en el cielo se fija pensativa.
Tú estás en el suspiro del creyente,
y en la palabra, siempre luminosa,
de quien bendice a Dios porque le siente,
en el gemido de quien se arrepiente
y en la voz de la madre cariñosa.
¡Cuántas veces el alma, por la prueba
constante de la vida,
en gratitud y amor a Dios se eleva,
como aroma de flor que el viento lleva
quién sabe a qué región desconocida!
Porque orar es librarse del pecado,
y es recibir de Dios paz y consuelo,
y es olvidar el llanto del pasado,
y es acercarse poco a poco al cielo...
Claudio Gutiérrez Marín

El buen efecto que tienen en los demás nuestras oraciones
A
demás de influir en nuestra propia existencia, la oración puede contribuir a mejorar significativamente la vida de otras personas. Se suele decir que orar no es lo mínimo que se puede hacer por alguien, sino lo máximo. Nuestras oraciones mueven el corazón y la mano de Dios para que intervenga en  favor de las personas por las que le pedimos.
Por medio de nuestras oraciones, otras personas pueden obtener los mismos beneficios que obtenemos nosotros cuando oramos: consuelo, protección, alivio de la ansiedad y del temor, curación, provisión material y muchos otros.
Orar nos capacita para asistir más directamente a nuestros semejantes. En muchas ocasiones el Señor se vale de nosotros, los seres humanos, como agentes Suyos en la Tierra. Teniendo esto en cuenta es muy posible que Él quiera que nosotros mismos contribuyamos a hacer realidad nuestras propias oraciones. El hecho mismo de orar por alguien demuestra que nos interesamos por su felicidad y bienestar. Eso nos coloca en situación de comprender mejor la voluntad divina para esa persona y ayudar a que ese designio se cumpla en ella. Por ejemplo, cuando oramos por alguien que está enfermo, puede que el Señor nos indique de qué manera podemos reavivar la fe latente de esa persona y cumplir así el doble propósito de la dolencia: por un lado, dar lugar a una curación, la cual para el enfermo y para los demás constituirá un testimonio del poder milagroso de Dios; y por otro, hacer que se afiance la relación de esa persona con Dios.
Cuando pasamos tiempo con el Señor orando, Él nos colma de los frutos del Espíritu, a saber: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (V. Gálatas 5:22-23). A medida que participamos más de Su Espíritu, los que nos rodean ven al Señor y Sus dones reflejados en nuestra vida cotidiana. «Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18).

Podemos comunicarnos también unos con otros a través de Dios, como una telecomunicación a través de la atmósfera; como dos amigos o dos enamorados pueden comunicarse a través del espacio aunque estén en dos ciudades muy distantes una de otra, y pueden estar más unidos a través de la distancia que lo están dos vecinos con una pared de por medio en una aldea.
Ernesto Cardenal
Ó
Es la oración solícito tercero,
que concierta los pleitos más insanos;
es carta de favor, fiel mensajero,
refugio, sombra, albergue de cristianos,
dádiva que reprime al juez severo,
cuerda que liga las divinas manos,
música de admirable punto y letra,
que al mismo corazón de Dios penetra.

Es un rayo que va del suelo al cielo,
neblí que en lo más alto hace presa,
calor que de las almas quita el hielo,
manjar sabroso de la empírea mesa;
de los desconsolados es consuelo,
río caudal que rompe la represa
que en la misericordia hizo el pecado,
y, en fin, es un retórico abogado.
Bartolomé Carrasco

Un domingo por la noche, en abril de 1912, cierta señora daba vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño. De repente la asaltó una tremenda preocupación por su marido, que en ese momento se encontraba en medio del océano Atlántico, navegando rumbo a Norteamérica en el Titanic. Pasó varias horas rezando fervientemente por él. A eso de las cinco de la madrugada la invadió una enorme paz y por fin pudo dormirse.
Entre tanto su marido, el coronel Gracie, junto a cientos de hombres, trabajaba con frenesí por lanzar al agua los botes salvavidas del navío, que naufragaba luego de estrellarse contra un témpano de hielo. El coronel ya había perdido toda esperanza de salvarse. Se esforzaba simplemente por ayudar a las mujeres y a los niños. Deseando hacer llegar un mensaje de despedida a su mujer, clamó desde lo más íntimo de su alma: «¡Adiós, amor mío!»
Al irse a pique la embarcación, un gigantesco remolino se tragó al coronel. Instintivamente se puso a nadar bajo las heladas aguas, clamando dentro de sí: «¡Adiós, amor mío, hasta que nos volvamos a ver!»
De pronto salió a la superficie y se encontró frente a un bote salvavidas volcado. Él y varias personas más lograron encaramarse a la barca. A la mañana siguiente los recogió un buque de rescate.
Al regresar a casa, el coronel le contó a su mujer la experiencia que había vivido. Entonces se dieron cuenta de que ella había estado rezando por él justo durante las horas en que había corrido mayor peligro. Lo más impresionante es que cuando los rescataron eran las cinco de la mañana en la ciudad donde su esposa se encontraba orando, la hora exacta en que el Señor le aseguró a ella que su marido estaba bien.
INTERCESIóN
No digas que desconozco la feroz lucha que libras;
muchas veces en tus tinieblas te hice yo compañía.
A pesar de la distancia, de nuestras edades dispares,
percibo tu honda angustia y tus enormes pesares.

No digas que peleaste a solas en lóbrego entorno,
pues yo intercedí por ti en oración ante el gran Trono.
La espada del Espíritu, el escudo de la fe,
esas fueron mis armas cuando el mandato escuché.

No digas que es quimera oír tan distante clamor;
somos uno en Jesús, nos une Su inmenso amor.
Hablándome al corazón, me llama Él con urgencia.
Por muy lejos que tú estés, te presto asistencia.

Ó
Mucho tiempo atrás hubo en Nueva Inglaterra un pueblo aislado en el que abundaban los conflictos y las personas conflictivas.
Cierta noche, en el curso de una conversación entre unos amigos devotos, uno dijo:
—No seremos sacerdotes ni predicadores preparados, pero algo tenemos que hacer en este pueblo. Formemos un grupo de oración. Empecemos rogando todos por una misma persona. ¿Quién podría ser?
Escogieron a uno de los hombres más duros de la localidad, un borracho empedernido. Todos concentraron en él sus oraciones. Esa misma semana aceptó a Jesús como su salvador y cambió radicalmente. A continuación se pusieron de acuerdo para rezar por otro vecino, el cual también se convirtió. Luego oraron por otro, y por otro, hasta que al cabo de un año cientos de personas habían llegado a conocer a Jesús. ¡El pueblo se había transformado!


Qué gana el Señor con nuestras oraciones
S
on tantos los beneficios que nos reporta la oración que muchas veces es fácil tener la impresión de que salimos ganando en todo aspecto y nada es lo que aportamos. Sin embargo, no es así como lo ve el Señor ni mucho menos. Es cierto que para todas esas cosas tenemos necesidad de Dios; pero lo maravilloso es que Él también nos necesita a nosotros. Le hacemos falta. Podemos ir más lejos y decir que está enamorado de nosotros. En varios pasajes de la Biblia se refiere a nosotros, Su pueblo, como Su esposa (V. Isaías 54:5; 62;5; Oseas 2:19-20; Romanos 7:4; 2 Corintios 11:2; Apocalipsis 19:7-8). Ninguna otra relación humana guarda mayor analogía con la relación que Él anhela tener con nosotros que la de un marido con su esposa. ¿Qué es, entonces, lo que el Señor quiere y necesita de nosotros? Muchas de las mismas cosas que un marido precisa que le brinde su mujer.
Primordialmente, desea una relación amorosa y una comunicación de corazón a corazón. Quiere tener la certeza de que ocupa un lugar preferente en nuestros afectos. No hay mejor forma de demostrárselo que pasar tiempo con Él orando y leyendo Su Palabra.
Le encanta que le digamos lo estupendo que es y cuánto lo amamos, cuánto lo adoramos. Le gusta muchísimo que lo alabemos.
Quiere que le digamos cuánto lo necesitamos. Al igual que un marido amoroso, se desvive por facilitarnos todo lo que podamos precisar y sabe aún mejor que nosotros mismos qué nos hace falta (V. Lucas 12:32; Mateo 6:8). Al mismo tiempo, le gusta que le hagamos peticiones, pues es una muestra de que dependemos de Él. ¡También Él necesita sentirse útil! Y claro está, una vez que nos ha dado lo que pedimos, le encanta que se lo agradezcamos y que le expresemos cuánto significa para nosotros.
Además necesita nuestro servicio. Quiere valerse de nosotros para llevar a cabo Su voluntad «así en la Tierra como en el Cielo» (Mateo 6:10). Por encima de todo, necesita que conduzcamos a otras personas a Él dando ejemplo de Su amor. Ahora bien, cada uno de nosotros debe dedicar tiempo a recibir instrucciones Suyas, a fin de averiguar concretamente qué quiere el Señor que haga.

Te amo, Señor, de mañana.
Está el día en su esplendor.
Siento entonces Tu presencia
que me inunda como el sol.

Todo el día me acompañas.
Siempre a mi lado estás.
Navegamos suavemente
por un mar en tempestad.

Veo barcos en peligro,
a otros veo sucumbir;
mas los vientos que los baten
traen sosiego para mí.

Aún recuerdo travesías
que no quiero repetir;
sin contar con Tu presencia
hacia el ancho mar partí.

Esas duras experiencias
me han hecho comprender
que, si te amo en la mañana,
todo el día te tendré.
Ralph Spaulding Cushman
Son muchos los cristianos que se entretienen y se distraen con los dones de Dios o del Espíritu y dejan de lado a Dios en sí. Es como si un padre llegara a casa con regalos para sus hijos y éstos echaran mano de los regalos y se sentaran en el suelo a abrirlos y jugar con ellos, olvidándose de saludarlo y darle un beso.
Se asemejan a la niña que decidió dedicar cada día el tiempo que normalmente pasaba con su padre a confeccionarle unas pantuflas con vistas a regalárselas el día de su cumpleaños. Puede que Dios aprecie las pantuflas que le hacemos, pero sin duda prefiere disfrutar de nuestra compañía. Es más, si lo desatendemos, probablemente las pantuflas nos salgan pésimas.
D.B.B.
Hacerse el tiempo
N
o hay manera de evitarlo: la comunicación requiere tiempo. Con todos los trajines de la vida moderna, puede que al principio tomarnos unos minutos con el Señor antes de comenzar el día nos parezca un sacrificio. Es posible que postergar otras actividades para poder hablar con el Señor nos parezca una interrupción incómoda, inoportuna. Sin embargo, es erróneo considerar que habríamos podido emplear mejor en otra actividad el tiempo que pasamos orando. Por muy ocupados que estemos, si nos tomamos un tiempo para orar, lograremos mucho más que si no lo hacemos. Es una inversión a largo plazo, y una vez que empecemos a cosechar los resultados, no comprenderemos cómo nos las arreglábamos hasta ese momento para salir adelante sin conversar con el Señor. Veamos seguidamente unos cuantos consejos para adquirir la costumbre:
Hay que hacer un esfuerzo. Al igual que cualquier hábito nuevo que se desee cultivar, durante un tiempo hay que ponerle esfuerzo. Al comienzo hay que dedicarle atención, ya que uno muchas veces se olvida. Sin embargo, a la larga verás que cada vez te acuerdas más seguido.
Da prioridad a los momentos de oración. Siempre tenemos tiempo para lo que consideramos más importante.
Cuando planifiques las actividades del día, reserva unos momentos específicos para orar. El rey David escribió en el libro de los Salmos: «Tarde y mañana y a mediodía oraré […] y Él oirá mi voz» (Salmo 55:17). Si esperas a haber terminado todo lo demás, ese momento nunca llegará. Si ves que a cierta hora del día no resulta viable, prueba a otra.
Busca un momento y lugar tranquilos en los que no tengas distracciones.
Fíjate un objetivo que puedas cumplir, quizás cinco o diez minutos al día; luego intenta hecerlo dos veces al día, o más. Las oraciones no tienen por qué ser largas. Cuando los discípulos de Jesús le pidieron que les enseñase a orar, les puso de modelo una plegaria que hoy conocemos como el Padrenuestro, que no tiene más de setenta palabras (V. Mateo 6:9-13). Lo que cuenta no es la extensión de la oración, sino la fe que se pone en ella, el afán y la sinceridad con que se reza.
Aprovecha los momentos libres que se te presenten durante el día para elevar breves oraciones al Señor y pedirle que te levante el ánimo o te dé fuerzas. Puedes emplear el rato que dedicas a tomarte un café, a cocinar, a ducharte, a pasear al perro, el tiempo que pasas en un atasco de tránsito, mientras esperas a alguien, mientras duermes al bebé… de hecho cualquier momento. Concentra tus pensamientos en el Señor y deja que Él te renueve y te comunique fuerzas e inspiración para seguir adelante (V. 1 Tesalonicenses 5:17; 1 Crónicas 16:11; Lucas 18:1; 21:36).
Aun después de haber adquirido el hábito de orar mientras te ocupas de otras cosas, todavía será necesario que pases ratos tranquilos en que dediques tu entera atención al Señor y prestes oído a lo que Él quiera decirte.
Si un día te saltas tus ratos habituales de oración, no te des por vencido. Inténtalo de nuevo al día siguiente.

Robert LeTourneau, inventor y primer fabricante de la máquina excavadora, fue un cristiano muy activo.
Cierta noche tenía que diseñar una pieza que había que fabricar al día siguiente. Esa misma noche, sin embargo, estaba invitado a asistir a una reunión de oración. Posponer el trabajo que tenía pendiente le saldría caro; pero por fin resolvió que más importante era asistir a la reunión de oración, lo cual hizo. ¿Cómo lograría tener listo el diseño para el día siguiente?
Llegó a su casa alrededor de las diez de la noche. Hasta ese momento no había tenido ocasión de empezar el diseño. Sin embargo, se sentó frente al tablero de dibujo y en cuestión de cinco minutos hizo el boceto de un mecanismo sumamente innovador y práctico. ¡Dios le inspiró la idea! No sólo eso: el pequeño mecanismo que diseñó aquella noche fue una pieza esencial de muchas otras máquinas que inventó después.
¡Vale la pena orar!
Ó
Si te tomas un tiempo para escuchar a Dios, Él se un tomará tiempo para resolver el problema
D.B.B.

Comienza bien el día: escucha al Señor
Todos los días debemos pasar un rato en oración, temprano en la mañana, si es posible. Antes de iniciar la jornada de trabajo, pide al Señor que te guíe y te ayude. Ni bien te despiertas, antes de hacer ninguna otra cosa, habla con Dios. Recibe de Él tus instrucciones para el día. Escucha Su voz, y te sorprenderá cómo Él resuelve tus problemas antes que comience la jornada.
Pero si te sumerges en todos los problemas sin detenerte a hablar con el Señor y recibir tus instrucciones de Él, serás como un músico que opta por tocar primero el concierto y afinar después su instrumento. Comienza el día orando y leyendo la Palabra de Dios. Ante todo sintonízate con Él.
Nunca vayas a pensar que orar es demasiado engorroso o que no te queda tiempo para hacerlo. Cuanto más intensa se presente la jornada, más motivo tienes para orar y más tiempo deberías dedicar a ello. Si pasas un poco más de tiempo orando, descubrirás que será menor el tiempo que tendrás que invertir luego para lograr tu cometido. Es muy sencillo. Si hilvanas la jornada con oración, es menos probable que se deshilvane.
D.B.B.
Ó
Hoy en día la mayoría de los cristianos están más interesados en que Dios los oiga a ellos que en escuchar lo que Él les quiere decir. Tratan de conseguir que Él les rubrique su plan. Una vez oí a alguien decir: «¿Estás dispuesto, no a presentarle tu plan a Dios para que lo firme, ni siquiera a que Él te presente el Suyo para que lo firmes tú, sino a firmar una hoja de papel en blanco y dejar que Dios escriba en ella a Su antojo, sin que sepas siquiera cuáles van a ser Sus designios?»
Es primordial que aprendamos a escuchar al Señor. No le corresponde al Rey andar corriendo tras Sus súbditos dando voces para conseguir que hagan lo que Él quiere. Uno más bien se acerca a Él callada y respetuosamente. Con sinceridad y sano temor presenta su petición y aguarda en silencio la respuesta. Debemos tener una actitud de temor, respeto y reverencia ante el Señor, y tratarlo como el Rey que es.
D.B.B.
Ó
Hacer silencio ante el Señor demuestra que se tiene fe en que Dios va a resolver la situación, en que Él se va a encargar de todo. Demuestra que se confía en el Señor. «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en Ti persevera, porque en Ti ha confiado» (Isaías 26:3). Si no confiamos en el Señor, viviremos en perpetua confusión. Me recuerda lo que dice una rima:
«Cuando confiamos, no reflejamos ninguna inquietud;
cuando nos inquietamos, ¡no estamos confiando aún!»
¡Si estamos en un laberinto, confundidos, preocupados, impacientes y alterados, es que no estamos confiando! No tenemos la fe que debiéramos. Confiar equivale a reposo, paz y serenidad total de pensamiento, corazón y espíritu. Aunque el cuerpo tenga que seguir trabajando, se tiene una actitud, un espíritu de calma.
D.B.B.
Me levanté temprano un día
y aprisa inicié mi jornada.
¡Había tanto, tanto que hacer
que un momento para orar no encontraba!

Los problemas se iban acumulando.
Dije: «Ay, ¿por qué no me ayuda Dios?
Cada vez está todo más complicado.»
«¡Es que no me lo pediste!», me respondió.

Ante Él quise presentarme,
mas la puerta no se me abría.
Con paciencia y ternura Él me dijo:
«¿Por qué no llamaste, hija Mía?»

Ansiaba alegría y cosas bellas;
mas el día seguía nublado y triste.
¿Por qué no veía yo nada claro?
Él me dijo: «¡A Mí no acudiste!»

Hoy me levanté temprano
y me detuve antes de iniciar mi jornada.
¡Tenía tanto, tanto que hacer
que sin orar no quise emprender nada!
Anónimo



Cómo obtener buenos resultados
N
o hay patrón fijo ni fórmula mágica a la hora de rezar, pero sí algunos pasos que se pueden seguir con el objeto de que nuestras oraciones cumplan el fin que perseguimos.

1. Asume una postura de alabanza y gratitud
La alabanza complace al Señor. Lo impulsa a uno ante Su presencia. «Entrad por sus puertas con acción de gracias, por Sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid Su nombre» (Salmo 100:4). «Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias» (Filipenses 4:6).
Antes de enumerar todas las cosas que quieres que Dios te conceda, toma un momento para alabarlo y darle gracias por todo lo que ya ha hecho. Si no le agradeces las bendiciones que ya te ha prodigado, no se va a sentir muy movido a agraciarte con una respuesta a tu oración.
Naturalmente, habrá ocasiones en que no te sentirás muy deseoso de alabar a Dios o de darle gracias —por ejemplo, cuando estés enfermo o dolorido—; pero esas son precisamente las circunstancias en que más importante resulta adoptar una actitud positiva y alabarlo. Siempre hay algo que agradecer a Dios. Exprésale gratitud por todas las cosas buenas que ha puesto en tu camino. Agradécele todas las dificultades y tribulaciones que no tienes. A medida que pienses en esas cosas buenas y las expreses verbalmente, las mismas alabanzas que brotan de tus labios te reanimarán más que ninguna otra cosa. Con la ayuda del Señor y a fuerza de alabanzas, pronto te despedirás de las contrariedades y males que te aquejan.

2. Comienza con un corazón limpio
Para poder tener fe en que el Señor responderá tus oraciones, es requisito esencial que tu relación con Él sea transparente. «Si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y Él sabe todas las cosas. Si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos Sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él» (1 Juan 3:20-22).
El sentirte indigno de la bendición del Señor —o sea, si tu corazón te reprende— puede indicar que o bien te sientes culpable por algo que no debías haber hecho, o bien no has hecho nada malo en realidad y el Diablo procura convencerte de lo contrario. Evidentemente que el primer paso para impedir que una oración sea respondida es evitar que se pronuncie, que se rece. Por eso el Diablo trata de convencerte de que no tienes méritos para presentarte ante el Señor o pedirle ayuda. De modo que no puedes basar tus plegarias o tu relación con el Señor en tus impresiones. Es preciso distinguir la verdad de la mentira. Por eso pide al Señor que te ayude a ver las cosas desde Su óptica.
Si has obrado mal, simplemente repara el error reconociendo tu culpabilidad, pidiendo al Señor que te perdone y comprometiéndote a rectificar el asunto o reconciliarte con las personas afectadas. Una vez que hayas hecho eso, el Señor está presto a perdonar, escuchar y responder todas tus demás oraciones (V. 1Juan 1:9; Mateo 5:23-24; Salmo 103:8-12).
No cabe duda de que, una vez que el Señor te ha perdonado, los sentimientos persistentes de culpabilidad y de falta de méritos se deben al influjo de Satanás. No lo escuches; más bien «[acércate] confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16). Haz caso omiso del Diablo, resístete a creer sus mentiras, y éstas se desvanecerán. Si emprendes vuelo en alas de la oración, el Señor aliviará las cargas que llevas dentro.
3. Ora que se haga la voluntad de Dios
Cuando te esfuerzas por agradar al Señor, a Él le complace hacer realidad tus deseos. «Deléitate en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón» (Salmo 37:4). Como todo padre que ama a sus hijos, Dios te da gustoso lo que necesitas, y aun lo que quieres, siempre y cuando sea bueno para ti y no haga daño a nadie.
Piensa primero en función de lo que complace al Señor y lo hace feliz. Luego, basa en ello tu oración. Cuando la voluntad divina concuerda con la nuestra, podemos «[pedir] lo que [queramos], y [nos] será hecho» (Juan 15:7).
4. Antepón las necesidades ajenas a las tuyas
La oración reporta estupendos beneficios al cristiano, pero entraña también una gran responsabilidad. Dios espera que no sólo roguemos por nosotros mismos, sino también por los demás.
Nuestras oraciones pueden hacer una diferencia como de la noche al día en la vida de otras personas, aun cuando éstas se encuentren a cientos o miles de kilómetros de distancia. Nuestras oraciones se proyectan y alcanzan a quienes atraviesan dificultades para ofrecerles auxilio. Son capaces de consolar, de componer, de amar, de llevar alegría y felicidad. Pueden derribar barreras, superar todo obstáculo y explotar los infinitos recursos divinos. Nuestras oraciones mueven la mano de Dios para que obre en la vida y el corazón de otras personas.
Al Señor le encanta responder oraciones desinteresadas. Cuando vea que antepones las necesidades ajenas a las tuyas, es muy posible que te otorgue más bendiciones personales de las que podrías haberle pedido.
5. Sé concreto
Jesús quiere que seamos muy específicos en lo que le pedimos. Nos pregunta: «¿Qué queréis que os haga?» (Mateo 20:32). Las oraciones concretas obtienen respuestas igualmente concretas. En cambio, las oraciones vagas e imprecisas indican una de estas tres cosas: o no nos interesa demasiado el asunto; o no sabemos a ciencia cierta qué queremos que haga; o bien no tenemos fe en que lo hará. Sé, pues, tan claro y específico como si estuvieras girando un cheque a cargo del Banco del Cielo. Llénalo con la cantidad exacta que quieres, hazlo nominativo —ya sea a tu nombre o al de quien lo necesite—, féchalo, endósalo y obtendrás la cantidad deseada.
6. Ora con todo el corazón
A veces razonamos que siendo Dios omnisciente y conocedor de todo lo que necesitamos, qué necesidad hay de orar siquiera. ¿Para qué pasarnos un montón de tiempo pidiendo si Él ya sabe de antemano lo que vamos a pedirle? Si bien es cierto que Dios sabe lo que te hace falta antes que se lo pidas (V. Mateo 6:8), aun así Él espera que ores. Con ello demuestras que dependes de Él, que lo necesitas. Es una declaración concreta de que tienes fe en Su capacidad divina de responder a tus oraciones, y eso lo complace. Si asumes una actitud perezosa y piensas que el Señor responderá tus oraciones por mucho o poco entusiasmo que pongas en ellas, o si especulas que Él lo hará todo por ti sin que tengas que molestarte en pedírselo, es probable que te sientas decepcionado con Sus respuestas, o quizá por Su silencio. En el Antiguo Testamento, el profeta Isaías llegó acertadamente a la conclusión de que a Israel le iban mal las cosas porque el pueblo no rogaba a Dios para que interviniera en su favor: «Nadie hay que invoque Tu nombre, que se despierte para apoyarse en Ti» (Isaías 64:7).
Dios espera que mostremos interés y oremos. Y cuando la situación reviste gravedad, espera que cuando acudamos a Él lo hagamos muy seriamente. Si nosotros nos despertamos para pedir, Él hará lo propio para responder. «Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón» (Jeremías 29:13).
7. Ejercita tu fe
¿Qué es la fe? Es fiarse de la Palabra de Dios. Es creer que Él hará lo que ha prometido. Cuando se tiene fe, no importa si la lógica o la razón apuntan en la dirección de lo que uno cree; uno sabe que se cumplirá lo que espera porque Dios lo ha prometido, aunque la mente humana no alcance a comprender el porqué.
Cuanto mayor sea nuestra fe en la facultad del Señor para respondernos, mayores serán las respuestas que recibiremos. La disparidad entre los dos ejemplos que siguen a continuación ilustra a las claras este principio: Cuando dos ciegos pidieron a Jesús que les devolviera la vista, Él les preguntó si creían que era capaz de hacerlo. Al responder ambos que sí, les dijo que conforme a su fe les sería hecho, y procedió a sanarlos (V. Mateo 9:27-30). Por contraste, leemos en otro pasaje que no hizo muchos milagros en cierta ciudad a causa de la incredulidad de la gente (V. Mateo 13:58). Sin duda que la medida de nuestra fe determina la respuesta de Dios.
¿Cómo se edifica la fe? Se la alimenta con la Palabra de Dios (V. Romanos 10:17), y se la ejercita a diario por medio de la oración. Si te olvidas de nutrirla, se marchita; si no la ejercitas, se torna fláccida.
8. Ora en el nombre de Jesús
Jesús nos dice: «Si algo pidiereis en Mi nombre, Yo lo haré» (Juan 14:13). En un versículo anterior expresa: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí» (Juan 14:6). Ese segundo pasaje alude más que nada a la salvación, pero también se aplica a la oración. Cuando Jesús vino a la Tierra a morir por nuestros pecados, se convirtió en mediador nuestro ante Dios Padre. La Biblia enseña que «hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5; V. también Hebreos 8:6). Si diriges tus oraciones a Jesús, recibirás respuestas maravillosas.
9. Reclama las promesas de la Palabra de Dios
Dios cuenta con un cúmulo de tesoros inigualables y riquezas infinitas. Tiene todo lo que uno podría pedir, necesitar o imaginar siquiera. En Su Palabra nos lo ha prometido todo. Tal como explican las Escrituras, se nos han dado «preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas [lleguemos] a ser participantes de la naturaleza divina» (2 Pedro 1:4). Lo único que tenemos que hacer es invocarlas.
La Palabra de Dios se asemeja a un contrato al que Dios se ha sujetado. El primer paso es familiarizarse con las cláusulas del mismo. Eso se hace leyendo la Palabra. Luego, Él quiere que cuando oremos invoquemos esas cláusulas. Cuando le recordamos Sus promesas, demostramos tener fe en lo que ha dicho. Es decir, manifestamos la certidumbre de que Él es capaz de hacer lo que le pedimos.
Naturalmente, el contrato también contiene cláusulas que nos corresponde cumplir a nosotros. Muchas de las promesas de Dios son condicionales. «Cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos Sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él» (1 Juan 3:22). Para poder reivindicar la promesa que Él nos ha hecho de darnos «cualquiera cosa que pidiéremos», debemos poner todo de nuestra parte para guardar Sus mandamientos y complacerlo. Cuando nosotros cumplimos con nuestra parte del trato, estamos en condiciones de reclamar con convicción todo lo que nos pertenece por derecho conforme a Su Palabra.
10. No des lugar a las dudas
El Diablo se propone hacernos dudar de la Palabra de Dios. Si logra convencernos de que las promesas divinas son huecas y no se puede confiar en ellas, habrá conseguido restar eficacia a nuestras oraciones.
La Palabra dice que «[pidamos] con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento, y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos» (Santiago 1:6-8). Evita dar cabida a pensamientos que contradigan la Palabra. Son semillas de duda sembradas por el Diablo.
11. Dalo por hecho
Para Dios, toda oración que se ajusta a Su voluntad y a lo que Él considera mejor para todas las partes afectadas está ya respondida aun antes de terminar de pronunciarla (V. Isaías 65:24). La Palabra de Dios es infalible; así pues, siempre que cumplamos con las sencillas condiciones que Él nos fija en ella —como las que explicamos en el presente librito—, nuestras peticiones nos serán concedidas automáticamente. Puede que no nos responda tal y como esperábamos, o que no veamos la respuesta enseguida; pero Dios ha puesto en acción los mecanismos necesarios para que nuestras oraciones sean respondidas cuando Él lo juzgue oportuno, en tanto que estén acordes con Su voluntad. De modo que una vez que has presentado tu pedido al Señor, es hora de asumir lo que se denomina una postura de fe. Debes confiar en que la respuesta está en camino y creer que si has cumplido con tu parte del trato, Él intervendrá a tu favor, aunque a veces tome un tiempo. Dalo por hecho.
12. Agradece a Dios la respuesta
Si crees sinceramente que Dios ha escuchado tu oración, no hace falta que esperes a ver la respuesta; dale las gracias por fe. Es importante terminar nuestras oraciones de la misma forma que las empezamos: con acción de gracias y alabanza.

¿Estás en un compromiso? ¡Date la vuelta y pon a Dios en un compromiso!
Al Señor le encanta precipitar crisis. A veces permite que sucedan ciertas cosas para impulsarnos a orar y a confiar en que Él nos dará la respuesta. Quiere que seamos explícitos, que demos pasos concretos de fe, pidiendo cosas muy definidas y esperando también respuestas muy definidas. Las oraciones explícitas ponen a Dios y a nosotros mismos en un compromiso, pero a la vez son señal de nuestra fe, lo cual complace a Dios.
Algunas personas son reacias a pedir respuestas concretas a la oración por miedo a no obtenerlas, lo que dejaría mal parada su espiritualidad, o lo que es peor, desprestigiaría a Dios. ¿Qué pasará si no responde nuestras oraciones? ¿Qué pensará la gente de nuestra fe y nuestro Dios? Se limitan, pues, a orar con generalidades para no verse en apuros en caso de no recibir respuesta.
Sin embargo, a Dios le encanta que lo pongan en un compromiso, porque se sabe infalible. Nunca nos defraudará, siempre que cumplamos con Sus condiciones, ejercitemos nuestra fe por medio de la oración y obedezcamos Su Palabra. Entonces, cuando nos responde, constituye un testimonio vivo de la veracidad de Su Palabra y Su fidelidad, así como también de nuestra fe para contar firmemente con una respuesta concreta. Sé, pues, preciso a la hora de expresar lo que necesitas, y Él no te fallará.
D.B.B.
Ó
El Dr. Alexander Whyte, de Edimburgo, era famoso por sus oraciones en el púlpito. Siempre encontraba algo por lo cual dar gracias a Dios, aun en las circunstancias más difíciles. Un día tormentoso, un feligrés se puso a pensar: «No creo que el pastor tenga nada que agradecer a Dios en un día como éste».
Pero Whyte empezó su oración con las siguientes palabras: «Te damos gracias, Señor, porque no todos los días son como éste».
Ó
Un bebé ilustra perfectamente la fe
¿Cómo recibimos del Señor el alimento espiritual que necesitamos? Es muy sencillo. Solamente necesitamos la fe de un recién nacido.
Cuando un bebé llora pidiendo que le den de mamar, sabe que a su madre ni se le ocurriría negárselo. Dios le dio la facultad de saber que cuando llama, la madre acudirá en su auxilio. Parte de la base de que su pedido será atendido, y en efecto así sucede. Si nosotros, en calidad de hijos del Padre celestial, pedimos leche, sin duda que no nos va a dar una serpiente ni nada semejante. (V. Lucas 11:10-13.)
¿Qué extrae la leche del pecho de la madre? Cuando el bebé succiona, crea un vacío dentro de su boca, él cual extrae la leche. La oración equivale a crear un vacío semejante en nuestro corazón: «Señor, aquí tienes un espacio vacío. ¡Llénalo!»
Cuando la criatura es muy chiquitita, la madre tiene que acercarle el alimento y mostrarle dónde está. Sin embargo, a medida que el nene crece, automáticamente sabe dónde encontrar la leche y está en condiciones de obtenerla por sí mismo. De igual manera, cuanto más nos ejercitamos en recibir alimento de Dios, mejor sabemos dónde hallarlo. Siempre que sigamos succionando, obtendremos más, por cuanto la capacidad de dar de Dios es ilimitada.
D.B.B.
Ó
Cuenta una anécdota que había una mujer muy ignorante que había vivido la mayor parte de su vida en un lugar muy apartado de los montes de Escocia. Era tan pobre que la iglesia le pagaba el arriendo de la casa. Cierto día, cuando el pastor fue a llevarle el dinero del alquiler, le dijo:
—Sra. McKintrick, ¿cómo es que su hijo no la mantiene? Tengo entendido que goza de una magnífica posición en Australia y que es un buen muchacho y la quiere mucho. ¿No es así?
—Uy, sí —dijo la señora—. Y nunca se olvida de mí. Todas las semanas me escribe una carta de lo más cariñosa.
Aquello despertó la curiosidad del pastor, a quien le intrigaba aquel joven que quería tanto a su madre y, sin embargo, no la mantenía. Así que pidió ver algunas de las cartas. Enseguida la mujer le enseñó dos paquetes.
—Éstas son sus cartas —le dijo entregándole el primero—. Y éstas son las lindas estampas que me envía con cada una de ellas. Caben justito en los sobres. Se ve que permanentemente piensa en mí.
—¿Una estampa con cada carta? —A esas alturas la curiosidad del pastor era incontenible—. ¿Me las mostraría también?
—¿Cómo no? —respondió ella—. Algunas son de un hombre montado a caballo y otras tienen el retrato del rey. Mire. En ésta aparece el rey de Inglaterra. ¡Viva el rey!
—¡Viva su hijo! —dijo el pastor atónito—. Mi estimada amiga, ¿se da usted cuenta de que es rica? Esto es dinero. ¡Tiene usted una buena cantidad! ¡Y pensar que ha pasado estrecheces cuando todo este tiempo ha tenido aquí mismo, en su casa, billetes que usted confundía con lindas estampas!
Las promesas de la Palabra de Dios no son meras figuritas o hermosas alegorías. La Palabra de Dios dice que «nos ha dado preciosas y grandísimas promesas» (2 Pedro 1:4). Además, hay cientos de ellas. Provisión abundante, recursos ilimitados.
Virginia Brandt Berg
Ó
Dios dice: «¡Mandadme!»
Estás en manos de Dios, pero en cierta forma, Él también está en las tuyas. «Mandadme acerca de la obra de Mis manos» (Isaías 45:11). ¿Eso significa que podemos dar órdenes al Señor? En efecto; si le obedecemos, hacemos Su voluntad y deseamos únicamente lo que lo complace y glorifica, podemos mandarle cualquier cosa. Si obramos bien, lo amamos y tenemos fe en Su Palabra, Él ya ha prometido responder a nuestras oraciones.
Mucho de lo que Dios hace depende de nuestra voluntad y nuestras acciones, de lo que queremos y de cómo oramos. Él se ha sujetado a Sí mismo y ha supeditado sus acciones a nuestra fe y nuestras rogativas. «No tenéis porque no pedís» (Santiago 4:2). Está a la espera de que te hagas dueño de la situación.
La oración mueve la mano y el corazón de Dios. Él disfruta valiéndose de nosotros, poniendo en manos de frágiles hombres y mujeres la majestad y el poder de Su omnipotencia. Así que, ¡no dejes de orar!
D.B.B.
Haz lo que esté a tu alcance
D
ios espera que nosotros hagamos lo que esté a nuestro alcance. Eso demuestra que tenemos fe, que albergamos la expectativa de que Dios hará lo que nosotros no podemos hacer. Comúnmente a eso se lo denomina dar un paso de fe. Los Evangelios contienen muchos ejemplos de ello.
Jesús dijo a un hombre que tenía la mano seca: «Extiende tu mano». Evidentemente el hombre no podía moverla. La tenía paralizada. Pero en la medida que hizo el esfuerzo creyendo que Jesús lo sanaría, su mano «le fue restaurada sana como la otra» (Mateo 12:13).
A otro hombre que había sido ciego de nacimiento Jesús le dijo que fuera a lavarse los ojos en cierto estanque. Aquello seguramente pareció medio absurdo a los que lo oyeron. Sin embargo, el hombre tuvo fe y obedeció, y recobró la vista (V. Juan 9:1-7).
En una ocasión en que diez leprosos imploraron a Jesús que tuviera misericordia de ellos y los sanara, Él les dijo que se presentaran ante los sacerdotes. Según la costumbre, cuando un leproso sanaba tenía que presentarse ante los sacerdotes para que constataran su curación. Aquellos leprosos aún no habían sanado; pero en cuanto creyeron y obedecieron, y partieron a ver a los sacerdotes, se curaron (V. Lucas 17:12-14).
Antes que Jesús resucitara a Lázaro, había que mover la enorme piedra que cubría la entrada del sepulcro. Eso era algo que los demás podían hacer. Cuando los dolientes reunidos en torno a la tumba de Lázaro hicieron caso del pedido de Jesús y quitaron la piedra, demostraron que creían que Él era capaz de obrar el milagro: devolverle la vida a Lázaro. Y así lo hizo. Pudo haberse valido de algún poder sobrenatural para quitar la piedra, del mismo modo que resucitó a Lázaro; pero no lo hizo, porque quería que los presentes tradujeran su fe en hechos (V. Juan 11:1-44).
Quienes manifiestan su fe haciendo lo que está a su alcance ven sus oraciones respondidas y son testigos de milagros. Los que piden reciben. A Jesús le complacía sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, consolar a los de corazón quebrantado; pero en muchos casos quienes recibieron la bendición fueron los que tuvieron fe para pedir. Puede que Dios quiera obrar un milagro en tu vida y simplemente esté aguardando a que se lo pidas. Él se ha sujetado intencionalmente a nuestras oraciones y a nuestra fe. Cuando rebosamos de fe y pedimos a Dios que interceda por nosotros, liberamos Sus manos para que obren portentos.
Si no sabes a ciencia cierta lo que Dios espera que hagas antes de responder a tu oración, pregúntaselo. Te lo dirá directamente, o bien te lo indicará por medio de Su Palabra.

La primera vez que el misionero Hudson Taylor fue a la China, en 1853, hizo el viaje en barco de vela. Tardó cinco meses y medio. Al pasar muy cerca de una isla habitada por caníbales, el viento amainó y la nave quedó a la deriva. La marea la fue llevando hacia la costa, donde los salvajes se preparaban para un festín.
—Usted es un siervo de Dios, señor Taylor. ¡Rece para que Dios intervenga y nos salve! —imploró el capitán.
—Lo haré —dijo Taylor— siempre y cuando usted despliegue las velas para que capten la brisa.
—No puedo hacer eso —protestó el capitán—. Seré objeto de burla de toda la tripulación si izo las velas ahora, en esta calma absoluta.
—Entonces no oraré —dijo Taylor—. Prepare primero las velas.
Así se hizo finalmente.
Taylor se encontraba orando en su camarote cuando oyó que alguien golpeaba a la puerta. Era el capitán.
—¿Sigue usted orando para que se levante viento? —preguntó.
—Sí —contestó Taylor.
—Pues será mejor que deje de hacerlo —indicó el capitán—. Hace tanto viento que se está volviendo incontrolable.
Y así llegaron a destino sanos y salvos.


Procede como si ya tuvieses lo que has solicitado
U
na vez que hayas pedido algo a Dios, actúa en consecuencia. La fe debe moverte a ac-tuar. Pon a prueba a Dios demostrándole que estás tan convencido de que te responderá que vas a proceder como si ya lo hubiera hecho. El siguiente relato verídico referido por Virginia ­Brandt Berg ilustra muy bien este principio:

Cuando yo pastoreaba una iglesia en Wag­oner (Oklahoma), había una chica llamada Etta que deseaba ardientemente estudiar para hacerse misionera. Durante dos años estuvo orando, a la espera de recibir el dinero que necesitaba para costear su matrícula. Sin embargo, el segundo año se endeudó mucho. La situación parecía imposible.
Vino a mí llorando, muy desanimada. Le pregunté si sabía si era la voluntad de Dios que fuese a estudiar, y me contestó que estaba completamente segura.
Entonces le dije:
—Yo desde luego no esperaría más. Llevas dos años pidiéndole el dinero al Señor, pero nunca lo has exigido de forma tajante ni has demostrado con ninguna de tus acciones que verdaderamente cuentas con que te lo dé. Si creyeses de todo corazón que Él va a responder tu oración y te va a dar el dinero para el pasaje, la matrícula y todo lo demás, ¿qué harías?
—Haría mi equipaje, escribiría al instituto bíblico informándole que voy y haría todos los demás preparativos para marcharme —contestó ella.
—Pues eso es ni más ni menos lo que haría yo en tu lugar. Aférrate firmemente a Su promesa y ponte a arreglar todas tus cosas, como si ya tuvieras el dinero en la mano. Cuando se tiene auténtica fe, se obra como si ya se hubiese obtenido la respuesta. Si alguien te prometiera el dinero, tú le creerías. Pues Dios mismo te ha prometido en Su Palabra darte las peticiones de tu corazón (V. Salmo 37:4), y tú no le crees.
—No es así, Sra. Berg —respondió la chica—, sí le creo. Voy a demostrarlo. Voy a irme a casa a hacer el equipaje y preparar mis cosas. Las clases comienzan dentro de poco, así que tendré que darme prisa.
A partir de aquel momento Etta no volvió a vacilar. Se dedicó a hacer los preparativos como si ya tuviese los fondos. Estaba convencida de que el Banco del Cielo abriría sus ventanillas en el momento oportuno (V. Malaquías 3:10).
Apenas un día antes de la fecha prevista para marcharse, me llamó para decirme que ya tenía preparada la ropa y todo lo demás, pero no tenía maleta. Por teléfono invocamos la promesa de la Escritura que dice: «Dios suplirá todo lo que os falta conforme a Sus riquezas en gloria» (Filipenses 4:19). Seguí trabajando y me olvidé del asunto.
Cosa de una hora más tarde, una amiga me llamó para decirme que estaba limpiando la casa y que, entre otras cosas de las que quería deshacerse, tenía una maleta grande que no le servía. Se le había ocurrido que a lo mejor podía serme de utilidad.
Me reí y le dije que estaba sirviendo un pedido del Cielo, pero que se había equivocado de dirección. El Señor quería que enviara la maleta a casa de Etta.
La noche siguiente, varios fuimos a despedirnos de aquella chica que partía al instituto bíblico. En la estación me dijo al oído:
—¿Sabe? Todavía no tengo el dinero, pero estoy de lo más tranquila, porque sé que el Señor ha oído mi oración y sé que tengo la petición que le he hecho (V. 1 Juan 5:14-15).
«En algo nos hemos equivocado», pensé. Unos amigos me habían dicho que habían hecho una colecta para ella, pero…
Mientras meditaba en eso, oí el silbido del tren y a lo lejos vi la luz del faro de la locomotora. Noté que Etta me miraba fijamente. ¿Qué podía decirle?
De pronto, uno de los que habían organizado la colecta se acercó corriendo.
—Estaba trabajando en mi oficina cuando me acordé del dinero que me habían dado para Etta —dijo—. Y traigo un poco más, obsequio de mi esposa y mío.
—Y aquí hay otro poco —dijo otro amigo que acababa de llegar.
—¡Viajeros, al tren! ¡Viajeros, al tren! —gritó en ese momento el revisor.
—Viajeros, al tren de las promesas de Dios —le dije a Etta—. Dio resultado, ¿no?
—Es maravilloso —contestó ella—, es impresionante lo que puede lograr la fe.


Has acudido a presentarte ante un Rey:
¡grandísimas peticiones puedes traer!
Su gracia, favor y poder son tales
que es imposible mermar Sus caudales.

Ó
La oración es la energía más poderosa que uno puede generar. La influencia de la oración en la mente y el cuerpo humano es tan fácilmente demostrable como la de la secreción glandular. Sus resultados pueden medirse en términos de incremento del optimismo, mayor vigor intelectual, fuerza moral y una mayor comprensión de las relaciones humanas.
La oración es indispensable para la plenitud del desarrollo de la personalidad. Sólo mediante la oración se puede obtener esa perfecta unión de mente, cuerpo y espíritu que dota a la frágil condición humana de una fuerza inconmovible. Al rezar nos ponemos en contacto con la fuerza inagotable que hace girar el universo.
Dr. Alexis Carrel, fisiólogo y cirujano francés, premio Nobel en 1912

Diversas formas de orar
H
ay gran diversidad de formas de orar, probablemente más de las que somos ca-paces de imaginarnos. Las oraciones pueden ser largas o cortas, silenciosas, habladas o cantadas. Algunas oraciones ni siquiera requieren palabras (V. Romanos 8:26). Pueden ser intercambios entretenidos y familiares, o bien tomar forma de veneración reverente con matices de solemnidad. Pueden ser espontáneas o cuidadosamente planificadas. Pueden también ser escritas. Escríbelas tú mismo o sácalas de la Biblia —en el libro de los Salmos hay muchas oraciones— o de un devocionario. Podemos rezarlas para nosotros mismos o para beneficio de otras personas. Se pueden hacer en privado o en grupo. Pueden pronunciarse como un simple reconocimiento de que necesitamos la bendición del Señor mientras nos ocupamos de nuestros quehaceres cotidianos, o bien constituir plegarias en que invocamos la guía divina al vernos frente a algún imposible. La oración puede entrañar alabanzas alegres y vivaces, o apasionadas súplicas de arrepentimiento nacidas de un corazón contrito y quebrantado. Puede hacerse de rodillas o sobre la marcha. La oración puede asumir formas tan variadas como las necesidades que se nos presentan de continuo. Echemos un breve vistazo de algunas de ellas.
Oraciones de alabanza
Las oraciones de alabanza benefician a ambas partes. No sólo agradan profundamente al Señor, sino que también cambian el cariz de las cosas para nosotros y nos las hacen ver en su real dimensión. Cuando estés apesadumbrado con problemas y preocupaciones, encomiéndaselos todos a Jesús (V. 1 Pedro 5:7), y repasa las bendiciones y dones que Él te ha dado. Agradécele todo lo que ya ha hecho por ti y alábale por el desenlace que ansías que se produzca, el cual ya es tuyo por fe.
Eso hizo en la Biblia el rey David. Si crees que tienes dificultades, considera las que pasó él. Antes de convertirse en rey, su mentor, el rey Saúl, le tomó envidia y trató de matarlo en varias ocasiones. Luego de acceder al trono, su propio hijo le usurpó la corona, con lo que tuvo que huir a otro país en medio del oprobio y el escándalo. Todo eso sin mencionar los numerosos enemigos extranjeros que tuvo. Por si fuera poco, él mismo sabía muy bien que era un perfecto pecador. Tenía, pues, sobrados motivos para quejarse y sumirse en el abatimiento. No obstante, en los Salmos siempre adoptaba una actitud positiva, al menos al término de cada uno de ellos. Alababa a Dios a pesar de sus pesares, consciente de que a la larga el Señor lo resolvería todo, ya que siempre lo había hecho y además lo había prometido. A causa de la postura de fe y alabanza que asumía David, Dios lo llamó un varón conforme a Su corazón (V. 1 Samuel 13:14). Y a consecuencia de ello contamos hoy en día con el libro de los Salmos.
Naturalmente, lo mejor es adquirir el hábito de elevar oraciones de alabanza en momentos en que no nos vemos asediados por dificultades mayúsculas. Por ejemplo, en vez de rogar: «Señor, haz tal cosa por mis hijos», puedes decir: «Jesús, te doy gracias por los hermosos hijos que me has dado. Gracias por cuidarlos el día de hoy. Gracias por mantenerlos a salvo y ayudarlos a hacer progresos en sus tareas escolares. Te doy gracias por el rato tan provechoso que voy a pasar en compañía de ellos esta noche...»
Oración en grupo
Orar es un acto mayormente individual. No se puede prescindir de la oración en privado, la cual tiene su propia recompensa (V. Mateo 6:6). Sin embargo, hay momentos en que vale la pena orar con otras personas. Jesús promete: «Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la Tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por Mi Padre que está en los Cielos. Porque donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (V. Mateo 6:6). En ciertas situaciones, la oración en grupo es más eficaz.
Cuando estamos pasando por una época especialmente difícil es consolador que otras personas oren con nosotros. Además nos proporciona fuerzas espirituales. Parte de nuestro deber cristiano consiste en sostenernos unos a otros por medio de nuestras oraciones. Por eso no desaprovechemos la ayuda que nos pueden proporcionar otras personas mediante sus oraciones y al mismo tiempo ofrezcámonos a orar por los demás cuando les haga falta.
Oración a modo de conversación
Al orar por una situación junto a otras personas, se puede hacer una oración tipo conversación. Cada persona dice una frase o dos sobre cierto aspecto en particular, o bien invoca una promesa de la Biblia que venga al caso. Puede hacerse siguiendo un orden, o puede dejarse que cada cual intervenga cuando recuerde una faceta a la que no se haya aludido todavía. Es como tener una línea telefónica compartida o entablar con el Señor una conversación al estilo de los chats que tienen lugar en Internet. Cada uno escucha lo que oran los demás, y Dios los escucha a todos. De esa forma se cubren todas las facetas del asunto por el que se está orando y cada persona tiene ocasión de participar. Si cada uno hace un aporte breve, la oración se mantiene dinámica, y nadie pierde la concentración.
Oración invocando las Escrituras
Una vez que le hayas expresado al Señor exactamente lo que quieres que haga, tal vez sientas necesidad de seguir orando. Pero no es necesario repetir las mismas palabras una y otra vez. Ese es el mejor momento para reforzar tu oración invocando promesas de las Escrituras.
En Su Palabra, Dios nos ha hecho cantidad de promesas. Cuando ores, recuérdaselas. Eso demuestra que tienes fe en que cumplirá lo prometido. A Dios le agrada tal demostración de fe y de conocimento de la Palabra.
Cuando se ora en grupo, los participantes pueden turnarse leyendo en voz alta versículos seleccionados de la Biblia en lugar de hacer oraciones individuales. Asimismo, se pueden alternar oraciones breves y versículos. Otra posibilidad es que una persona lea versículos apropiados de la Biblia antes o después de las oraciones. A tal efecto, quizá puedes comprar o hacerte tú mismo una cajita de promesas de la Biblia sobre diversos temas. (También puedes pedir el librito La Biblia en cápsulas, que presenta una amplia gama de versículos bíblicos organizados por materias.) (Otros libros de versículos ordenados por temas que se pueden pedir a Aurora son los dos tomos de Claves para descubrir la verdad. Entre ambos abarcan más de 100 materias. Además, en la página 91 de este libro encontrarás una breve compilación temática de promesas de la Biblia.)
Oración en lenguas
Hablar en lenguas —la capacidad de hablar uno o varios idiomas que uno nunca ha aprendido— es uno de los nueve dones del Espíritu descritos por el apóstol Pablo en 1 Corintios 12:8-10, y al cual vuelve a aludir en el siguiente capítulo al referirse a las «lenguas humanas y angélicas» (V. 1 Corintios 13:1). A veces se trata de lenguas terrenales —idiomas humanos—, pero en la mayoría de los casos son lenguas celestiales de ángeles.
Si te has llenado del Espíritu Santo, pero todavía no has recibido el don de lenguas y deseas obtenerlo, basta con pedirlo en oración y comenzar a ejercitarlo enseguida. Simplemente pide a Dios que te ponga la mente en blanco y comienza a alabarlo en voz alta sin parar. Haz a un lado tus pensamientos y deja que el Espíritu Santo se apodere de ellos y de tu lengua de modo que hable por medio de ti. Puede que te suene a farfulla o balbuceo, sobre todo al principio, pero el Señor sabe exactamente lo que el Espíritu dice por ti.
Hablar en lenguas es un medio estupendo de orar y alabar. Es más que nada para nuestro propio beneficio, aliento, inspiración y edificación. Tu espíritu se estremecerá al hacerlo (V. 1 Corintios 14:4).
Oración ferviente
Las oraciones sencillas y breves que hacemos a lo largo del día son buenas y necesarias, y el Señor las escucha y las responde. Pero cuando uno se enfrenta a una crisis o a una decisión muy importante, hace falta más que eso. Naturalmente, todas nuestras oraciones deben ser sinceras, pero no todas ellas tienen el mismo grado de intensidad y fervor, dado que algunas situaciones revisten más seriedad que otras. A veces nos vemos conducidos a clamar a Dios con fervor, de todo corazón.
La oración ferviente y llena de fe puede alterar radicalmente hasta las situaciones más difíciles.

EL SEÑOR DEJA QUE MUCHO DEPENDA DE NOSOTROS, DE NUESTRO INTERÉS Y NUESTRAS ORACIONES
Te sorprenderá cuánto depende Dios de nuestras oraciones, de cuánto interés manifestemos. Cuando nos vemos ante una situación de necesidad, Él quiere que demostremos preocupación rogando específicamente por ella. Si de veras creemos, todas nuestras oraciones son oídas y respondidas. En cambio, si no oramos, no ocurre nada. Dios puede obrar cualquier cosa, pero nos encomienda a nosotros el deber de orar.
La intensidad misma con que oramos y demostramos que nos lo tomamos en serio, que deseamos con toda el alma lo que pedimos, se ve reflejada en la respuesta. Los receptores de nuestras oraciones no van a recibir más de lo que les enviemos. Tenemos que visualizar a las personas o situaciones por las que oramos y rogar por ellas con esa idea en el corazón, pidiendo al Señor específicamente lo que queremos que haga.
Nuestras oraciones son respondidas con la misma intensidad con que las emitimos. Es como un haz de luz enfocado sobre un espejo. Se refleja con la misma intensidad con que es emitido inicialmente. Si oramos con poco entusiasmo, recibimos una respuesta a medias. En cambio, si rezamos con todo el corazón, recibimos una respuesta contundente.
¿Y tú? ¿Haces uso de la fuerza de la oración? En el Cielo se sabrá el bien que hicimos —o pudimos haber hecho— por medio de nuestras oraciones.
D.B.B.

Un pastorcillo apacentaba sus ovejas un domingo por la mañana. Repicaban las campanas de la iglesia, y la gente de la aldea se dirigía al culto. El muchacho también sintió deseos de orar. Pero, ¿qué podía decir? Como nadie le había enseñado a rezar, se arrodilló y comenzó a recitar el abecedario: «A, be, ce», hasta llegar a la zeta.
Un hombre que pasaba del otro lado de la cerca escuchó la voz del jovencito, y al observar a través de los matorrales, lo vio de rodillas con las manos juntas repitiendo: «A, be, ce...»
—¿Qué haces, muchacho?
—Estoy rezando, señor.
—Pero, ¿para qué recitas el alfabeto?
—Es que no conozco ninguna oración, pero quería que Dios me cuidara y me ayudara a apacentar mi rebaño. Pensé, pues, que si decía todo lo que sabía, Él lo juntaría y se enteraría de lo que quiero.
—Que Dios te bendiga. Dios sin duda alguna te escuchará y te responderá. Cuando el corazón habla bien, no pueden los labios expresarse mal.

Ó
La oración es algo natural en el hombre, como hablar, o suspirar, o mirar, o como el latir del corazón enamorado; y en realidad es una queja y un suspiro y una mirada y un latido enamorado. Es algo natural en el hombre y es un instinto, pero el hombre con su naturaleza caída tiene que aprenderlo de nuevo, porque es un instinto olvidado.
Ernesto Cardenal
LA ORACIÓN EN GRUPO ES SUMAMENTE EFICAZ
Algunas personas se sienten un poco tímidas cuando tienen que orar con otras. Es probable que en algunos casos piensen en lo que dijo Jesús: «Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público» (Mateo 6:6). Sin duda que hay momentos para eso, pero también hay casos en los que debemos orar juntos.
A veces es importante que des a conocer tu petición, no sólo al Señor, sino también a los demás, para que puedan orar contigo, manifestar su fe y expresar junto contigo que dependen de Él. Por eso, no tengas vergüenza de solicitar oración cuando sea preciso.
Al Señor le encanta darnos soluciones. No tiene más remedio que hacerlo cuando ve que estamos unidos en amor y en oración, cuando tenemos un mismo propósito e intención y cuando estamos amalgamados en corazón y en espíritu. «Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por Mi Padre que está en los Cielos. Porque donde hay dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos.» (Mateo 18:19-20.) La dinámica espiritual de Dios obra de forma realmente asombrosa. El Señor dice que uno puede perseguir a mil, pero dos pueden hacer huir a diez mil. (V. Deuteronomio 32:30.)
D.B.B.
Ó
La oración no consiste en recogerse a una hora dada, a proferir palabras orales o mentales, sino que es un modo religioso de hacerlo todo, y así se come, se bebe, se pasea, se divierte, se escribe, se trabaja y hasta se duerme oracionalmente: todo es oración.
Unamuno
Ó
PUEDES ESTAR SIEMPRE ORANDO, AUN HACIENDO OTRAS COSAS
No hace falta postrarse para rezar. Es más, en toda actividad que realizamos debemos orar y mantener los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.
Orar es como respirar. Es comparable a inhalar constantemente el Espíritu Santo. Si te mantienes siempre en comunicación con el Señor, pensando continuamente en Él, recibirás el ungimiento y la guía del Espíritu en todo lo que hagas. Si oras por lo que haces y le pides a Dios que te dé buen criterio, Él ha prometido concedértelo.
El Señor puede ahorrarte mucho trabajo, contrariedades y tiempo si rezas antes de empezar una tarea. Ora al respecto y pídele que te ayude y que te dirija, aunque sólo lo hagas con una breves palabras: «Jesús, te ruego que me ayudes». Puedes orar en cuestión de segundos y recibir la respuesta enseguida; pero si no lo haces y te apoyas en tu propio criterio y conocimientos, puede que cometas un grave error.
De modo que «ora sin cesar» (1Tesalonicenses 5:17). Consúltaselo todo al Señor, cada problema, cada decisión, y cerciórate de que estés haciendo lo que Él quiere que hagas. «Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas» (Proverbios 3:6).
D.B.B.
La oración no es más que establecer contacto con Dios. Es una comunicación con Dios, y no necesita ser con palabras ni aun con la mente. Uno puede comunicarse con la mirada, o la sonrisa o los suspiros, o con actos. De hecho todos nuestros actos corporales son oración. Nuestro cuerpo formula una profunda acción de gracias en sus entrañas cuando sediento recibe un vaso de agua. O cuando en un día de calor nos zambullimos en un río fresco, toda nuestra piel canta un himno de acción de gracias al Creador, aunque ésta es una oración irracional, que puede ser sin nuestro consentimiento, y aun a veces a pesar nuestro. Pero todo lo que hacemos podemos hacerlo oración. El trabajo es una oración existencial.
Ernesto Cardenal
Ó
Cada mañana dile al Señor: «Aquí estoy, Jesús, mi Amigo, mi Salvador y Maestro. Me hallo ante una nueva jornada. Sé que no soy capaz de hacer nada por mí mismo. Te pido, por tanto, que me llenes de Tu amor y de Tus fuerzas para este día. Yo solo no estoy a la altura de lo que se espera de mí; pero Tú has prometido que si te lo pido, me llenarás de Tu amor hasta rebosar, para poder transmitírselo a los demás. Aquí estoy, pues, pidiéndote que me colmes de Tu amor, para que pueda brindar una porción de cielo a quienes estén hoy en mi compañía: mi familia y amigos, y otras personas con quienes trabe relación. Al manifestarles un poquito de amor, les daré un poquito de Ti, Jesús. Eso es lo que quiero: reflejarte a Ti. Quiero comunicar a todo el mundo Tu inmenso amor.»
Si pides con fe, Él lo hará. Responderá tu oración y te dará amor y fuerzas suficientes para cada día.

Qué hacer cuando no se ve que Dios responda
P
or qué algunas oraciones son respondidas antes que otras, y por qué da la impresión de que algunas no son respondidas? Hay muchos motivos. Dios siempre responde nuestras oraciones, pero no en todos los casos lo hace enseguida ni de la forma en que esperamos. A veces nos dice que sí, otras que no, y en otros casos nos pide que esperemos.
Cuando te parezca que tus oraciones no son respondidas, hazte las siguientes preguntas:
¿Tengo la plena certeza de que aquello por lo que ruego es también lo que quiere Dios? ¿Estoy seguro de que es conforme a Su voluntad?
Dios no responde algunas oraciones de la forma que queremos o esperamos porque sabe que lo que le pedimos en realidad no nos conviene a nosotros o a otras personas. La Biblia nos advierte que si nuestro corazón no es puro o nuestros móviles son egoístas, el Señor quizá no nos conceda lo que le pedimos (V. Santiago 4:3).
A veces Dios no responde a nuestras oraciones porque nos tiene reservado algo mejor. Dios da lo mejor de lo mejor a quienes dejan sus decisiones en manos de Él.
¿He cumplido con lo que me corresponde, es decir, he acatado las instrucciones que me ha dado el Señor?
La fe y la obediencia vienen primero; luego Dios responde la oración. Si hacemos todo lo posible por cumplir con nuestra parte del trato, si hacemos lo que esté a nuestro alcance para propiciar el resultado deseado y nos esforzamos al máximo por obrar bien y complacer al Señor —es decir, si lo amamos a Él y a los demás,— podemos tener la plena confianza en que nuestra oración será respondida (V. Juan 15:7; 1 Juan 3:21-22). Por otra parte, cuando no hacemos lo que nuestra conciencia nos indica, o cuando no cumplimos con las condiciones que Él ha establecido en Su Palabra o que nos ha revelado directamente, no podemos contar con que nos dará lo que le pidamos (V. Juan 9:31; Salmo 66:18-20).
A veces puede que nos pida que hagamos algo contrario a lo que pensábamos o esperábamos. En tal caso, es importante recordar que Dios es omnisciente y que todo lo ve, que nos ama y vela por nosotros y por nuestro bienestar. Por lo tanto, conviene hacer lo que nos pida. Puede que en un comienzo nos parezca difícil o costoso, pero a la larga siempre descubriremos que Él tiene razón.
¿Será que el Señor está poniendo a prueba mi fe?
A veces Dios quiere ver con cuánto apremio queremos la respuesta. Si realmente creemos que es capaz de hacer lo que nos ha prometido, insistiremos en ello (V. Lucas 11:5-10; 18:1-8; Romanos 4:21; 12:12; 1 Pedro 1:6-7).
A Dios le agrada que sigamos adelante por fe, aun cuando parezca que no responde nuestra oración. A Él le complace la fe que se niega a darse por vencida, la que sigue adelante cualesquiera que sean las circunstancias. Le gustan las personas que no dejan de creer que se producirá el resultado esperado, simplemente porque Él lo ha dicho.
Una buena ilustración de ello es el caso de Abraham en el Antiguo Testamento. El patriarca contaba unos 100 años y todavía no tenía heredero. Dios prometió que su esposa Sara concebiría un hijo, pese a sus más de 90 años y a que hacía ya mucho que había pasado la edad fértil. Pero Abraham insistió en creer en la promesa de Dios no obstante las escasísimas probabilidades que le presentaba la situación. Como consecuencia, Dios cumplió lo prometido, y milagrosamente Sara concibió y dio a luz un hijo, Isaac, el cual se convirtió en el padre de la nación judía.
El apóstol Pablo escribió lo siguiente acerca de la postura de fe asumida por Abraham: «No se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia» (Romanos 4:19-22).
Si uno tiene auténtica fe, está en condiciones de afirmar: «Invoqué la promesa de Dios y sigo adelante, aunque en este momento no pueda ver el camino». Al igual que el capitán de un buque que navega con visibilidad cero en una noche tempestuosa, puede que no veamos lo que tenemos por delante, pero eso no nos detiene. Sabemos que el Señor ha escuchado nuestra oración y que la responderá cuando lo considere oportuno. Esa es la fe que complace a Dios y obtiene resultados.
¿Se propone el Señor enseñarme a tener paciencia o algún otro principio espiritual?
La naturaleza humana es tal que nos acercamos más a Dios cuando necesitamos algo de Él. A Él le complace atender nuestra necesidad, pero a la vez es sagaz y aprovecha esos momentos en que cuenta con toda nuestra atención para enseñarnos cosas que estrechen nuestra relación con Él y hagan de nosotros mejores personas. La paciencia es una de las virtudes que más frecuentemente procura enseñarnos. Puede que además nos quiera enseñar a ser más amorosos, más humildes, más constantes en la oración o cualquier otra lección de vida que nos haga falta. En ese caso, una vez que hayamos aprendido lo que trata de enseñarnos, responderá nuestra oración.
¿Ha llegado el momento dispuesto por Dios y las condiciones son las más propicias?
«Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del Cielo tiene su hora» (Eclesiastés 3:1). Dios dispone el momento. No se le puede meter prisa. A veces la oración se asemeja a la siembra: para que una semilla germine, brote, madure y dé fruto se necesita tiempo. Además, algunas tardan más que otras. Hay flores que se abren de la noche a la mañana. Sin embargo, un árbol tarda años en dar fruto.
Antes que Dios responda, las circunstancias tienen que ser propicias. La solución de una situación compleja a veces requiere tiempo. Es como un espinoso problema de matemáticas: cuanto más complicado sea y más factores haya de por medio, más compleja y dilatada será la resolución.
¿Se ve afectada la respuesta por las decisiones o acciones de terceros?
El resultado de una oración depende de tres factores principales: nuestra voluntad —lo que nosotros deseamos—, la voluntad de Dios —lo que Él quiere— y las decisiones y acciones de las otras personas afectadas. Aun cuando concuerden nuestra voluntad y la de Dios, es posible que Él se vea impedido de lograr el resultado deseado, puesto que ha concedido a todos el libre albedrío. Las decisiones y acciones de los demás contribuyen a determinar el resultado. No está enteramente en nuestras manos; tampoco en manos de los demás, y Dios se ha fijado la limitación de no manipularlo todo. Si tu oración no se ve respondida porque otras personas toman lo que a tu juicio son decisiones erróneas, no pierdas las esperanzas. Ruega a Dios que obre en el corazón de esas personas y las conduzca a modificar sus decisiones.
No obstante, sea lo que fuere que hagan o dejen de hacer los demás, tanto si toman decisiones acertadas como si no, las promesas que nos ha hecho Jesús en la Biblia siguen siendo válidas. Una decisión errónea por parte de alguien no puede anular la veracidad de la Palabra de Dios. Así pues, por más que tu oración no halle respuesta a causa de las decisiones erradas de alguien, Dios te escuchará y te responderá de algún modo, aunque nunca veas la respuesta en esta vida.
El siguiente relato ilustra este principio:
Separadas por cientos de kilómetros, dos mujeres experimentaban quebrantos similares. Jaime, el esposo de Camila, había sido sentenciado a diez años de cárcel por asalto y robo a mano armada. Llevaba varios años transitando por una senda tenebrosa y se había convertido en alcohólico empedernido. Desechó a Dios y toda creencia religiosa. Al enterarse de su sentencia maldijo a Dios y apagó la pequeña llamita de fe que le quedaba en el corazón.
Paralelamente, Emilia veía que su hermano Josué —célebre abogado— se sumía en el resentimiento contra Dios, acusándolo de haberse llevado al Cielo a su bella esposa e hijo a consecuencia de un accidente de tránsito. El rencor crecía en su corazón. Se marginó de todos sus amigos y de la vida social que hasta entonces había llevado, es decir, de todo lo que le recordaba su pasado y su formación católica. Se mudó de casa y comenzó a ejercer su profesión en otro sitio, cortando así todo vínculo con su familia. A excepción de sus relaciones laborales, vivía alienado y abatido.
Camila y Emilia —que creían en Dios y en la eficacia de la oración— hallaron fuerzas en la Biblia y en sus promesas. La una imploraba a Dios por su esposo y la otra por su hermano. Durante años cada una perseveró en la oración sin ver jamás el fruto de sus rogativas.
Al cabo de mucho tiempo, Jaime se volvió a Dios en la prisión. Dejó atrás su vieja vida y aceptó a Cristo. Los últimos años que pasó en la cárcel los dedicó a enseñar el amor de Jesús a los demás presidiarios. El día de su liberación, los guardias y celadores organizaron una reunión en su honor. Fue como un culto religioso, puesto que Jaime se había convertido en el pastor de los reclusos. Al arribar Camila y sus dos hijos a las puertas de la cárcel para buscarlo, sus sonrisas y sus lágrimas evidenciaban gratitud a Dios por haber respondido sus oraciones devolviéndoles al hombre que amaban.
Emilia también se aferró a la promesa de que Dios era capaz de transformar el corazón de Josué y traerlo de vuelta al seno de la familia. Sin embargo, no ocurrió tal cosa con él. Sus cartas y las de sus familiares nunca eran respondidas. Las llamadas telefónicas que hacían se cortaban. Así y todo, Emilia creía que Dios le estaba respondiendo, aunque no alcanzara a ver lo que obraba la mano divina.
Así fue. Las oraciones de Emilia fueron respondidas. Por mucho que se empeñara en vivir solo, Josué no lo conseguía. La presencia de Dios estaba permanentemente con él en respuesta a las plegarias de su hermana. El Altísimo le dio muchas oportunidades de volver a la buena senda, pero él las rechazó todas. Decidió mal. Al final Emilia dejó a su hermano en manos de Dios. Cuando la vida de Josué llegara a su fin y se presentara ante su Salvador en el Cielo, su hermana al fin vería la respuesta a sus oraciones. Vería todo lo que Dios había hecho gracias a sus oraciones de intercesión. En última instancia, la decisión quedaba en manos de su hermano. Sin embargo, la consecuencia de sus rogativas fue que Dios obró en el corazón de Josué. Aunque éste no tomó decisiones acertadas durante su tránsito por la Tierra, al pasar a mejor vida encontró el valor para hacerlo.
A primera vista una respuesta parece mucho más contundente que la otra; sin embargo, en ambos casos las oraciones fueron respondidas. A la larga se materializó la recompensa de las oraciones que aquellas dos mujeres elevaron a Jesús. Una tomó más tiempo que la otra. Empero, ambas fueron hermosas y perfectas.
Dios acoge la petición de nuestro corazón y de nuestros labios, y en Su sabiduría la responde como le parece mejor, tomando también en consideración las decisiones de otras personas. Cuando echamos mano de la fuerza de la oración, debemos también aceptar que la forma en que Dios resuelva respondernos es la mejor, por mucho que difiera de la que preferimos nosotros.

¿SIN RESPUESTA AÚN?
No es posible que la Fe quede sin ser respondida.
Sus pies están firmes, implantados en la Roca.
Permanece imperturbable en la más dura embestida.
Ni ante el más hórrido trueno se apoca.
Sabe que su oración la Omnipotencia ha escuchado
y exclama: «Se hará», algún día, en algún lado.

¿Sin respuesta aún? ¿Que nadie oyó tu pedido?
Quizá no cumpliste cabalmente tu parte.
Lo obra empezó con el primer ruego emitido.
Si Dios comienza algo, hace también lo restante.
Después que el incienso más se haya elevado,
Su gloria verás, algún día, en algún lado.
Robert Browning
Í
Oré pidiendo fuerzas a fin de llegar muy alto;
recibí debilidad para que aprendiese a obedecer…
Pedí salud para realizar obras mayores;
recibí padecimientos para que hiciera cosas mejores…
Pedí riquezas para ser feliz;
recibí pobreza para que adquiriera sabiduría…
Pedí poder para que me honrasen los hombres;
recibí impotencia para que sintiese necesidad de Dios…
Pedí tener de todo para gozar de la vida;
recibí vida para que gozase de todo…
Nada de lo que pedí recibí, aunque obtuve todo lo que deseaba.
Casi a pesar de mí mismo, se me concedieron los anhelos de mi corazón.
Me considero muy privilegiado entre los hombres.
Roy Campanella


Cómo aprender del Hombre de las soluciones
C
lama a Mí, y Yo te responderé, y te ense-ñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces» (Jeremías 33:3). Esa es una promesa divina, pero trae aparejada una condición que, aunque tácita, se hace patente: cuando Él nos comunique Sus respuestas tenemos que aprender a escuchar y reconocerlas. Él puede hablarnos de varias formas:
1. La Palabra escrita
Los hijos de Dios pueden oír la voz de su Padre leyendo la Biblia —las Palabras escritas de Dios— y meditando en ella. La respuesta a la mayoría de los interrogantes que se nos plantean en la vida ya esta registrada ahí. Basta con hallarla. (Si eres nuevo en la fe o estás a punto de comenzar a leer la Biblia, te recomendamos leer primero el evangelio de San Juan, seguido de los otros tres evangelios. Los dos tomos de Claves para descubrir la verdad, ambos de Aurora, te ilustrarán sobre una amplia diversidad de temas contenidos en la Sagrada Escritura.)
Quizá te preguntes: ¿Cómo es posible que la Biblia aborde los problemas que nos afectan hoy en día, cuando tiene miles de años de antigüedad? Si estudias la Palabra de Dios con amplitud de miras y una actitud de fe, descubrirás que te habla de forma directa. Numerosos pasajes de la Escritura contienen soluciones y consejos para los problemas que enfrentamos en la actualidad. Si bien en sus páginas no se encuentran detalles relativos a la vida moderna, lo que sí nos proporciona es el valor, la esperanza, las instrucciones y la verdad que necesitamos para superar cada obstáculo que se nos presente. La Palabra de Dios nos indica que las enseñanzas que contiene son para nuestro beneficio. «Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza» (Romanos 15:4; v. también 1 Corintios 10:11).
La Biblia es fuente inagotable de sabiduría y conocimiento. El rey David escribió: «Más que todos mis enseñadores he entendido, porque Tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, porque he guardado Tus mandamientos» (Salmo 119:99-100). El Señor también nos promete: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar» (Salmo 32:8). Si oras, el Señor te indicará los pasajes que contienen instrucciones para ti, a veces incluso pautas que ni siquiera sabías que te hacían falta.
2. La voz de la Palabra
A medida que leas la Palabra y te vuelvas bien versado en ella, habrá veces en que al reflexionar o rezar respecto a algo, de pronto recuerdes un versículo de la Biblia que se aplica perfectamente a tu situación y te proporciona la luz o solución que necesitas. Eso se denomina la voz de la Palabra.
Hacia el final de Su ministerio en la Tierra, Jesús dijo a Sus discípulos que después que se hubiera marchado les enviaría el Espíritu Santo para enseñarles y conducirlos (V. Juan 14:26; 16:7,13-14). Si ya te has investido del Espíritu Santo, esa promesa también es válida para ti. A lo mejor ya te ha hablado de esa forma y sencillamente no te diste cuenta. (Todo el que acepta a Jesús recibe una medida del Espíritu Santo, aunque llenarse del Espíritu hasta rebosar —lo que la Biblia llama el bautismo del Espíritu Santo— normalmente es una experiencia que se tiene con posterioridad.) Si aún no has recibido la infusión del Espíritu Santo, puedes pedírsela a Dios, igual que la salvación. «Si vosotros [...] sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?» (Lucas 11:13. En el librito Los dones de Dios, de la presente colección, encontrarás mayores detalles sobre cómo recibir el Espíritu Santo y los beneficios que reporta.)
3. Profecías y otros medios de revelación directa
Muchas personas piensan que el don de profecía consiste en la capacidad de predecir el futuro, o consideran que se trata de un poder misterioso otorgado a muy poca gente a lo largo de los tiempos. En realidad sirve para mucho más que para hacer vaticinios del futuro. Tiene muy poco de misterioso y está al alcance de todo cristiano que posea el Espíritu, incluido tú mismo (V. 1 Corintios 12). Se trata de la facultad de recibir mensajes directos del Señor, transmitidos por tu propia boca o escritos por tu mano; y es un don del Espíritu Santo que puedes pedir a Dios que te confiera.
Si quieres contar con el don de profecía, pero aún no lo posees, ¿por qué no se lo pides ahora mismo al Señor? Basta con que acudas a Él en oración. «Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá» (Marcos 11:24).
Si tienes el don de profecía, el Señor podrá dirigirte palabras de amor, de consuelo, de orientación, de instrucción, de revelación, lo que necesites. Te dará consejos e instrucciones específicas para tu situación personal. (En el libro Escucha Palabras del Cielo, de la presente colección, se aborda ampliamente el tema de las profecías.)
Ya sea que cuentes con el don de profecía o no, el Señor es capaz de suscitarte pensamientos o impresiones que respondan a tus interrogantes o arrojen luz sobre una situación por la que te veas afectado. También puede hablarte por medio de sueños o darte visiones. Son diversas formas que cobran las revelaciones directas.
Si bien en cualquier momento Dios puede susurrarte ideas o inspirarte impresiones, naturalmente es más fácil que lo haga cuando lees Su Palabra y meditas en ella, o cuando oras. Al guardar silencio y hacer a un lado otros pensamientos y asuntos cotidianos para concentrarte en Jesús, abres un cauce para recibir Sus ideas.
Un pasaje de la Biblia que hace referencia a ello lo llama el «silbo apacible» del Señor (V. 1 Reyes 19:11-12). En otro versículo el Señor promete: «Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: “Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”» (Isaías 30:21).
No requiere mucho tiempo recibir un mensaje del Señor. No hace falta rezar una o dos horas antes que nos hable. Aun estando en medio de una tarea o actividad, si te detienes un momento y diriges tu atención hacia el Cielo podrás escuchar Su voz hablándote al corazón o la mente.
Las visiones son imágenes —ya con movimiento, ya sin él— que percibes mentalmente estando despierto. Por lo general se captan con los ojos cerrados, aunque no siempre. Algunas personas han tenido visiones tan reales y tangibles que no pudieron distinguir si las habían visto o no con los ojos naturales.
Los sueños reveladores del Señor generalmente son muy claros. Uno se despierta con la intensa impresión de que el sueño era importante y tenía algún significado. En ese sentido difieren de muchos otros que no parecen tener ton ni son ni revestir importancia alguna. Dado que el significado de un sueño en muchos casos es menos claro que los mensajes que se reciben del Señor por otras vías, conviene pedirle que nos confirme lo que a nuestro juicio se trata de un sueño revelador. Dicha confirmación puede obtenerse por medio de una profecía o versículo de la Biblia.

Convierte tus pensamientos en oraciones
C
uanto más cultives el hábito de orar, más lograrás por medio de la oración y más feliz serás. Habrás descubierto el secreto de mantenerte en comunicación estrecha y constante con tu amado Salvador y Amigo. El siguiente artículo escrito por María David explica magníficamente este principio:
La Biblia habla mucho de nuestros pensamientos. Constituye un tema excelente para un estudio bíblico. Por ejemplo, dice que casi no es posible contar los pensamientos del Señor para con nosotros y que debemos aborrecer las vanidades ilusorias y amar Su Palabra (V. Salmo 40:5; 119:113).
Una de las mejores formas de dar buen uso a los pensamientos es convertirlos en oraciones. Considera todo lo que haces a lo largo del día, todo lo que se te ocurre, todos los pensamientos que se te pasan por la cabeza. Ahora sopésalos, evalúalos, analízalos, examínalos y pregúntate qué logras por medio de ellos. ¿Hacia dónde van? ¿Los transformas en energía positiva que obre en favor de los demás?
Si quieres lograr más por medio de la oración, considera tus pensamientos: tienen existencia real. Allanan el camino o lo obstaculizan. ¿Contribuyen tus pensamientos a sostener a un alma necesitada? ¿O con su silencio hacen oídos sordos al clamor de quien pide ayuda? ¿Qué dirección toman? ¿Responden a los llamados? ¿Aprovechas la energía telepática celestial? ¿Enfocas tus pensamientos hacia donde puedan ser útiles y ejercer una influencia positiva determinante?
Dios quiere que aprendamos a convertir nuestros pensamientos en oraciones eficaces. Los pensamientos vueltos oraciones se materializan en forma de bendiciones divinas, actos de intervención y protección, poder, fortaleza y el derramamiento del bálsamo curativo de Dios sobre los seres que amamos.
Los pensamientos que traducimos en oraciones llegan a hacer portentos, vuelven viable lo imposible y cambian el curso de la historia. Por otra parte, los pensamientos ociosos se desvanecen en la masa informe de la nada, se cuelan por las grietas de la complacencia, donde se descomponen, se echan a perder y se desaprovechan.
Cada vez que se nos cruza un pensamiento por la cabeza —no importa el momento, el lugar o si estamos solos o acompañados—, podemos convertirlo en una oración imbuida de gran fuerza. A lo largo del día, mientras hacemos trabajos rutinarios que no requieren mucha concentración, podemos transformar nuestros pensamientos en oraciones. Podemos encauzarlos, enfocarlos hacia Dios y presenciar milagros.
Por ejemplo, si estás en casa cocinando y te pones a pensar en los niños, que han ido al colegio, ruega por que tengan un buen día. O supongamos que en medio de la jornada laboral te pones a cavilar en una difícil tarea que tienes por delante: convierte ese pensamiento en una plegaria en la que le pidas al Señor fuerzas para realizarla. O quizá camino de casa pases por el lugar de un accidente: pide por quienes puedan haber resultado heridos y por tu propia seguridad y la de tu familia.
Sea cual sea la actividad que estemos desempeñando, solemos pensar en muchas cosas a lo largo del día. Lo importante es cómo filtramos y encauzamos esos pensamientos. Lo que cuenta es lo que decidimos hacer con ellos y la dirección que les imprimimos. En la medida en que aprendamos a controlar nuestros pensamientos por medio de la oración, filtrándolos por el tamiz de la Palabra de Dios y proyectándolos hacia donde puedan ser útiles, cumpliremos con nuestra sagrada misión de orar.
A solas con nuestros pensamientos, podemos traducir cada uno de ellos en una oración y cambiar el mundo. Podemos convertir en oraciones los juicios y percepciones que nos hacemos a consecuencia de lo que ocurre en nuestro entorno.
Transformar cada pensamiento en una oración es un gran privilegio y un gran don: el privilegio de aprovechar este eficaz recurso que nos brinda el Cielo. Ya verás que te será sumamente útil. Te facilitará la vida y obrará milagros. Los pensamientos pueden ser una carga o una bendición. Empléalos para bien traduciéndolos en oraciones. Echa mano de la energía telepática celestial.
No sé por qué me viene al pensamiento
una persona perdida en la distancia.
Su figura me martilla la memoria.
Quizá quiere decir que me es necesario orar.

Muchas veces por apremio apenas pensamos,
semana tras semana, en un amigo distante.
Tal vez Dios una señal nos esté enviando
que debe interpretarse como un llamado a orar.

Quizás esté ese amigo en feroz lucha,
o sufra una pena, o esté falto de valor.
Quizás esté a oscuras, o se le nubló el juicio,
y por eso, si lo precisa, debo orar.

Amigo, haz por mí lo mismo si un buen día
te importuno penetrando en tu conciencia.
Dedícame siquiera un fugaz momento.
No dudando de que me hace falta, ¡ponte a orar!
E. Middleton
Í
Una señora que ostentaba un alto cargo en una empresa se compungía cada vez que pasaba junto a cierto mendigo. El hombre llevaba más de un mes sentado en la calle a una cuadra de su oficina. La señora le preguntó cómo se llamaba y se enteró de que no tenía casa. Cada vez que lo veía le daba unas monedas, lo que evidentemente no le alcanzaba ni para una parte de su subsistencia. Además, ¡había tantos como él!
Una noche antes de acostarse, ella oró: «Señor, sé que no puedo resolver todos los problemas del mundo, pero muéstrame qué puedo hacer para aliviar la existencia de ese pobre hombre y de otros en circunstancias similares.
Al día siguiente leyó en le periódico un artículo sobre la próxima inauguración de un albergue para personas sin techo de los barrios céntricos. Buscaban patrocinadores y voluntarios.
Emocionada llamó al número que aparecía en el artículo. Le expresó al organizador que contestó al teléfono que le gustaría brindar apoyo económico y además dedicar algunas horas para ayudar a poner en funcionamiento el centro.
Luego de su iniciativa, el monto de su cuenta de ahorros se redujo unas cifras, y mermó un poco el tiempo libre de que disponía los fines de semana. Pero reiteradamente se decía a sí misma que aquella inversión de tiempo y dinero valía la pena.
La compensación le llegó unas semanas después cuando el mendigo le anunció orgulloso que había conseguido trabajo y que se estaba instalando en un apartamento al otro extremo de la ciudad.
—Señora, usted hizo más llevadera mi vida cuando yo estaba en las últimas. Me faltan palabras para agradecerle todo lo que ha hecho por mí —le dijo.
¡Ella no dudó entonces de que Dios había respondido a sus oraciones!

Ó

La Biblia es un libro de oraciones. De las 667 que hay en sus páginas, consta que 454 fueron respondidas.
Promesas para invocar en oración
A
continuación reproducimos unas cuantas promesas de la Palabra de Dios que puedes invocar en tus ratos de oración y comunión con Dios:
Oración
w Antes que clamen, responderé Yo; mientras aún hablan, Yo habré oído (Isaías 65:24).
w Pedid todo lo que queréis, y os será hecho (Juan 15:7).
w Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá (Mateo 7:7).
w Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis (Mateo 21:22).
w Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido (Juan 16:24).
w Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios (Filipenses 4:6).
w Si algo pidiereis en Mi nombre, Yo lo haré (Juan 14:14).
w Deléitate asimismo en el Señor, y Él te concederá las peticiones de tu corazón (Salmo 37:4).
w Esta la confianza que tenemos en Él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho. (1 Juan 5:14-15.)
Escuchar a Dios
w Clama a Mí, y Yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces (Jeremías 33:3).
w El que tiene misericordia se apiadará de ti; al oír la voz de tu clamor te responderá (Isaías 30:19).
w Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: «Este es el camino; andad por él; y no echéis a la mano derecha ni tampoco torzáis a la mano izquierda» (Isaías 30:21).
w Cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir (Juan 16:13).
w En los postreros días, dice Dios, derramaré de Mí Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños (Hechos 2:17).
w El día que clamé, me respondiste (Salmo 138:3).
w V. también Génesis 24:63a; Salmo 5:3; Salmo 42:8; 63:5b,6; Proverbios 8:17; Daniel 6:10; Marcos 1:35; Lucas 6:12.

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